La situación de las ciudades de Cuyo a principios del siglo XVII

 Es conocida en la literatura histórica cuyana la acción de trasladar los indígenas huarpes de Cuyo a trabajar en propiedades chilenas a pesar de la expresa prohibición de las leyes indianas. Actualmente se ha podido determinar que esta costumbre se inició inmediatamente después de las fundaciones de las ciudades de Mendoza (1561) y San Juan (1562) respondiendo al principal objetivo de su fundación, que era precisamente el de conseguir mano de obra indígena dócil para el trabajo en Chile, y se agravó en los treinta primeros años del siglo XVII. Para esos momentos existe una gran cantidad de documentos históricos entre los que se destacan las reiteradas quejas de los vecinos y cabildos de Cuyo a las autoridades. El contínuo traslado de huarpes a Chile, la alta mortalidad de los mismos y la huida a zonas inaccesibles de los que resistían a ser sacados de su tierra, llevó a que en pocos años se perdiera en la zona central de Cuyo la mano de obra necesaria para sostener las poblaciones que vegetaban penosamente con unos pocos vecinos españoles sin poder económico ni político.

Los encomenderos españoles que figuraban como vecinos de Cuyo, pero que poseían sus residencias y propiedades en Chile, no eran los únicos que se llevaban sus indios encomendados, sino que también este traslado ilegal era realizado por las propias autoridades chilenas para beneficio comunal. Los documentos señalan claramente que el Cabildo de Santiago practicaba este recurso permanentemente y puede afirmarse que prácticamente toda la obra pública encarada por esa ciudad durante las tres primeras décadas del siglo XVII se realizó con mano de obra huarpe. Por ejemplo estos indígenas fueron, entre otros casos, destinados para la realización de un tajamar y luego a la reparación de las casas del Cabildo en 1622; para las obras públicas de la ciudad, obraje y estancia del rey en 1623; para las obras públicas de la ciudad en 1624; para la realización de tajamares y obras públicas en 1626 y 1627.

El sistema utilizado para obtener esta mano de obra consistía en llevarlos como indios "de mita” con una paga estipulada que generalmente no se cumplía, así como tampoco existía la preocupación por devolver los naturales a sus tierras, quienes por lo tanto sufrían de una desnaturalización permanente. Según la queja de los cuyanos esto se veía favorecido por el incumplimiento de las funciones del único Corregidor (magistrado que ejercía la justicia en nombre del rey) que existía para las tres ciudades de Cuyo, que permitía que muchos indígenas no fueran obligados a servir a sus propios encomenderos en las tierras cuyanas y figuran como indios  vacantes, o sea sin  encomendar. Ante la situación de escasez de recursos en que vivían los vecinos de Cuyo, también a veces alquilaban los escasos indios que quedaban como indios de mita. El traslado a Chile de los naturales, tanto encomendados como de mita, se realizaba bajo coacción y eran llevados encadenados como prisioneros.

 A pesar de que la legislación española para América, reforzada por disposiciones reales concretas para la región como la Real Cédula de 1619, prohibía que los encomenderos de Cuyo residieran en sus propiedades importantes de Chile sin "sustentar vecindad” (es decir sin vivir) en Mendoza y San Juan y que, además, se llevaron los indios a sus tierras trasandinas, esto continuó realizándose en franca contravención a la ley y bajo la protección y connivencia de los gobernadores de Chile. Estos, salvo honrosas excepciones, se limitaban a ordenar a los vecinos encomenderos de Cuyo que residían en Chile a mandar empleados a sueldo que se encargasen de la atención de sus encomiendas y propiedades cuyanas, utilizando como excusa de la necesidad de su permanencia en Santiago, el eventual auxilio que podrían prestar en la guerra del Arauco, y de la presencia de huarpes en Chile, la irreal ventaja que significaría para estos el clima chileno y la posibilidad de ser doctrinados,  vestidos y satisfechos en sus necesidades.

El incumplimiento y soslayamiento reiterado de la legislación y la presión ejercida permanentemente sobre las autoridades reales condujeron finalmente a que en 1627 la corona dictara una nueva Real Cédula legalizando este accionar, por lo que fue permitido desde ese entonces a los vecinos encomenderos de Cuyo a residir legalmente en Chile con la condición de mantener empleados a sueldo en las ciudades cuyanas y suministrar bueyes y otros sustentos. No obstante, en noviembre de 1632 el nuevo gobernador de Chile, don Francisco Laso de la Vega, ordenó a algunos vecinos a volver a residir en Cuyo. Entre ellos estaban los alcaldes y regidores del Cabildo de Santiago a quienes además puso en prisión por no obedecer sus órdenes; el Cabildo pidió entonces por ellos y ordenó apelar al gobierno y después al rey, con lo que en el mismo mes y ante estas presiones, el gobernador revocó su orden evidenciándose así una  vez más la razón que tenían los vecinos de Mendoza y San Juan al hablar del poder que detentaban los encomenderos que residían en Chile y su responsabilidad por la decadencia de las ciudades cuyanas en esa época.

En ellas permanecieron como reales vecinos los empobrecidos descendientes de las tropas de los conquistadores y estos encargados de los señores chilenos, subsistiendo durante estos primeros años en forma elemental debido a la escasa mano de obra indígena que les quedaba, agravado por la explotación que para ellos significaba el tener que sostener periódicamente con sus propios recursos los grandes ejércitos que invernaban principalmente en Mendoza antes de realizar el cruce a Chile.

Estos ejércitos de infantería, los conocidos “tercios” españoles que mandaba casi anualmente el rey con destino de servir de refuerzo en la guerra del Arauco, eran desembarcados en el puerto de Buenos Aires, cruzaban el actual territorio argentino a pie y, después de hacer escala en la ciudad de Mendoza y a veces pasar la temporada invernal esperando la apertura del cruce cordillerano, cruzar a Chile. La escala en Mendoza, que en ocasiones duraba varios meses, era solventada a costa de los pocos vecinos que debían mantener a todo un ejército con sus magros recursos. Hacia 1607 había pasado un total de 2.000 hombres de socorro por la ciudad de Mendoza. El primer grupo había sido dirigido por Alonso de Sotomayor; el segundo, enviado por el gobernador de Paraguay, estaba integrado por hombres de nación portuguesa procedentes de los presidios de Lisboa; el tercero lo había traído de España el gobernador de la provincia de los juríes, Francisco Núñez de Leyva y el cuarto era famoso grupo de "los mil hombres" mandados por Antonio de Mosquera que permaneció cinco meses en Mendoza. Todos estos socorros habían sido sustentados y equipados por sus vecinos sin gratificación alguna. En 1623 pasaron otros tercios y se desconoce cuántos lo hicieron en el lapso entre 1607 y 1623.

 Es indudable el costo que el paso de los refuerzos  militares significaba para los vecinos de Mendoza y de Cuyo en general, ya que las otras ciudades contribuían también para el sostenimiento de estos grupos. Los documentos del momento expresan la pobreza de las mismas, la escasez de granjas y de mano de obra indígena que sufrían, e incluso, el daño que otros tercios que habían pasado le ocasionaron a los viñedos con los cuales conseguían el vino, cuya venta les daba algo de recursos junto con el alquiler para mita en Santiago de los pocos indios que les quedaban.

El traslado de indios huarpes a Chile fue en tal proporción que motivó que en aproximadamente los ochenta años posteriores a las fundaciones de las ciudades de Mendoza y San Juan se produjera un importante cambio en la distribución de la población indígena. La primera consecuencia fue el despoblamiento indígena de los valles centrales donde anteriormente se hallaba la mayor concentración de población huarpe. Los indígenas que se resistían a ser llevados a Chile huían a zonas marginales a los valles centrales donde la inaccesibilidad del terreno les permitía un refugio más o menos seguro. La zona elegida en forma preferencial fue el complejo lagunero de Guanacache, ubicado al sudeste de San Juan y noreste de Mendoza, donde una serie de islas e islotes entre lagunas permitía el ocultamiento efectivo y la supervivencia por medio de los recursos alimenticios propios de ese ambiente tan particular. Es por eso que a partir de principios del siglo XVII, al despoblamiento indígena de los valles centrales le siguió un aumento de la población aborigen de estas áreas marginales de la distribución huarpe, especialmente en la zona de Guanacache.

En las zonas centrales de Cuyo quedaron las mujeres y los niños, ya que si bien a veces se trasladaban a Chile naturales de todas las edades y ambos sexos, lo usual era llevarse los varones en edad de trabajar. Estas mujeres fueron rápidamente mestizándose con la población española local.

Se reunió en cambio una importante población huarpe en las ciudades chilenas, que motivó que la Compañía de Jesús encarara su evangelización directamente allá, apareciendo como fruto principal de esta tarea las obras del padre jesuita Luis de Valdivia sobre los dialectos del idioma huarpe destinadas a facilitar la evangelización. Otra consecuencia importante de esta concentración de huarpes en Santiago fue la unificación del cargo de "Protector de huarpes de Cuyo" con el de "Protector de naturales de Santiago” que recayó en una misma persona residente allá y su alejamiento de Cuyo. Hacia 1630 desapareció también de este título la mención a los huarpes, por lo que puede suponerse que ya habían desaparecido los huarpes de Chile por extinción o mestizaje con la población local.

Las quejas de los vecinos cuyanos sobre su penosa situación se acabaron hacia 1630, por lo que es evidente que el problema cesó. De allí en adelante se produjo un paulatino mejoramiento de la situación económica en estas ciudades, cuyas causas y características serán motivo de otro artículo.

Fuente: Michieli, C. T. El despoblamiento indígena y la situación de las ciudades de Cuyo a principios del siglo XVII: dos nuevos documentos. San Juan, Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo UNSJ, 1988 (Publicaciones 16)


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