Mario Pérez: "Crecí en un baldío que era mágico"

Mientras expone en las galerías más importantes de Miami, Mario Pérez sigue trabajando para dejar una huella en la provincia. El artista sanjuanino más reconocido a nivel internacional habla sobre las crisis internas que motivaron cambios en su estilo, las modas y las vanguardias, el lugar de los latinos en el mundo y su mirada del arte como negocio e industria cultural.

El mundo mágico de duendes, circos y sapos saltarines que marcó la infancia de Mario Pérez en un humilde barrio de Rawson en los ´60, se impuso hace muchos años por la profundidad del azul de sus cielos y la mirada de pájaro de aquel hombre que creció queriendo verlo todo. Y aunque superó hasta sus propias expectativas al erigirse como un exponente del arte latinoamericano, sigue abriendo nuevas puertas que confirman su lugar de privilegio en la usina del arte.
Este verano, y como siempre le pasó en su vida, un paso dio lugar a otro en una cadena de logros que parece no tener límites. La exposición de sus obras en la galería Viginia Miller de Miami fue el puntapié para que el curador del Museo Frost, de la misma ciudad, eligiera la pintura “El Arca”, como imagen de una campaña sobre cambio climático. “Es un golazo para mi carrera” aseguró el artista, que no solo se alegra de volver al ruedo del circuito de galerías, revistas y catálogos sino también de poder “hacer un aporte a la sociedad al tratar un tema tan importante”. La muestra en la galería Miller también sirvió para que la directora de la Tate Gallery de Londres se interesara por las pinturas de Pérez e iniciara el contacto para llevarlas al Viejo Continente.
En una etapa de grandes satisfacciones laborales y personales, el pintor habló con La Pericana sobre el desafío de mantenerse vigente, las etapas de crisis, las luchas por entrar al circuito internacional, las modas, los celos profesionales y el peligro de caer en la locura.

-¿Qué lugar tienen los latinos en los centros internacionales como Miami, en donde estás exponiendo ahora?
-Los latinos tenemos nuestra presencia en Miami y otras ciudades. Cuando estoy allá hablo con los cubanos, dominicanos y todos tienen sus quejas y felicidades. Los cubanos tienen raíces afro, los dominicanos tienen otro estilo y todos pelean por su espacio. Me parece válido. Yo soy un artista figurativo, enmarcado en el realismo mágico, que es muy americano. A veces se pelean por un lugar y hay artistas que están en las vanguardias pero también a veces se hace mucho mamarracho. Hay otros intereses que se quieren imponer y encontrás de todo.

-¿Cómo ves el arte de las nuevas generaciones?
-En las nuevas generaciones hay frescura y hacen cosas muy lindas. Uno, que ya es un pintor maduro, ve que la tecnología ha modificado mucho la cabeza. Para mí siempre sale el sol, siempre está la luna, el amor, la música y el momento para pensar. Yo me veo en las cosas permanentes y comunes. A lo otro le llamo “papel de caramelo”, que son las cosas nuevas que te da el avance tecnológico. Te ayuda pero también te quita por otros lados.

-¿La educación artística te quita originalidad o sirve para profundizar la mirada?
-Lo que pasa es que a veces confunde, como las modas. En los años ´80 estaba dominando el arte figurativo y después vino el arte conceptual con las instalaciones y las fotos. Hoy convive la configuración con lo conceptual. Pero hay gente que dejó de lado el aprender a dibujar porque había que impactar visualmente con objetos o instalaciones. Algunos transan con las vanguardias y hacen un mix porque está de moda o porque necesitan vivir y te van doblando la mano en esa pulseada extraña.

-¿Alguna vez te cansaste de tu propia obra?
-Sí me choqué porque por ahí me canso de lo mismo y trato de avanzar. Hay gente que tiene temor a abandonar los caminos pavimentados e irse por alguna ruta extraña. Pienso en Botero, el gran maestro colombiano que hace las gordas, y no sé si hoy pintaría flacas o pasaría a hacer otras cosas. Los museos del mundo y los grandes coleccionistas quieren comprar siempre el cuadro de la más gorda porque ese es un buen Botero.

-¿El artista tiene que quedarse con lo que le da éxito o debe explorar nuevos caminos?
-Eso es privativo del artista. A veces los artistas son presas de su imagen. A mí me conocen en el mundo por los azules de los cielos, entonces en una muestra algún azul cielo va a haber, pero siempre voy poniendo cosas nuevas. Soy un agradecido de la vida porque mi obra siempre gustó y pude mantenerme en momentos en que la figuración estuvo muy bastardeada por ser parte de una escuela clásica. Para muchos la pintura de caballete había muerto pero hoy goza de muy buena salud.

-¿Qué te influenció a vos como artista?
-Tengo maestros universales que siempre me gustaron mucho como El Greco, Goya, Rembrandt y quizás de todos ellos he tomado algo. Pero llega un punto en el que uno tiene que mostrar lo suyo. Ese plus lo encontré en mi interior. Todo está mezclado en un cocktail en el que uno tiene preguntas existenciales. Uno piensa por qué me tocaron estos padres, a los cuales amo, por qué me tocaron estas vivencias, que las atesoro, y por qué esa necesidad de volcarlo a la tela. Es expresar desde ese punto, la admiración, la alegría y el agradecimiento de vivir. Eso es mi pintura y tiene que ver con preguntarme por la existencia misma. También miro a los pares y cómo se expresa cada uno en su lugar. Están las modas y hay cosas más verdaderas que otras.

-¿Cómo se distingue lo verdadero de lo que no lo es?
-En las vanguardias hay cosas muy buenas pero también hay muchos chantas, obras que se muestran en galerías porque hay un poder detrás y la gente lo toma como lo verdadero porque eso es lo que se muestra o se quiere vender. Se maneja mucho por contactos pero yo voy detrás de la obra, como me pasó con el Museo Frost o con la directora del Tate Gallery de Londres.

-¿Existe el artista completamente bohemio al que no le importe la fama ni el dinero?
-Hay de todo. Hay artistas comerciales, que se la pasan con sus contactos y hablando por celular más que pintando. Hay otros a los que no les importa nada. Si cada uno es feliz con lo suyo está bien. Yo necesito meterme en mi interior y contaminarme poco. Hay centros en el mundo donde está el ojo del huracán, donde están las grandes ferias internacionales. Ahí todo es vanguardia y ante el avance de la tecnología, hay otras miradas. Pero el día de mañana y en el cedazo de la historia queda lo que tiene que quedar. Yo tengo 55 años y no he cambiado mucho en los últimos… 55 años (risas).


“Mi felicidad está en pequeñas cosas, como el choripán”
Mario vive en un barrio de Rivadavia junto a su esposa Mirta Mabel Castro y sus hijas Rocío Milagros y Andrea. Desde hace varios años, recibe propuestas para radicarse en otros países o instalarse durante una temporada en las ciudades más importantes. Sin embargo, nunca quiso dar ese salto para preservar la vida sencilla que lleva junto a sus afectos en San Juan.

-¿Cómo es la relación con los artistas sanjuaninos? ¿Hay respeto o hay recelo por tu éxito internacional?
-Creo que hay respeto. Mi taller está abierto y siempre atendí a los que me llaman. Tengo muy buena relación con la gente de la Universidad, con los artistas independientes y con distintos grupos. Hay un arte interesante. Hoy Internet es una gran arma para que todos manden sus fotos a las galerías. Pero uno tiene que despojarse de lo que le gustaría ver o de lo que hace y tratar de entender al otro, qué hace y cuál es su mundo. Hay una selva impresionante de artistas que tienen sus propios mundos y yo rescato que es gente sensible y que tiene otras formas de ver.

-¿Te gusta ir a las inauguraciones de muestras?
-Voy poco. Generalmente las inauguraciones son los viernes y yo tengo mi microclima. Tengo mis amigos de los viernes y soy uno más. Planeamos ir a pescar y soy muy familiero. No me quiero perder de lo cotidiano de la vida. Podría estar trabajando en muchos lugares del mundo porque me lo han ofrecido pero acá estoy bien. Quizás pierdo cosas porque las cosas suceden si vos estás ahí. Si estuviera en Nueva York tendría una agenda llena de contactos con galerías y críticos y vendería mucho más.

-¿Alguna vez pensaste seriamente en irte?
-Soy de proyectos caseros y familiares pero mi hija me dijo hace un tiempo: “dale toda la fuerza al arte y llegá hasta donde más puedas”. Mi familia me apoya para que viaje más y en ese sentido están los últimos viajes que he realizado. Pero hay impedimentos de índole comercial porque es difícil sacar las obras del país, hay que presentar papeles en la Aduana y tramitar en la Secretaría de Cultura de la Nación y en la AFIP. Hay galeristas que me han ofrecido depósitos para ir a pintar tres meses en tal lugar, con casa y taller, pero no quiero.

-Ni siquiera por un verano…
-Tengo un biorritmo feliz. Considero que la vida es corta y no soy el tipo para estar sufriendo o cambiando por otras cosas. Si me fuera por tres meses evitaría todas las complicaciones del traslado y podría dejar varias obras de gran tamaño pero por ahora no me interesa. A lo mejor en el 2018… me voy mentalizando (risas). Una vez lo hice, me fui a Pinamar para veranear y pintar pero al final ni pinté y tuve la cabeza en otro lado. Otra vez estuve en París un tiempo largo y quería hacer algunas obras allá pero no pude.

-Muchas veces se relaciona al buen arte con la locura o el sufrimiento. ¿Qué pensás de eso?
-Con las cuestiones de la mente soy muy respetuoso. Conocer alguna vez la locura no debe ser malo pero es grave perder la cordura cotidiana. Yo lo relaciono con lo que me pasa cuando termino una serie de obras y cambio de un estilo a otro. Yo arranqué siendo un pintor social, después me metí en el espacio y ahora estoy más en lo espiritual. Los periodos de quiebre son bravos porque uno como artista piensa que se le terminó la pila, que llegó a un techo y ya no es nada. Te trastoca todo. Es mucho más profundo y tremendo que dejar de trabajar porque estás disconforme con vos y con la vida.

-¿Cómo se sale de esas crisis?
-No sabés qué hacer, si tenés que irte por ahí y llenarte de imágenes, sondear…a veces es una locura. Son periodos difíciles hasta que de pronto, y no se sabe por qué, en ese caminar en la niebla aparece una luz. Ese famoso “Eureka” es real, cuando uno ve el cuadro y lo conforma. Es como una planta que de pronto tiene muchas hojas y crece con mucha fuerza. Así funciona un poco la creatividad. Cada hoja es un cuadro y un cuadro te lleva a otro y a otro. Cuando pintás 20 o 30 cuadros y hacés un análisis, la obra más bonita es la número 2 o la 5. Te preguntás cómo fue pintada esa obra, en qué instante, cómo estaba y qué comí ese día (risas).

-¿Podés saber cuál será la obra que más va a gustar?
-Es un misterio. Me pasó cuando vi a ver una persona fallecida en una casa muy humilde de una familia que tenía varios hijos. La más chiquita jugaba cerca del cajón mientras se rezaba el Ave María. Fue muy triste y me quedó esa imagen de la niña que no sabía que su futuro cambiaba. Después pinté ese ranchito pero no lo que pasaba adentro. Simplemente pinté un cielo azul, una casa y una puertita. La gente no sabía lo que había detrás pero toda la energía estaba puesta en la luz del ranchito y en lo que había sentido. En una muestra de 40 cuadros, esa fue la obra más vista, más comentada y la que se vendió primero. Por eso es un misterio.

-¿Hacés terapia?
-No. Tengo horas y horas de charlar conmigo mismo acá. Lo que sí me ha pasado es que esa mente frondosa te ayuda para crear pero a veces te juega en contra. Por ahí te creás unas películas bárbaras… (risas). Ante situaciones como la muerte, la salud, el miedo, uno crea otras cosas. Todo tiene que ver con una sensibilidad muy desarrollada. Tal vez en algo que es muy simple vos hacés una montaña. En eso soy cuidadoso porque a lo mejor tiene que ver con toques de locura. Cada tanto uno tiene un semáforo que te dice “bueno, pará, llegá hasta acá”.

-¿Qué te genera el hecho de ser tan reconocido a nivel mundial pero seguir viviendo en un barrio de San Juan?
-Más allá del mercado lo importante es lo que quede para el pueblo, si uno es un buen representante de su tiempo y de lo que vivió. En San Juan trascendió Franklin Rawson y después hay un agujero negro. Hay grandes pintores pero no dejaron una escuela muy marcada como la tienen los tucumanos o los mendocinos con Fader y los que siguieron después. Acá no hay postas, aunque uno es un producto de este país que es un crisol de razas y por un lado es bueno porque tenés todo. Hay algunos indicativos como la montaña, la luz, el desierto y la Cordillera como columna vertebral de América. Uno también piensa en el aborigen y los dibujos que realizaban y vas teniendo como una huella.

-¿Por qué pasa hoy tu felicidad?
-Pequeñas cosas. No olvido el choripán en algún lugar (risas). Pudiendo ir a otro lado, cada tanto me voy al choripán. Es un recuerdo que tiene sus sabores. Me encanta hablar con un viejo amigo y preguntarle cómo está. Soy esto, una brisa que va por todos lados, sin problemas. Hay gente que cree que porque llegaste a un lugar no lo vas a mirar y por ahí no te miran. Piensan que uno está distinto  y yo les digo “che qué te pasa ¿no vas a saludarme?” y cuando se dan cuenta vienen y te abrazan.

-¿Has sentido la envidia de otros?
-Debe haber. Creo que en todos los lugares hay celos profesionales. Seguramente si viviera en Buenos Aires sería uno de tantos a los que les va bien y quizás acá es distinto pero yo no lo tengo en cuenta. Yo pinto, tengo en cuenta las obligaciones y soy bastante esquemático para llegar a tiempo con las obras y no trabajar presionado porque pierdo la felicidad. Hoy tengo varios proyectos, una muestra en el 2017 en el Museo Nacional de Chile, la muestra en junio en la galería Zurbarán y hay proyectos en San Juan que no sé si van a cuajar.

-¿Te referís al telón del Teatro del Bicentenario?
-Eso está hablado y estoy esperando la decisión del gobernador. Soy un agradecido de San Juan, de la vida y de Dios. Me gustaría dejar algo y que el día de mañana digan “este nació acá y dejó esto”. Mi amigo Leonardo Siere me propuso hacer un bosquejo del Monumento al Holocausto que doné a la Sociedad Israelita. Será inaugurado dentro de tres meses y será mi primera obra en un lugar importante y me gustaría hacer otras más. Yo siempre me arrimé al gobierno pero a veces no hay eco.

-Aunque estuviste en la campaña de Dante Elizondo para intendente.
-Porque es amigo y me pidió una mano. Yo soy peronista de muy chico, por mi madre. Si es gente que uno estima y te pide una mano, no está mal hacerlo. Él me buscó para la primera Evita que se hizo en Villa América, que fue una escultura de casi 2 metros. Lo conocí ahí y le tengo afecto. Pero yo soy pintor y en general no tengo relación con la política.

-¿Qué te parece la producción artística de la Fiesta del Sol?
-Lo hacen bien, me parece que es moderno y todos los años sorprende. Este año estuve mirando el show en el cerro. Es un espectáculo abierto a la interpretación y me parece que estuvo bien llevado. La realidad del artista es más sufrida pero el musical estuvo bien. Era un paralelo entre la vida del artista y su realidad con lo que estaba pasando y me parece que ese paralelo estuvo acertado.

-¿Qué pasa cuando una empresa le pide a un artista una obra con la que no está tan de acuerdo?
-Está en cada uno. Yo hay cosas que tomo y cosas que no. Tengo encargues muy puntuales y según de quien venga, lo hago. Además yo pinto esto y si no te gusta está bien pero no has venido al lugar indicado. Son varias cuestiones pero a esta altura de mi vida soy más selectivo y hay cosas a las que les digo no.


“El arte es algo más eterno, es la cordura misma”
Música suave, ventanas amplias que dejan entrar la luz, revistas que dan testimonio de sus grandes conquistas y una gran tranquilidad conforman el cálido ambiente de “El viaje”, el lugar que se transformó en un templo para el artista. “El taller se llama así porque creo que uno nace y muere y lo sabroso está al medio” dice convencido. Allí nacen las obras que luego obtendrán una enorme valoración artística y económica. “Trato de hacer lo mejor y ser feliz. No lo hago pensando en lo económico o en la trascendencia, a veces me lo pregunto pero no es mi fin último” asegura.

-¿En San Juan te llaman para dar clase o unirte a asociaciones de artistas?
-Tengo más relación con la gente de la Universidad pero pocas veces me han llamado. Pero no es queja, son así las cosas. Yo doy la oportunidad a los jóvenes de que me traigan obras y los guío porque es como una retribución. Para quien golpee la puerta yo estoy, por más que pinte hace dos días. He presentado chicos a algunas galerías pero en un punto ya escapa de vos. Algunos andan bien, otros no y otros están en estudio. Pasa como en el fútbol. A veces te dicen que alguien es bueno pero hay que esperar dos añitos para que madure. Otras veces les dicen que dejen las carpetas pero nunca las miran y si insisten, les alquilan la galería.

-También es un negocio.
-Sí, si la obra no es buena directamente te cierran las puertas. No es fácil hacerse un camino ni ganar concursos, llegar a las bienales y menos llegar a los remates de las casas Christie´s o Sotheby''''''''''''''''s o que los museos comiencen a adquirir obra. Hay gente que con solo pintar un cuadro cada tanto yo la aplaudo porque le da una gran felicidad. Hay de todo. Los galeristas son muy duros y te dicen directamente “no me gusta lo que usted hace, dedíquese a otra cosa”. Ellos tienen que sostener todo económicamente, hacer instalaciones, pagar publicaciones y mandar obras afuera.

-¿Qué cambió cuando fuiste identificado como el artista preferido de Cristina Fernández?
-Cuando la expresidenta me empezó a nombrar, yo ya había expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes, me habían rematado más de 10 años de obra en Christie´s y Sotheby´s, Ringo Starr ya había comprado una obra mía. Aunque tenía todo el respeto por Cristina para mí era algo más que sucedía en mi carrera. La gente sí le da otra importancia. Más vale que fue un orgullo como también fue un orgullo salir en el programa de Mirtha Legrand con las obras colgadas detrás o estar ahora mostrando en Virginia Miller. Tengo una obra en el Vaticano y nadie lo sabe.

-¿Cómo llegó tu obra al Vaticano?
-Gané un concurso en Santa Fe de la Fundación Fraternitas y la obra fue donada al Museo Vaticano. Me enviaron los papeles para constatar que está allá. Yo fui el año pasado y en ese momento no estaba exhibida pero forma parte de la obra permanente del museo. Es un hecho importante para mí y lo agradezco. Pero no pinto para que una u otra persona tenga mis obras. Pintarle a alguien para verle la sonrisa sería lo último que haga, primero me río yo en mi interior. Para mí el arte es otra cosa más que andar gustando. Es algo más eterno, es la cordura misma. Me lleva a navegar en otra realidad paralela.

“Cuando era niño pedía a Dios ser un pájaro”
Las largas tardes que Mario Pérez pasaba mirando el cielo en el barrio Capitán Lazo de Rawson, durante su infancia, no fueron en vano. Esa fascinación provocada por los cambios de color en el paisaje, las formas de las montañas, los árboles y el Zonda se transformó en la inspiración de las obras que hoy son marca registrada. Sin embargo, la capacidad de observación que hoy lo lleva al éxito fue motivo de sufrimiento en la niñez, al quedar aislado por ser tan disperso.

-Hace poco un chico con inquietudes artísticas sufrió bullying y fue defendido por el dibujante Liniers. ¿Vos sufriste las burlas o el aislamiento?
-No era bueno jugando a la pelota y era el último en ser elegido. Eso me dolía. Sufría por ser tan disperso. Pero siempre he sido respetado y querido, lo que pasa es que tenía esos vados. Era más bien solitario y mis padres contribuyeron a eso porque había otra crianza. En esa barriada había niños que salían en la siesta y mi madre me preservaba. Tampoco era algo malo pero yo veía que otros niños se iban a los frutales y yo los miraba por la ventana. Tal vez ese fue un ejercicio que a la larga me ayudó porque los acompañaba en mi mente. Todo sirve. Además siempre tuve un porte más grande entonces me daba mi lugar.

-¿Eras de agarrarte a las piñas?
-Creo que tengo dos o tres peleas por ahí, de chico. Extrañamente era con los más capos o líderes y no me fue mal (risas). Pero era solitario. En la siesta salía al fondo de mi casa y me ponía en un catre a mirar, hacia el lado de la Difunta Correa, las nubes y la llegada de las golondrinas.

-¿De niño soñabas con ser pintor?
-No, cuando era niño le pedía a Dios ser un pájaro. Era una tontería pero hoy en la pintura tengo una mirada de pájaro, siempre pinto desde arriba. También me llamaban la atención los olores de los duraznos o de las flores y los ciruelos, cuando llegaba la primavera. Ese es uno de los momentos que más amo porque aparecen las primeras flores de los almendros y eso crea en mí un goce espiritual. Siempre elegí mirar la vida de esa manera y sé que siempre hubo pobres pero el tema es cómo te parás en el mundo a mirarlo. Yo vengo de una familia humilde en lo económico pero riquísima en un montón de aspectos.

-Aunque todavía mucha gente asocia la falta de dinero a la ignorancia o la falta de valores…
-Hay grandes sabios que están perdidos en los campos, que tienen tiempo para meditar, cosa que a lo mejor no tiene un tipo en el mejor edificio de Buenos Aires. Yo crecí en un baldío y cuando venía un circo, el baldío tomaba vida. Otra vez pusieron una tela de gallinero y se armó un casamiento o por ahí se armaban charcos de agua y cantaban los sapos. Alguien vio un duende por ahí caminando…era mágico.




NOTA PUBLICADA EN EL NUEVO DIARIO EL 24 DE MARZO DE 2016

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"Hay artistas que hacen grandes rupturas pero yo voy lentamente y paso a paso, como los vinos que necesitan su proceso" dice Mario Pérez sobre su forma de trabajo.