Morales. La familia granadina que sigue cautivando con su música

 Tomás Morales, nacido en Granada, tenía gran talento para el canto y la guitarra y en su casa recibió a reconocidos artistas. Sus hijos José Antonio y María heredaron ese talento, también sus nietos, Marisa y Juan Manuel Gil y Alejandro Morales, que continuaron con la actividad y formaron el grupo Aire Flamenco con otros músicos sanjuaninos.

La música y la Alhambra, el paisaje de cada día
Los Morales son pura música y canto y son reconocidos en San Juan por su talento. Ellos son oriundos de Granada, del pueblo Deifontes, que quiere decir fuentes de Dios. Allí, a principios del siglo XX, vivían Nicolás Morales y Leonor Montané, que tenían a la imponente Alhambra como parte del paisaje cotidiano. Ellos fueron padres siendo muy jóvenes. Nicolás tenía apenas quince años cuando nació su hijo mayor, Francisco Morales. Después de él vinieron cinco hijos más y tres Franciscos, por eso al más grande lo apodaron Tomás desde chico.

Nicolás y, sobre todo Leonor, amaban cantar, ella tocaba la guitarra, él el laúd y la bandurria, entre otros instrumentos, y ambos compartían ese talento con sus hijos. Lamentablemente, la mujer murió siendo joven. Estaba tocando la guitarra con Tomás, que entonces tenía apenas catorce años. Ella se fue dejando hijos muy pequeños, pero como la familia tenía un buen pasar económico, estos no tuvieron que trabajar hasta ser mayores. Además, Nicolás volvió a casarse y tuvo seis hijas.

Tomás, que tenía como fiel compañera a su laúd, se enamoró de una joven del pueblo, Serafina Martín. Ella era hija de José Martin y Encarnación Iglesias. No tenía hermanos porque su madre quedó viuda siendo muy joven. Tomás y Serafina se casaron en 1938, en plena guerra civil española. A pesar de que eran tiempos difíciles para los españoles, no dejaban de mirar para adelante, y la música les daba parte de la fortaleza necesaria para pasar esos tiempos de adversidad.

Un año después del enlace, cuando terminó el conflicto, nació la primera hija de los Morales Martin, Encarnación. En 1943 nació la segunda, María, a quien desde pequeña apodaron como “Maruja”. Cuando ella tenía tres años, mientras en la planta baja de la casa sonaban las bandurrias en las manos de Tomás y un amigo, en el primer piso nació José Antonio, guitarrista nato, uno de los más destacados que años más tarde tendría San Juan y Cuyo. La menor de los cuatro hermanos llegó poco después y le pusieron Carmen.

El reto de buscar un mejor porvenir
La guerra civil comprometió el futuro del pueblo, que tenía como su actividad principal la agricultura. Después las tierras quedaron minadas, así que durante un tiempo las mujeres del lugar viajaban a Francia para trabajar en la vendimia. Dejaban a sus hijos con sus abuelas, al menos durante un mes, subían cargadas de valijas en las que, más que ropa, llevaban comida para ahorrar la mayor cantidad de dinero posible y subían a un tren sin asientos, escuchando el llanto de los niños que se quedaban en Granada.
Tomás no tenía mayores problemas económicos. Era jefe de una fábrica de electricidad, tenía un buen pasar, pero veía que en Deifontes no había mucho más para sus hijos. Al igual que lo hicieron otras familias del pueblo, decidió irse a San Juan, Argentina, donde ya tenían algunos parientes. Vendió todas sus propiedades y su casa con todos los muebles. Se embarcaron él, su mujer, los cuatro chicos y con ellos trajeron a la madre de Serafina, Encarnación. Ella se resistía a viajar, no quería dejar su tierra, pero al irse su hija y nietos nada más le quedaba en Granada. Partieron del puerto de Cadiz, pararon en Brasil y finalmente, después de desembarcar en Buenos Aires, llegaron a San Juan el 15 de mayo de 1950.

Aunque Encarnación Iglesias lloró durante gran parte del largo viaje, apenas llegaron a San Juan les dijo a sus nietos “niños amad mucho a esta tierra, las tierras buenas se notan en el cielo. Este es el cielo más azul del mundo”. Desde la Estación San Martin vieron como la ciudad comenzaba a levantarse después del terrible terremoto de 1944. Se dirigieron a la esquina de Mitre y General Acha, al bar La Unión, el negocio era de un primo de la familia y allí los estaban esperando.

Entre el reparto de pan y las guitarras
Empezar de nuevo no fue fácil. En el local trabajó toda la familia, cumpliendo con diversas tareas. Un día, uno de los clientes, Francisco Guerrero, le ofreció a Tomás un trabajo y un nuevo lugar para la familia, sobre calle Pedro Echagüe, entre Aberastain y Caseros. Como tenía una panadería, le propuso al español prestarle una carretela con caballo y que él hiciera reparto de pan. Así fue. Tomás partía a las 6 de la mañana, llevaba también roscos y mantecados, hechos por Serafina y Encarnación, y regresaba cuando se le terminaba la mercadería para buscar más. De a poco fueron repuntando y lograron comprar una movilidad para seguir haciendo los repartos y compraron una casita en calle Aberastain.

En el fondo de esa vivienda, sobre la tierra barrida y mojada, se armaban rondallas de hasta diez músicos. A la guitarra de Tomás, la de su hijo José Antonio, las voces de Maruja y Encarnación Iglesias, se acoplaban reconocidos artistas sanjuaninos que llegaban hasta el lugar, como Pepita de Triana, Máximo Oviedo, Manuel Sanz, Martínez, que afinaba el órgano del Auditorio Juan Victoria y Manolo Peláez, entre otros.

Aunque seguían cantando la música española, los Morales amaron la tierra sanjuanina. Cuando Tomás escribía a su familia en España, les contaba que sus hijos acá tenían educación gratuita. Encarnación y Maruja egresaron como maestras de la Escuela Normal Superior General San Martin. A la más grande, que se recibió con un promedio de diez, el gobernador Américo García, que le compraba el pan a Tomás, la ubicó en la Escuela Antonio Torres. Maruja terminó y no quería trabajar dando clases pero, como en su casa necesitaban la ayuda económica, buscó un trabajo en Univentas.

Cuando las dos hijas más grandes estaban casadas, la familia sufrió una gran pérdida. Serafina sufrió un ACV y falleció repentinamente. A pesar de eso, las guitarras no dejaron de sonar en la casa de los Morales. Unos años después, luego de que José y Carmelita se casaran, Tomás les pidió un permiso especial a sus hijos. Estos habían ido al cine Libertad en Concepción, y al regresar vieron al hombre acostado sobre el volante de su Citroën, con el que seguía haciendo el reparto de pan. Era la una de la mañana y se sorprendieron al verlo ahí. Él los estaba esperando para contarles que había conocido a una mujer y preguntarles si le permitían volver a casarse. El hombre tenía poco más de cincuenta años y los hijos celebraron junto a él esa unión con Marina Galllegos.

Tiempo después, cuando Tomás cumplió los sesenta años, pudo regresar a su pueblo en Granada. Era todo un acontecimiento para Deifontes, que en esa época tenía alrededor de tres mil habitantes. Muchos vecinos salieron de sus casas para ver con emoción como el joven que había partido hacía tres décadas, regresaba siendo mayor para volver a ver a su padre. Nicolás no se veía mucho más grande que él, tenía apenas quince años más y llegó a tener un siglo de vida.

Encarnación se casó con Miguel Pérez y tuvieron tres hijos, Myriam, Lucía y Miguel.
Maruja se casó con Miguel Gil y tuvo tres hijos: Miguel Ángel, que quedó a cargo de la carpintería y mueblería de su padre, Juan Manuel “Manolo”, comerciante y Marisa, periodista y cantante.
José Antonio se dedicó con gran talento a la música, una virtud que heredaron sus dos hijos. Se casó con Adriana Cargas y tuvo dos hijos: José Antonio “Toñi”, trabaja en una fábrica y se dedica al folclore y Alejandro Morales, músico percusionista y profesor de danza.
Carmelita se casó con Salvador Sanmartino y son padres de: Eduardo y Alfredo, trabajan en fábrica Made Metal, Nancy y Mariela.

Los Gil Morales
Otra parte importante de la historia se construyó con esta rama de la familia, formada por Maruja Morales y Miguel Gil. Se conocieron de vista en las reuniones de la casa de los Morales, porque Miguel era aprendiz de un reconocido guitarrista, Pepe Monreal. Se pusieron de novios y al poco tiempo se casaron.

Miguel Gil era hijo de María Diaz Gil y Miguel Gil Sánchez, ambos oriundos del pueblo Algarrobo, ubicado en Málaga, España. Miguel hijo comenzó a trabajar a los doce años en la carpintería Bedini. Después generó su emprendimiento y trabajó con la empresa constructora Tomba y Belelli, con la que hizo la carpintería de la iglesia de San Francisco, la Casa de Betania y el ex Banco Alianza, entre otras obras.

Miguel y Maruja fueron quienes trajeron a San Juan la advocación a la Virgen del Rocío. En uno de los más de diez viajes que hicieron a España fueron a Huelva. Estando allí se les hizo la noche, no tenían donde comprar comida ni pasar la noche y estaba todo escuro.

Andando, llegaron hasta un pueblo más iluminado, donde encontraron un hotel de cinco estrellas que, por una promoción especial, estaba a muy bajo costo. Se quedaron allí y al otro día decidieron ir a la iglesia del lugar para agradecer, era la ermita de El Rocío. Hicieron construir la primera imagen de la advocación en San Juan y realizaron las misas rocieras el día de Pentecostés. Maruja formó el Coro de la Virgen del Rocío y lo dirigió durante veintinueve años. Además, ella y su esposo organizaron un viaje económico para que más de cien sanjuaninos pudieran visitar El Rocío.

La nueva generación musical
Los primos Morales Martin crecieron viendo a su abuelo, padres y tíos cantar, vivieron rodeados de rumbas, flamenco y sevillanas. Así que desde jóvenes Marisa Gil, Juan Manuel Gil, Alejandro Morales y José Antonio Morales se repartieron entre el canto y los instrumentos.

Ellos viajaban junto a José Antonio Morales padre, cuando este tenía actuaciones en Mendoza; fue en los escenarios de la provincia vecina donde hicieron sus primeras incursiones. En el año 2000 formaron el grupo Aire Flamenco, reconocido dentro y fuera de la provincia, que quedó integrado por Marisa, su hermano Manolo, su primo Alejandro, junto a los músicos Ricardo Sánchez y Javier Gómez.

Fuente: "La Pericana" que acompaña la edición 1745 de "El Nuevo Diario"

        

GALERIA MULTIMEDIA
Los hermanos Morales Martin, Encarnación, Maruja, José Antonio y Carmelita junto a su padre, Francisco “Tomás” Morales.
Una pasión compartida. Marisa Gil junto a Gonzalo Martínez, cantando y bailando acompañados por la guitarra en manos de Juan Manuel “Manolo” Gil.
Aire Flamenco, el grupo integrado por Marisa Gil Morales, su hermano Manolo Gil, su primo Alejandro Morales, Ricardo Sánchez y Javier Gómez.
Aire Flamenco, el grupo integrado por Marisa Gil Morales, su hermano Manolo Gil, su primo Alejandro Morales, Ricardo Sánchez y Javier Gómez.
Alejandro Morales, músico y profesor de danza, hijo del reconocido guitarrista José Antonio Morales.
Los Gil. Miguel Gil junto a su padre, Miguel Gil, y sus hermanos: Alfredo, Ricardo, Isabel, José y Humberto.
En Granada, Nicolás Morales junto a su esposa y su nieta, Maruja Morales, hija de Tomás Morales.
Tres generaciones unidas por la música. Marisa Gil Morales cantando junto a su abuelo Tomás Morales y su bisabuelo Nicolás Morales en Granda, España.
Marisa Gil junto a su bisabuelo Nicolás Morales, padre de su abuelo Tomás Morales. La foto fue tomada en España.
Una vista del pueblo de Deifontes, de donde vino la familia Morales.
Maruja Morales, Nicolás Morales, Marisa Gil Morales y Miguel Gil en Deifontes, Granada.
Miguel Gil junto a su esposa, Maruja Morales.
Los cuatro hermanos Morales Martin: Carmelita, Encarnación, José Antonio y Maruja.
En pleno canto, Miguel Gil, Marisa Gil Morales y Maruja Morales.
Francisco “Tomás” Morales junto a su esposa, Serafina Martin.