La pintura sanjuanina en el siglo XIX

San Juan ha dejado desde sus orígenes importantes testimonios de expresión y creación artística. Interesantes manifestaciones del arte rupestre se estudian hoy cada vez con más interés y desde la época de la colonia, nuestra provincia ha dado al patrimonio artístico del país valores encomiables, cuyas obras han sido objeto de estudio y celosa protección en museos, galerías y colecciones. El siglo XIX es especialmente importante en la pintura sanjuanina. De esa etapa y sus representantes trata este texto de Silvina Martínez.
Durante el siglo XIX, nuestros pintores alcanzaron una importante gravitación y renombre nacional, ya que a partir de las décadas del 30 y el 40, se desarrolló en San Juan un movimiento plástico de singular importancia, promovido sobre todo por la figura de Domingo Faustino Sarmiento. Franklin Rawson, por ejemplo, es hoy considerado uno de los más grandes pintores argentinos de ese siglo, colocándose a la altura de Carlos Morel y Prilidiano Pueyrredón.

Sarmiento, Chile y los pintores viajeros

El XIX fue un siglo culturalmente auspicioso, en especial por el empuje de Sarmiento, que dio un impulso inusitado a la provincia, no sólo desde su actuación política, sino a través de su influencia como escritor, gustador del arte, crítico de arte y promotor de la enseñanza artística.
Además del entusiasmo del Maestro, hubo otros factores que influyeron en el florecimiento de la pintura provincial. En especial el importante y fructífero intercambio cultural con Santiago de Chile, con quien San Juan tuvo relaciones casi más fuertes que con Buenos Aires y también el destacable hecho, entre otros, de la llegada a San Juan de algunos de los llamados “pintores viajeros”.
Eran artistas que vinieron a Buenos Aires, provenientes de Europa y que pasaron por San Juan, dejando sus enseñanzas; fue el caso del pintor Amadeo Gras. Aunque la influencia más importante fue la del artista francés Raymond Quinsac Monvoisin, que desembarcó en la Capital en 1842 y pasó por Cuyo camino a Chile, contribuyendo a la formación de los artistas de la región; impartiendo posteriormente enseñanzas a algunos cuyanos en Chile.

Amadeo Gras en la historia de la pintura sanjuanina


Un panorama general de la pintura sanjuanina se puede trazar recién a partir del año 1836, con la llegada del francés Amadeo Gras (1805-1871), ya que son pocas las noticias y documentos anteriores a ese año. Gras, que recorría la Argentina, visita San Juan y permanece aquí cinco meses. Realiza varios retratos de personas notables: “Obispo Oro”, “Don Ramón Merlo”, “Doña Gertrudis Pastoriza”, “Doctor Amán Rawson” y otros, y se relaciona con Sarmiento y con los jóvenes sanjuaninos con inquietudes artísticas, a quienes sirvió de ejemplo y modelo. Su presencia fue el primer acontecimiento propulsor de la pintura sanjuanina. Los jóvenes se interesaron por su técnica y su personalidad.
El maestro se caracterizaba por sus cuadros de historia y por su tendencia neoclásico-romántica.
El Museo Rawson conserva un óleo de Gras titulado “Retrato” y representa a una señora de edad avanzada.
Gras, que había nacido Francia en 1805, murió en Entre Ríos en 1871. Estudió desde muy joven en París con distintos pintores y luego ingresó a la Escuela de Bellas Artes donde enseñaban los más reputados maestros de su tiempo, entre ellos, Regnault y probablemente Couder, pintor de historia discípulo del anterior y del famoso David.
Gras recorre el país de Este a Oeste; atraviesa los Andes y emprende un recorrido de las ciudades norteñas hasta Lima. En cada ciudad ejerce su oficio de pintor y recibe encargos de retratos. Este andar continuo dio una de las más ricas iconografías del siglo XIX americano. Se dice que fue un infatigable buceador del carácter psicológico de las personas.

La influencia de Monvoisin

A pesar de reconocer los aportes de Gras, la mayoría de los autores están de acuerdo en afirmar que fue la influencia de Raymond Quinsac Monvoisin (1790-1870) la que mayores rastros dejó en la zona Cuyo, por donde pasó después de su estadía en Buenos Aires cuando viajaba hacia Chile. No todos concuerdan en que haya estado en San Juan, pero sí es seguro que residió al menos unos días en Mendoza, donde se vinculó con los jóvenes y realizó algunos retratos para familias representativas.
En el Museo Franklin Rawson existen dos pinturas de este artista: el Retrato de “Doña Pastoriza de Castro” y el de “Doña Dolores Coll de Díaz”.
Monvoisin se instaló por varios años en Chile, donde abrió una Academia de Pintura. Allí Sarmiento se puso en contacto con él y vinculó a su hermana Procesa y al mendocino Gregorio Torres con el maestro. Según David James, Procesa y Torres fueron los únicos discípulos argentinos de Monvoisin. Franklin Rawson viajó también a Chile por esos años, pero parece ser que trabajó aislado y no entró en el círculo del artista francés.

Los primeros en la provincia

Cuatro artistas: Benjamín Franklin Rawson, Gregorio Torres, Procesa Sarmiento y Ataliva Lima, fueron la base del movimiento provincial y el fundamento de una escuela netamente sanjuanina que se caracterizó por una notable unidad temática y estilística.
Estos artistas se dedicaron fundamentalmente al arte del retrato. Las incursiones en otros géneros como el religioso, el costumbrista y el histórico fueron escasas. El paisaje, salvo raras excepciones, no fue tratado como un género independiente, sino solamente como un recurso secundario en el tratamiento de fondos o decoraciones. Las pintoras educadas en el Colegio Santa Rosa de Lima, fueron hábiles en la miniatura y en la pintura de flores.
Blanca Romera de Zumel -en el Cuaderno de Historia del Arte Nº 4, Universidad de Cuyo, 1063- hace una interesante distribución cronológica de los artistas sanjuaninos del siglo XIX y establece una división en tres generaciones:
La primer generación es la de los artistas nacidos entre 1810 y 1820, encabezada por Benjamín Franklin Rawson (1819 -1871), Gregorio Torres (mendocino, 1814 -1879), Procesa Sarmiento de Lenoir (1819 -1899) y Ataliva Lima (1810 -1880?).
A ellos sigue una generación de discípulos nacidos entre 1830 y 1850, formada por: Lucila Antepara de Godoy (1834-1905), Magdalena Bilbao (1847-1902) y el grupo de damas que se iniciaron en el Colegio de Santa Rosa de Lima.
Una segunda generación de discípulos, es la integrada por los nacidos entre 1855 y 1860, que incluye a Ruperto Godoy y a Eugenia Belín Sarmiento. La obra artística de esta última generación se prolonga hasta bien entrado el siglo XX.
En el Museo Franklin Rawson se pueden ver obras de Rawson, de Magdalena Bilbao, de Gregorio Torres y de Ataliva Lima.

El retratismo y su época

El fenómeno del gran desarrollo del retrato tiene que ver con el deseo general de la sociedad de la época de perpetuar la fisonomía de los seres que inevitablemente morían. Desde este punto de vista y sin dejar de lado el valor estético de algunas obras, podemos considerar que la pintura respondía a una exigencia bien definida de la sociedad y que cumplía entonces un papel netamente funcional o necesario dentro de ella. Podemos deducir también que la concepción del mundo de esta sociedad, ponía sus ojos principalmente en el hombre, de aquí la necesidad de inmortalizar su imagen.
El retratismo fue la iconografía fundamental de la época y el arte un verdadero testimonio de su tiempo. Un tiempo en el que la acción era el imperativo fundamental, una época en la que las actividades políticas eran primordiales dentro de la vida pública. Las personas retratadas eran verdaderos “personajes”, figuras destacadas en el accionar de la provincia y por supuesto, integrantes de familias adineradas que podían encargar los retratos y para quienes éstos representaban un factor de distinción o un signo de su elevada posición social. La preservación de la propia imagen o la de los seres queridos (a veces ya fallecidos), era el objetivo fundamental de la clientela del arte de entonces. La personalización, la conciencia de la existencia de un “hombre individual”, fue un rasgo característico de la época. Los escasos encargos públicos también apuntaron a difundir o incorporar al imaginario nacional la efigie de los héroes.
No fue fácil, en una nación nueva y sujeta a permanentes conflictos políticos y guerras civiles, difundir el hábito de apreciar las obras de arte por sí mismas, independientemente de algún fin práctico.
El retrato fue entonces, el género mas difundido al menos hasta las décadas finales del siglo, cuando se instaló ampliamente en nuestro medio el uso de la fotografía para esos fines. Sin embargo, el nuevo recurso mecánico no logró desplazar totalmente a la pintura.

El arte sanjuanino

Es difícil corroborar en qué medida el gusto de la reducida clientela del arte en San Juan, estaba desarrollado en este periodo. El criterio para lo artístico seguramente se basaba en el “parecido”. Que la pintura captara lo más fielmente posible los rasgos del modelo, era una exigencia del cliente.
Sin embargo, se puede inferir, que en algunos círculos, florecía una vocación a la apreciación del arte y que se distinguía claramente entre una obra artística y un objeto artesanal. En sus textos, Sarmiento nos demuestra que tenía muy clara esta diferencia y aseguraba que el arte surgía del talento natural sumado a una buena observación del natural y un importante grado de conocimientos técnicos. Basado en ello, solía hablar de calidad artística, de belleza o de maestría en el manejo de las herramientas y podía distinguir entre lo que él llamaba “un mamarracho” y la obra de un maestro. Por eso también fue que se esforzó por organizar la educación artística, escribir acerca de los pintores y estimular las actividades artísticas; considerando que una sociedad cultivada, debía cultivar también el “gusto”.

Desde el punto de vista estilístico, podríamos decir que el arte que se desarrolló por entonces en San Juan, fue una mixtura o hibridación de neoclasicismo y romanticismo, las dos corrientes europeas que tuvieron gran influencia en nuestro país; con algunos toques de naturalismo y a veces, con ciertas señales locales; tal vez un cierto ingenuismo, que proviene seguramente de la ausencia de una tradición histórica específicamente pictórica, al menos en el sentido de la pintura de tradición europea; ya que los objetos estéticos o las manifestaciones artísticas anteriores a esta época en San Juan obedecían a otros parámetros o modos de expresión, no precisamente relacionados con la disciplina de la pintura. Los modos de expresión de la sociedad y del arte popular corrían por carriles muy diferentes que los que en este momento intentan imponerse debido a la influencia europea. Un excelente análisis de esta problemática puede encontrarse en el texto de Eduardo Peñafort “Los objetos estéticos visuales en San Juan”, FFHA, UNSJ, 1982.
Hay que tener en cuenta que el suelo argentino y en especial, el de las provincias no era por aquellos años tierra muy propicia para el desarrollo del arte o su apreciación. “Los hijos de la colonia -como explica Sánchez de Bustamante en su libro Sarmiento y las Artes Plásticas- estaban ocupados principalmente en la empresa emancipadora y en su construcción política. El campo no era tampoco propicio para apreciar la obra de arte. Las comunicaciones y la divulgación eran lentas y carentes de medios. Ni siquiera Sarmiento tuvo la posibilidad de hacerse una cultura artística por una observación directa de obras. La pintura que él pudo haber visto en sus originales y en las obras que los artistas realizaron bajo la inspiración del suelo americano; parece ser: la del inglés Exxel Vidal; los franceses D’Hastrel y Monvoisin, la del franco brasileño Palliere, del italiano Manzoni y del alemán Rugendas. Todos ellos pintores formados en el naturalismo documental iconográfico. En el llamado realismo pictórico”. Las corrientes neoclásicas y románticas, el arte académico y este naturalismo documental, es el arte que influye en toda Argentina y también en San Juan.
Nos encontramos con una preocupación fotográfica que suele llevar a un realismo un poco afectado e impersonal, mezclado en ocasiones con cierto ingenuismo vernáculo y un mayor o menor grado de torpeza técnica; esto lógicamente si intentamos comparar con la pintura europea; que era por otra parte, la que se trataba de imitar. La mayoría de nuestros pintores no tuvieron un entrenamiento académico exigente, ni una tradición pictórica que les permitiera igualar en calidad el tipo de arte al que pretendían aproximarse.
Es difícil hablar entonces de un arte local, autóctono, en esos tiempos, al menos en el círculo de artistas que pintaba para las clases acomodadas; se trata de un arte más bien importado. Seguramente existió una pintura popular con otras características que no ha sido todavía estudiada y de la que no quedan demasiados testimonios que faciliten una investigación.


Pintores de familia

Este panorama es, más o menos, el que se repitió en todas las provincias. Pero el hecho es que justamente San Juan logró tener como dijimos, representantes muy significativos que reflejaron muy bien las exigencias y las aspiraciones de la época. Los artistas recibían encargos de las familias más renombradas y de mayor nivel económico de la provincia, como los Oro, Cortínez, Godoy, Rawson, Herrera, Bravo, Barboza, Capdevilla, Laspiur y otros. Si uno observa las obras que todavía se conservan, se deduce inmediatamente que los retratos representan únicamente a personas destacadas dentro de la sociedad, ya sea por su actuación en el campo político o cultural o simplemente, por pertenecer a una clase privilegiada económicamente; personajes siempre elegantes y distinguidos.
El público de arte no era por consiguiente un público masivo y popular y se puede verificar que el arte fue patrimonio de la clase burguesa que tenía los recursos necesarios para “encargar” y comprar las obras.
Los pintores trabajaban casi exclusivamente por encargo y se convertían así en una clase “especial” de profesionales al servicio de una elite. Como sabemos arte y sociedad están ligados indisolublemente y en este caso es bien claro que el arte no era una expresión aislada e independiente de la realidad social e histórica. El arte estuvo incluso sometido a las exigencias de un medio social que dictó los cánones para el desarrollo del mismo.
Recapitulando, podemos decir entonces que, aun dentro de sus inconvenientes y limitaciones fue muy importante la inquietud y el interés por el arte que existió en este período de la historia de San Juan.
Y cabe destacar como un significativo suceso social, el hecho de que la mujer se dedicara a la pintura. Lo cual confirma la concreción de los anhelos y preocupaciones de Sarmiento por lograr la emancipación de la mujer.

Gabinete de Estudios de Historia
del Arte Sanjuanino
Fundación Exedra. fundacionexedra@interredes.com.ar


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GALERIA MULTIMEDIA
Amadeo Gras
Raymond A. Quinsac Monvoisin "Autorretrato", Pintura al óleo sobre tela (1839)
Don Cirilo Sarmientoy su familia, obra de Franklin Rawson.
Paz Sarmiento de Laspiur, por Franklin Rawson.
Señora de Durán, por Franklin Rawson.
Procesa Sarmiento de Lenoir.
Luisa Klappenbach, por Procesa Sarmiento de Lenoir.
María Amelia Klappenbach, por Procesa Sarmiento de Lenoir.
San Francisco de Asís, por Procesa Sarmiento de Lenoir.
Don Basilio Nieva, obra de Eugenia Belín Sarmiento.
Doña Paula, por Eugenia Belín Sarmiento.
Domingo F. Sarmiento, por su nieta Eugenia Belín Sarmiento.