Cuando la "era industrial" transformó a San Juan en una fiesta

Hablar de industria en San Juan es referirnos a una historia de altibajos. A pesar de haber contado con diferentes tipos de promociones, la industria sanjuanina siempre fue considerada por los responsables del Estado sanjuanino como una herramienta de creación de empleos y no como una palanca para alcanzar el desarrollo integrado —tanto horizontal como vertical— de la provincia. Sin embargo, hubo una época en la que se trabajó en el sentido correcto. En este artículo, Juan Carlos Bataller hace una aproximación a un tema que merece un profundo análisis.

A comienzos de los años 20 del siglo XX San Juan era una fiesta. A pesar de las crisis de gobierno —se estaba creando un clima social tenso con la aparición de las reformas que proponía el cantonismo y a fines de 1921 se produjo el asesinato del gobernador Amable Jones— la economía funcionaba.
La existencia de una pujante clase industrial que unía a nativos e inmigrantes, se traducía en avances que iban más allá del hecho económico en sí.
Esa conjunción de protección del Estado más créditos más incorporación de capitales y tecnología más una admirable cultura del trabajo que traía la sangre extranjera más conocimientos más una creciente infraestructura en caminos y canales, había producido un verdadero milagro.

Surgía la empresa sanjuanina.
Una empresa que independientemente del origen de sus propietarios, echaba sus raíces en este suelo.

El auge de la empresa sanjuanina

Y junto con las fincas y las bodegas surgían los bancos. Cuatro bancos de capitales sanjuaninos llegaron a coexistir en aquellos años.
Y llegaban los diarios: también había cuatro, que respondían a distintas concepciones políticas.
Y el ferrocarril entraba a la provincia por dos de sus costados, uniéndola con los grandes centros de consumo, mientras una red de trenes industriales penetraba en las bodegas conformando un sistema que crecía rápidamente.
La máquina, con forma de usinas, automóviles, camiones, lagares, embotelladoras, se incorporaba a las fuerzas de producción.
Y al conjuro de la empresa y su rentabilidad, surgían imponentes chalets que eran el símbolo del poderío económico, como el que construían familias industriales como Del Bono, Graffigna, Aubone, Estornell.
Y surgían clubes de fútbol ligados a las grandes bodegas, no sólo en la ciudad sino también en los departamentos.
Pero, fíjese:
Ya en aquellos años teníamos diez veces más bodegas que hoy. Las que producían no sólo vinos de mesa sino vinos generosos, jerez, manzanilla, espumantes que eran requeridos en todo el país.
Y grandes complejos industriales como Cinzano producían en San Juan el vermouth y los cognac que lideraban sus respectivos mercados.
Y eramos los principales elaboradores de anisado tanto en sus variedades turca como española.
El aceite de oliva sanjuanino adquiría prestigio nacional y pronto se sumarían a la oferta local el champagne —llegamos a tener varias marcas, entre ellas la más prestigiosa del país—, la sidra y el Calvados que se producía en Calingasta y que según los conocedores tenía una calidad similar al que se bebía en Francia.
Dos fábricas producían cerveza y en la finca La Germania, en el actual departamento San Martín —entonces Angaco Sur—, el alemán Germán Wiedenbrug —propietario de la Bodega El Globo— criaba cerdos Yorshire, a los que alimentaba con productos de la finca, faenaba cuando alcanzan los 120 kilos y elaboraba la carne en conserva en distintas formas que exportaba a Europa envasada en latas.
San Juan vivió una verdadera revolución industrial en aquellas primeras décadas del siglo.
Hubo quizás, un pecado: ese proceso industrializador se centró demasiado en la vitivinicultura y la agroindustria, dejándose de lado las áreas metalúrgicas, por ejemplo, y las relacionadas con el creciente mercado de electrodomésticos que iban a ser más estables.
Pero lo que no puede negarse es que hubo una “era industrial” y que esta no surgió por obra del azar sino que respondió a una concepción de país y de provincia.
En aquellos años, hasta el Estado fue industrialista, como lo prueban la construcción de la Bodega del Estado y el intento de la Azucarera de Cuyo, tendiente a la diversificación económica de la provincia mediante la industrialización de la remolacha azucarera.

Las marcas sanjuaninas

Ese ímpetu se fue deteniendo con el tiempo. El terremoto actuó como una bisagra. No obstante, un formidable conjunto de grandes industriales fue adquiriendo cada año mayor peso nacional. Proceso al que estarían ligado apellidos como Del Bono, Graffigna, Campodónico, Estornell, Montilla, Gualino y Escolar, los Pulenta, Plácido Castro y empresas y marcas como Maravilla, Resero, Talacasto, Peñaflor, Termidor, CAVIC, los cognac Otard Dupuy, Reserva San Juan, Ramenfort, los aceites Agros y Almar, las aguas minerales Pismanta y El Salado, las sidras La Capilla y La Cordillerana, el chanpagne Duc de Saint Remy, los vermouth de Cinzano, Angaco y El Globo, los varietales de Graffigna y López Peláez… Todas marcas que se encontraban en las góndolas de todo el país, en los restaurantes, en las confiterías.
San Juan sigue teniendo algunas marcas importantes. Pero ya aquellas empresas sanjuaninas fueron vendidas o perdieron posicionamiento en el mercado.
Las nuevas generaciones dejaron de consumir algunas bebidas que se identificaban con nuestra provincia.
Desapareció la producción de cerveza, no quedan alambiques para destilar los famosos cognac o el calvados y es alarmante la disminución del ingreso como consecuencia de la salida de productos sin identificar que se originan en las tierras, el agua y el clima sanjuaninos pero adquieren valor fuera de San Juan.

Otro tipo de industriales

Es cierto. Tenemos otro tipo de industrias.
Pero nos está faltando esa raza de empresarios enraizados con nuestra tierra.
Aquellos empresarios que además de producir e industrializar, apostaban todas sus fichas a la provincia, creando desde bancos hasta clubes de fútbol.
Aquellos pioneros que hicieron de San Juan uno de los sitios con más alto poder adquisitivo, donde una hectárea de tierra valía tanto como en California, donde ocupábamos los primeros lugares del país en autos, camiones y tractores por habitantes y en depósitos bancarios.
Hoy se va configurando un mundo industrial de gerentes, empresas donde todo se resuelve en Buenos Aires, gente desligada de la cultura, la vida social o el deporte de la provincia, que ya no vive en chalets sino en hoteles o casas alquiladas.
Nada fue espontáneo.
Ni aquella fenomenal etapa de industrialización surgida bajo el amparo de claras políticas de Estado ni el San Juan de nuestros días.

   



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Santiago Graffigna
Bartolomé Del Bono
Jorge Enrique Estornell
Bodega del Estado. La ley 439, sancionada el 23 de febrero de 1932, dispuso la creación de la Bodega del Estado, iniciativa que tenía como objetivos aumentar la capacidad de elaboración de la provincia al ampliar la vasija vinaria y, a largo plazo, mejorar la calidad de los vinos. El gobierno de Federico Cantoni agregaba otros dos objetivos: regular la producción vitivinícola y como obra pública, emplear a los desocupados. Y un objetivo final que respondía a la concepción cantonista: defender al viñatero, siempre librado a las decisiones del bodeguero en cuanto al precio de la uva. Siete meses después de sancionada la ley se terminó de construir el primer cuerpo, con una capacidad de 25 millones de litros. Y en octubre de 1933 se completó una capacidad de 50 millones de litros, lo que convirtió a la bodega del Estado en la más grande del mundo. (Foto publicada en el libro "El San Juan que ud. no conoció", de Juan Carlos Bataller)
El transporte de una época. Una hermosa foto de 1935 muestra transportes de la época esperando sus cargas en la Bodega Cinzano, una de las más importantes de la provincia, donde se fabricaba vermouth y cognac.
Bodega La Unión Latina. Radicado en San Juan en el 1900, el malagueño Salvador López Peláez construyó una bodega en Concepción, en las proximidades de las dos estaciones ferroviarias, con las mayores exigencias enológicas de la época. Comenzó a funcionar con el nombre del establecimiento Bodegas y Viñedos La Unión Latina, para transformarse en 1927 en Salvador López Peláez S.A. Hasta la década del 90 la Bodega de López Peláez fue sinónimo de vinos generosos buscados tanto por los sanjuaninos como por los turistas. (Foto publicada en el libro "El San Juan que ud. no conoció", de Juan Carlos Bataller)
Campodónico y Cía. Esta era la entrada del establecimiento de don Francisco Campodónico en los años ´20. Oriundo de Italia, Campodónico se radicó en San Juan en 1888, cuando tenía 15 años, incorporándose como empleado de la firma Devoto y Cía. Treinta años más tarde poseía tres fincas en Angaco y otras en Trinidad y Santa Lucía, donde estaba además la bodega. (Foto publicada en el libro "El San Juan que ud. no conoció", de Juan Carlos Bataller)
Fabricando dulces. En los años 30, San Juan era un importante productor de manzanas y duraznos y había también cultivos de ciruelos, damascos, guindas, higos, membrillos, perales y nogales. Los montes frutales comerciales ocupaban 1.051 hectáreas. (Foto publicada en el libro "El San Juan que ud. no conoció", de Juan Carlos Bataller)
Uva de exportación La foto muestra la aplicación de anhidrido sulfuroso a uvas para consumo fresco con destino a la exportación. Además de lo que enviaba al mercado local, en los años 30 San Juan ya exportaba cajitas hacia los mercados internacionales. La mayor parte se mandaba a los Estados Unidos donde se enviaron 177.923 cajas en 1931; 259.092 en 1932; 150.237 en 1933 y 220 mil en 1934. (Foto publicada en el libro "El San Juan que ud. no conoció", de Juan Carlos Bataller)
Augusto Pulenta