Don Plácido Castro, el gran industrial que fue columnista de El Nuevo Diario

 ¡Qué inmensa me parecía la recepción de El Nuevo Diario en aquellos días!
Terminaba 1989 y el mundo celebraba la caída del muro de Berlín.
Para nosotros, El Nuevo Diario de todos los días había terminado. Modestamente, utilizando restos de bobinas de papel y la poca tinta que quedaba, en aquel edificio de la calle 9 de julio comenzamos a prepararnos para recomenzar. La vieja rotativa que nos instaló Los Andes imprimía peor que nunca en nuestras manos inexpertas.
Éramos tan poquitos que nos instalamos en la recepción. ¿Por qué? Volver es mucho más difícil que comenzar. El gran proyecto estaba sepultado. Los pocos que quedábamos éramos al mismo tiempo personal de limpieza, recepcionistas, periodistas, fotógrafos.

En aquellos días los políticos, los gremialistas, los empresarios, preferían pasar lejos de nuestro edificio. Para ellos era una cuestión de “supervivencia”. Pero al mismo tiempo recibíamos apoyos impensables que nos llegaban hasta el alma. Como el de Ursula Bremer de Ossa, directora del Goethe, invitándonos a viajar a Alemania para “cargar de nuevo las pilas” no bajar los brazos: “Cuando un diario cierra, es toda la sociedad la que pierde”, nos dijo.
Algunos intelectuales y políticos trajeron también su voz de aliento y su apoyo a través de notas. Entre ellos dos amigos incondicionales, Rufino Martinez y Jorge Leónidas Escudero. Y, como siempre, el Gringo De Lara, indignado por lo que nos tocó vivir. Y don Pablo Ramella, que comenzó a acercarnos colaboraciones. “Quiero que salgan con mi firma, para que todos sepan de mi apoyo”, Y Eduardo Leonardelli, quién nos dijo: “Pídanme la nota que necesiten”. Y el doctor Osvaldo Maurín que colaboró con numerosas notas e incluso presentó un pedido de juicio político al entonces gobernador que, por supuesto, no prosperó.

 

 Una tarde vimos a través del vidrio a un hombre, ya anciano, humildemente vestido, al que acompañaba un perro, que golpeaba en la puerta. Lo hice pasar y se sentó frente a mí en uno de los escritorios.
—Usted dirá…
—Quería decirle que he seguido todo lo que han pasado ustedes y ante eso quiero colaborar con algunas notas.
—¿Y sobre qué escribe usted?
Pensé que el hombre podía escribir algunas poesías o tal vez sus memorias personales. Pero no.
—Me gustaría escribir sobre vitivinicultura.
—Mire… lo ideal sería que nos trajera alguna nota para ver cuestiones de estilo…
—Acá les traigo algunas para ver si le interesa.
—Bueno, déjemelas. Y cuando pueda acérqueme una foto suya para que la agreguemos a la nota.
Yo pensaba que podríamos publicarlas como cartas de lectores.
El hombre dejó tres notas, escritas con máquina de escribir en un papel bastante deteriorado, me agradeció por haberlo atendido, me dio la mano y se fue con su perro. Recién cuando el hombre se retiró caí en la cuenta que no le había preguntado su nombre.

La sorpresa fue al día siguiente. Nelio Espínola –parte de nuestra empresa desde dos años antes que naciera El Nuevo Diario— me dijo que había venido nuevamente el hombre del perro y que había dejado otras notas y una foto carnet. Atrás de la foto estaba el nombre del señor: Plácido Castro.

Fue el último contacto que tuviéramos con don Plácido. Al poco tiempo falleció. ¡Cuánto lamenté no haber sabido antes quién era el autor de esas notas! ¡Cuánto podríamos haber hablado sobre la vitivinicultura con don Plácido.
Hoy, cuando ya hemos cumplido 31 años de vida como semanario hemos decidido publicar nuevamente esas notas.  El lector las encontrará como columna a partir de este número.

Pero la nota no estaría completa si no contáramos la historia de Plácido Castro. Para ello recurrimos al excelente trabajo Mabel Cercos, investigadora de la Universidad Nacional de San Juan, titulado “Castro hermanos, el éxito de una empresa familiar vitivinícola de San Juan durante el primer peronismo”.
Don Plácido Castro, uno de los integrantes de la firma social Castro Hermanos junto a Francisco, Vicente y Juan, hicieron de un emprendimiento familiar una de las empresas vitivinícolas más importantes de la provincia. La firma se inició en 1943 y continuó hasta 1960 aproximadamente. Plácido Castro fue el protagonista principal del crecimiento de la empresa.

Los Castro eran españoles. La familia Castro Gómez se componía del matrimonio de Plácido Castro Romero, de Dolores Gómez y de sus hijos, María del Carmen Castro Gómez, José Castro Gómez, Juan Castro Gómez y Francisco Castro Gómez. En San Juan nacieron otros dos hijos, Plácido y Vicente.

En un principio vivieron en el departamento de Desamparados porque allí estaba instalada una prima de Plácido, Carmen Romero, cuya familia, también española, tenía un almacén. Posteriormente se trasladaron al departamento de Angaco Norte.
En 1922, Plácido Castro Romero adquirió, por $5.000 y al contado, un fundo con casa y viña dividido en dos fracciones, una de 8 hectáreas y la otra de 5 hectáreas. A la muerte de Plácido Castro Romero, en febrero de 1938, su esposa y sus seis hijos fueron declarados herederos universales del único bien, que era la finca de Angaco Norte.

Dice Mabel Cercos: “En una entrevista realizada, un vecino de Angaco recordaba que su padre le contaba que los hermanos Castro comenzaron secando uva para obtener la pasa y que pedían a los vecinos la uva que les quedaba en los parrales, para secarla en los potreros y en los techos de las casas. Debemos recordar, no obstante que la familia Castro tenía una propiedad con parrales, razón por la cual contaba con la materia prima para secar uva. También es probable que la primera “bodega” fuera una construcción precaria y sin inscripción en la Dirección de Industrias, con el fin de “probar” en la actividad de productor de vino. En rigor, lo cierto es que en 1943 nos encontramos con una empresa sólidamente instalada.

En 1945, la razón social Castro Hermanos hizo una presentación al Director de Industria de la provincia, como bodeguero—trasladista.  Por este documento se sabe que los socios continuaban siendo los mismos y que el establecimiento se ubicaba en calle Aguilera esquina España del Departamento Angaco, con una capacidad de elaboración de 202.450 hl. El capital social declarado en la solicitud era de $152.982,60 invertido en edificios, instalaciones, envases de conservación, maquinarias y útiles de bodega. En agosto del mismo año se aceptó la solicitud, inscribiendo a la razón social bajo el número 541, por cuanto desde este momento pasaron a tener la categoría de bodegueros—trasladistas”

Durante el peronismo, la empresa logró un constante crecimiento. La expansión del mercado interno produjo un aumento creciente de la demanda del vino. Las inversiones realizadas en la bodega explican el aumento de la capacidad de elaboración de vino de la firma durante el peronismo que fue de 15 veces.

En este proceso expansivo, la firma adquirió, en junio de 1951, una fracción de la finca que había pertenecido a la histórica empresa sanjuanina Establecimiento Vitivinícola Francisco Uriburu SA, ubicada estratégicamente sobre la ruta nacional 20, en el departamento Eva Perón, hoy Caucete.
El año 1951 significó, además, un cambio sustancial para Castro Hermanos, ya que ese año pasaron de trasladistas a convertirse en fraccionadores al consumo local, de acuerdo con las disposiciones vigentes.
En la solicitud correspondiente declararon un capital de $800.000, probablemente inferior al capital real.
La conversión en fraccionadores supuso modernizarse tecnológicamente, comprar del 75% de una planta fraccionadora perteneciente a Miguel Castillo Huerta, ubicada en el departamento de Rawson y solicitar que del mismo modo que se fraccionaría vino común se haría también con vino fino y especial y, para distinguirlos, solicitaron autorización para las etiquetas respectivas. Nacía así el vino Talacasto.

La firma creció a un ritmo importantísimo. Compró y alquiló bodegas, abrió plantas fraccionadoras, se convirtió en una empresa líder en el país. De este modo, a fines del peronismo, la empresa Castro Hermanos se hallaba consolidada y en plena expansión productiva.
En poco tiempo la empresa conducida por Plácido Castro era una de las firmas más poderosa y representativa de la vitivinicultura, productora de los vinos comunes Talacasto, Viñas de Angaco y del jerez Don Plácido, además de las pasas de uva La Pandereta y Pasandina, entre otros productos. De modestos productores de pasas se convirtieron, en los años de nacimiento del peronismo, en pequeños elaboradores de vino que comercializaban en el mercado de traslado. Lograron pasar de bodegueros trasladistas a integrarse verticalmente en el mercado minorista sanjuanino. Esta, sin duda, fue la base de su expansión posterior.

En la mitología vernácula se elaboraron diversas hipótesis para justificar el gran crecimiento de Castro Hermanos. Desde que contaron con la ayuda de Juan Duarte –hermano de Eva Perón— hasta que, como todas las grandes bodegas de la época, crecieron con las plantas fraccionadoras en Buenos Aires. Lo cierto es que fueron protagonistas de un gran momento del vino. Como que Argentina llegó a consumir 90 litros por habitante, uno de los más altos consumos del mundo, muy lejos del actual consumo que ronda los 25 litros.



Publicado en la edición 61 de La Pericana el Viernes 2 de junio de 2017. Integra la edición 1770 de El Nuevo Diario

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