Luis Adolfo Núñez. El ingeniero de los siete colores

El siguiente artículo escrito por Gustavo Martínez fue publicado en El Nuevo Diario, el 22 de febrero de 1991 en la edición 496

 Simpático, franco, abierto, siempre de buen humor, "el ingeniero lustrador”, como le llaman sus amigos y clientes, ilumina por pocos pesos desde hace casi 41 años, no sólo los zapatos de los transeúntes sino también el breve espacio de tiempo de aquellos que deciden compartir con él unos minutos de pomada, charla y cepillo en la esquina de Rivadavia y Tucumán.

Fue el 29 de junio de 1950 cuando, Luis Adolfo Núñez, por entonces un joven asmático de 30 años cansado de golpear puertas en busca de trabajo, decidió probar suerte lustrando zapatos. Su puesto callejero pasó a ser parte del paisaje de la esquina. Su extraordinaria habilidad en el oficio lo convirtió en el preferido de los clientes. Su sonrisa, en el mejor de los amigos.

“Yo siempre estoy en el mismo lugar —dice—. Hay días en que me va mal, otros días me va mejor, pero éste es mi lugar de trabajo”. Fue en esa misma esquina donde Don Luis, después de semanas y semanas de saludos y piropos arrancó por fin una mirada y una sonrisa de aquella señorita que pasaba diariamente por allí para ir al colegio y que luego, un 28 de diciembre, se convirtiera en su esposa. Con el tiempo vendrían cuatro hijos y después cuatro nietos.

Menudo de pelo y bigote blanco, relata a quien quiera oírlo sus historias de betún. "El ingeniero, me pusieron los muchachos de apodo —ríe— El ingeniero lustrador. Dicen que fui premiado en Venecia con el Gajito de oro. Y bueh!”.

"No deben haber muchos ingenieros lustrabotas por aquí —bromeamos—. Usted es el único con diploma”. "No, no hay ninguno”, nos confirma con una jovial sonrisa de 69 años y aprovecha la oportunidad para señalar que cobra casi un 40 por ciento más barato que otros, y que tiene "siete colores”.

Profesional en un oficio que está desapareciendo, Don Luis Adolfo Núñez se niega a abandonar la esquina de Tucumán y Rivadavia. Como una especie de confesionario público su puesto es receptor de lágrimas y sonrisas ajenas. Su simpática presencia le saca brillo a los desgastados tamangos de la ciudad.

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Luis Adolfo Núñez, el ingeniero lustrabotas de San Juan. Su lugar, calles Rivadavia y Tucumán