Federico Cantoni. La historia del fundador del Partido Bloquista

Tenía una voz fuerte y grave. Adornaba sus discursos con dichos y frases, a veces muy vulgares. Era temible para sus adversarios. Desaliñado en el vestir, estaba en todos los detalles y pretendía que los dirigentes bloquistas no se casaran para dedicarse plenamente a la política

 No era un hombre común.

Era dinamita pura, energía concentrada.

Y esa energía podía encausarse en grandes obras, en transformaciones sociales o en brutalidad hacia sus adversarios.

Federico Cantoni fue el gobernador más joven que tuvo San Juan en el siglo XX.

Tenía 33 años cuando llegó al poder, pero 33 años plenamente vividos.

Cantoni no llegó al gobierno de carambola ni construyó sus estructuras desde el poder. Ya venía su título de médico –era uno de los 50 que existían en San Juan- había creado un partido político, se enfrentó a todos los poderes, estuvo preso acusado de instigar el asesinato del gobernador Amable Jones y era una especie de mito entre los pobres de San Juan y de líder indiscutido entre sus seguidores.

 

 

 Un padre científico

 

El padre, Angel Cantoni, no era el inmigrante común de aquellos años que llegaba a la Argentina en busca de un futuro mejor, huyendo del hambre y las necesidades. Venía de la Alta Italia, donde había nacido en Carbonara de Tescino, en Lomellia, el 28 de noviembre de 1853.

En la universidad de Pavia obtuvo el título de agrimensor en 1872, con 19 años, graduándose de ingeniero de Minas en la Academia de Freyberg, Sajonia, en 1882.

Una firma de Alessandría –Miguel Torres e hijos- lo contrató y en 1887 lo envió a San Juan para estudiar el mineral de Sierra de La Huerta.

 

 Terminada su tarea, el ingeniero Cantoni regresó a Italia donde contrajo enlace con una italiana de origen irlandés, Ursulina Aimó Boot, dama de una voluntad a prueba de hierro y un carácter muy fuerte.

Fue entonces cuando se lo llamó para dirigir la Sociedad Minera Andina constituida en Buenos Aires.

Pero el ingeniero ya había hecho sus contactos y pronto se vino a vivir definitivamente a San Juan donde fue designado en 1891 profesor de la Escuela de Minas, teniendo a su cargo las cátedras de Mineralogía, Geología y Paleontología.

De este matrimonio formado por un científico tranquilo, estudioso, dedicado con amor a su profesión y una mujer de sangre irlandesa y fuerte personalidad nacieron tres hijos.

El mayor de ellos se llamó Federico José María y nació el 12 de abril de 1890. Luego lo seguirían Aldo, en 1892 y Elio en 1894

 

 

Los estudios de Federico

 

 Federico hizo la escuela primaria en la Superior Sarmiento y comenzó el secundario en el Colegio Nacional, de donde fue expulsado por organizar una huelga, por lo que continuó sus estudios en el Colegio Nacional Agustín Alvarez de Mendoza.

Se radicó luego en Buenos Aires donde se graduó de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1913.

Entre los compañeros de estudios de Cantoni estaba una jovencita llamada Alicia Moreau, que luego sería la esposa de Juan B. Justo, y un joven sanjuanino de origen chileno, Indalecio Carmona Ríos.

 

La sociedad sanjuanina recibió con curiosidad a aquel joven médico que volvía al terruño. Un título siempre daba prestigio. Más si su poseedor era hijo de un brillante científico. Federico tenía reservado, sin duda, un lugar expectante en la sociedad y se transformaba en un candidato apetecible para las chicas provincianas.

 

Pero Cantoni no era lo que la gente de la alta sociedad esperaba que fuera.

Era Cantoni.

Inmediatamente se radicó en San Juan, donde abrió su consultorio y pronto los sectores más humildes de la ciudad fueron sus pacientes, en parte porque cobraba poco o no les cobraba, pero en gran medida porque lo consideraban un gran profesional y un hombre que hablaba el mismo idioma que el pueblo.

 

 

Gran conocedor de la naturaleza humana

 

Si algo conocía Cantoni, era la naturaleza humana.

Una vez lo llamaron para que viera a una viejita que permanecía postrada en cama desde hacía mucho tiempo.

-Mi mamá es paralítica-, le dijo la dueña de casa.

En realidad, la mujer no tenía impedimentos físicos sino que desde hacía años padecía un cuadro neurótico.

Cantoni la atendió y la obligó a caminar. La mujer abandonó su lecho y la anécdota se conoció en toda la ciudad.

-¡Cantoni hasta hace caminar a los paralíticos!

 Por supuesto, Cantoni no se preocupó en desmentir la especie.

 

 

 

 Sus primeros tiempos en política

 

Afiliado a la Unión Cívica Radical, organizó el Club Baluarte, que nucleó a la juventud del partido. Con un grupo de no más de medio centenar de jóvenes, el naciente caudillo salió a recorrer fincas, pueblos y lugares de trabajo. A diferencia de los viejos políticos, no rehuyó recorrer distancias a caballo o en antiguos autos por intransitables caminos para cautivar a la gente con su discurso en defensa de los obreros y con duras críticas hacia el propietario que los explotaba.

En 1915 fue electo concejal de la Capital por la UCR y dos años más tarde. diputado por Desamparados. En 1920 resulta electo senador por Jáchal.

 

Ya electo senador provincial y transformado en un punto de referencia de un sector del radicalismo, Federico Cantoni y su hermano Elio fueron vinculados con un hecho que les marcaría la vida política: el asesinato de Amable Jones.

Conduciendo la campaña desde la cárcel y con su hermano Aldo –joven médico radicado en Buenos Aires adherente en aquellos años al socialismo,- al frente  de la Unión Cívica Radical Bloquista,  el 14 de enero de 1923 llega a la gobernación. La fórmula Cantoni- Juan Estrella obtiene 12.042 votos contra 7.138 de los conservadores Duilio Graffigna - Alberto Vidart y 147 de los socialistas Gregorio Pinto - Ramiro Ramirez.

 

 

De la cárcel a la Casa de Gobierno

 

Nada era fácil en aquellos días. Desde la cárcel pasa directamente a la Casa de Gobierno. Pero debe asumir en Concepción, el 12 de mayo del 23 pues el gobierno se resistía a entregarle el mando hasta el 9 de julio.

Poco tiempo llega a gobernar. El 8 de agosto de 1925 asume el gobierno el general Eduardo Broquen, tras ser intervenida la provincia.

Vuelta al llano. En 1926 resulta electo senador por Desamparados y conduce la campaña política que lleva a la gobernación a la fórmula Aldo Cantoni -Sigfredo Bazán Smith. Obtienen 17.125 votos contra 7.138 de la Concentración Cívica.

Un año más tarde, en 1927 es electo constituyente y participa de la reforma constitucional que permitió que la mujer votara por primera vez en el país.

 

Por dos veces y tras enconados debates, el Senado de la Nación le rechaza su diploma de senador por San Juan. Inicia una feroz campaña contra el presidente Yrigoyen que lo hizo popular en todo el país. 

En 1931 se presenta por segunda vez como candidato a gobernador acompañado por Vicente Cattani, como vice, y en las elecciones del 9 de noviembre obtiene 21.130 votos. Asume el 12 de mayo del año siguiente pero el 21 de febrero de 1934 es derrocado por un movimiento revolucionario integrado mayoritariamente por dirigentes del conservadorismo.

 

 

Una tromba en el gobierno

 

Llegado al gobierno fue una tromba.

Gobernó San Juan en dos oportunidades: 1923/25 y 1932/34. Su hermano Aldo lo hizo en 1926/28.

Siempre llegó con el voto popular. Y siempre fue intervenido. Fue elegido dos veces senador nacional y no le reconocieron su título. Tampoco pudo asumir la diputación por Desamparados en 1934 pues se lo impidió el apasionamiento reinante.

 

Pero... ¿cómo era Cantoni en la intimidad del poder?

Nada, absolutamente nada de lo que ocurría en la provincia, le era ajeno.

A las 6 ya estaba en pie y a las 7 llegaba a su despacho donde permanecía hasta las 12. A las 15 volvía a la gobernación y a las 19,30 se iba a visitar enfermos. Por la noche hacía política.

Su primer equipo lo formó con gente muy joven   - el 50 % de los funcionarios tenía menos de 35 años y sin experiencia administrativa: sólo el 12 % de los funcionarios eran profesionales, incluyendo en esta categoría a escribanos o procuradores que no tenían estudios universitarios.

A los dirigentes bloquistas les exigía el mismo dinamismo que él demostraba. Para tenerlos a disposición pretendía que no se casaran. 

-No es buen negocio para una mujer casarse con nosotros porque poco es el tiempo que podemos dedicar al hogar-, decía.

Sus colaboradores le tenían una fidelidad absoluta, en la que se mezclaba el respeto, el temor y la admiración. Estaban prontos para satisfacer sus mínimos deseos y lo imitaban en los gestos y las palabras.

 

 

Las facetas de Federico

 

 Buen orador. Sus palabras las entendían todos.

Tenía una voz fuerte y grave. Adornaba sus discursos con dichos y frases, a veces muy vulgares. Era temible para sus adversarios. Pero nadie dejaba de escucharlo. A los radicales les encantaba cuando en sus discursos destrozaba a los conservadores. Y los conservadores gozaban oyéndolo atacar al presidente Yrigoyen –su gran enemigo político- y a los radicales.

 

Cuando le convenía se hacía el bruto pero tenía una buena formación cultural. Sabía interpretar el sentir del hombre común. En el campo se vestía como campesino con bombachas de gaucho, alpargatas y sombrero. Y se sentía un hombre de campo: como que su gran amor era la agricultura. Innovaba en especies, no dudaba en tomar la pala y el azadón para trabajar la tierra. Y como buen caudillo tenía sus propiedades. El Molino en Jáchal, Huañizuil, en Iglesia, donde llegó a criar zorros plateados.

Era desaliñado y muy desprolijo en el vestir. En eso se mimetizaba con los sectores que defendía.

 

 

 

Cantoni y los obreros

 

Como médico –siguió ejerciendo cuando era gobernador-, no les cobraba a los pobres y les regalaba remedios.. No le daba asco ni la pobreza ni la suciedad. “La roña del trabajo es una roña superior y tiene más mérito y más prestigio por su virtud que esta roña inteligente”, dijo una vez en el Senado de la Nación.

 

Cantoni defendía al obrero. “Si el obrero es bloquista y el patrón conservador, el obrero tiene razón; si el obrero es conservador y el patrón bloquista, el obrero tiene razón”, fue su máxima y una alpargata el símbolo de su partido.

Pero hacía una distinción. El consideraba trabajador tanto al obrero rural como al albañil, el pequeño industrial, el agricultor, el comerciante. Pero despreciaba al empleado público de escritorio.

Sus enemigos eran los grandes empresarios, los terratenientes. En especial, la familia Graffigna. Dicen que los enfrentamientos entre los Cantoni y los Graffigna venían de lejos. De la Alta Italia, de donde eran originarias las familias divididas por alguna antigua rencilla.

 

 

Desprecio a las minorías

 

Era tremendo con sus enemigos. Capaz de encarcelar por pequeñas cuestiones a los más encumbrados dirigentes de la oposición, a los que les hacía barrer y limpiar la cárcel. Tampoco a él le perdonaban.

Despreciaba a las minorías que, decía, no conducían a ningún fin práctico y sólo servían para debatir. Pensaba que las mayorías debían gobernar y que el poder debía estar concentrado en una sola cabeza: la de él, por supuesto.

Y esto es lo que le posibilitaba actuar con tanta eficiencia. Vigilaba personalmente todo. Dirigía cada obra, controlaba el hospital, conducía a los diputados, disponía las leyes y conducía el partido.

Parecía estar siempre apurado. En dos años terminó el Hospital Rawson. En once meses se hizo el camino a Calingasta. Hizo la bodega del Estado, construyó el Parque Rivadavia, en Zonda, el estadio del Parque de Mayo, el camino Jáchal Rodeo, creó la marmolería del Estado, propició la instalación de la Azucarera de Cuyo.

A estas obras hay que agregar la reforma de la Constitución Provincial, en 1927, que estableció la jornada laboral de ocho horas, posibilitó el voto femenino y produjo grandes avances en materia de seguridad social.

 

Para él, igual que para Sarmiento, las cosas había que hacerlas. Mal o bien, pero había que hacerlas.

Aunque para hacer las obras tuviera que aumentar drásticamente los impuestos, lo que le valió el odio eterno de los bodegueros.

Temperamental hasta ser brutal en sus métodos, pero con una clara concepción de su papel en la historia sanjuanina, Federico Cantoni imprimió su sello desde principios de los años 20 hasta mediados de los 30.

Luego del terremoto, las cosas habían cambiado. Un nuevo personaje dominaba la escena nacional: Juan Domingo Perón.

 

 

Sus últimos años

 

Cantoni disolvió su partido y fue designado embajador en la URSS.

Cuando se reintegró a la actividad política, todo era distinto.

Muchos de los avances sociales que llevó a la práctica Cantoni, eran ya patrimonio del peronismo.

Su figura seguía concentrando temor y respeto, odio y amor. Pero la sociedad, no quería ya más divisiones. Y el viejo caudillo ya no tenía las mismas fuerzas.

 

A partir de la revolución de 1934, muchas cosas cambiaron.

En la provincia se sucedieron los gobiernos conservadores y las intervenciones federales.

Ya nunca Cantoni volvería a ser gobierno.

Federico se dedicó con mucho empeño a las tareas agrícolas, aunque seguía actuando en política.

En 1944, cuando ya tenía 54 años, se casó con Graciela Cibeira, con quien tuvo dos hijas.

 

No obstante, nunca dejó la política.

Precisamente, durante un acto sufrió un ataque cerebral tras pronunciar un discurso.

Murió el 22 de julio de 1956. Y miles de personas en una concentración pocas veces vistas lo despidieron.

El huracán había pasado marcando dos décadas de la vida provinciana.

 

 

 

Una anécdota que pinta una época

 

 Una anécdota contada por el desaparecido dirigente mercantil Carlos Fernando Tossa, pinta la relación que Cantoni tenía con el pueblo.

El hecho ocurrió en los años 20.

El escenario fue una humilde casita de una finca sanjuanina, habitada por Zoilo, el encargado de la propiedad y su mujer.

Cuando ya Zoilo había salido para atender el riego, llegó un médico sanitarista.

La mujer lo atendió y el hombre le explicó cómo tenía que actuar para evitar enfermedades.

-Señora, es importante que hierva las verduras antes de comerlas, lo mismo que el agua que va a beber. Debe evitar que las moscas entren en su casa pues transmiten enfermedades. Para eso debe barrer todos los días y colocar una cortina en la puerta...

En fin, los consejos que da un sanitarista.

 

Se fue el hombre y como a la hora viene de visita Federico Cantoni.

-¿Cómo te va Pura? ¿Y el Zoilo pa ande anda?

-Anda para el surco, don Federico.

-¿Y esos huevos que tenís ahí?

-Los pensaba preparar para el almuerzo...

-¿Por qué no me hacés un par de huevos fritos? Tengo hambre.

La mujer, halagada, frió los huevos y se los acercó al caudillo, en un plato junto a un pedazo de pan casero.

 

Al mediodía volvió Zoilo y el comentario de la mujer fue este.

-Sabís que anduvo por acá un medico y cómo son de prepotentes estos doctores... Me dijo que no podía ser que hubiera tantas moscas, que no barriera o que tuviera todo sucio... En cambio después vino don Federico Cantoni y se comió dos huevos fritos en esta misma mesa. ¡Y con mucho gusto!

Cantoni conocía perfectamente a la gente de pueblo y sabía que valoraban más que les comiera parte del almuerzo a que les dieran consejos para cuidar la salud.

 

 

 

Las dudas sobre la relación de Cantoni con Leopoldo Bravo

 

 Hay un tema que por su trascendencia debe ser abordado en este espacio. Dos apellidos condujeron el Partido Bloquista con mano firme durante 70 años: Cantoni y Bravo.

Hay gente que sostiene que los hermanos Bravo eran hijos de Federico Cantoni y doña Enoe Bravo.

Doña Enoe Bravo que era hija de un agricultor de Santa Lucía, asumió por sí el mantenimiento de sus tres hijos, a los que hizo estudiar carreras universitarias. Nunca se le conoció otro hombre. Siendo ya grande —contó don Leopoldo a quien esto escribe en un programa de televisión— le preguntó una vez a doña Enoe quién era su padre. Y ella le respondió:

—Su madre y su padre, soy yo.

Cuando don Fico murió, el 22 de julio de 1956, doña Enoe no se presentó en el velorio.

Ivelise, la esposa de Leopoldo Bravo, contó que “al sepelio asistieron amigos y enemigos y políticos venidos desde diferentes puntos del país pero doña Enoe prefirió despedirlo sola, en su casa. Tenía una vieja foto en sepia del caudillo. La iluminó tenuemente con dos velitas y pasó la noche caminando por la casa o por el jardín, a pesar del frío, vestida de negro y rezando”.

 

Los hermanos de Leopoldo, Rosa y Federico, iniciaron un juicio de filiación tras la muerte de Cantoni, patrocinados por el doctor Alberto Lloveras. Leopoldo prefirió mantenerse al margen.

“Cantoni le quiso dar el apellido y los bienes en vida; lo quiso hacer cuando los hijos ya eran grandes pero Leopoldo no quiso. Es una larga historia, creo que fue porque no lo querían, eso lo digo yo, porque ellos no lo podían decir, políticamente. El único que lo quería a Don Fico era Federico, pero ni Rosa Elena ni Leopoldo lo querían, porque nunca le correspondió a la madre. Leopoldo quería a su madre sobre todas las cosas”, dijo en declaraciones periodísticas al semanario Tiempo  Juan Carlos Turcumán, esposo de Ana María, hija de Federico y camarista federal.

 

Quien esto escribe preguntó una vez a Bravo:

—¿Qué fue para usted don Federico? ¿Lo veía como a un padre?

—No, para mí era un jefe político.

 

No obstante, Federico lo llevó a Bravo a la embajada en Rusia.

Ursulina Cantoni, hija de Federico, relató en el libro que escribió sobre su padre:

“Aparecieron los Bravo.

Según algunos comentarios, éstos habrían pertenecido al círculo íntimo de Cantoni. Lo desmiento categóricamente: sé que integraron la comitiva de la Embajada: Leopoldo, como secretario del Partido, y Federico Saturnino, por invitación de la ingenua de mi madre (estaba de luna de miel, y se lo rogó).

De ‘Pico’ tengo recuerdos anteriores al fallecimiento de mi padre: era quien me ponía las inyecciones y vacunas, y atendía las necesidades médicas de nosotras, las hijas de Cantoni, cuando éste no estaba en su casa. Era solo un vecino médico... Recuerdo nítidamente las veces que se lo llamaba a casa por las atenciones mencionadas. Sé que nunca fue tratado con familiaridad por mi padre. Si su opaca personalidad lo hacía invisible a mi mente de niña, aún con más razón resultaría irrelevante para Cantoni.

Hasta el momento del velatorio, yo no tenía ningún recuerdo de Leopoldo Bravo. Es que al dejar Cantoni su cargo en Rusia, él permaneció en la Embajada junto con una parte de la comitiva. Dice Zelmar Barbosa, que en una entrevista mantenida con Leopoldo Bravo, éste le confió: ‘Para el Dr. Cantoni, yo no significaba nada más que un simple correligionario... yo no tenía ninguna trascendencia en San Juan’ .

Inteligentemente decidió quedarse y ocupar el sitial vacío, logrando con su presencia, su pasividad al régimen ruso, el estudio fluido del idioma y su habilidad manipuladora, trascender del anonimato.

Esto le valió la permanencia de 8 años en Europa Oriental. Recién en 1955, al entender el seguro derrocamiento de Perón, presentó su dimisión a la Embajada, regresó a la Argentina y se instaló en Buenos Aires. Siempre en el momento y el lugar adecuado”.

 

Y sigue diciendo Ursulina:

“Obviamente, (Leopoldo Bravo) se apresuró en viajar ante la muerte de mi padre, como tantos bloquistas, desde tantos lugares del país!!! Ese día, en el velatorio, entre el maremagnum de gente que se acercaba a sus restos para despedirlo, supe de él. Y lo supe por su propia actitud, ante una decisión mía.
Antes de cerrar el cajón, corrí a mi dormitorio a traer una de mis pertenencias más apreciadas. Presurosa, y ante el asombro de mi propia madre, coloqué sobre su cuerpo la magnífica mantilla traída de España que me regalara el Dr. Alejandro Orfila para que luciera en mi boda. No sé por qué lo hice, tal vez quería que una parte de mí estuviera con él. Y en ese momento, en que se me acababa la vida, sentí un pedido: ‘No se la pongas, podés necesitarla vos’.
Rápida de reflejos, contestataria y con mucha sangre italiana en mis venas, pregunté: ‘¿Quién sos para opinar?’. Cumplí mi cometido, y deposité mi precioso objeto para que lo acompañara en su viaje sin retorno. No tardé en preguntar quién era ese desconocido... ahí supe de la existencia de Leopoldo Bravo.

 

 

En otra parte de su libro, Ursulina afirma:

“Dispuesta a exorcizar lo doloroso, hablaré pues sobre los Bravo.
Los rumores sobre la filiación de los Bravo, los supe después de la muerte de mi padre. En casa, jamás se tocó el tema, menos aún en vida de papá. Pero él seguramente los conocía, y quiso resguardarnos de ellos.
Tengo en mi poder testamentos que explicitan claramente que tiene sólo dos hijas: MARÍA EVA URSULINA Y AIDA GRACIELA CANTONI. Pretendimos revalidarlos ante la Justicia, pero Bravo tenía el poder, y el poder manda.
Papá conocía muy bien el tema de que en sus 54 años de soltería y fogosidad, se le endilgaban amoríos y descendientes. No le daba importancia. Pero había una razón por la que dejó por escrito la verdad: un hombre mayor, saludable pero no inmortal, y conocedor de la hipocresía humana, quiso preservarnos hasta cuando él no estuviera con nosotras. Por eso los testamentos. La sociedad sanjuanina, conservadora y pacata —como todo pueblo chico—, hacía de la paternidad de los hijos “naturales”, un tema escabroso. Tanto, que nunca se involucraba a una sola persona. Más en aquellas épocas, con más tiempo para rumores y escándalos. Pero eso no nos concierne...
Sin lugar a dudas, los rumores sobre la paternidad de Federico Cantoni, para los Bravo, eran muy convenientes. Primero que nada, porque Cantoni ya no estaba. Los herederos legítimos eran sencillos de sortear: una viuda y dos hijas menores. La herencia más importante, el Partido Bloquista, podía cosecharse casi sin esfuerzo.

 

 

Es fácil advertir en su libro que Ursulina guarda una gran dosis de rencor con los Bravo.

“Todavía recuerdo aquella tarde, la sorpresa de mi madre — quiso el destino que estuviera junto a ella— cuando le avisaron que la buscaba el ilustre ciudadano Dr. Horacio Videla, prestigioso historiador sanjuanino. Muy contenta salió a recibirlo. ¡Era un honor! Nada menos que este conspicuo vecino nos visitara, más aún habiendo sido opositor de Cantoni.
Venía a prevenirla. Los hermanos F. Saturnino y Rosa Elena Bravo le habían solicitado se ocupara de llevar el juicio de filiación. Lo rechazó categóricamente, e inmediatamente se dispuso a prevenirla, pues no faltaría quien lo hiciera. Efectivamente, apareció el Dr. Alberto Lloveras, quien — haciendo gala de su “mote decidor” (que anuncia las malas noticias)— llevó adelante nomás, el juicio.
Porque sí hubo juicio de filiación. Y puedo testimoniarlo con una copia certificada que, al terminarse el caso, nos obsequió mi suegro, nuestro brillante defensor: el Doctor Carlos Basañes Zavalla, anticipándonos que, seguramente, el original se perdería. Tengo la copia guardada en la bóveda de un banco, fuera de San Juan. ¿Por qué? Ya nos “compraron” papeles importantes a quien fuera el escribano bloquista de mi madre, ya fallecido... que descanse en paz. Y también rompieron muebles de mi casa, y se sustrajeron documentos para sustentar el juicio. Todo envuelto en la mentira de un atraco simulado. Porque también se llevaron joyas, y por supuesto, la policía jamás encontró nada...”

 

 

Y agrega:“Es decir, que atropellaron con todo, y no los frenó nada. Nos embargaron, obligando a mi madre a volver a trabajar de maestra, y a retirar a Gracielita de un colegio especializado, en el que estaba internada en Buenos Aires. ¡¡¡Siendo que mi hermanita y yo éramos herederas indiscutibles!!! Hasta la misma señora Enoé Bravo, fue presentada por sus hijos para declarar en Tribunales, ya en las postrimerías de su vida... ¡¡¡Sin duda esto los pinta de cuerpo entero!!! Fue y declaró: “que sus hijos nunca tuvieron padre, y que tampoco lo iban a tener en ese momento...”
En fin... fue hace cincuenta años, forzado y doloroso...
De Leopoldo Bravo puedo decir que, astutamente, sin duda por el lugar político que ocupaba y por el futuro que éste le aseguraba, no acompaño a sus hermanos en el Juicio... oficialmente. Pero era él el que tenía el poder... era el respaldo. Le convenía mantenerse al margen.
Nunca escuchó Bravo de su madre reproche alguno contra nadie, y siempre la recuerda alegre, y responsabilizándose plenamente de sus actos. Nunca en su casa el tema de filiación fue motivo de preocupación. Nunca recibió Bravo de Cantoni manifestación alguna que revelase su paternidad, ni tampoco un trato diferente del que en el Partido, se prodigaba a cualquier joven.

También traigo a colación otro registro de Bravo: en el suplemento “Enfoques” de El Nuevo Diario del 11 de agosto de 2006, Juan Carlos Bataller testimoniaba haberle preguntado a Bravo qué era para él Federico Cantoni, si lo veía como padre, y que él le respondiera: “No. Era un Jefe político”.

 
Publicado en La Pericana edición 4 del 24 de marzo de 2016. Integra la edición 1713 de El Nuevo Diario

GALERIA MULTIMEDIA
El ingeniero Angel Cantoni, en una foto tomada durante la época que estudiaba ingeniería de Minas en la Academia de Freyberg, Sajania
1925 - Doña Ursulina Aimó Both de Cantoni, acompañada por sus hijos: Aldo Cantoni, Federico José María, y Elio Cantoni. Los tres eran médicos. (Foto proporcionada por la familia del doctor Leopoldo Bravo y publicada en el libro El San Juan que Ud no conoció de Juan Carlos Bataller).
La fórmula Cantoni - Juan Estrella
La fórmula Federico Cantoni - Juan Estrella
Federico Cantoni y su anécdota cuando le pidió a Pura que le hiciera unos huevos fritos.
1948 - Cantoni y Bravo en Rusia / El doctor Federico Cantoni en una reunión con diplomáticos de la Unión Soviética en Moscú, cuando era embajador argentino. El segundo de la izquierda es el doctor Leopoldo Bravo. (Foto proporcionada por la familia del doctor Leopoldo Bravo).
Federico Bravo y Leopoldo Bravo.
La familia de Federico Cantoni: Graciela, Gracielita y Ursulina
Federico Cantoni