La visita de Mitre a San Juan

Mitre llegó a San Juan el 19 de marzo de 1883, acompañado de su hijo Bartolito y su secretario César González, cuando Gil gobernaba en la provincia.

Había recibido innumerables telegramas invitándole, y haciéndole presente que un pueblo sin distinción de parcialidades se preparaba a recibirlo. Se mantenía vivo el sentimiento de gratitud por Aberastain sacrificado en la Rinconada, nacido por la defensa de la autonomía de la provincia en 1861, con un alegato histórico contra su avasallamiento por el presidente Derqui, en términos que hicieron vibrar al país.

La posta partió de su escala en Mendoza a las nueve de la mañana; a las cuatro de la tarde arribaba a Rambión, primer puesto en el suelo sanjuanino, descansando para proseguir a las nueve de la noche.

Al día siguiente, desde Pocito hasta la ciudad de San Juan, refiere Bartolito que en su trayecto de cuatro leguas “no había puerta de calle que no estuviese ocupada por los habitantes de las casas jóvenes y viejos, grandes y chicos”, para rendir respetuoso homenaje al viajero. Pasó frente a los álamos de Barboza, lugar señalado con una cruz de madera pintada de negro, donde fuera fusilado Aberastain un cuarto de siglo antes.

Habiendo el visitante adelantado su arribo, la comisión oficial de recepción no se encontraba en el lugar y el doctor Ángel D. Rojas no pronunció el discurso de bienvenida de circunstancias, que los diarios publicaron el día siguiente a toda plana. En la casa de un distinguido vecino pocitano, don Lorenzo Jofré, Miitre se sacudió el polvo de las travesías de Jocolí y Ramblón, ocupó un carruaje descubierto junto con el gobernador Gil y el presidente de la comisión de recepción, don Domingo Morón, jefe de la etapa final del viaje que contó con sesenta carruajes de toda edad y condición.

“San Juan había echado a rodar  -prosigue el informante, su hijo Bartolito-, cuanto vehículo bueno o presentable tenía en disponibilidad”.

El recorrido a través de Pocito y el suburbio de Trinidad, entonces departamento de la provincia, hasta la calle ancha del Sur que delimitaba el éjido de la ciudad, fue apoteósico.

Ejecutaba la banda de música, las estrechas calles de la ciudad de fisonomía colonial profusamente embanderadas, lucían arcos de triunfo y escudos, las damas arrojaban flores a su paso y los hombres se descubrían, Al llegar a la plaza Mayor –actual 25 de Mayo- esperaban representaciones del Centro Industrial, de la Sociedad Musical y de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, y el doctor Segundino J. Navarro pronunció el discurso de salutación. “Llegáis simple ciudadano –expresó Navarro, miembro conspícuo de un oficialismo que no negaba su lugar a una oposición representada por Morón, sentado junto al gobernador- sin un ejército que os aclame triunfador, destituido de los prestigios del mando político, sin que ni siquiera próximos comisios pudieran designaros jefe de un partido.  Sin embargo, el pueblo se apresura a marchar a vuestro encuentro, y a recibiros en sus brazos con amor y respeto”.

Mitre se alojó en la casa de Morón, su íntimo amigo en San Juan, y en el almuerzo servido al medio día, fraternizaron el ilustre huésped con cualquier hombre de alguna representatividad.

El señor Rafael S. Igarzábal, roquista opositor a la política del gobernador Gil pronunció un discurso no menos elocuente que Navarro “reclamando para San Juan el honor de ser el pueblo argentino que más motivos de gratitud tenía con el visitante”. Mitre, conmovido ante el homenaje tributado a quien brillaba ya sólo al fulgor de su luz definitiva, exclamó: “Reconozco a San Juan, la mártir, en este reconocimiento hecho al caído”.

A la recepción de la noche -un baile ofrecido en los salones de la Casa de Justicia, después local de la Legislatura hasta su destrucción en 1944- el huésped no concurrió a causa del reciente duelo por la muerte de su esposa, doña Delfina de Vedia; mas, cortés, “hizo su aparición en el momento del mayor apogeo de la fiesta, conduciendo del brazo a doña Teresa Yanzi de Morón, seguido del gobernador doctor Gil (quien daba el suyo a doña  Angelina de la Presilla de Flores, su futura cuñada), siendo objeto de una verdadera ovación”.

Los archivos provinciales, las bibliotecas y repositorios particulares y cuanto tuvo alguna relación con la formación del Ejército de los Andes como los conventos de Santo Domingo y San Agustín, entonces cuarteles y mudos testigos de la epopeya continental cumplida en San Juan, hoy olvidada por la historiografía nacional, y los establecimientos de enseñanza pública y de la industria, abrieron sus secretos a la curiosidad inteligente del visitante en su estada de cinco días.

Fuente: Historia de San Juan – Tomo III (Época Patria) – 1810-1836 – Horacio Videla


Nota publicada en “La Nueva Revista” de “El Nuevo Diario” el 11 de agosto de 1995, edición número 719.

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