El primer taxista asesinado en San Juan

Una nota escrita por Juan Carlos Bataller

Si usted va a la difunta Correa, pocos kilómetros antes de llegar se encuentra con un pequeño santuario. La gente lo conoce por Caputo. Muchos automovilistas se detienen para dejarle un mensaje: cubiertas de automóviles, chapas, patentes, botellas con agua, repuestos, velas y hasta automóviles en desuso...
El santuario recuerda a un hombre: Nicolás Florencio Caputo, muerto en ese mismo sitio. Pero atrás de este nombre, estas placas y estas ofrendas, hay una historia: la del primer taxista asesinado en San Juan. Con el tiempo, el asesinato de taxistas, muchas veces para robarles sólo monedas, se transformó en un hecho demasiado habitual.
Pero para aquella provincia cuyos habitantes dormían con la puerta de calle abierta, el hecho causó tal conmoción que durante varios meses fue tema obligado de toda conversación.

LA HISTORIA
La historia podríamos comenzarla en la esquina de Rivadavia y Mendoza, frente a la Plaza 25 de Mayo, junto a la Catedral. Ahí, precisamente, donde están los taxis. Ese era el paisaje que veía diariamente Nicolás Florencio Caputo, un hombre de 35 años, de piel rosada, que usaba anteojos y que estaba orgulloso de su flamante coche: un Ford V8 chapa 3-008, último modelo, que trabajaba como taxi.
Pero también podría comenzar en otro lugar. Porque como toda historia, esta también tiene más de un protagonista. Uno de ellos se llamaba Juan Manuel Eciolaza, tenía 32 años, y era soltero. Había nacido en La Carlota, Córdoba. Y trabajaba como jornalero en la ciudad cordobesa de Canals.
En enero de 1939, Juan Manuel decidió trasladarse a la provincia de San Juan. El primer día que llegó a la ciudad tuvo suerte. Conoció a un hombre en un bar. y este resultó ser Riso Patrón, jefe político del departamento Pocito.

—¿Y qué anda haciendo por San Juan, mi amigo?
—Busco trabajo...

—¿Quiere ser policía?
Fue así como Juan Manuel Eciolasa se transformó en agente de Policía en la subcomisaría de Carpintería, en Pocito. Había un tercer protagonista. José Demetrio Eciolaza tenía 22 años y era agricultor en Canals. Medía 1.73, cutis blanco, pelo castaño, boca grande y le gustaba vestir bien. José Demetrio trabajaba en un paraje denominado La Lola, junto a sus padres y hermanos con quienes tenía una mala relación. Un día José Demetrio le escribe a su primo hermano Juan Manuel contándole sus problemas.

Poco después recibe respuesta.
—Venite a San Juan, yo me he hecho muy amigo del jefe político de la zona, un señor Riso Patrón y él te puede conseguir un trabajo.


LA PROPUESTA
El 5 de abril llegó José Demetrio. Pero no venía solo. Le acompañaba una menor, Anita Slobellano, hija de un agricultor de Canals. Juan Manuel miró a la chica y le gusto. Pese a su juventud, la vio muy decidida.

—¿Y ésta?
—Es mi novia. La familia trabaja en La Lola y se fugó conmigo.
Anita tenía 18 años.
Juan Manuel nada dijo pero pensó para sus adentros:
—Este José Demetrio cree que maneja a la chica pero me parece que es ella la que lo domina...
Los primos ya estaban juntos. Juan Manuel alquilaba una piecita a una señora, frente a la subcomisaría. Allí se fueron a vivir Juan Demetrio y Anita. A los tres días el joven desnudó sus intenciones:
—Oíme Juan... No te vas a pasar la vida trabajando de policía en este pueblo de mierda... Acá hay que hacer plata grande.
—¿Vos te crees que eso es fácil?
—La única forma de hacer plata grande es si robamos un auto y lo vendemos en Córdoba. Una vez que salís de San Juan no te encuentran más.


EL PLAN
Ya tenemos los protagonistas y están desnudas las intenciones. Robarían un auto y lo venderían fuera de San Juan. Si tenían suerte, podrían robar muchos autos....
Los primos eran dos extraños al medio. Tendrían que comenzar de cero. Y así lo hicieron: se vinieron para el centro y comenzaron a observar los autos de alquiler que estaban alrededor de la plaza.
En un papel anotaba las características de los coches, el número de sus chapas patentes.
Fue en esos menesteres que vieron el auto azul. Un flamante Ford V—8, modelo 1938, chapa 3—008, último modelo, que trabajaba como taxi y tenía parada en calle Mendoza y Rivadavia, frente a la Catedral.
Los primos se miraron y no hicieron falta palabras: ese era el auto que buscaban.
Pronto todo estuvo listo.
En la piecita de Carpintería, los Eciolaza diagramaron el plan.
José Demetrio envió a Anita a Rufino.
—Espéranos en Rufino. En un par de días nos encontramos.
La chica miró a su novio con ojos de enamorada pero Juan Manuel la sintió una mujer madura cuando al despedirse sintió que sus manitas le frotaban la espalda, mientras le decía:
—¿Esta vez salimos de pobre, no?

La segunda parte del plan consistía en no atraer sospechas: Juan Manuel era policía.
Decidió fingir estar enfermo y pidió cinco días de licencia en la subcomisaría, el tiempo que necesitaba para llevar el auto a Córdoba y volver.


LA EJECUCION
El 5 de mayo los primos llegaron a la ciudad. En una ferretería compraron unos metros de soga. Más tarde tomaron algunas copas de caña en un bar y luego fueron a almorzar al City, sobre calle Rivadavia, frente a la Catedral, donde comieron abundantemente y pagaron 7,25 pesos. Terminado el almuerzo, los primos se dirigieron hacia la plaza. Allí en la esquina estaba el auto elegido, el Ford azul. Y sentado en su interior, su chofer: Nicolás Caputo.

—Queremos que nos lleve hasta la Difunta Correa. Vamos a cumplir una promesa.
—Eso queda a 20 leguas de acá.

—¿Cuánto nos cobrará?
—20 centavos por kilómetro.

Pronto estaba en viaje. Los Eciolaza ocuparon el asiento trasero. Durante el trayecto fueron discutiendo de política. Era una forma de hacer entrar en confianza a Caputo. Una hora después el auto dejaba atrás Caucete y seguía por el camino de tierra, en dirección a la Difunta. Poco antes de llegar a la Difunda, José Demetrio hace parar al chofer, alegando que necesitaba defecar. Se aleja hacia los montes. Lo último que escucha es a su primo y a Caputo.
El pobre chofer se había tomado en serio la discusión.

—Lo que pasa es que todos los cordobeses y los mendocinos son unos hijos de puta—, José Demetrio le escuchó decir y no pudo evitar una sonrisa.
Pero la sonrisa se le borraría de la boca cuando al volver observa como su primo dispara contra Caputo, quien cae de espaldas con la cara ensangrentada.

-¿Qué hiciste animal?
-Hice una macana...
Sí, había hecho una macana.

-¿Para que compramos la soga? ¿No habíamos quedado en que lo dejaríamos atado y nos iríamos?
Juan Manuel optó por callar. Pero estaba claro que desde el comienzo tuvo algo en claro:
-Los cadáveres no hablan ni reconocen a sus matadores.
Ni siquiera se detuvieron para averiguar si Caputo estaba muerto o con vida. Simplemente le cambiaron al auto la patente por otra que Juan Manuel había robado en la subcomisaria de Pocito. El Ford, ahora con la patente número 7-225 de San Juan siguió su marcha.


LA INVESTIGACION
El 28 de mayo compareció ante la Brigada de Investigaciones Luis Caputo, ciudadano italiano de 57 años, con domicilio en la calle General Acha 1171 (entre Brasil y Belgrano). Venía a denunciar la desaparición de su hijo Nicolás, de 35 años y del coche que éste conducía.

El jefe de la policía era el capitán de navío Juan C. Rojas y el comisario José Salinas cumplía funciones de jefe de investigaciones. Advirtieron que podían estar ante algo "grueso". No era común el robo de un auto en San Juan.

Pero ¿por dónde empezar?
Los investigadores, no tuvieron dudas: solicitaron la colaboración de las policías de Mendoza, Córdoba, San Luis y La Rioja, para que ubicarán el coche.
Los taxistas testimoniaron que dos hombres tomaron el taxi para que los llevara hasta la Difunta Correa y que por la forma de hablar no eran sanjuaninos.
Era un comienzo.
Los policías realizaron frecuentes viajes entre la ciudad y Chepes, intentando encontrar datos. Fue así como dieron con Juan Luna, en Mascasín.
—Claro que los recuerdo. Se habían quedado sin ñaña y llevaban como siete horas en medio del campo. Yo fui a caballo hasta Chepes para traerles una damajuana con 10 litros de nafta.
—¿Iba el chofer con ellos?
—No, sólo iban dos hombres
Era una mala señal. ¿Qué habían hecho con el taxista?


LA FUGA
Pero volvamos a los Esciolaza. Desconocedores del camino, los primos se perdieron.
Recién el domingo a la madrugada partieron para Canals, donde se encontraron con un pariente, Pelegrino Carranza, a quien Eciolaza le preguntó por su querida.

—Te está esperando en Rufino.
Siguieron viaje.
Allí en Rufino estaba Anita, que subió al auto.
En el camino de vuelta a Canals encuentran un coche volcado.
—Pará, vamos a cambiarte otra vez las chapas al auto porque quizás ya lo están buscando.

En Santa Isabel los primos fueron a visitar a un conocido, Cándido Pringles, el que según las malas lenguas hacía negocios como reducidor de cosas robadas, al que conocían. Pringles les dice que le dejen el coche, que lo llevaría a la casa de un tal Larroca para que le buscara comprador.

—¿Cuánto podemos sacar por el coche?
—Unos dos mil pesos.
—Nos va a tener que dar algo a cuenta...
—Ahí sí que no van a tener suerte, muchachos. No tengo un mango. Si quieren lo dejan y si no lo llevan. Pero imaginando el origen de este auto, yo les diría que no se arriesguen...

No tenían muchas alternativas. Dejaron el auto en Santa Isabel y José Manuel decidió volver a San Juan. Mientras lograban cobrar el coche, lo mejor era no despertar sospechas.
El martes tomó en Rufino El Cuyano, llegó a Mendoza esa noche a las 21 y el miércoles en la empresa La Cata salió para San Juan. A las 11.30 se bajó en Carpintería y se presenta en la subcomisaría donde expresó a sus superiores que aprovechando los francos había estado de paseo en Mendoza.
En San Juan no se hablaba de otra cosa que no fuera la desaparición del taxista. Juan Manuel escuchó varias veces el relato, antes de presentarse a trabajar en la subcomisaría al día siguiente. Se llevaría una sorpresa: el interventor en la provincia cesaba en sus funciones y había cambios en todos los niveles. Su amigo Riso Patrón ya no era comisario.
Juan Manuel respiró aliviado. Inmediatamente solicitó su baja como agente y ese mismo día se fue de San Juan. Tomó un ómnibus para ir a Mendoza y desde allí en tren a Rufino.


EL ENCUENTRO
En Rufino los primos vuelven a encontrarse. Juan Manuel cuenta sus novedades.

—Todo el mundo habla del taxista pero no encuentran el cuerpo. El pobre infeliz debe haberse muerto en el desierto.
José Demetrio le comenta que no ha cobrado el dinero del auto y que se están quedando sin plata.

—¿Y qué hacemos?
—La voy a hacer trabajar a Anita.

—¿Y de qué va a trabajar?
—¿Y de qué va a ser...? De puta...
José Demetrio se opuso terminantemente. Y se la llevó a la ciudad de Colón, en Buenos Aires.

Pasaron los días.
El 7 de junio, José Demetrio vuelve a Santa Isabel. Lo ve a Pringles y juntos van a la casa de Eduardo Larroca. Había novedades. Finalmente había vendido el coche en dos mil pesos y un Chevrolet 28. Larroca le da 900 pesos de los cuales Pringles le pide 50 y le descuentan otros 50 por una goma que estaba pinchada y hubo que cambiarla.
La parte de Demetrio, otros 800 pesos, le fue entregada en un pagaré que remitió a su primo.

EL ESCLARECIMIENTO
El dato proporcionado por Juan Luna en Mascasin fue clave para la investigación. Todo se orientó hacia Córdoba y Santa Fe. Un telegrama de la policía de Venado Tuerto informó que en una chacra del paraje María Teresa había un automóvil Ford V—8 de características similares al denunciado. Una comisión se constituyó en el lugar y procedió al secuestro del vehículo y la detención de un señor Amoroso, quien informó que había comprado el auto a un señor Larroca. Este a su vez denunció a Pringles como vendedor.

Pringles fue detenido y aunque aceptó que sospechaba sobre el origen del coche, aseguró que nada sabía sobre un posible crimen. Ante esa posibilidad, inmediatamente denunció a los primos Eciolaza. José Demetrio pronto fue detenido por la policía santafecina. Es posible que este sujeto haya dado a conocer el paradero de su primo Juan Manuel, quien tiempo atrás, el 12 de junio, luego de percibir el dinero por la venta del taxi, se había trasladado a la localidad de Colón, provincia de Buenos Aires, donde alquiló una habitación.
Juan Manuel estaba durmiendo en la noche del 22 de junio, cuando fue sorprendido por la policía y trasladado a Venado Tuerto. En el procedimiento se le secuestró el revólver utilizado para dar muerte a Caputo. El comisario Luis A. Bianchi, a cargo de la investigación del caso, se trasladó hasta la localidad santafesina con la misión de trasladar a los detenidos a San Juan, quienes quedaron a disposición del juez de Crimen, doctor Qio Tello Quiroga.


EL CUERPO
Pero faltaba algo importante para cerrar el caso.
¿Qué pasó con Caputo? ¿Dónde estaba su cuerpo?
Juan Manuel demostraba espíritu de colaboración pero no conocía San Juan. Sólo repetía:
-Lo dejamos en el medio del desierto.
Los policías inquirían:
-¿Fue antes o después de pasar la Difunta Correa?
-Antes
-¿Estaban muy lejos del camino?
-No, al lado
Con esos datos el descubrimiento del cuerpo no podía tardar. Y efectivamente lo encontraron.
Ya era un simple esqueleto.La noticia difundida a través de Radio Colón y radio Los Andes conmocionó a la ciudad.
-Igual que la difuntita, pobre mártir- decían las viejas.


EL PROCESO
Una comisión policial de Robos Hurtos hizo otro viaje a Venado Tuerto para el traslado de los detenidos Cándido Pringles y Eduardo Larroca, ambos acusados del delito de encubrimiento, por lo que fueron solo dos a proceso. El juez que entendió en la causa dispuso el traslado de ellos a la cárcel de Chimbas (ahora alcaidía), donde se encontraban alojados los primos Eciolaza.
En el curso de la instrucción seguida en el Segundo Juzgado de Instrucción, el fiscal solicitó que se les otorgara la libertad a los detenidos Pringles Larroca debido a que el delito de encubrimiento que se les imputaba fue cometido fuera de esta jurisdicción.

Por su parte, Juan Manuel Eciolaza designó abogado defensor el doctor Federico Prolongo, mientras que su primo solicitó se hiciera cargo de su defensa al doctor Moisés Miles.
El proceso duró varios meses y al final los dos autores del crimen de Caputo fueron sentenciados a 25 años de prisión. Juan Manuel carecía de antecedentes policiales y judiciales; en tanto José Demetrio solamente registraba en su planilla prontuarial una gresca pública e intento de violación.


QUÉ FUE DE ELLOS
Durante la estadía en el penal, los primos demostraron un comportamiento ejemplar, lo que motivó que tras sucesivas reducciones de la condena, antes de cumplir 20 años en la cárcel, recuperaron la libertad.
Ya libres se fueron a Córdoba.
Juan Manuel se radicó posteriormente en Buenos Aires, donde falleció. José Demetrio regresó años después a San Juan, pero luego desapareció, desconociéndose su destino.
A todo esto, la figura de Nicolás Caputo fue tomando otra dimensión.

Los choferes no pasaban por el lugar donde fue muerto sin que se detuvieran para llevarle el homenaje de una flor o una botella de agua.
Alguno dejó allí una cubierta rota. Otro, una chapa patente.
Pronto, todos hablaban de los milagros de Caputo.
Así hasta hoy, más de 60 años después, cuando para muchos conductores Caputo continúa siendo un protector en la ruta.


Fuentes:
Expediente policial y judicial
Datos proporcionados por el periodista Alejandro Sánchez
Fotos del archivo judicial y propias.

GALERIA MULTIMEDIA
Ilustración de Nicolás Caputo
La foto muestra el momento en que José Demetrio Ecialoza, observa que Juan Manuel hace el disparo contra Caputo y entonces le grita diciéndole: “¡Que has hecho, desgraciado!”, da vuelta y se dirige al automóvil tomando el volante y parten.
1) Momento en que Juan Manuel Ecialoza baja del automóvil que conducía Nicolás Caputo. 2) José Demetrio Eciolaza desciende también. El automóvil que conducía Caputo y que es el mismo de figuración en autos, tiene su motor mirando al noreste.
Esta macabra foto muestra el estado en que fueron encontrados los restos de Caputo, a pocos kilómetros de la Difunta Correa.
Nicolás Florencio Caputo en una foto tomada poco antes que fuera asesinado en el año 1939