Gabriela Simón, primera doctora en Semiótica de la Argentina: “¿Quién dijo que hay un lenguaje correcto y uno incorrecto?”

Para la especialista, la lengua es un ser vivo en continuo cambio. Sostiene que sólo perduran las palabras que son funcionales a la comunicación.

Se puede decir que la semiótica es “la ciencia que trata de los sistemas de comunicación dentro de las sociedades humanas”. Para la profesora sanjuanina Gabriela Simón, primera doctora en Semiótica en la Argentina, es  la posibilidad para pensar que lo que se tiene por lo verdadero, lo natural, lo que no está en discusión dentro de los discursos sociales, es en realidad cambiante, contingente y que el ser humano siempre puede atreverse a pensar de otra manera. Si esto se aplica al lenguaje, a las nuevas formas de comunicación, Gabriela sostiene que “esta cuestión que algunos dicen que antes se escribía bien y se hablaba bien, considero que no es así. Estos son todos imaginarios que creían que hay una forma de hablar que está escrita en algún libro y que está bien y lo otro son desvíos, degeneraciones”.

—¿Las palabras se resignifican con el tiempo? Por ejemplo: “Decir amigo” hoy a través de Facebook no es lo mismo que el “Decir amigo” de Serrat
—La lengua es un ser vivo en permanente cambio. Nunca dice lo mismo porque depende de grupos sociales y cómo la construyen subgrupos o diferentes sectores dentro de esos grupos. Hablando de las nuevas tendencias: No es lo mismo escuchar la canción de Serrat “Decir amigo” que el amigo del Facebook al que le mandamos un mensaje automático, porque aquí la palabra tiene otra connotación que a la vez es entendida de otra manera y de la misma manera por el que escucha a Serrat. Esa es la maravilla de la lengua.

—Mientras los padres se preocupan por entender este nuevo lenguaje de sus hijos, los políticos lo capitalizaron y ahora están como amigos de los jóvenes en el Facebook, en Twitter o en el Messenger.
—Hay muchas respuestas sobre esta situación. Una tiene que ver con un lenguaje de mercado que ha marcado la tendencia de la comunicación. La pregunta sería ¿Cómo se comunica con la lógica del mercado? Entonces, los políticos o la publicidad han logrado captar rápidamente estas formas, que no vienen del mercado en el sentido estricto sino de las nuevas tecnologías y la han resignificado para presentar imágenes de productos o de políticos aggiornados. Pero también, desde otra arista, el fenómeno tiene que ver con la economía que proponen los mensajes de texto (SMS), rápidos, donde se pierde la escritura, son formas que están más relacionadas con la oralidad. Pero es un error creer que esto es masivo.

—Hay que tener en cuenta la cantidad de gente que no puede acceder a estas nuevas tecnologías.
—Claro. Por lo menos en Argentina y en San Juan, el uso de las nuevas tecnologías, Internet, banda ancha, pertenecen a grupos reducidos. Sin embargo, ese grupo y aquel que no tiene contacto con las nuevas tecnologías, comparten como telón de fondo la pobreza, que no es material sino simbólica y estructural y es allí donde tenemos que pensar las fracturas que ha sufrido el discurso.

—¿Dónde se nota esa pobreza?
—Hay un empobrecimiento cultural simbólico que se traduce en las estadísticas, cuando por ejemplo dicen que un grupo de alumnos no pasó el examen de ingreso a la universidad o que en las escuelas existe lo que se llama analfabetismo funcional, eso nos habla de una pobreza social, cultura y simbólica.

—¿Hay un quiebre marcado o el empobrecimiento fue paulatino?
—Como la lengua es un bien social, se producen zonas de quiebre y empobrecimiento, pero también zonas de mucha productividad, de enriquecimiento. Pensemos que los medios de comunicación no son un demonio; al contrario, los medios han venido a democratizar el lenguaje, a instalar temas de los que cualquiera y todos pueden hablar; han venido a hacernos incorporar nuevo vocabulario.

—Cuando Gabriel García Márquez lanzó su “defunción de la ortografía”, que armó gran revuelo entre los puristas, ¿hablaba de este empobrecimiento?
—Hay que sacarse de la cabeza que hay un lenguaje correcto y uno incorrecto. Esta cuestión que algunos dicen que antes se escribía bien y se hablaba bien, y que ahora vivimos en retroceso, considero que no es así. Estos son todos imaginarios que creían que hay una forma de hablar que está escrita en algún libro y que marca lo que está bien y lo otro son desvíos, degeneraciones.

—¿Qué es lo que hay?
—Lo que hay es un perpetuo cambio de un ser vivo que se llama lenguaje. Si uno lo ve así, entiende que maravillosamente la lengua hace sobrevivir a aquello que debe permanecer y hace que se pierda aquello que ya no es funcional en la comunicación, que no funciona socialmente.

—Cuando comenzó a aplicarse la Psicogénesis y el Constructivismo en la educación,  muchos pusieron el grito en el cielo: “¡Cómo se les va a permitir a los chicos escribir como se le dé la gana!”. Sin embargo así, la escritura es vista como parte de una evolución.
—Exacto. Digamos que toda práctica educativa, pedagógica o de política cultural nueva produce una gran resistencia. Un semiólogo francés, Roland Barthes, planteaba la necesidad cívica de enseñar los matices. Es decir por qué, más allá de cuál sea el  método,  no se puede pensar la lengua como un lugar en donde reside el bien o el mal, lo correcto o lo incorrecto. En los matices está la riqueza de la lengua.

—¿En estos matices residen, por ejemplo, los regionalismos, palabras que identifican y que se van borrando?
—Hay un registro sobre cómo se construye desde los medios, sobre todo. Se imita, por ejemplo,  aquello tal como se dice desde un programa de Buenos Aires, tratando de borrar la diferencia, que es identitaria , que es un matiz y que tiene que ver con una genealogía de los inmigrantes que llegaron a San Juan y no a Buenos Aires. En los jóvenes hay un tema muy interesante para estudiar el lenguaje…

—¿Cuál es?
—Es la música que escuchan. Por ejemplo los grupos de rock sanjuaninos, como Mamá Perfecta; o artistas como Daniel Giovenco o Susana Castro, son muy seguidos por los jóvenes, porque hay en esa preferencia estética también una captación y una valoración de lo que te hace único y diferente en tu identidad. El lenguaje siempre se mueve en las paradojas, por lo que también está el intento de borrar, sobre todo de las clases medias y altas, el dato del regionalismo.

—¿Los sanjuaninos siguen escribiendo cartas?
—Es maravillosa la gran diferencia que hay entre la epístola —que está escrita con la mano, con el cuerpo, con el olor de la lapicera, que siempre tiene un destinatario con un rostro, un nombre o una familia, mi tía—, al mail que o se dirige masivamente o uno queda expuesto a que circule masivamente al infinito. En los mails hay una economía del lenguaje, un borramiento en la sutileza de los afectos, en la palabra. No han desaparecido, pero conviven de una manera que no tiene visibilidad social. Hay grupos etarios que eligen o pueden elegir cualquiera de las dos formas de comunicación.

—¿La masividad lleva a una forma de lenguaje más llana, sin metáforas, por ejemplo?
—Es interesante ese planteo. En muchos casos, el mail o los mensajes de texto, conllevan un cuidado especial en la claridad, entonces evita las metáforas, los circunloquios, debe ser más directo, más preciso, si no produce malos entendidos. Como en el chat, cuando uno lleva muchas horas chateando con una persona, inevitablemente se produce el equívoco, porque no está el cuerpo, la cara, el orden del contacto.

—Los sanjuaninos hablan enfáticamente. Por ejemplo, dicen es “azul azul”, no es azul profundo u oscuro; ese énfasis no se puede expresar en el lenguaje escrito.
—Por eso es tan gracioso cuando uno recibe un mail de una persona que conoce mucho, porque cuando escribe “azul azul” le está viendo hasta la cara, la escucha; en cambio cuando lo recibe de alguien que no conoce piensa: ¿Qué me quiso decir?, porque lo que falta es el cuerpo del otro.

—La Real Academia cada vez tarda menos tiempo en aceptar neologismos ¿se va hacia un cambio total del lenguaje?
— Esto se produce de manera más rápida porque hay medios masivos que los transparentan, que antes no existían. Por eso se ve un aceleramiento en los procesos  de definición de neologismos en la Real Academia, pero es una forma viva en que el lenguaje siempre funcionó: en la escuela, en el mercado, en la facultad, en la comunicación cotidiana; es allí donde el lenguaje vivo, toma y crea, se impone, se usa y se entiende. Cuando una institución lo incorpora, lo acredita, lo hace visible, es porque funciona.

—La escuela,  la educación, también lo incorpora después. ¿Los docentes necesitan estar más actualizados?
—A ver, no podemos pensar en que no existiera la palabra chatear si no está registrada en la Real Academia; ahora, entiendo que si un chico escribe cielo con s y no con c, el maestro debe corregirlo porque si no estaríamos hasta aislándolo.

—Parece ser que para algunos, lo moderno es escribir con errores…
—Esta corrección, esta práctica del maestro, esta enseñanza, no tiene nada que ver con los cambios que sufre la lengua, que son inevitables y que nadie puede detener. Son dos planos distintos y no hay que confundirlos. Las palabras tienen un nuevo uso o surgen nuevas palabras porque en un grupo social son funcionales, no porque un individuo decide escribir una palabra con s o con c.

—¿Es importante la lectura para escribir bien?
—Sabe escribir quien sabe leer. Esto es lo que hay que enseñarle a un niño: la lectura; que se conecte gozosamente con la lectura, con la música, con el cine. Internet no es ni bueno ni malo. Puedo leer El Quijote por Internet o entrar en una página pornográfica, la diferencia está en la mano que guía. El libro papel es un objeto que coexiste con el libro en Internet, pero al chico le tenemos que invitar a leer, a ver los matices, porque si no las instituciones educativas nos reconvertimos en trasmitir lo políticamente correcto. Y justamente lo políticamente correcto es aquello que nunca puede pensar el cambio.

—¿El desafío, entonces, es para los docentes?
—Tengo una experiencia maravillosa. En la carrera de Filosofía doy Literatura Griega y para enseñar la tragedia, comencé a leer en voz alta. Es increíble: tardé en entender que las traducciones de la Ilíada y la Odisea, tienen en el mejor de los casos 40 años y contienen arcaísmos que los chicos no entendían y menos en lectura silenciosa. El compartir el rito de la lectura es maravilloso. Donde haya un libro, una lectura, una voz, un grupo que pueda leer y luego debatir y preguntar, hay una posibilidad profunda de aprendizaje.


PERFIL
Nombre: Gabriela Simón
Estado civil: En pareja desde hace 6 años
Profesión: Profesora Titular de Semiótica de la Licenciatura en Letras y de Literatura Griega de la Licenciatura en Filosofía de la FFHA de la UNSJ e investigadora. Ha publicado: “Hacer(se) un cuerpo”. Una aproximación semiótica a narrativas del cuerpo en semanarios de la Argentina de los ‘90. (2005), “Crónicas Argentinas. La década del 90: literatura y medios” (2007) y “El espacio textual. Entre literatura, psicoanálisis y filosofía” (2008)
¿Qué leés?: “Mucho. Es muy difícil decir qué me gusta. Hace muchos años que me acompañan los griegos, Fernando Pessoa, Barthes; y últimamente me parece un gran escritor Alan Pauls”.
¿Qué ves?: “Me gusta el cine. Me gustan Almodóvar, Woody Allen, Kim Ki-duk El tiempo de Duk, me pareció fabulosa”*
¿Qué escuchás?: “Música todo el día. Tengo distintos recorridos: me gusta el tango, Piazzolla, Goyeneche; bossa nova, Chico Buarque, Caetano Veloso; Silvio Rodríguez, Serrat. Admiradora de Luca Prodan, Charly García y Pappo”.
¿Cocinás?: “Sí, me gusta cocinar y me gusta comer (risas). Cocino todo salado, no sé hacer nada dulce. Hacer de comer es una cosa que me encanta”.
¿Cómo te gustaría que te recuerden?: “No sé cómo me gustaría que me recuerden, pero sí sé quienes me gustaría que me recuerden: aquellos a los que amo y siempre con una sonrisa, con una risa,  con mucha felicidad”.


NOTA PUBLICADA EN EL NUEVO DIARIO EL 15 DE MAYO DE 2009

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Gabriela Simón
Gabriela Simón: "Internet no es ni bueno ni malo. Puedo leer El Quijote por Internet o entrar en una página pornográfica, la diferencia está en la mano que guía."
Gabriela Simón, primera doctora en Semiótica de la Argentina