El último discurso de Domingo Faustino Sarmiento en San Juan

El siguiente texto fue extraído del libro “Sarmiento en su última visita a San Juan” cuyo autor es el profesor César H. Guerrero, edición del año 1973

 Domingo Faustino Sarmiento: Padrino de la nueva Casa de Gobierno

Mientras Sarmiento andaba en los trajines del homenaje contínuo, el ministro de Gobierno le había enviado a su domicilio una nota recordándole la invitación que se le hiciera llegar a Chile, para que sirviera de padrino de la nueva Casa de Gobierno, de la fuente de la plaza mayor y de los servicios de agua corriente para la ciudad.

 

Esta nota dice así:

“San Juan, Mayo 6 de 1884.

“Al Sor. General de División D. Domingo F. Sarmiento.

 

“Tengo el honor de comunicar a Ud. que el sábado 10 del corriente mes, a la 1 p.m., tiene lugar la inauguración oficial de la casa nueva de Gobierno y de las aguas corrientes y que S. E. el señor Gobernador Provisorio(1) desea que V. S. concurra al acto en calidad de padrino de las obras nuevas que se entrega­ran ese día al servicio público.

“El Sr. Gobernador al nombrar a V. S. en tal ca­rácter, desea dar el mayor realce posible a la fiesta, a la vez que espera de su gran amor a San Juan, que aceptará el nombramiento.

“Con este motivo el que suscribe tiene el honor de saludar al Sr. General y ofrecerle los sentimientos de su alto aprecio y respeto”.

Federico Moreno”.(2)


Llegado el día, la ceremonia resultó, como se pre­veía, imponente y emotiva, ante una concurrencia que colmaba la nueva mansión gubernativa, a la que se habían dado cita autoridades militares, eclesiásticas, civiles, provinciales y nacionales, aparte de los esco­lares que cubrían la casi totalidad de la plaza.

 La apertura del grifo que cerraba la cañería de la fuente hizo saltar el agua de ésta, ante la algarabía del público que saludó con nutridos aplausos la no­vedad, mientras la banda de música hacía oír los acordes de una diana. Las banderitas de los niños se agitaron al aire de aquel mediodía de mayo, y los corazones palpitaron de alegría ante el progreso de la ciudad.

Después, lo principal: la ceremonia que permitía la habilitación de la nueva Casa de Gobierno de la provincia, ante la cual Sarmiento debía pronunciar el discurso inaugural que se esperaba con impaciencia, no tan sólo por el motivo que lo había llevado allí, sino por lo que iba a decir, pues se conjeturaba mucho sobre el particular, principalmente por el am­biente político que se vivía en esos momentos de expectación.

En verdad que fue una magnífica pieza oratoria, tanto por su elocuencia como porque era la última vez que le hablaba a su pueblo, en acto tan significa­tivo como ese de inaugurar cosas tan interesantes al progreso. Por eso había aceptado la gentil invitación; por eso había regresado de nuevo a su querida pro­vincia.

Arrojado el incienso de la bendición por el Obispo, dijo el padrino:

“Conciudadanos:

“Debo a la exquisita atención del gobernador inte­rino el honor de tomar parte en el acto de inaugurar la primera Casa de Gobierno que se levanta en San Juan desde la existencia como provincia. Acaso con­taba con que seré oído con benevolencia por el pueblo que tan simpática acogida me ha acordado; o bien ha querido ofrecerme ocasión de dar las gracias por tantas bondades, y de algún modo retribuir sus fa­vores”.

Después de hacer un paralelo de la Casa de Go­bierno de San Juan con la de Buenos Aires, conti­nuaba diciendo:

“Digo que este edificio expresa ideas populares y aquél llena necesidades de expansión; y os conven­ceréis de ello, cuando os recuerde que los planos primitivos, que se han perdido, porque no había Casa de Gobierno estable que les sirviese de archivo, en cuatro medallones que debieron ser de bronce, esta­ban escritos estos cuatro nombres: Ignacio de la Roza, Narciso de Laprida, Salvador M. del Carril, D. F. Sarmiento. Esos nombres representan ideas; y cada uno señala un elemento y un progreso en la constitución del gobierno. Ignacio de la Roza, es si­nónimo de la acción gubernativa que convirtió en hecho la aspiración de la América a la independencia. Narciso de Laprida, es como si dijéramos, la encar­nación viva del pueblo en el gobierno, por haber sido el presidente del Congreso que declaró su existencia como Nación. Salvador del Carril, da la primera Constitución del gobierno de una provincia, bajo los principios que proclaman los pueblos libres; y en cuanto al último nombre inscripto, las naciones ame­ricanas y provincias argentinas le han reconocido que cuando el edificio amenazó periclitar por falta de cimientos, puso el hombro para que el pueblo lle­gase a gobernarse a sí mismo, preparándolo por me­dio de la educación.

“Porque en la nueva planta de edificio tan suntuo­so no se incrustarían aquellos cuatro medallones, a fin de conservarle su espíritu, diré así, y la mente profunda de su fundación? Aquellos nombres recor­darían a la posteridad, que en 1874, cuando se san­cionó la creación de este palacio, se sabía mejor que hoy que el Poder Ejecutivo lo forman, dado la inde­pendencia del Estado, el Congreso, la Constitución y la inteligencia y la aptitud del pueblo para gobernar­se a sí mismo, por reglas fijas, con el concurso de sus poderes públicos, limitados por una constitución escrita.


“No estoy haciendo decir a aquellos nombres lo que quisiera en vano la retórica o el misticismo para glorificar la mente de la creación de este palacio, sino que ellos mismos lo dicen en lenguaje que la historia ha consignado en sus páginas. ¿Fue privile­gio insigne de esta provincia apartada, cuán estre­chos sean sus límites y cuán contados sus habitantes, haberle tocado siempre, si no llevar la iniciativa en los grandes movimientos históricos, afirmarlos o pre­cipitarlos, mostrándose casi siempre el noble ejecutor de la voluntad nacional en estado latente?

“Si bien fue Buenos Aires donde se concibió la idea de emanciparse de la España, sólo Cuyo trepó los Andes y llevó la revolución de la Independencia fuera del virreinato. Al hacerse a la vela San Martín para el Perú, escribía a bordo de “La Almirante”, al gobernador de San Juan (yo tengo la carta) que a él debería la Patria por su poderoso auxilio su salva­ción. En efecto, San Martín y don Ignacio de la Roza preparan juntos el triunfo de las armas americanas, y casi al mismo tiempo reciben por recompensa el ostracismo. Cúpole, pues, a San Juan lugar promi­nente en tan grande hecho histórico”.

 Después de otras consideraciones, añadía:

“Obtenida por las victorias de nuestras armas la ansiada independencia, llegó el tiempo de constituir el gobierno que debía regir las nuevas repúblicas. Era ya tiempo de constituir el gobierno de los pueblos, y mientras como nación la República hace vanos es­fuerzos por conseguirlo, sólo San Juan sanciona la primera Constitución provincial, y hace efectivos los principios fecundos que ella contiene. Este es el rol de nuestro compatriota D. Salvador M. del Carril, a quien le cabe la fortuna más tarde de constituir la República entera bajo los mismos principios que San Juan, y después de terminada su obra, administrar justicia como presidente de la Corte Suprema de la Nación, bajo la Constitución federal. San Juan lle­vaba, pues, la iniciativa de constituir la República, como son sanjuaninos los más dedicados comentado­res del sistema constitucional. Mucho ha hecho San Juan en este sentido”.

Más adelante apunta esto otro:

“Llega por fin la época constitucional en que van a hacerse jugar los diversos resortes de la máquina gubernativa, y entonces aparece su defecto orgánico, a saber, la ignorancia y la ineptitud de las muche­dumbres para gobernarse. San Juan había anticipa­do de medio siglo el remedio; y digo medio siglo, porque la educación primaria gratuita ha nacido y se ha desarrollado en San Juan, desde 1816, bajo la inspiración de D. Ignacio de la Roza y la ejecución de D. Ignacio Fermín Rodríguez.


“Tal es nuestra historia y nuestro rol, continuaba, conciudadanos; y tales fueron los hombres que nos precedieron en la formación del gobierno. Ahora, en nombre de nuestros gloriosos antecedentes, tened el coraje de oír la verdad de boca de un viejo soldado, aguerrido en las grandes luchas sociales”.

Después, y ante el recuerdo de un hecho delictuoso ocurrido en la provincia, antes de su llegada a ésta, decía:
“Acaso los recientes atentados tienen por origen aquella misma energía sanjuanina, aquella fuerza de iniciativa que hizo la grandeza moral de esta provin­cia, y extraviada hoy en su aplicación la lleva a su decadencia. Los unos, creían resistir a influencias ex­trañas a la provincia, como cuando le fue impuesto Virasoro, para castigarla por haberse conservado fiel a los principios mismos que habían traído el triunfo de Caseros.

“Acaso San Juan sea la última cuya tendencia fue­se resistir a la absorción que de su soberanía viene haciendo el poder central, y la historia tendrá en cuenta este propósito. Pero los otros pretenden o cre­yeron ver en el gobierno, cuyos próceres quisieron suprimir, una tiranía organizada a la sombra de las instituciones provinciales, y apoyadas en un pretorio que le daba impunidad y duración, lo que atenuaría un tanto su falta, pues fue rasgo característico de San Juan romper y arrojar lejos estas cadenas, como lo acredita la historia”.

Pero al llegar a cómo debía obrar un gobernante en su función legal, sobre todo en política, aconsejaba:

“Haced, pues, que la abstención sea pura impoten­cia y lo mostraréis cuando dejéis acercarse libremen­te a las urnas electorales. (3)
“¿Es esto practicable? Lo ha sido al menos en este San Juan, en presencia de todos los que hoy tengan más de treinta años, por el gobierno que tuve el ho­nor de presidir, siendo ministro don Ruperto Godoy, que pertenecía al partido liberal, don Valentín Videla que era conservador, y jefe de Policía don Camilo Rojo, ajeno a toda intriga e incapaz de coerción; y aprovecho esta ocasión, que no he buscado y se me presenta felizmente, para invocar el testimonio de los presentes, sin temer de ser contradicho para pro­bar qué goberné constitucional y legalmente según mi leal saber y entender; que todos los partidos votaron siempre libremente, sin que el gobierno supiese a ciencia cierta, qué era lo que los dividía entre sí”.

Y más adelante, dirigiéndose al nuevo gobernante, le dijo:

“Ahora debo dirigirme, como la prudencia lo acon­seja, al sol naciente, a usted, señor Doncel, a quien mañana tendré que llamar Su Excelencia. Estos ver­sos se dirigen a usted: este magnífico palacio va a ser su morada, como si las pasadas administraciones y acaso la Providencia le hubieran despojado de es­combros el terreno y aseado la casa, contando con que no sea en adelante teatro de intrigas vergonzosas y de escenas de violencia. Lo he conocido a usted en las oficinas del Gobierno de la Nación, en tiempos que predominaban los buenos ejemplos de gobierno, y estoy seguro que habrá aprovechado de ellos. En esta rápida visita que he hecho a esta ciudad, he tenido ocasión de poner en evidencia los elementos civilizadores que contiene y que yacen como ocultos y dispersos. Los pueblos son los que sus gobiernos quieren que sean, y usted puede aglomerar y poner en actividad aquellos elementos. Cuando Elizondo aparece en la política deben oponérsele para, derro­carlo exposiciones de pintura, conciertos de música, conferencias científicas, escuelas normales e institu­tos. Estos elementos hacen el efecto que se atribuye a la cruz cuando la divisa el diablo. Así hemos acabado con los caudillos que la ignorancia y la audacia levantan. San Juan ya ha aprobado de esas épocas de desarrollo y de civilización con del Carril, dando forma a la ciudad e instituciones libres al Gobierno.

Y el Gobierno que creaba escuelas, cementerios, co­legios, mientras empedraba las calles, derrotaba al Chacho, porque los gobiernos más trabajadores y benéficos son los más fuertes.

“Puede decirse que su Gobierno, señor Doncel, que es el precursor del ferrocarril cuyos terraplenes ya entran a los suburbios.

“Entre tantos embarazos que se oponen a su des­arrollo, San Juan tiene una áncora de salvación, que es el cultivo de la viña, cuyos productos se miden no tanto por la bondad originaria de la uva, cuanto por el grado de inteligencia que se haya puesto en elabo­rarla. El vino que perturba la razón es la obra de la razón misma. Son experiencias seculares de sucesi­vas generaciones las que han enseñado a confeccionar el vino; y Suetonio hablaba de los vinos de Francia, como Julio César menta en sus Comentarios la cerve­za que desde entonces era como la esencia de los germanos. No tenemos nosotros esa experiencia, y es a la ciencia contemporánea a quien debemos pedirle consejos para la confección de nuestros vinos, pues para exportarlos con provecho tenemos que hom­brearnos en los mercados con la ciencia y la expe­riencia de todas las naciones del mundo. Una fanega de trigo exportada desde San Juan al Litoral ni aun en ferrocarril resistirá el recargo de fletes; pero la botella de vino Chateau-Lafitte, o de la viuda de Cliquet, pueden llegar a los polos, atravesar los mares y escalar las montañas hasta dar con un hombre civi­lizado que la beba. Los cosacos fueron a Francia a beberse todo el champagne que encontraron, cuando la Francia pagó subido precio y con réditos acumu­lados el gusto que se dio quince años de obedecer y glorificar a sus tiranos. Usted ha visto, señor Doncel, el estado en que se encuentra la Quinta Normal, que debiera ser desde veinte años la grande escuela de la agricultura de San Juan, la pepinera de las culturas industriales, de la viña, de los árboles forestales, de bósques, de que carece.

“No hay ni mimbre en San Juan bastante para ha­cer diez canastas, que es cuanto pueda decirse en materia de abandono y atraso.

“He aquí, señor, los deberes que os impone el mag­nífico palacio que vais a usar para vuestro Gobierno.

Los ingleses dicen que para conservarse aseado un hombre, es preciso que todo lo que lo rodea esté lim­pio y para ello bruñen diariamente las cerraduras de las puertas. Así es el Gobierno: los amigos y los empleados lo ensucian si no se los elige con cuidado.

Todo ha de elevarse a la altura del Gobierno y a este palacio cuya construcción inspiraron sentimientos de libertad y progreso, deben acompañarlo como sucur­sales los edificios y construcciones de escuelas de agricultura, de bibliotecas, de ciencias industriales y demás elementos de cultura. Si no lo hacen así, señor Doncel, os harán hacer el papel de los reyes hara­ganes de Francia, que mantenían en palacios magní­ficos a sus servidores, los mayordomos de palacio, para que ellos gobernasen en su nombre. Gobierne usted, señor Doncel, con las leyes y no por medio de sus amigos, que ya ha habido también en San Juan un buen ejemplo de ello".

Y terminaba Sarmiento su magnífico discurso así:

“Me alejo del país de mi nacimiento esperando sin zozobra el fallo de la historia. Vosotros lo anticipáis en este acto; Chile me ha dejado vislumbrarlo, como si se levantara la punta del velo que cubre el por­venir".


Efectivamente, el acto fue, más que la inaugura­ción de un hermoso edificio, la demostración del afec­to que el pueblo sanjuanino sentía por su hijo predi­lecto, al cual le tributaba su último homenaje en vida y en su propio terruño.

Por su parte Octavio Gil, en la biografía de su padre, gobernante saliente por terminación de man­dato, apunta sobre el particular lo siguiente:

“No hay palabras para describir el brillo de la ceremonia, favorecida por un día radiante de sol otoñal.


“Ubicados en el gran salón de recepciones, perfec­tamente amueblado y adornado con banderas y ga­llardetes, las figuras centrales del acto, sobre las que convergían todas las miradas de los circunstantes eran: don Domingo Faustino Sarmiento, luciendo sus mejores galas de general de división, designado pa­drino de la ceremonia.

“El regreso de Sarmiento a San Juan, tras larga ausencia, constituyó todo un acontecimiento feliz. Se­gún comentarios de una señora, “hasta buen mozo estaba Sarmiento en esa oportunidad”.

Desde entonces quedó la fuente hermoseando la plaza histórica, con sus chorros alentadores, y 1a. Casa de Gobierno habilitada para su normal funcionamien­to. Lamentablemente, sesenta años más tarde aque­lla mansión era destruida por el terremoto del 15 de enero de 1944, quedando felizmente en pie la fuente, como testigo viviente de su histórica inauguración.

Fue indudablemente un acto lleno de interesantes sugerencias y anécdotas propias del genial promotor. Juan Antonio Solari refería no ha mucho en un artículo periodístico que, cuando Sarmiento estaba pro­nunciando su discurso, “de pronto interrumpió su arenga, desciende del palco y marcha hacia una da­ma confundida entre el auditorio, con la que se abra­za conmovido. Había descubierto la presencia de su antigua amiga de la juventud: Clara Rosa Cortínez. El asombro del auditorio rodea la tocante escena.
¿Cómo la conoce? —se preguntan muchos(4). Algunas lágrimas deben haber corrido por las mejillas de los ancianos protagonistas. Recuperado y sobreponiéndo­se a los sentimientos que lo embargan, Sarmiento vuelve a la tribuna y reanuda su discurso”.

Después, otras anécdotas menos exageradas, pero no exentas del buen humor que siempre solía gastar en sus cosas el grande hombre.

 



Referencias:

(1) Vicente C. Mallea, en su carácter de Presidente de la Legislatura, pues el vicegobernador, Juan Luis Sarmiento, había sido enjuiciado a raíz del asesinato del senador Gómez.

(2) El mismo funcionario que cuatro años después, siendo Gobernador de la Provincia, le tocó suscribir los honores que ésta le rindiera a Sarmiento al conocerse aquí su falleci­miento

(3) Sin embargo, y como si lo estuviera vaticinando, do3 años más tarde le arrebataron a él, una elección para dipu­tado nacional, no dejando el partido gobernante acercarse a las urnas a los que deseaban votar por su candidato*, ausente entonces de la Provincia. Desgraciadamente, habían olvidado la lección!

(4) Para conocer los pormenores de esta amistad, consúltese “Mujeres de Sarmiento”, por el autor de esta obra. 1960.

 

GALERIA MULTIMEDIA
La imagen muestra la fuente de la plaza 25 de Mayo, que fuera inaugurada por Sarmiento. La foto es de antes del terremoto de 1944. Al fondo se observa parte de la Iglesia Catedral.
La Casa de Gobierno antes del terremoto. Ubicada sobre calle General Acha, frente a la Plaza 25 de Mayo, la Casa de Gobierno de San Juan había sido inaugurada en 1884 durante un acto que contó con la presencia de Domingo Faustino Sarmiento. La partida inicial para realizar la obra fue de 36 mil pesos fuertes y fue adjudicada a la firma Luis Bertolli y asociados, a los que se agregaron en 1883, otros 4 mil para el amoblamiento. La actividad gubernamental funcionó a pleno en este edificio, hasta que se derrumbó con el terremoto de 1944. La imagen tomada desde la Plaza de Mayo, muestra a la derecha le sigue el Palacio y de Justicia y luego el edificio del Banco Nación que estaba ubicado en las actuales calles General Acha y Mitre. (Foto proporcionada por Alberto Montaña. Textos: Fundación Bataller)
La Casa de Gobierno. Este edificio de la Casa de Gobierno fue inaugurado el 10 de Mayo de 1884 con la presencia de Sarmiento, quien apadrinó la ceremonia vestido con su uniforme de general de división. Esta casa de dos plantas estuvo, hasta que fuera abatida por el terremoto de 1944, en la calle General Acha, frente a la plaza 25 de Mayo. La foto fue tomada desde la Plaza 25 de Mayo y se observa la estatua de Domingo Faustino Sarmiento, que fue inaugurada en septiembre de 1901. Obra de Victor de Pol, la estatua fue construida por suscripción pública y por pedido del propio Sarmiento fue ubicada en la Plaza 25 de Mayo mirando a la Casa de Gobierno.
La Casa de Gobierno antes del terremoto. Ubicada sobre calle General Acha, frente a la Plaza 25 de Mayo, la Casa de Gobierno de San Juan había sido inaugurada en 1884 durante un acto que contó con la presencia de Domingo Faustino Sarmiento. La partida inicial para realizar la obra fue de 36 mil pesos fuertes y fue adjudicada a la firma Luis Bertolli y asociados, a los que se agregaron en 1883, otros 4 mil para el amoblamiento. La actividad gubernamental funcionó a pleno en este edificio, hasta que se derrumbó con el terremoto de 1944. La imagen tomada desde la Plaza de Mayo, muestra a la derecha le sigue el Palacio y de Justicia y luego el edificio del Banco Nación que estaba ubicado en las actuales calles General Acha y Mitre. (Foto proporcionada por Alberto Montaña. Textos: Fundación Bataller)