Mariano Grondona: "Yo estaba orgulloso de mi cerebro y me falló"

En mayo pasado sufrió este trastorno que lo alejó de la radio y la TV hasta hace dos semanas. "Ahora soy más sensible y menos frío, eso es un progreso",

Según dicen los expertos, tener un ACV es como recibir un palo en la cabeza sin darse cuenta. En mayo de este año, Mariano Grondona tuvo el suyo. “Ni recuerdo lo que me pasó, estuve una semana en terapia intensiva y recién empecé a recordar todo en julio”, rememora a PERFIL el periodista. Cae la tarde del jueves, y el lugar que “el doctor” eligió para conversar es el escritorio de su casa en Barrio Parque. Hasta allí llegó caminando con la ayuda de Alberto, un empleado de servicio que lo asiste. Las secuelas de su ACV son visibles: aún le cuesta caminar, su pierna derecha está –como dice él– “algo blanda”, y una de sus manos no tiene movilidad normal. Sin embargo se lo ve bien, lúcido y con un humor tal vez no tan conocido. “Lo primero que quise recuperar una vez que estuve bien fue mi ritmo de vida”, dice soltando una carcajada.

Hace dos semanas, Grondona volvió a la televisión. “Me sentí inseguro –comenta–. En el primer programa buscaba convencerme de poder hacerlo, no tanto la excelencia. Igual, mi programa no es como el de Lanata, el mío es bastante más estático” (risas).

—¿Qué le pareció “Periodismo para todos”, lo vio?
—Lanata es un tipo talentoso. Es positivo lo que hace porque debilita a este Gobierno; pero es otro periodismo, no es el que hago yo.

—¿Para hacer rating con un programa de política hay que hacer sí o sí show?
—Sí, definitivamente. Yo no lo hago en el mío porque tengo otro público. Igual no condeno lo que hace, lo veo siempre.

—¿Es cierto que quería volver antes a la TV y su mujer Elena le decía que no?
—Sí, yo asumí un riesgo. Quizás habría sido más prudente empezar un mes después, pero para los que estamos acostumbrados a este ritmo, el vacío es terrible.

—¿Cómo es ahora su rehabilitación?
—Lenta, pero va bien: voy al kinesiólogo como mínimo dos veces por semana. Todavía no salgo solo a la calle.

—¿Qué fue lo primero que hizo cuando sintió que estaba bien?
—Leer los diarios (risas). Somos todos enfermos de esto.

—¿En algún momento tuvo miedo de morir?
—Cuando ya estaba mejor, no era para morirse. Y cuando era para morirse no me estaba dando cuenta (risas). Tuve ciertas reacciones profundas con este asunto.

—¿Por ejemplo?
—Uno se pregunta “por qué a mí”. Pero en realidad después termina pensando una segunda idea, menos soberbia, porque algunas macanas hice, y que es: “por qué no a mí”. Entonces, uno tiene una lección de humildad con todo esto. Lo que más orgullo me daba hasta ese momento era mi cerebro. Y fue justo lo que falló.

—¿A la muerte le tiene miedo?
—No, es algo que tengo asumido quizás.

—¿En qué siente que cambió luego de este episodio?
—(Piensa) Básicamente hago una autocrítica de mi vida pasada, digamos: he sido una persona fría con lo que les pasaba a los demás, muy concentrado siempre con lo que yo hacía. Ahora he aprendido: soy más sensible a los demás. Creo que es un progreso.

—¿Hay algo de la gente que lo haya sorprendido luego de haber pasado por esto?
—La comprensión y el apoyo me han sorprendido mucho. Superaron mis expectativas, el gremio nuestro es complicado. Me han mandado infinidad de mensajes de apoyo. Algo será verdad.

—Algunos programas suelen hacer humor con usted, dicen que es fascista. ¿Cómo le cae eso?
—No me preocupan, son propagandísticos, no me interesan. Yo he tenido una vida larga, y evidentemente ha habido una etapa de mi vida en la que alguien puede pensar que fui fascista, pero nunca lo fui, ésa es la verdad. De los golpes militares que hubo en Argentina, apoyé dos. Yo en su momento hice una fuerte autocrítica. Además la autocrítica es algo natural; yo creo que el ser humano es un ser errante y hay que asumirse así. Y cuando uno se da cuenta del error, hay que tratar de corregirse.

—¿Y si en su vida tuviese que hacer una lista de errores, cuáles corregiría?
—Yo creo que el tema militar: fui muy amigo de una generación de militares, conocí gente extraordinaria y democrática. Pero el Ejército sufrió una descompensación a partir de cierto momento. La gente que vino después no fue extraordinaria. Entonces, en la memoria colectiva queda lo peor. Yo viví seis golpes y sólo justifico el del ‘55, porque Perón se había vuelto loco. Era un totalitario. Estuve contra eso y estuve bien, creo. Pero no fui lo suficientemente antigolpista con Frondizi y con Illia, tendría que haberlo sostenido un poco más, quedé como neutro y eso fue un error grande.

—¿Y con el de 1976?
—Fue una locura eso, en este último los militares se aislaron en su lucha contra la guerrilla. Es un disparate escuchar a Videla decir que no se arrepiente de nada. Igual considero que más duro que él fue Massera.

—¿Cómo piensa que van a recordarlo cuando deje este mundo?
—¿De acá o allá? (ríe). Allá espero misericordia, acá no espero misericordia. He tenido una vida tan larga, han pasado tantas cosas... Supongo que me verán de forma entreverada.

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Unidos. En su casa con Elena Lynch, su esposa, quien no logró convencerlo de regresar a la televisión recién a fines de septiembre. (perfil.com)