Las primeras semanas en la vida de El Nuevo Diario

El siguiente es un relato de el fundador de El Nuevo Diario

¿Por qué no recordar precisamente hoy los comienzos de El Nuevo Diario?

Es sábado de pandemia sin gusto a sábado.
¿Por qué no recordar precisamente en este sábado los comienzos de El Nuevo Diario cuando se cumplen 34 años del semanario?

Miro a mi alrededor como buscando en los recuerdos la textura del papel, el olor a tinta del diario recién impreso, la amistad del canillita y la charla con tanta gente que ya partió y me digo:

-Si el living de mi casa pudo transformarse en una redacción personal, mi teléfono en un estudio de filmación, internet  en un medio de transporte que a ratos es maravilloso y en otros nos deja incomunicado… ¿qué mejor momento que este de grandes silencios?

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Con Silvia, mi esposa y socia en mis aventuras periodísticas, estamos solos en esta cuarentena  infame, sin hijos ni nietos.

A lo lejos –me parece lejos pero no estoy seguro, porque las distancias no se miden con un metro-,  un informativo me dice que los dirigentes gremiales piden la “doble indemnización” como una solución social. Y me da ternura tanta “ingenuidad” de hábiles vividores del trabajo ajeno.

Porque en estos días de pandemia, estamos haciendo El Nuevo Diario y todos los otros productos que se fueron agregando con gente que nos acompaña desde hace más de 30 años como mi Silvia Plana,  Roly Caldentey, Nelio Espínola, Miguel Camporro, Hugo Miguel Sosa, Cacho Carrizo, Daniel Manrique, Roberto Rubiño, Betty Puga.

Nos acompañaron hasta que se jubilaron Ricardo Bustos, Silvia Ortiz de Soria y Carlitos Alvarez, a quien sucedió su hijo Marcelo. Sólo la muerte alejó  grandes periodistas como Pedro Morales y el chileno Caballero

Y ya hay otra generación que está o estuvo ligada al grupo como Adriana Espínola, Carolina Camporro y la hija de Marcelo Alvarez, que acompaña a su padre en la distribución.

Y hay toda una generación más cercana a la edad de mis hijos Mariano, Juanca y Luciano que ya lleva más de 20 años trabajando en este proyecto, como Sergio Ferrari y Guillermina Moral.

 

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El patrimonio más importante de una empresa son quienes se ponen el proyecto al hombro y apoyan en las buenas y en las malas.

Por eso, para todos ellos, vaya el recuerdo de esos días iniciales de El Nuevo Diario, el único medio del país que en su etapa de diario tuvo al frente de la redacción a una mujer de 24 años: Cecilia Yornet. Y estamos hablando de 1987, cuando nadie hablaba de feminismo y era difícil escuchar a todas las voces –a veces en total soledad-, cuando se planteaban temas como el divorcio, la educación sexual o el aborto.


CAPÍTULO I

¿Un semanario?

No creo que funcione
-¿Un semanario? No creo que te convenga...

 Quien descreía del proyecto era Carlos Alfredo Mendoza, el primer amigo que tuve en el mundo periodístico.

A Mendoza lo conocí en 1968, cuando había tomado la decisión más importante de mi vida hasta ese momento: dejar la carrera de ingeniería de Minas e incorporarme al periodismo.

Mendoza ya era un gran redactor.

Hijo de maestros, había nacido en Misiones, se crió en San Luis y estudió en Córdoba, donde trabajó en Radio Nacional.

Casado con una sanjuanina, la licenciada en psicología Nelly Ruades, se radicó en San Juan y entró en la redacción de Diario de Cuyo.

Poco después fue designado corresponsal de la mítica Primera Plana que dirigía Jacobo Timmerman y comenzó un programa en LV1 Radio Colón, “El ciudadano pregunta”, donde opinaba de temas de actualidad a las dos y media de la tarde.

 

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Mi acercamiento con Mendoza se produjo el mismo día que me incorporé a la redacción, tras pasar la prueba que me propuso el entonces subdirector y brillante periodista Roy Kirby.

Aquel día me habían encargado mi primer trabajo publicable: una gacetilla de la que Silvia, mi novia entonces mi esposa hoy, pegó cuidadosamente en mi “álbum de notas”. Decía textualmente:

“El Departamento Provincial del Trabajo cita a las siguientes personas:...”  Y a continuación se reproducían quince o veinte nombres.

No era un gran trabajo intelectual. Pero era mi primer trabajo periodístico. Y valió la pena esperar hasta las dos de la mañana al lado de la rotativa para leer el diario aun con la tinta fresca y con aquella información de una columna por cinco centímetros perdida abajo de los avisos fúnebres.

 

 

Esa misma mañana Mendoza se acercó al bisoño periodista y tal vez porque siempre tuvo alma de docente o porque al estar en la “congeladora” pocos colegas creían conveniente que lo vieran con él, el caso es que me invitó a tomar un café.

-¿Puedo salir de la redacción?

-Si, avisale al Flaco Torres y vamos.

Cinco minutos después tomaba mi primer café como periodista en la Pizzería Victoria. Y la voz grave del Negro Mendoza que tantas veces había escuchado en la radio, me explicaba los entretelones de una profesión que marcaría mi vida.

Ni qué decirles cuando al salir nos acercamos a la mesa que ocupaban los periodistas de LV5, entonces Radio Los Andes, y me presentó a figuras para mí muy conocidas como Walter Castro Costa, Mario Parisí, Juan León Roldán Moreno, Fidel Walter Castro Salas y Héctor Podda.

-Les presento un nuevo colega. Acaba de incorporarse al diario-, dijo el Negro y yo miré al costado creyendo que se refería a otra persona.

 

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Al día siguiente, en el silencio de una redacción a las 3 de la tarde, sólo estábamos el Negro, por castigado y yo, por apasionado.

-Te hago un cambio, Juanca. Vos que has estudiado minería haceme la columna para el programa sobre ese tema y yo te escribo la “cocina” que te han dejado.

Por supuesto, al día siguiente Silvia también grabó el programa del Negro cuando decía: “el comentario que voy a leerles lo ha escrito un nuevo periodista...” y me nombraba.

Este fue el comienzo de la amistad de muchos años con el Negro.

 

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-¿Un semanario en San Juan? No creo que funcione-,
decía el Negro.

Finalizaba 1985 y Mendoza era el primero al que confiaba mi proyecto.

Por aquellos años el Negro estaba dedicado a la docencia y tenía una agencia de publicidad.

Yo ya no era un periodista bisoño.

Tras estar algunos años en el Cuyo había sido corresponsal de Clarín en San Juan. De ahí a la redacción en Buenos Aires, donde me había desempeñado como secretario de Redacción y en 1980, el salto a Italia, como corresponsal en Roma y la Santa Sede del que en ese momento era el diario más importante del mundo en idioma español.

Habían sido años profesionalmente muy ricos.

Pero todo un día acaba.

Y mi relación con Clarín también terminó en 1982.

 

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A fines del 82, el regreso a San Juan y una decisión que a muchos extrañó: mi primer alejamiento del periodismo.

El país recuperaba su democracia y, como tantos otros, creí que con 35 años de edad, una trayectoria detrás y un libro publicado por la editorial francesa Hachette (“Cómo y porqué sobrevive Italia”), había llegado la hora de volcar mis afanes a la política.

A pesar que en Italia los tantos se mezclan y un periodista no deja de ser confiable por militar en un partido, en mi concepto la opción siempre fue de fierro:

-Quien hace política no puede hacer periodismo.

Dejé el periodismo.

Y fui electo presidente del MID, Movimiento de Integración y Desarrollo.

 

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 Me pasé dos años promoviendo el desarrollo nacional, hablando de la necesidad de contar con una fuerte industria sostenida por una pujante minería, por la siderurgia, la petroquímica, un agro tecnificado...

Pero la política pasaba por otros carriles. A nadie le interesaban las propuestas para un desarrollo nacional, para un nuevo modelo de provincia.

En 1985, con muchas menos ilusiones, decidí que aquello no era para mí. El olor a tinta me llamaba de nuevo.

Dejé la política.

 

Y allí estaba con el Negro Mendoza, tratando de entusiasmarlo en mi nuevo proyecto.

-Sí, Negro, yo creo que un semanario puede andar en San Juan.

-¿Y de cuantas páginas pensás hacer cada edición?

-De 32 páginas tabloide.

 

-¿32? ¿Estás loco? En San Juan no hay temas para hacer cada semana 32 páginas.

-Yo creo que sí.

 

-Vos estás acostumbrado a los diarios, que se manejan con otros parámetros. El semanario toca grandes temas y en San Juan... ¿de qué se habla?

-Decímelo vos.

 

-De la vitivinicultura, la CAVIC, el seguro agrícola, los sueldos de los empleados públicos, la construcción de viviendas, algún hecho policial, el deporte, las escuelas... y poco más.

 

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 Tenía razón el Negro. Desde que me inicié en el periodismo en 1968, yo frecuentaba el café de la Galería Estornell. Esas diarias charlas con los amigos era algo que extrañé en los años en que estuve fuera de San Juan. Pero recuerdo que cuando volví a radicarme tras seis años de ausencia, volví al café y estaban los mismos amigos, hablando de los mismos temas. Es más, recién a los diez minutos de estar charlando con ellos uno advirtió mi presencia: “pero ¿vos no estabas en Italia?”

Por eso, tenía razón el Negro cuando decía que los temas de los que hablaba la ciudad eran muy limitados.

-Eso es lo que hay que cambiar-, le respondí.

 

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-¿Cómo?

-Hay un San Juan por descubrir. Por ejemplo, hay un San Juan que tiene vida cultural y estoy convencido que le gustaría leer sobre música, plástica, literatura que se hace acá.

 

-¿Te parece?

-Sí, me parece. Y creo que también importa la vida social que muchos consideran un tema de “cholulos” pero tiene lectores en todo el mundo. A la gente le interesa saber qué hace otra gente.

 

-Puede ser.

-Y hay temas a los que nunca se le ha dado importancia como el desarrollo urbano, la psicología social, el rescate de la historia que sepultó el terremoto...

 

-Habría que pensarlo bien...

-Hay deportes que nunca son noticias porque lo practican minorías; hay miles de mujeres que no se conforman con ser las reinas del hogar y quieren ser habitantes de la ciudad, con sus problemas, sus inquietudes...

 

-Perdoná que me ponga en abogado del diablo. Pero no hay periodistas que estén especializados en tantos temas.

-Y ese es otro punto para analizar. ¿Quién dijo que sólo los periodistas deben escribir los diarios? Yo sé que vos sos docente en la universidad pero en San Juan la carrera de periodista está mal planteada…

 

-¿Por qué?

-Porque en los países más avanzados es una carrera de post grado. El periodismo se nutre de médicos que escriben sobre salud, de ingenieros agrónomos que hacen suplementos agrícolas, de abogados que opinan sobre leyes o de decoradores y arquitectos que hablan sobre inmuebles. Qué sería más fácil... ¿mejorar el estilo de escritura de un médico para que hable de temas de salud o hacer que un periodista curse en la Facultad de Medicina? Y lo mismo te podría decir de los arquitectos, los profesores de literatura, los plásticos, los psicólogos, los sociólogos.

 

-Seguí...

-En San Juan tenemos dos universidades que producen cientos de profesionales. Acerquémoslos a la publicación, pulamos todo lo que haya que pulir y vas a ver como tenemos especialistas en todos los temas...

 

-¿Y cómo vas a contratarlos?

-San Juan no da para contratar cincuenta especialistas. Pero creo que hay mucha gente dispuesta a colaborar con un medio que signifique una apertura temática.

 

-El desafío es apasionante. Pero hay algo que no entiendo... ¿por qué el formato tabloide? Todos los grandes  diarios del mundo son formato sábana, la gente está acostumbrada al diario grande.

-Ese es el pasado, Negro. En todo el mundo se está imponiendo el diario en formato más chico. La gente hoy lee el diario en el ómnibus, en el consultorio del dentista, en la peluquería. El diario grande es incómodo.

 

-Pero la gente está acostumbrada a él.

-De acuerdo. Pero la vamos a acostumbrar al formato tabloide, como Clarín o La Opinión. Por ahí pasa el futuro.  Acordate que dentro de algunos años no va a quedar ningún diario de formato grande.

 

-En concreto... ¿qué querés de mí?

-Que vuelvas al periodismo y seas el jefe de Redacción de El Nuevo Diario, que formemos una nueva camada de periodistas, que hagamos un periodismo distinto...

 

El Negro me miró. Supe que aquella noche no iba a poder dormir. Sólo dijo:

-Te escucho y estás hablando de algo realmente nuevo para San Juan.

Dejámelo pensar...




CAPÍTULO II

Cuando Los Andes nos imprimió

 ¿Qué querés que te diga? Yo no sé de periodismo...

-Es que no vas a ser periodista. Lo que está faltando es un tipo dispuesto a romperse el traste buscando avisos de publicidad. Si no conseguimos avisos, el proyecto muere. No te digo que sea como vender vino pero tiene que ver con el comercio más que con el periodismo.

 

Mi hermano Eduardo siempre había trabajado como enólogo. Se cansó de elaborar vinos para terceros y quería iniciarse con un proyecto independiente.

 

-Te invito a que te asocies al proyecto.

-Harán falta inversiones para equipar el semanario y mantener la estructura en los primeros tiempos.

-Tengo algunos ahorros y voy a vender la casa del Barrio Fray Justo.

-¿Te parece que va a alcanzar?

-Sólo lo sabremos si nos tiramos a la pileta.

-Es que vos tenés atrás una trayectoria. No podés perder en esta.

-Tengo la intuición que vamos a andar bien.

-Bueno, vos sos el que sabés de periodismo y yo confío en vos, contá conmigo.

 

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Es cierto, Eduardo no sabía de publicidad. Pero estaba seguro que trabajaría veinte horas por día si fuera necesario.

Lo elegimos presidente de Editores del Oeste S.A., la empresa editora que habíamos formado.

-Hay un tema clave. ¿Quién nos va a ayudar con la administración?

-El Roly.

 

El Roly era Rolando Caldentey, contador y hombre acostumbrado a trabajar en grandes empresas.

 

-Yo tengo otros trabajos pero con gusto les voy a ayudar. Si el proyecto crece, ya veremos cómo hago para dejar lo que hoy hago.

Hasta el día de hoy sigue en la empresa, en las buenas y en las malas. No es fácil encontrar gente dispuesta a seguir con el mismo empeño cuando no hay ingresos durante mucho tiempo...

 

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Alquilamos un departamento amplio en la esquina de San Luis y Mendoza. Era un primer piso, con entrada individual a través de una larga escalera. Cinco ambientes, baño y cocina.

La empresa estaba estructurada sobre una sociedad anónima que había constituido en 1984. Se llamaba Editores del Oeste y se dedicaba -con muy poco movimiento- a la composición de textos con una vieja composer y el armado de originales.

En esa editorial, que en principio funcionó en una oficina ubicada en la calle Santa Fe, en un edificio que compartíamos con el Instituto Goethe, se hicieron algunos libros como el primer tomo de “Cosas de San Juan”, del doctor Fernando Mó, “Huellas del pensamiento”, del doctor Alfredo Avelín y “Circunstancias”, de Marina Oyola. Además, promovimos un concurso de poetas que no hubieran editado y sacamos tres libros que se llamaron “Nuevas voces sanjuaninas”, que reunían más de cien trabajos entre los centenares que recibimos.

 

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Aquella empresa tenía un sólo empleado: Nelio Espínola, un jovencito de 24 años que era el encargado de componer los textos.

-Juan Carlos, con la composer sola no vamos a poder hacer 32 páginas por semana.

-Es cierto, Nelio. Pero vamos a comprar dos máquinas para componer textos que tengo vistas en una imprenta de Buenos Aires.

 

-¿Y tiene ya la gente?

-No.

 

-Yo conozco a un muchacho, Cacho Carrizo, que trabajó un tiempo en el Diario de Cuyo como armador de páginas y hay otro muchacho, Nicolás Gómez, amigo mío, que puede componer textos, lo mismo que una prima, Silvia Espínola, que necesita trabajar y yo podría enseñarle.

-Dígales que vengan.

 

El equipo comenzaba a formarse. Se agregó al grupo un excelente muchacho que compartía sus tareas como armador con su actividad como policía: Domingo Bustamante, yerno de un periodista legendario, don Emilio Biltes.

 

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Lo malo es que los muchachos no tenían experiencia en la edición de diarios.

Todavía no estaban disponibles en el país las impresoras laser que posibilitaron la informatización de los sistemas, por lo que los textos se fotografiaban y luego se pegaban sobre la página maestra en un trabajo artesanal bastante demoroso.

Los periodistas aun utilizábamos la máquina de escribir y luego el tipeador confeccionaba los textos.

Silvia, mi mujer, y Carlita, mi hija que tenía 15 años, se encargarían del archivo y de corregir los textos.

Una fotocopiadora Toshiba, nos permitía agrandar o reducir textos, copiar tramas, superponer imágenes y superar el diseño de aquellos tiempos, condicionado aun mentalmente por los estrechos márgenes que imponía la composición caliente (con plomo) que recién estaba muriendo.

 

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Estaba parte del equipo y el local, que en realidad era una prolongación de nuestra casa pues allí venían a tomar la leche y hacer sus tareas Mariano y Juanca y Luigi y andaba correteando Luciano, que tenía tres años.

Pero faltaba aun lo principal: ¿dónde imprimiríamos?

Eduardo fue muy realista:

-Rotativa offset en San Juan hay una sola, la de Diario de Cuyo. Pero sería ridículo proponerles que nos impriman para que les hagamos la competencia.

Era lógico.

-¿Entonces?

 

-¿Por qué no intentamos en Mendoza?

-Sólo podríamos imprimir en la rotativa de Los Andes.

 

-¿A vos te parece que un diario grande como Los Andes va a tener interés en imprimir un semanario sanjuanino?

-Probemos, total nada perdemos con preguntar.

 

-Yo sé que el gerente es un ingeniero Caseros, un hombre joven. No lo conozco pero... veamos.

 

Hablamos por teléfono a Mendoza y nos agrandamos:

-Le hablo de El Nuevo Diario de San Juan. El ingeniero Caseros, por favor.

Hubo dos interminables minutos de espera. De pronto escuchamos una voz en el teléfono.

-Hola. Habla Caseros.

-Mucho gusto ingeniero. Le hablamos de El Nuevo Diario de San Juan, una publicación que aparecerá en las próximas semanas y estamos interesados en charlar con ustedes sobre el tema impresión.

 

-¿El Nuevo Diario, me dijo?

-Sí.

 

Caseros no tenía idea qué podría ser lo que nosotros queríamos. Pero seguramente la palabra “diario” en una provincia cuyana, produjo el milagro:

-Bueno, vengan.

-¿Cuando?

 

-Cuando quieran. Mañana, pasado...

-Mañana a las cinco estamos allí. ¿Le queda bien?

 

-Perfecto.

 

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Al día siguiente estábamos en Mendoza, Eduardo, Roly, el Negro y yo.

Entramos al edificio de la avenida San Martín y sentimos sobre nosotros más de cien años de periodismo.

Nos sentimos muy pequeños.

Pero cuando nos anunciaron al ingeniero Caseros, sacamos pecho y entramos al despacho.

Fueron dos horas de conversación.

Hablamos del semanario y de ilusiones.

Hablamos de mi paso por Clarín y del paso del Negro Mendoza por Primera Plana.

Hablamos.

Y Caseros, aunque dirigiera una empresa con toda la historia de Mendoza encima, tenía poco más, poco menos, nuestra edad.

-Está bien. Métanle. Nosotros les imprimimos. Organicen todo para estar acá con las páginas los jueves a las 3 de la tarde y a las 7 se llevan el diario hecho.

 

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Eran las siete de la tarde y era el 25 de abril de 1986, cuando salimos del edificio de Los Andes.

Nos fuimos a la confitería del Automóvil Club. Pedimos cuatro cafés y brindamos.

Ya estaba decidido.

El primer número de El Nuevo Diario -de los viernes en ese entonces- saldría a la calle el 16 de mayo.

Empezaba una carrera contra el almanaque.

¿Llegaríamos?


CAPÍTULO III

El día que una página se perdió

 Hacía tres semanas que aparecía El Nuevo Diario y no dejábamos de sorprendernos. La vida era un sobresalto continuo.

Las cosas, simplemente, ocurrían.

¡Teníamos tanto que aprender sobre el mercado de semanarios!

Y nadie podía enseñarnos porque no existían experiencias válidas.

El tema del tiraje nos volvía locos.

Nosotros proveníamos del mundo de los diarios, donde las ventas de ejemplares son más o menos estables y poco varían con un buen título.

Con los semanarios era absolutamente distinto.

El Nuevo Diario estaba conquistando su propio público, los “fieles”, que lo compraban por su contenido más que por una gran nota.

Pero además estaban los otros, los lectores que se acercaban por determinado título.

Esa franja nos interesaba porque podíamos conquistar nuevos lectores fijos. Pero... ¿cómo saber qué le interesaba a ese lector esporádico?

Imprimíamos en Mendoza, por lo que no podíamos hacer una segunda tirada si nos quedábamos cortos.

 

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Habíamos comenzado con un tiraje estable de cinco mil ejemplares.

La primera edición, porque era novedad y por la gran campaña publicitaria, se agotó el primer día.

-Perforamos el “techo” proyectado, hagamos más ejemplares-, dijimos.

A la semana siguiente encargamos 7 mil. Sólo vendimos 4 mil.

Gran decepción.

-Se nos cayeron las ventas. ¿La gente se decepcionó con el primer número?

Las dudas nos atormentaban.

La semana siguiente volvimos a hacer 5 mil ejemplares. Vendimos 3.800.

-Algo está pasando. Seguimos cayendo.

-¿Cuánto imprimimos esta semana?

 

-Sigamos en el tiraje inicial. Yo haría otra vez 5 mil ejemplares. Si la tendencia se mantiene en alrededor de 4 mil, la semana próxima disminuimos la cantidad.

Todos estuvimos de acuerdo.

-Esta edición es clave, pues marcará una tendencia -, nos dijimos.

 

 

El viernes a las 9 de la mañana nos llamaron de la Distribuidora Campana, encargada de la distribución del diario.

-¿Tienen más ejemplares?

-¿Qué pasa?

 

-No nos quedó ni uno.

-¿Los canillitas retiraron todo?

 

-No sólo eso. No quedan ejemplares en los kioscos y están viniendo los vendedores por más ejemplares.

¿Qué había pasado?

 

Teníamos en tapa un título fuerte: el escándalo por la adjudicación del dique Cuesta del Viento, ignorado por otros medios. La noticia corrió boca a boca y miles de sanjuaninos corrieron a buscar un ejemplar.

Habíamos aprendido una lección: es el público quien dice qué noticia es importante y cuál no le interesa.

 

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 Pero las sorpresas no sólo pasaban por la cantidad de ejemplares.

Cada jueves teníamos que estar a las 3 de la tarde con los originales de las páginas y las fotos en Mendoza. A esa hora comenzaba el trabajo de fotomecánica y montaje de astralones. A las cinco se copiaban las planchas y poco después comenzaba el tiraje en la rotativa.

Por más que nos prometiéramos una y mil veces cerrar temprano la edición, siempre llegaba la 1 de la tarde y aun estábamos cambiando un título o corrigiendo una nota.

Generalmente era la una y media cuando partíamos en mi Ford Taunus para Mendoza.

El jueves 29 de mayo fue un día inolvidable.

Íbamos a imprimir nuestra tercera edición y a las 3,10 estacionaba en la puerta del diario y bajaba con un gran forro de cuero que habíamos hecho confeccionar para llevar dentro los originales.

Los muchachos de Los Andes ya estaban esperando.

-Disculpen la demora pero había mucho tránsito...

Sólo sonrieron. Eran hombres del oficio y sabían que siempre la redacción entrega más tarde de lo estipulado.

-Acá tienen todo. Me voy a comer un sandwich a la esquina y ya vuelvo.-, les dije mientras les dejaba el sobre.

 

A las tres y media veo entrar a la confitería a uno de los operarios.

-Sanjuanino, hay problemas.

-¿Qué pasa?

 

-Falta una página.

-¿Cómo?

 

-Sí, no encontramos la página 8.

 

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Ni pregunté cuánto era. Dejé cinco pesos sobre la mesa y corrí hacia el diario.

Efectivamente: la página 8 no había llegado.

Tomé el teléfono y llamé a Eduardo a su casa.

-Eduardo, sonamos. La página 8 se quedó en San Juan. No vamos a poder imprimir.

-Esperá... Yo me voy al diario a ver si está allá. Andá averiguando hasta cuando pueden esperar esa página.

 

Pregunté al jefe de fotomecánica:

-¿Hasta qué hora pueden esperar por la página?

-No más de las cinco. No te olvidés que a las 7 tiene que estar todo terminado porque imprimimos suplementos de Los Andes.

Tres minutos después sonó el teléfono. Era Eduardo.

 

-Encontré la página. La habían dejado pegada detrás de la puerta.

Teníamos la costumbre de ir pegando con cintex, en las paredes, las páginas que estaban terminadas para, de esa forma, tenerlas a la vista. ¡Justo a alguien se le ocurrió pegar una en la puerta que, al abrirse, escondió la página.

 

-Son  las cuatro menos diez. Ya no tenemos tiempo.

-Vos tratá de demorarlos diez minutos. La página va a llegar.

Respiré hondo y opté por mentir:

 

-Ya se habían dado cuenta. Hace media hora que la página salió de San Juan. A las cinco estará acá.

-¡Te salvaste, sanjuanino!

Sonreí. ¡Qué iba a hacer!

 

 

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La sorpresa fue cuando tres minutos antes de las cinco veo entrar a Eduardo a la gran sala de fotomecánica.

No lo podía creer. Sólo habían pasado 65 minutos desde que hablamos por teléfono.

-¿Cómo lo hiciste?

-Vine en avión.

-¿En avión?

En ese momento veo entrar al “Nito” Mascarell, primo nuestro y corredor de autos.

Eduardo le había llamado, le explicó el problema y cinco minutos después estaban en la ruta, a bordo del IAVA que Nito tenía preparado para correr.

¡En 55 minutos hicieron el viaje!

Hoy lo veo a la distancia y pienso:

-¿Sabrá la gente qué hay detrás de una empresa?

La plata es importante. Los conocimientos también. Pero no son suficientes. La plata, la tecnología, los conocimientos son como una ensalada sin aliño.

Hay que ponerle además mucho amor, mucha pasión, mucha transpiración, mucho riesgo, hasta de la propia vida para que la cosa funcione. Y revolver lento, lento, lento... hasta que cada cosa se impregne del fuego sagrado que reclama toda obra humana.



CAPÍTULO IV

Un personaje llamado Rufino

-¡Al fin un tipo que quiere hacer cosas nuevas en San Juan! ¡Por supuesto, contá conmigo!

No esperaba otra respuesta.

¡Qué otra cosa podía decir el Gringo de Lara!

Inconstante, desorganizado, amo y señor de su tiempo, siempre pensé que el Gringo era una de esas personas que Dios pone en una sociedad para que comprenda que no deben existir moldes rígidos, que siempre hay una opción distinta, que a la vida hay que ponerle sal para que merezca ser vivida.

 

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 La humanidad siempre rindió honores a los guerreros victoriosos, los religiosos virtuosos, los empresarios exitosos, las madres abnegadas, los padres sacrificados, los artistas iluminados.

Las sociedades siempre hicieron divisiones entre ricos y pobres, vagos y trabajadores, prejuiciosos y liberales, conservadores e innovadores.

Pues bien: en ninguna de esas categorías entra el Gringo.

El fue el salero mayor de San Juan.

El condimento indispensable para que esta ciudad sea algo más que una comunidad de intereses, un lugar geográfico, un ámbito para el viento Zonda y los terremotos.

 

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Ojo, no es el único.

Por ahí andan otros duendes, quizás con menos fama, también haciendo de las suyas.

Es importante buscarlos, acercarse a ellos, aceptarlos como son, lo que a veces cuesta mucho.

Nieto de uno de los comerciantes más fuertes que tuvo San Juan hasta los años 70, don Jaime lo eligió su heredero universal. Pero no para hacerlo depositario de fortuna o dotes empresariales. Lo hizo heredero de su ingenio, su “chispa”, su optimismo interminable, su sed de aventuras.

Y ahí anduvo el Gringo, con su herencia a cuesta. Soportando sin quejas sus penurias económicas, seduciendo gente, riéndose de los estructurados y combatiendo sin cuartel a los aburridos.

 

El Gringo era un personaje para El Nuevo Diario que queríamos hacer.

-Gringo, yo quisiera que vos trabajaras en El Nuevo Diario pero eso es imposible.

-¿Por qué?

-Porque en una semana vamos a terminar peleados y es lo que menos quiero.

 

-¿Y por qué vamos a pelearnos?

-Porque ésta va a ser una empresa chiquita, con muy pocas plazas pagas. Los que las ocupemos vamos a tener que trabajar quince horas por día, ser fríos a veces, organizados siempre. Y no te veo en esa.

 

-¿Y qué puedo hacer?

-Escribir desde afuera, mostrar el San Juan que no conocemos, relatar tus aventuras, exponer tus ideas.

 

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Yo sabía adónde apuntaba.

Por eso, cuando el Gringo dijo:

-¡Por supuesto, contá conmigo!-, yo no esperaba otra cosa. Aunque sabía que sus materiales no tendrían la periodicidad que reclama una publicación rigurosa y que tendría periodos en los que no escribiría, directamente porque no le vendría en ganas.

Pero ese día en el café de la galería, el Gringo no sólo aceptó colaborar.

Me sugirió un nombre que sería una figura emblemática de El Nuevo Diario: Rufino Martínez.

-Llamalo a Rufino. Tiene que estar en el proyecto.

 

 Martínez tenía 70 años. Había sido el primer director de Cultura que tuvo San Juan. Y era un poeta y escritor de fuste.

Había nacido en Huinca Renancó. Hijo de gallegos, nacido en una casita ubicada al lado de la estación del ferrocarril BAP (Buenos Aires al Pacífico), las vías constituían un imán irresistible para aquel joven inquieto y ávido de nuevos paisajes.

Quince años tenía cuando un día se abrazó con su madre, anudó un bulto de ropa con un pañuelo grande y se subió a un tren carguero que salía para Mendoza.

 

Así viajó, como polizonte, junto a tres crotos que iban a la cosecha.

Pero al llegar a Mendoza, Rufino comprobó que el tren no paraba en la ciudad.

Sus compañeros de viaje aprovecharon que el convoy aminoraba la marcha y se arrojaron. Rufino siguió para San Juan.

Al llegar a Media Agua divisó los simétricos verdegales de los parrales. El, que venía de una zona de sequía, vientos, cardos rusos y arenales, al ver ese verde, milagro del hombre y el agua, se emocionó hasta las lágrimas.

Y fue entonces cuando aquel chico de quince años supo que había encontrado su presentido maná.

Entre la piedra, la montaña y el verde, Rufino había encontrado su lugar en el mundo. Comenzaba la década del treinta.

 

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Trabajó de mozo, incursionó en la minería, vendió abonos pero, por sobre todas las cosas, se bebió la vida, absorbió su savia, aprendió a mirar el horizonte, a deslumbrarse con las noches estrelladas, a descubrir el alma de los personajes que caminaban a su lado.

Y un día se encontró ante un papel con un lápiz en la mano. Y supo lo que era atormentarse buscando la palabra justa, la metáfora precisa.

Rufino fue el hombre que durante su gestión en el gobierno de Américo García, organizó la tarea cultural en San Juan.

Era un hombre de ideas y de acción. Pero también un bohemio capaz de compartir horas de charlas y vino con Jorge Leónidas Escudero, Chelo Aguado, Reina Domínguez, Campus. José Podda y otros personajes de la cultura sanjuanina, muchas veces ignorados, y de hacer lugar en su mesa a jóvenes poetas dispuestos a escuchar y compartir con los maestros.

 

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Tras su paso por Cultura y luego por la dirección del Auditorio, Rufino incursionó en el periodismo. Colaboraba en el Diario de Cuyo y un día le propusieron hacer una columna en Tribuna, que salía como vespertino. “El relincho” se llamó ese espacio que llegó a ser el más leído del diario por su ingenio y belleza literaria.

Apurado por estrecheces económicas, un día pidió aumento de sueldo.

 

-Rufino, la situación no es buena. Espere un poco.

-Hace mucho tiempo que espero y así no puedo seguir...

 

-Piénselo. Si no escribe acá... ¿dónde lo va a hacer?

-Hay una cosa con la que usted no cuenta.

 

-¿Qué es?

-¡Mi gran capacidad para cagarme de hambre...!

Ese mismo día juntó sus cosas y se fue del diario. Desde entonces nunca había vuelto a escribir en un medio de difusión.

 

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El Gringo no me dio tiempo a que le hablara a Rufino. Al día siguiente se vino con él a la oficina que teníamos en la calle Santa Fe. Ya le había hablado del proyecto.

Rufino fue muy directo:

 

-Yo tengo una buena jubilación y no quiero trabajar más en relación de dependencia. Te puedo mandar alguna nota de vez en cuando.

-No es eso lo que quiero.

 

-¿Y qué querés?

-Mirá Rufino: la prensa se entremezcla cada día más con la literatura. Hoy, la mera información no es más patrimonio del periodismo gráfico.

 

-Ahá...

-Cuando un satélite nos trae en el acto lo que sucede a miles de kilómetros de distancia y nos deposita en nuestras propias casas las imágenes en colores, con primeros planos y detalles imposibles de apreciar aun estando personalmente en el lugar, una prensa solamente informativa o descriptiva, constituye un anacronismo.

 

-Seguí.

-Yo no estoy buscando un periodista que corra atrás de la noticia ni un opinador profesional. No me interesa.

 

-¿Qué buscás?

-Quiero alguien capaz de recrear climas, situaciones, emociones. Alguien que pueda poner seres humanos detrás de cada hecho, que nos enseñe que la vida es una continuidad y la explicación de lo que nos pasa debemos buscarla en algo que ocurrió hace cincuenta años o que sucederá dentro de diez.

 

-¿Y vos creés que yo puedo hacer eso?

 -Podés hacerlo precisamente porque estás jubilado, porque tenés tiempo, porque sos un gran escritor, porque no has vivido al pedo. Yo te imagino arriba de un cerro, mirando desde lo alto esta gran aldea, esta vida en la que cada día pasamos a ser más contribuyentes, usuarios, clientes o aportantes en lugar de seres humanos. Y desde allí, desde las alturas, mostrarnos personajes, explicarnos situaciones... Que tu columna sea un gran espejo capaz de reflejar las imágenes tal como son.

 

-Atendeme, Juan Carlos. Yo ya tengo un lugar, que es este San Juan. Tengo una vida hecha. Tengo una mujer. Tengo hijos. Quien pida más que eso es un insensato. Quien pida menos es un estúpido. Pero me interesa tu propuesta. Y me gusta ese nombre que dijiste: La gran aldea. Así se llamará la columna. Pero quiero preguntarte algo: ¿cuáles serán mis límites?

-Ninguno, escribí lo que quieras.

 

-Otra condición: no quiero que me paguen un peso.

-¿Por qué?

 

-En primer lugar, porque cuando tuve necesidades peleé por un peso. Hoy no las tengo y soy capaz de regalar mi tiempo. Sólo un estúpido lo vendería sin necesidad. Y en segundo término, porque a esta altura de mi vida quiero seguir siendo libre. Y la libertad no puede figurar en una nómina de pagos.

 

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Durante diez años Rufino escribió La Gran Aldea.

Rescató personajes, situaciones, palabras, climas, colores, costumbres. Mezcló la poesía con la paleta del pintor, la urgencia del periodista con la mirada larga del pensador. Y a todo lo sazonó con un verbo absolutamente personal, con una marca regional indiscutible pero, curiosamente, asentado sobre un hombre universal.

Nos acompañó en las buenas y en las malas.

Cada mañana venía a tomar un café conmigo en el diario. ¡Y era una fiesta hablar con él!

A fines de 1992 editamos un libro que reunió muchos de sus escritos. Se llamó “La Gran Aldea, memorias del corazón”.

 

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Un día, ya cerca de los 80 años, sus trabajos comenzaron a espaciarse. Se irritaba con facilidad, se peleaba con el corrector y dijo que no iba a seguir colaborando.

Algo pasaba. Pero debía dejar que él lo dijera. Había aprendido a conocerlo.

Pasaron dos meses sin Rufino y un día, un gran poeta, amigo común, -el “Chiquito” Jorge Leónidas Escudero-,  vino a la redacción. Aunque quizás nunca le pidió Rufino la intermediación, traía un mensaje.

-Rufino te recuerda con mucho afecto.

-Y yo lo quiero como a un padre.

 

-¿Sabés por qué se fue enojado?

-Lo imagino pero decímelo...

 

-Ya había dicho todo lo que tenía que decir. No quería repetirse. No quería escribir por compromiso. Y no sabía cómo decirlo...

-Lo imaginaba.

 

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Pocos meses después murió Rufino Martínez.

Su obra mayor está en las páginas de El Nuevo Diario.

Conociendo su pensamiento sería absurdo pedir que una estatua o una calle recordaran su nombre.

Pero qué bueno sería que las nuevas generaciones leyeran esos escritos.

Si eso ocurre, ahora o dentro de cincuenta años, yo sé que ese joven que quizás aun no ha nacido dirá, lo estoy oyendo:

-Acá existió la literatura; acá se hizo periodismo. Acá estuvo el hombre.



CAPÍTULO V

Pequeñas cosas que hacen gran diferencia

 Desde el lunes 12 al viernes 16 de mayo de 1986, pocas fueron las horas que dormimos.

El lanzamiento de un medio de difusión es como la terminación de una casa: siempre faltan detalles.

No quisimos hacer una inauguración ni una presentación en sociedad.

-Que el producto hable por nosotros -, dijimos.

Pero sí, había que pensar en la campaña publicitaria.

Una campaña que normalmente cuesta muy cara.

Pero que deberíamos hacer sin un peso, pues dinero no había.

 

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En esos días nació mi amistad con don Jorge Enrique Estornell.

Si bien nos conocíamos y nos habíamos encontrado en reuniones varias veces, nunca habíamos intimado.

Y en este punto vale aclarar algo.

Mucha gente asocia los apellidos Bataller y Estornell.

Y la confusión, en nuestro caso, nace en que el doctor Francisco Bataller Estornell era primo hermano de Jorge. Pero no tenía parentesco con nosotros.

La madre de Paco Bataller Estornell, doña Carmen, era hermana de don Bautista Estornell, el padre de Jorge.

Bataller Estornell fue ministro de Economía de Américo García y durante varios años fue gerente general de Canal 8, por lo que su apellido era familiar en San Juan.

 

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Mi padre, en cambio, era Juan Bataller Mascarell, hijo de Ramón y Consuelo, dos valencianos de Villalonga que llegaron a nuestra provincia en la primera década del siglo XX.

Si bien eran familias distintas, mi padre siempre fue amigo de Paco Bataller Estornell.

Durante su niñez muy modesta por cierto, mi padre, empresario de la construcción primero y minero después, siempre estuvo muy ligado con su tío, don Bautista Mascarell, propietario de una fábrica de cerámicos importante que existía en Santa Lucía, frente a la bodega y residencia de los Estornell. De ahí su amistad con don Bautista Estornell, su esposa, doña Rosa Noguera y con Jorge, que era algunos años menor.

 

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Era una tarde fría y lluviosa de mayo cuando fui a la bodega de Santa Lucía para hablar con Jorge Estornell.

Don Jorge no atendía en el canal. Todo San Juan pasaba en aquellos años por la bodega, donde tenía instaladas sus oficinas.

Canal 8 en ese momento tenía un poder inmenso. Era la única opción televisiva de la provincia. Era pues, un medio publicitario e informativamente muy efectivo.

La charla con Jorge fue larga.

Estornell sabía cómo halagar a la gente cuando un tema le interesaba.

Sin duda estaba muy bien informado de nuestro proyecto.

-Conociendo los antecedentes, yo sé que este diario va a funcionar bien-, me dijo.

Pero a su vez era un hombre práctico, con mucha experiencia empresaria.

-¿Tienen buenos vendedores de publicidad?

Había dado en la matadura.

-Bueno, estamos armando un equipo.

-Ese tema tiene mucha importancia. ¿Por qué no hablan con Daniel Rodríguez, quizás él los pueda ayudar...?

Daniel Rodríguez había sido gerente del canal y poco tiempo atrás había dejado su cargo para armar una agencia publicitaria y una promotora televisiva, ligada a los canales de Estornell, el 8 de San Juan y el 7 de Mendoza.

-Desde ya cuenten con todo el apoyo publicitario del 8. Vamos a hacer un canje entre medios. Ustedes dispongan del espacio que necesiten y nosotros también haremos algunos avisos en El Nuevo Diario.

 

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Era un trato por demás ventajoso para nosotros, canjear publicidad con un medio tan poderoso.

Pero don Jorge sabía dónde apuntaba. A él le interesaba que hubiera otro medio gráfico en San Juan. Venía la televisión por cable, ligada al Diario de Cuyo, y él no tenía un diario que balanceara las relaciones.

La charla con Daniel Rodríguez fue también muy positiva.

El hombre, seguramente ya hablado por Estornell, ofreció todo el apoyo de su agencia y hasta nos recomendó a un colaborador suyo, Rafael Sánchez, para que nos organizara el departamento de publicidad.

 

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La siguiente charla fue con la gente de Radio Colón.

Quito Bustelo Graffigna era muy amigo y mi cuñado, Alfonso Barassi, casado entonces  con mi hermana Ruth Stella, era entonces vicepresidente de la radio.

Aceptaron de buen grado el canje publicitario y prometieron comentar nuestros artículos los días viernes, con lo que aumentaría la penetración del semanario.

En Radio Nacional, por otra parte, Ricardo Olivera, el Chango Illanes y Edgardo Mendoza, hacían la exitosa Radio Abierta y la emisora que conducía José Podda, aunque en aquellos tiempos no pasaba publicidad, nos hizo varias notas y comentó los artículos.

Eduardo y Rafael Sánchez mantuvieron reuniones con la gente de ASAP, la asociación de agencias de publicidad. Estas prometieron su apoyo. Pero era evidente que poco eran los avisos que entraban por agencias.

Las únicas que en aquellos tiempos atendían importantes comercios eran Aries, de don Oscar Córdoba, que siempre estuvo a nuestro lado, y Premier, de Raúl Santori. Las otras pusieron voluntad pero pocos avisos.

 

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 Ya estaba todo en marcha.

Llegaba la semana decisiva.

Y cada día estábamos más atrasados con las notas.

La razón era muy sencilla: habíamos comenzado con tanto tiempo a preparar nuestros materiales, que estos fueron quedando desactualizados.

Insisto, no teníamos en aquellos días la edición informatizada. Todo el material debía ser tipeado y luego fotografiado.

Y una cosa es cuando se está sobrado de tiempo y otra cuando las papas queman. Las manos inexpertas se vuelven más inexpertas, las películas siempre aparecen con un velo y las máquinas comienzan a manifestar fallas inexplicables y a las que nunca les encontrábamos soluciones.

 

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Nosotros éramos periodistas de experiencia.

Pero un diario, un canal, una radio no son sólo los periodistas.

Constituyen organizaciones muy complejas que tienen que ver con la producción intelectual, con la industria, transformando materias primas como el papel, con el comercio, con la técnica.

Son muchos los eslabones de la cadena.

La gente conoce sólo a los periodistas que escriben o leen las noticias, que muestran sus rostros en una pantalla.

Nada de esto sería posible si no estuviera atrás un ejército de técnicos, productores, telefonistas, iluminadores, sonidistas, gráficos, publicistas, secretarias, electricistas, administrativos, archivistas y hasta vendedores de diarios para que el producto final llegue al público.

 

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Y esto lo estábamos comprobando en vivo.

Recuerdo el miércoles 14, a la noche.

Nos faltaba aun terminar de armar la mitad de las páginas y no llegábamos.

De pronto viene Nelio y me dice:

-Juan Carlos, viene un muchacho Ricardo Bustos, que durante muchos años ha sido tipeador del Cuyo. Anda buscando trabajo.

-¿Conoce las máquinas que utilizamos?

-Sí, una como esta manejaba en el diario.

-Ya, dígale que se siente y comience a tipear. Mañana hablamos de las condiciones de trabajo.

Ricardo seguramente no entendió nada. El simplemente iba para ver si había una posibilidad de trabajo y lo invitábamos a comenzar ya, en ese mismo momento, su tarea.

Se sentó a la máquina y tipeó toda la noche.

De pronto el panorama se aclaraba. Las manos de los armadores volvían a ser expertas, los rollos de fotocomposición se revelaban perfecto, las máquinas volvían a funcionar como correspondía...



CAPÍTULO VI

Los colaboradores Honorarios

 El Nuevo Diario estaba en la calle y era un éxito.

Puedo decirlo con certeza: hicimos un periodismo de nivel, adelantado para la época.

Como habíamos previsto, la apertura hacia nuevos temas nos atrajo a mucha gente. San Juan es una inmensa cantera dormida. Si algún día despertara...

Jorge Rodríguez, nuestro gran caricaturista de los primeros años, llegó un día y me pasó un escrito.

-Quiero que lea esto.

Comencé a leer y al momento no podía parar de la risa. Era la más ingeniosa y personal muestra de humor que hubiera leído en mucho tiempo.

-¿Quién escribió esto?

-El capitán Veneno.

-¿Quién es el Capitán Veneno?

-Perdone pero no se lo puedo decir.

-Vamos a ponernos de acuerdo en algo, Jorge. Esto es excelente y me interesan estas colaboraciones. Puede contar con mi más absoluta reserva. Pero al menos yo debo saber quién es la persona que escribe.

 

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 Jorge dudó, hizo una llamada telefónica y finalmente me reveló el nombre.

El nombre ya no es secreto pues meses después el autor murió, víctima de un aneurisma, cuando se perfilaba como uno de los políticos con más futuro de la provincia y brillante abogado.

Se llamaba Carlos Distéfano, había sido juez siendo muy joven y tenía sólo 38 años.

La muerte, por primera vez, nos pegaba en el costado izquierdo, donde más duele.

La última de las “diatribas hebdomanarias” del Capitán Veneno nos la trajo su viuda, tres días después de su muerte. La había dejado hecha y se refería a las elecciones que ese domingo se realizaban en Trinidad: una columna, realmente de antología.

 

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 Pero no fue el Capitán Veneno el único descubrimiento.

Bertha Abner armó su sección, Lenguajes, con un equipo de altísimo nivel. Alicia Garcés, Ana Celina Puebla, Susana Lage, Adrián Russovich, Ricardo Trombino, Beatriz Mosert de Flores, Alberto Sánchez, Silvina Martínez, Elisa Pulver de Papa y el músico Roberto Oliva fueron algunas de las firmas que por allí pasaron.

El humor también se instaló en nuestras páginas. Un humor sanjuanino, bien nuestro, de la mano de Hugo Vinzio, Beto Quiroga (Bet), Tono López y Nacho (el doctor Ignacio Recabarren).

Luego se sumaría Bruni (Susana Lage) que junto con Jorge Rodríguez lanzaron una historieta semanal, La señora de Huarpez, que fue todo un suceso.

Además, comenzamos a contar con la presencia permanente de Quico Brambilla, integrado a nuestro equipo de Publicidad.

 

 

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 Hombres de altísimo nivel intelectual comenzaron a enviarnos sus colaboraciones con mucho afecto, como el doctor Pablo Ramella, que hasta sus últimos días nos trajo un par de notas por mes. Leopoldo Allub fue otro activo colaborador, lo mismo que el doctor Oscar González Valverde, especialista en temas vitivinícolas y el doctor Osvaldo Maurín Navarro. La arquitecta Dora Roitman de Schabelman abordó temas del desarrollo urbano y el profesor Marcos Rossomando (ya fallecido) temas constitucionales.

Otro hallazgo fue Isabel de Savastsky. Escribía La página de Malena, con gran humor y en un tono que hizo que muchos hombres confesaran que habían comenzado a leer sobre modas gracias a ella. Además, aportó la producción fotográfica de modas, con hermosas chicas y paisajes sanjuaninos de fondo.

 

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 Afifa Mattar de Kalejman aportó su columna sobre cocina y Elsa Zunino de Martín realizó coberturas de acontecimientos sociales. Blanquita López Vernengo, puso en marcha una columna dirigida a la tercera edad. La doctora Lilian Echegaray, hoy radicada en Buenos Aires, fue desde el primer número nuestra especialista en temas jurídicos mientras que dos ingenieros abordaban temas más áridos: Alfonso Barassi escribía sobre informática y Horacio Mascotti sobre seguridad industrial.

Edgardo Mendoza realizaba importantes aportes en los temas de política internacional y Américo Clavel en los económicos.

Como no podía ser de otra forma (¿qué no has hecho en tu vida, viejo bribón?) Guegué Feminis tuvo una columna en aquella primera etapa de El Nuevo Diario.

 

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Por la sección Deportes pasaron algunas plumas muy prestigiosas, como Horacio Lucero, Diego Fernández, Edgar Jofré, Juan Carlos Poblete Barrios, Pancho Márquez y colaboradores en columnas específicas sobre ajedrez (Armando Ramírez), hockey sobre patines (Juan Ferrucio), tenis, rugby (excelentes comentaristas que, como eran jugadores, pedían mantener el anonimato para que fueran más creíbles), básquet y golf.

Desde Buenos Aires, un viejo amigo, el ingeniero Domingo Di Nucci, jefe de Clarín Rural, nos enviaba su columna sobre temas económicos en general y agropecuarios en particular.

José Figueroa y María Daniela Puebla realizaron excelentes trabajos sobre problemas sociales en la provincia, a los que incorporamos a una sección que llamamos Grandes Temas, a la que destinábamos cuatro páginas para abordar fundamentalmente problemas locales, aunque también tocamos temas nacionales e internacionales.

 

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 El Nuevo Diario ya era de todos.

El problema era cómo incorporar tanto material que nos llegaba.

Utilizábamos una letra chiquita, verdadero tormento para los lectores y exprimíamos al máximo cada página a la vez que constreñíamos las colaboraciones a espacios no mayores de 30 líneas.

Pero como lo intuíamos, había un San Juan subyacente, un San Juan de la espera, un San Juan que a veces por falta de oportunidades y otras por carencia de fuerzas, estaba ahí, aguardando el momento para que nos encontráramos.

De aquella época son los concursos de poesía y cuentos cortos que reunieron más de un millar de trabajos y donde aparecieron nombres que hoy son una realidad en la literatura provinciana.

Son también las primeras encuestas periodísticas, sobre los más variados temas, que realizábamos mensualmente, con sus correspondientes análisis.

Seguramente, cuando algún historiador del futuro quiera informarse realmente sobre lo que fue San Juan en aquellos tiempos, encontrará en alguna biblioteca nuestras colecciones y verá que por allí pasó la vida de San Juan.



A modo de corolario

 

Quisimos en esta página contar cómo fueron aquellas primeras semanas de El Nuevo Diario. La historia no termina allí. Tiene forma de libro y algún día lo seguiremos contando, Les anticipo algunos capítulos

-- La tormentosa etapa de diario

-- La relación del periodismo y la política

-- Los medios de difusión como instituciones

-- El compromiso social

-- La búsqueda de la identidad sanjuanina

-- Cuando la esposa y los hijos son socios

- El nacimiento de las multiplataformas

-- Como sobrevivir en un mundo globalizado

Pblicado en La Pericana 204 del 21 de mayo de 2020

 

 

 

GALERIA MULTIMEDIA
Reunión preparatoria del lanzamiento: Carlos Alfredo Mendoza, Eduardo Bataller, Rolando Caldentey y Juan Carlos Bataller.
El arzobispo, monseñor Italo Di Stéfano visitó El Nuevo Diario cuando comenzó a publicarse todos los días. En la foto aparecen con quienes integraban la sección armado del diario. Nelio Espínola, responsable; Raúl Morales, Ricardo Bustos, Monseñor Di Stéfano, Nicolás Gómez, Héctor Carrizo, Jorge Názara y Daniel Manrique.
La foto del primer año con el equipo inicial El niño que aparece es Luciano Bataller, que ya se sentía parte del equipo. Hoy es responsable de los videos televisivos.
María Marcela Clavel, reina de la Fiesta Nacional del Olivo en 1988, visitó El Nuevo Diario y posó junto a Cacho Carrizo.
Los cuatro armadores iniciales, Nelio Espínola (jefe, parado) Ricardo Bustos, Daniel Manrique y Cacho Carrizo.
Gringo de Lara
Rufino Martínez (Dibujo de Jorge Ropdríguez)
Facsimil de artículos escritos por Rufino Martínez y publicados en El Nuevo Diario.
Jorge Enrique Estornell
La sala de composición de la primera redacción. El niño que aparece en segundo plano es Mariano Bataller, hoy directo del diario. En primer plano Cacho Carrizo y Carlos Ureta. De espaldas, Cecilia Yonet y sobre la derecha Nicolás Gómez y Nelio Espínola.
Al cumplirse el primer aniversario la cena con el equipo de diario y las decenas de colaboradores.
Jorge Rodriguez, primer caricaturista de El Nuevo Diario. La caricatura fue un elemento novedoso en el periodismo gráfico.
Silvia Plana y Rolando Caldentey, integrantes desde el primer día. Un equipo todo terreno
Miguel Camporro, diagramador, diseñador, dibujante y hombe clave de la empresa junto a dos fotógrafos de trayectoria en el diario: Omar Pineda y José Pepe España
Juan Carlos y Eduardo Bataller
Al cumplirse el primer año el equipo de El Nuevo Diario entregó un pergamino al director, Juan Carlos Bataller. Atrás aparece Cecilia Yornet, quién conducía entonces la redacción.
Cena de la redacción. Alfredo Flores (publicitario) Nelio Espínola con Andrea, una de sus hijas en brazos, Armando Antonio Acevedo , Miguel Camporro, Gustavo Ru El niño es Juanca Bataller Plana, actual director periodístico de El Nuevo Diario.
Los cuatro armadores iniciales, Nelio Espínola (jefe, parado) Ricardo Bustos, Daniel Manrique y Cacho Carrizo.
Los cuatro armadores iniciales, Nelio Espínola (jefe, parado) Ricardo Bustos, Daniel Manrique y Cacho Carrizo.
Reunión preparatoria del lanzamiento: Carlos Alfredo Mendoza, Eduardo Bataller, Rolando Caldentey y Juan Carlos Bataller.
Reunión preparatoria del lanzamiento: Carlos Alfredo Mendoza, Eduardo Bataller, Rolando Caldentey y Juan Carlos Bataller.