Qué códigos perdieron los delincuentes en los últimos 31 años

En los últimos treinta años no solo la tecnología avanzó a pasos agigantados, hubo cambios en todos los órdenes y el actuar de la delincuencia también sufrió cambios, para peor, obviamente.

En la cárcel hay nuevos códigos, totalmente distintos a los que imperaron por años. Hoy, personajes como el célebre “Patón” Ochoa, no tienen el mismo respeto que hace treinta años. Ochoa cumplió varias condenas por estafa, pero él mismo manifestó que jamás usó armas, ni siquiera un cuchillo. Esto dentro de la cárcel le sirvió para ganarse el respeto “a pulmón”, o sea si se enfrentaba con alguien, era a golpes de puños.

Sin embargo hoy ya no es el más respetado y si bien prácticamente no se animan a enfrentarlo, Ochoa atraviesa “el ocaso de su carrera”. En la cárcel, hace treinta años, los “malos” estaban detrás de las rejas. Hoy, algunos de los malos son los propios que deben cuidar a los delincuentes dentro del Servicio Penitenciario.

En las cárceles se rompieron leyes no escritas que eran sagradas: durante las horas de visita, nadie alteraba el orden, era el momento del reencuentro semanal del reo con sus afectos. Además, los niños no debían ver actos de violencia. Hoy, todo esto para muchos internos es algo sin sentido. Muchas revueltas en los últimos tiempos empezaron durante la hora de visita y algunos que llevan muchos años cumpliendo condena, no dudaron en cobrárselas cuando las visitas se fueron.

El uso de sustancias prohibidas era algo aislado. Hoy gran parte de la población carcelaria usa algún tipo de droga, que muchas veces es ingresada por familiares y hasta por algún penitenciario. En la desesperación de consumir droga, el preso rompió otra regla de oro: a la familia se la protegía y no se la exponía. Hoy muchos familiares directos de los internos terminan involucrados en causas judiciales por intento de introducir droga en el Penal, utilizando cualquier método, como la ropa interior de madres y hermanas o hasta sus partes íntimas. Incluso muchos de los casos tienen a los bebés como “mulas”, es decir que transportan y pasan la droga puertas adentro de la cárcel.

Adentro de la cárcel se rompió otro código sagrado: con las mujeres nunca, con los niños tampoco. Las llamadas “visitas sanitarias” en muchos casos sirvieron para que el interno termine golpeando a su pareja y creció la cantidad de procesados y condenados por abuso contra menores que hay en el Penal.

En la calle también hubo cambios
En las calles, leyes no escritas, tales como “en el barrio no se roba”, o “no comprar nada que se haya robado en el barrio”, quedaron derogadas hace tiempo.

Lo que antes los propios delincuentes condenaban, ahora es moneda corriente. Las mujeres y los niños son víctimas no solo de arrebatos, sino de salvajes agresiones. Muchas mujeres murieron después de haber sido atacadas para robarles la cartera.

Otro de los códigos que quedó en el camino es aquel que indicaba que cuando un ladrón atacaba armado en la calle, estaba en sus cabales. Hoy, muchos de quienes salen armados lo hacen bajo efectos de sustancias prohibidas, lo que hace imprevisible la reacción del delincuente.

Proteger a los hijos: de padre ladrón no podía salir hijo ladrón, también quedó en el olvido. En los últimos diez años creció de manera alarmante la cantidad de hechos que tienen como protagonista de un delito a padres que utilizan a sus hijos menores.

San Juan dejó de ser un pueblo
Durante años los hechos delictivos pasaban por televisión y a nadie se le cruzaba por la cabeza que pudieran pasar en San Juan, hasta que ocurrieron.

El caso de la violación en El Pinar fue el que dio una cachetada a la sociedad. Se dio a conocer el nombre de las víctimas, se las difamó, se conoció el nombre de los acusados y se involucró también a inocentes. Había tantos apellidos conocidos en el medio, que hasta un juez cedió a las tentaciones y los benefició.

La muerte del “Alvarito”, un tristemente célebre delincuente de tan solo 18 años que tenía atemorizada a la población y que asombraba a todos por su corta edad y su larga carrera delictiva, ocurrió en un tiroteo con la policía. En esa época la gente aplaudía y a nadie se le ocurrió preguntar si fue gatillo fácil. Venía de matar junto a su banda a un comisario, cuyo cuerpo jamás apareció.

La mafia no solo mata a balazos. Fue lo que pasó con el caso de los vinos “Mansero” y “Soy Cuyano”, que elaboraba en Caucete la bodega Torraga. Haber mezclado los caldos vínicos con alcohol de quemar, metanol, fue letal. Casi 30 personas perdieron la vida y algunas que se salvaron de milagro, quedaron ciegas. Fue un escándalo nacional y un duro golpe para la vitivinicultura. Versiones de pasillo aseguraban que Torraga debía favores que nunca pagó y en un envío de etanol, lo cambiaron por el metanol.

La toma de rehenes era algo común de ver en la pantalla de Crónica. Sin embargo un día de noviembre de 1999 la noticia fue en San Juan: 26 reos fugados, un juez, periodistas, camarógrafos, guardiacárceles y hasta autoridades penitenciarias, fueron rehenes durante horas. No conforme con eso, una vez fugados, dos de los presos más peligrosos tomaron a una mujer indefensa y le apuntaban una y otra vez en la cabeza. Finalmente depusieron la actitud y se entregaron.

Otro caso que conmovió a los sanjuaninos fue la aparición de “el loco del sifón”, un psicópata que mantuvo en vilo a la sociedad y a la propia policía hasta que pudo dar con él. Entraba en las casas, golpeaba con un sifón hasta matar o dejar moribundo al hombre y violaba a la mujer. Fue condenado a perpetua. Años más tarde dijo que si salía, volvería a hacer lo mismo.

En agosto del 2002, un secuestro extorsivo conmocionó a los sanjuaninos. María del Carmen López, esposa del empresario Eduardo Barceló, era tomada de rehén. Una banda foránea había estudiado todos los movimientos y ejecutó el plan. No corrió sangre ni tampoco hubo pago de rescate. La mujer, sana y salva, fue liberada por la policía.

San Juan también fue escenario de casos de narcopolicías. Varios uniformados, algunos de alto rango e incluso con responsabilidad de funcionario para combatir la droga, estaban del otro lado de mostrador. Liberaban zonas, plantaban pruebas y hasta hacían liberar a detenidos de otra comisaría.

Nota publicada en El Nuevo Diario el 19 de mayo de 2007, por el periodista Enrique Merenda

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Guardiacárceles junto a presos en el Penal de Chimbas