Sugo. Una familia de artistas

Un uruguayo que pasó hambre por hacer el principal monumento de la provincia. Miguel Ángel Sugo fue un escultor uruguayo que dejó importantes obras en San Juan. Sus hijos, Miguel y Selva se destacan dentro de la música orquestal.

Nació en Uruguay pero su vida la forjó en Argentina. Varias de sus obras quedaron diseminadas en Buenos Aires, Mendoza y San Juan como vestigio de su paso por dichas provincias. Sin embargo esta última ciudad fue la que lo arraigó con más fuerza. Miguel Ángel Sugo nació el 14 de marzo de 1913 en Santo Domingo de Soriano, Uruguay. Su madre fue Dorotea Galeano y su padre Gervasio Sugo, dos trabajadores agrarios que tuvieron 13 hijos. La familia se caracterizó por vivir como un clan, todos unidos y con una misma labor: el trabajo de la tierra. Por la dedicación a pleno en esta actividad, ninguno se dedicó al estudio, lo que no implicó que existiera un interés por el mismo más allá de las posibilidades.

Ese fue el caso de Miguel Ángel, un hombre que cuando niño se caracterizó por ser muy inquieto y siempre se esforzó por aprender a leer y a escribir. En sus tiempos libres, su gran diversión fue jugar con arcilla y papel mojado, modelando figuras, lo que significó un primer acercamiento al arte.
Autodidacta nato, hasta los 24 años residió en su pueblo natal donde ayudó a sus padres a trabajar pero luego decidió emprender el camino de la formación en escultura. Fue en 1937 cuando se fue a Montevideo para residir y allí ingresó a una academia donde le enseñaron con métodos de la antigua escuela de arte que implicaba la disección de cadáveres para conocer bien la morfología de los cuerpos. Aprendió las técnicas de fundición, a modelar en arcilla, a hacer moldes y vaciados y trabajar la piedra tallada.

De manera paralela, y para subsistir trabajó en una fábrica de materiales de construcción en donde se hacía todo tipo de labores en la tierra.

En 1942 recibió su primera propuesta laboral fuerte vinculada al arte. Se trató de la posibilidad de hacer unos frisos con molduras para la Casa Central del Banco de la Nación en Buenos Aires. Una vez finalizada esa obra regresó a su país y se dedicó a realizar trabajos ornamentales en un pequeño taller que montó en la capital uruguaya. Pero las ventas no fueron muy bien y en el carnaval del ‘45 se dio cuenta que sus recursos económicos eran escasos, con lo cual decidió volver a la Argentina pero esta vez para asentarse en Mendoza.

Allí recibió la propuesta de mejorar las obras en el cementerio de Maipú y más tarde de ser ayudante de cátedra del escultor y profesor mendocino Lorenzo Fernández, en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Cuyo.

El puesto deseado
Al puesto de ayudante llegó casi de casualidad. Pocos días después de arribar a Mendoza, y en su afán por conocer esa provincia, salió a recorrer las calles de la ciudad. En su camino se encontró con la Escuela de Bellas Artes a la que se acercó muy tímidamente para mirar por una de sus ventanas las esculturas que allí se trabajaban. Mientras observaba las obras se acercó un profesor que le preguntó si deseaba algo de ese lugar. Le contestó que le gustaba el arte y por eso miraba a través de su ventana. Aquel hombre le abrió la puerta para que entrara y comenzó con él un largo diálogo.

Por aquel entonces Miguel Ángel manejaba muy bien el ornato en piedra, una técnica no muy conocida en la provincia cuyana lo que despertó el interés del mendocino. Tal fue así que después de dos horas de aquella charla fue nombrado ayudante de cátedra de ese profesor cuyo nombre era Lorenzo Fernández.

Con el tiempo la vida dio muchas vueltas y si bien la relación entre Miguel Ángel y Lorenzo era muy buena, hubo un concurso que produjo un importante quiebre entre los dos. En noviembre de 1948, bajo el gobierno de Ruperto Godoy, se realizó un llamado  para la construcción de un monumento en homenaje a Juan Jufré en la plaza de Concepción de San Juan.
Al llamado se presentaron Sugo y Fernández, entre otros artistas, del cual ganó el uruguayo. La buena noticia vino acompañada de una mala: consiguió el puesto en San Juan pero se quedó sin trabajo en la Universidad Nacional de Cuyo. A partir de esto, en 1949 se asentó en San Juan para construir el monumento en la plaza que lleva el nombre del fundador. Allí montó una pequeña carpa de campaña en donde vivió durante largo tiempo e hizo “malabarismo” para terminar la obra ya que solo fue pagada en un 30%.

La anécdota
El objetivo de Miguel Ángel fue trabajar la escultura de Juan Jufré sobre una piedra originaria de San Juan. Para ello se dirigió, con un grupo de picapedreros, al Cerro Blanco en Zonda para extraer gigantescas rocas. La tarea no fue nada fácil, de hecho pasó varios días en la montaña tratando de sacar grandes bloques de piedra. Sin grúas y a fuerza de espalda e ingenio los bloques fueron llevados hasta una camioneta para su traslado.
Pero el peso de aquellas provocó que la movilidad no soportara y a los pocos metros de andar en la ruta se fundió el motor. Esto generó que tuvieran que buscar un camión para su acarreo y así fue como llevaron las rocas a la plaza varios días después de terminada su extracción. La granitina del Cerro Blanco fue utilizada para la construcción de las figuras, mientras que para los pedestales y los grandes bloques arquitectónicos empleó travertino de La Laja.

El 13 de junio de 1951 el monumento quedó inaugurado. Fue en el 389° aniversario de la ciudad, después de casi dos años de ardua labor por parte del escultor.

Cuando conoció el amor
La historia personal de Miguel Ángel relata que llegó a padecer muchas necesidades, tal fue así que estuvo seis días sin comer. En los tiempos que trabajaba la escultura conoció a tres picapedreros. Se trataba de los albañiles Cuk, Chuk y Ciuc, tres hermanos que gracias al registro civil argentino fueron inscriptos de diferentes maneras cuando arribaron a este país. Ellos, cuando conocieron el hambre que venía pasando Sugo, lo invitaron a comer a su casa de Punta de Rieles. Allí la esposa de uno de los hermanos le hizo un bife con huevos fritos que quedó marcado para siempre en la memoria del escultor.
Mientras se deleitaba con la comida, llegó una muchacha grande que era hermana de los albañiles y entre charla y charla se terminó enamorando de ella y con el tiempo casando.

Esa mujer era Gabriela Ciuk, una joven un año mayor que Sugo. Ella había llegado a la Argentina en 1938, con apenas 26 años de edad, proveniente de Yugoslavia que por aquel entonces estaba bajo el imperio Austrohúngaro. Lo hizo junto a su madre María Mochina y con el fin de visitar a sus hermanos que estaban asentados en estas tierras después de huir de la 1º Guerra Mundial.


Gabriela había estudiado en Europa y solo estaría acá por 6 meses sin embargo cuando estaba por regresar estalló la 2º Guerra Mundial, lo que la llevó a quedarse para siempre en San Juan. La mujer aprendió el idioma para trabajar y en eso conoció a Miguel Ángel con quien se unió sentimentalmente pero no de manera legal ya que los problemas económicos eran muy grandes.

En el año 1951, un día antes de que fuera inaugurado el monumento a Juan Jufré, nació su primer hijo quien llevaría el nombre del padre, Miguel Ángel. Luego vendrían Selva y Gabriela.
En 1957 Miguel Ángel y Gabriela se casaron por civil de manera muy austera y sin fiesta alguna.

Su labor
Después de entregado el monumento se dedicó a sobrevivir haciendo retratos. Trabajó con la escultura figurativa y tradicional aunque lo que a él más le gustó fue lo abstracto y la cultura originaria.

En la década del ’70 volvió a trabajar en la Universidad de Cuyo con un taller de artes plástica en fundición. Pero esta vez lo hizo sin alejarse de San Juan. A Mendoza viajaba una vez a la semana y el resto de los días realizaba tareas por encargo.
Algunos de los trabajos que se destacaron fueron los relieves del ex hotel Sussex (actual Legislatura), los frisos de la iglesia de Desamparados, el monumento al padre salesiano Antonio Garbini, la estatua de Federico Cantoni, el monumento a San Martín en Luján de Cuyo, los bustos de Paula Albarracín de Sarmiento en el Colegio Nacional, el medallón tallado en Rivadavia al lado de las “ideas no se matan”, y otra menos conocida pero que fue muy valiosa para él como fue el monumento al indio en Angualasto.

Su familia
Miguel Ángel Sugo fue un amante del arte y un apasionado por la escultura, tanto es así que actualmente en el lugar donde era su taller permanecen apiladas cientos de obras que nunca llegaron a ver la luz. El amor por el arte fue lo principal que heredaron sus tres hijos. Pero no por el lado de lo pictórico sino por la música.
Miguel y Selva se inclinaron por el violín y Gabriela por la viola. Los dos primeros actualmente forman parte del staff académico de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de San Juan y se lucen en diferentes orquestas.

Miguel ama la composición y dirige su propio grupo de cámara (fundado en 1986) bajo el nombre de Ensamble Contemporáneo Andino. Ésta es una de las formaciones más conocidas de la provincia e incluye flauta, clarinete, corno, violoncello y contrabajo, entre otros intérpretes. El mismo tiene como perfil las obras de compositores latinoamericanos compuestas desde 1960 a la fecha. Además, este director formó la Fundación Aguaribay, una institución que trabaja apoyando la actividad cultural de San Juan y Latinoamérica.

En 1979 se casó con Estela Godoy y tuvieron tres hijos: Gastón, Bruno y Gustavo. El primero se dedica al periodismo y está casado con una colega, María Beatriz Herrera con la que tuvo dos hijos Constanza y Octavio. Bruno y Gustavo son solteros y son estudiantes de la universidad, aunque el último de ellos ya muestra su talento con la guitarra eléctrica en varios escenarios.
Poco  menos de décadas después, Miguel se divorció y en 1994 se casó con Alicia Garcés, con quien tuvo a su única hija mujer: Sofía, que estudia Artes Plásticas.
Por su parte, Selva es violinista y forma parte de la orquesta Sinfónica de la UNSJ. En el 2008 asumió como vicedecana de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de esa casa de altos estudios acompañando Paolo Landini como decano.
Casada con Víctor Lucero, Selva tuvo un solo hijo, Facundo.

Por último, Gabriela (que falleció en 1999 tras una aneurisma) tuvo un solo hijo al que le hizo heredar el nombre de su padre: Miguel Ángel. Ella también fue docente y tocaba la viola. Este amor por la música fue continuado por su hijo que es un fanático del rock.

Ver también: Miguel Ángel Sugo. Escultor de la historia


       

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En Mendoza estuvo a cargo de la escultura a San Martin en Luján de Cuyo. Años antes había trabajado allí como ayudante en la Universidad Nacional de Cuyo.