Orígenes y evolución de las actividades agrícolas

 La Dra. Ana María García y la Prof. María Julia Gnecco, docentes e investigadoras del Instituto de Historia Regional y Argentina “Profesor Héctor Domingo Arias”, son autoras de la primera parte de un artículo que abarca la actividad agrícola en el valle de Tulum  desde sus orígenes hasta la actualidad. Este trabajo forma  parte de uno más extenso que se completa con las transformaciones recientes de la actividad y  el valor del recurso hídrico en la agricultura sanjuanina, que publicaremos en otras ediciones.

Desde tiempos precoloniales, la agricultura fue uno de los pilares económicos del valle de Tulum. Los huarpes, que habían desarrollado un sistema de riego sustentado únicamente en el caudal del río San Juan, cultivaban productos típicamente americanos como el maíz, el poroto y la calabaza. Luego, con la llegada de los españoles, se introduce el trigo, la cebada, los frutales y las hortalizas, que al momento de la fundación de la provincia ya se cultivaban en huertas al estilo español (aquí denominadas con el vocablo quechua chacras).

 La vid, producto central de nuestra agricultura, fue introducida por los conquistadores desde el norte del país, proveniente del Perú (de ahí que en un primer momento este cultivo diera sus frutos principalmente en Santiago del Estero) y por el oeste, proveniente de Chile. Se estima que la vid llegó antes a San Juan que a Mendoza, y que los primeros ejemplares fueron obtenidos de pasas de uva y no de sarmientos o estacas.
Otro de los productos centrales de nuestra economía agrícola es la aceituna, que se presume tan antigua en estas tierras como la vid. También es de procedencia trasandina, y como dato relevante vale mencionar que, al igual que la vid, sufrió la proscripción del régimen monopólico español, que protegía la producción de vinos y aceites peninsulares.

A fines del S. XVII surgen en el valle de Tulum las llamadas “industrias primarias”, productoras de frutos secos, vino, harina y aguardiente. Con estas mercaderías se realizaba un intercambio comercial con el litoral y Buenos Aires, adonde también se enviaban tejidos, conservas y dulces. Lo mismo sucedía con Chile, país con el que se estableció un comercio permanente, sólo interrumpido por los rigores invernales.
A mediados del S.XIX se advierte un cambio en la composición de la producción agrícola. Los campos de alfalfa y el cultivo de los cereales, sobre todo el trigo, predominan sobre las viñas, dada su gran rentabilidad. En Jáchal se fortalece la industria harinera, a tal punto que nuestras harinas son exportadas al litoral y desplazan a las provenientes de América del Norte. Por otro lado, el negocio del trigo resultaba doblemente provechoso, ya que se intercambiaba harina por ganado flaco que se hacía engordar en los alfalfares jachalleros y luego se vendía a muy buen precio en territorio chileno.
Incapaz de competir con la rentabilidad que producían estos rubros, la actividad vitivinícola decae. Disminuyen las propiedades con viñas y nuestros vinos, elaborados en bodegas familiares y con métodos artesanales, no pueden competir con los europeos en el mercado porteño.

Pero en las tres últimas décadas del siglo XIX se inicia el gran cambio institucional, económico, social y cultural que desterró la fisonomía aún colonial de la provincia. San Juan transformó su economía sin salir del sistema agrario, ya que la vid fue el eje de ese cambio que reconoce precursores en la década de 1870. La llegada del ferrocarril en 1885, que creó un mercado nacional, constituyó un factor determinante en este proceso de expansión de la vitivinicultura, implementada ahora con criterios modernos.

La inmigración europea cumplió también un rol fundamental en esta transformación, ya que estos extranjeros incorporaron las técnicas y la cultura vitivinícola de sus países de origen. En poco tiempo las “uvas criollas” y otras de escaso rendimiento y calidad fueron reemplazadas por cepajes seleccionados de origen francés, que fueron conocidos en San Juan vía Chile, e inmediatamente aparecieron grandes establecimientos elaboradores de vinos de mayor calidad, con adecuado nivel científico y técnico. La “gran bodega” fue una empresa capitalista, y la actividad vitivinícola resultó la más rentable en la región y en San Juan, aventando viejos sueños mineros.
Este modelo agro-industrial fue dominante a lo largo del siglo XX, hasta casi su finalización, aunque sujeto a crisis cíclicas y a propuestas alternativas de diversificación económica y agraria.

Además de la vid, otros cultivos seguían en importancia en la provincia, como el olivo, la cebolla, el ajo, el tomate, la alfalfa, las papas, los melones y los frutales (membrillo, manzana, durazno, damasco e higo). Se trata de cultivos anuales, de régimen intensivo y siempre bajo riego artificial. Dieron lugar a importantes industrias derivadas, como frutas desecadas, dulces, aceites, conservas, semillas, etc.
La actividad agro-industrial reseñada en este artículo representaba en su conjunto el 90% de la economía sanjuanina hasta antes del auge de la nueva minería.

Publicado el Jueves 4 de julio de 2014, en la edición 1631 de El Nuevo Diario

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Dra. Ana María García y Prof. María Julia Gnecco,
Hasta la llegada de la minería metalífera, la vid fue la base de la economía sanjuanina. El desarrollo de la industria vitivinícola llegó de la mano del ferrocarril y de los inmigrantes, que trajeron nuevas cepas.
Hasta la llegada de la minería metalífera, la vid fue la base de la economía sanjuanina. El desarrollo de la industria vitivinícola llegó de la mano del ferrocarril y de los inmigrantes, que trajeron nuevas cepas.