El folklore material

4.1. Atuendos folklóricos

a) Masculino
Se usó la corralera o chaqueta corta, de tela de lana o algodón, de colores oscuros casi siempre. El ceñidor o faja que sujetaba la bom­bacha y sobre el cual se colocaba la rastra, que constituía el orgullo de nuestro hombre folk. Camisa, casi siempre blanca, con pañuelo al cuello, bota de potro, chambergo y cuando la ocasión lo requería, espuelas. El poncho formaba parte del atuendo, ya que no solamente servía para proteger del frío sino para formar escudo contra el cuchillo adversario, enrollado en el brazo.

El poncho cuyano era casi siempre del color de la lana con que se tejía: toda la gama del marrón, con listas a lo largo, y flecos a lo ancho, teniendo, como todos, el ojal para pasar la cabeza.

b) Femenino
 Por lo general el vestido era de corte enterizo o de dos piezas. Pollera larga de ancho vuelo, mangas largas o hasta la mitad del ante­brazo; escote poco pronunciado, a raíz del cuello. La bala (blusa), podía terminar en un volado sobre la cadera. Solían usar también pa­ñuelo al cuello; zapatos de taco bajo y medias blancas o negras.

Nuestra paisana no usó vincha, ni el delantal con que suelen representarla. Las telas elegidas eran percales, batistas o zarazas. Más tarde, se usaron los satinés, y siempre preferían los colores claros y estampa­dos con motivos florales pequeños. Las mujeres mayores usaban los colores oscuros, y el manto de lana negro era habitual, aún en verano.

Se peinaban con una o dos trenzas (chapecas) y también con ro­dete en la nuca, sujeto con horquillas.

Las mujeres del estrato social alto, seguían la moda europea, cam­biante en las distintas épocas.

c) La bota de potro
Dice Carlos Rusconi, en su obra "Poblaciones Pre y Pos Hispánicas de Mendoza", fue usada por los aborígenes de los primeros siglos, y luego fue elemento folklórico, ya que continuaron su uso nuestros criollos.

Como todo hecho folklórico es dinámico, éste no escapó al proceso evolutivo que le imprime el hombre al introducirle variantes nacidas de la necesidad (funcionalidad) y del ingenio de cada uno, sin que el objeto cambie en lo esencial.

Así vemos que las primeras botas eran de punta abierta, porque el indio y muchos gauchos después, estribaban con el dedo gordo del pie metido en un ojal de tiento que colgaba a los lados del caballo, oficiando de estribo. Más tarde se empleó una correa o cinta tejida de diversos colores, con que se ataba la bola debajo de la rodilla, pasada por ojales a manera de pasa-cinta.

d) La ojota o usuta
En el viejo mundo se usó un calzado parecido a la ojota, que en España se llama abarca. Es un trabajo rústico de manufactura casera que cubre parte del pie, sobre todo la planta y que se ata al tobillo con tientos de cuero. La ojota es típicamente americana, aunque exista el antecedente de la abarca que usaran milenios atrás muchos pueblos de Europa. La ojota se hacía de formas muy variadas: por lo general con cuero de guanaco o llama, aunque también usaron el de otros animales.

En el proceso evolutivo que sufren todas las creaciones, ésta, no se folklorizó en Mendoza.


4.2. Instrumentos musicales folklóricos de Cuyo

a) La guitarra
 La guitarra fue, es y seguirá siendo en Cuyo, instrumento de acom­pañamiento que se conforma con el rango democrático de ser compa­ñera fiel de nuestros cantores populares. Para los cuyanos como para todos los gauchos, el caballo, el facón y la guitarra fueron inseparables de su vida. Tuvo también la guitarra, entre la aristocracia, sus cultores destacados. Podemos apreciar con alegría, que después de un periodo en que se miró con cierto menosprecio a este instrumento, ha vuelto a resurgir, ha cobrado jerarquía, y se ha impuesto nuevamente. Muchos jóvenes de ambos sexos estudian afanosos en conservatorios, univer­sidades y con maestros particulares, y podríamos asegurar que en muy pocas casas falta una guitarra. Es el instrumento que no ha sufrido aceraciones en su estructura desde tiempo inmemorial. Nuestra gui­tarra es la misma guitarra española traída por los conquistadores y con arraigo en toda la América española.

b) El requinto
También de ascendencia hispánica, entró por Chile y bien pronto arraigó en Cuyo. Es más pequeño que la guitarra y con doble cordado, de afinación muy baja. Se le encuerda indistintamente en las primeras, segundas y terceras, con cuerdas de alambre o de tripa; en las cuartas, quintas y sextas, con entorchados como los de la guitarra. Se ejecuta con púa de hueso o carey. Armoniza muy bien con la guitarra, por lo que se lo consideró insustituible para los alegres de las cuecas, gatos y tonadas. En Mendoza hay todavía requintos confeccionados con esme­rada labor de la ebanistería, clavijero antiguo, a cuña de madera, y mecánicos adaptados. Se utiliza especialmente para punteos.

Fueron famosos requintistas, además de Juan Antonio Carreras, Advertano Pontis, Justo P. Camani, Salvador Salazar, Alberto de Paz, Heriberto Videla, Juan de Dios Pérez, Rufino Bringa, Nicolás Bustos. Ramón Romero, Juvenal Sánchez, y otros cuyos nombres escapan al recuerdo.

c) Mandolín, baudurria y laúd
Estos instrumentos cobraron vigencia a fines del siglo pasado y hasta el primer cuarto del presente. Se usaron para acompañar los bailes de parejas enlazadas que llegaron por descenso, de Europa y se folklorizaron en la época citada. Entre los instrumentos folklóricos de Cuyo, no los hay de viento ni de percusión.

d) El arpa
El arpa, es de tradición aristocrática. Durante casi todo el siglo pasado reemplazó en América a los escasos y pesados pianos. Es de mayor extensión y sonoridad que todos los instrumentos de cuerda de su época, y aventaja a la guitarra en el acompañamiento, porque da más prestancia y solemnidad. En Cuyo llegó a democratizarse tanto que el eco de sus acordes no sólo se escuchó en los salones de la sociedad más distinguida, sino que también cautivó a los cantores y músicos populares, los que la adoptaron como complemento indispensable en las orquestas de la época. Advirtieron que por la mayor amplitud de sus tonos y la intensidad de sus altos, acompañaba admirablemente a las cuecas, gatos y tonadas. Entre los arpistas que se destacaron en Men­doza, figuran don Jacinto Morales, que hasta el año 1916, siendo ya muy viejo, se le oía tocar el arpa, según información de don Fortunato Pedot, vecino de El Sauce, del departamento Guaymallén, que decía que su vecino, Morales, ejecutaba canciones muy antiguas que se le atribuían a su propia inspiración. Wenceslao Gutiérrez, que actuó hasta fines del siglo pasado, fue también uno de los arpistas que gozó de prestigio en Cuyo. Don Nicolás Bustos, de Maipú, refería haber aprendido algunas tonadas muy viejas que Gutiérrez interpretaba en el arpa, muy sentidamente.

Juan Antonio Carreras, también era cultor del arpa y, como era admirable carpintero, se construyó una de forma caprichosa en la que ejecutaba composiciones folklóricas. Por referencias de don Ulderico Ibáñez, supimos que un hermano suyo organizó un conjunto musical y eligió como director a don Pedro Echegeray, que era arpista. No podemos dejar de nombrar aquí, a una dama de nuestra sociedad que se ha destacado en la ejecución del arpa: la señora Lola Céspedes de Marzari. En el solar de sus antepasados, la casona histórica de Cruz de Piedra, en una gran sala con perfiles de museo, descansa el valioso instrumento. A veces sus cuerdas son acariciadas por alguno de sus hijos, todos amantes de nuestras tradiciones, quizá para que de esa arpa no pueda decirse: “silenciosa y cubierta de polvo...". El arpa de la señora Lola Céspedes de Marzari ocupa un sitio de honor y no está cubierta de polvo.


4.3. Comidas y bebidas típicas
a) El lagar – vino
La industria vinícola en Mendoza y San Juan, tuvo gran floreci­miento entre los años 1792 y 1796. La fabricación de esta bebida se hizo de la manera más simple: la uva se pisaba en los típicos lagares de cuero de vacuno atado a cuatro estacas clavadas en el suelo. En esta forma se reparaba vino suficiente para el consumo de la población y había un excedente que se mandaba a Buenos Aires, en carretas unas veces, y a lomo de mula, otras; por término medio anual, Mendoza enviaba alrededor de siete mil barriles, y San Juan casi cuatro mil barriles de aguardiente.

En el año 1814, los alrededores de la ciudad estaban plantados de frutales, viñedos y pasto. San Martin no creyó necesario intensificar la plantación de vides, ya que su producción era suficiente para sufragar las necesidades de la población; pero quiso que se extendiera la plan­tación de trigo, álamos, olivos y frutales.

Cuyo era tierra de agricultores. Las técnicas empleadas por estos eran folklóricas, es decir, constituían un saber popular que les venía por tradición, y todas las herramientas, utensilios y técnicas eran de factura artesanal tradicional.

b) Chicha, pichanga, arrope
Dos bebidas y un dulce, prepararon con el mosto. La chicha, be­bida típica por excelencia, se preparaba en todas las casas donde había un parral o algunas cepas. Se obtenía dejando el mosto hasta que empezara a fermentar y se aromaba con ramitas de albahaca. Era costumbre cuyana tapar los damajuanas y las botellas que contenían chicha, con hojas de parra.

La pichanga se hacía con el mismo mosto que la chicha, pero hervido.

El arrope también se hacía hirviendo el mosto, hasta que tomara punto de almíbar. A este cocimiento solían agregarle cascos de zapallo, membrillo, cáscara de sandia y otras frutas.

c) Ponche
Era infaltable en las fiestas de verano. Se preparaba con una infu­sión de té pampa, canela y palo de horizonte, este ultimo para teñir el líquido, que tomaba un color rubí. Después de colado con una tela fina, se endulzaba a gusto y se le agregaba anisado.

d) Comidas típicas
Antes de las fiestas navideñas y de año nuevo, se preparaban los animales, ternera, pavos, pollos y palos, para hacer las comidas que eran de rigor. El asado con cuero no faltó en ninguna oportunidad, como tampoco, las empanadas y la cazuela.

Nos vamos a limitar a nombrar y explicar someramente las comidas características de nuestras comunidades folk, que llegaron al estrato superior y constituyeron una delicia para su gusto: tortilla al rescoldo; cocida directamente en el fogón con arena caliente. Charquicán, plato preparado con el charqui asado en brasas, majado en mortero de madera y desmenuzado, cocido en olla de hierro, con cebollas, papas y chichoca de zapallo. En el momento de servir se le echa un huevo por persona, que se revuelve en cada plato. Batiasca, consistente en cabezas de vacuno preparadas como el asado con cuero hecho en horno de barro perfectamente sellado. La challa, guiso con carne de choique, avestruz. La refalosa, plato típico, que sin duda recibió el nombre por la cualidad de resbalarse fácilmente y poder ser ingerida sin masticar. Especie de sopa hecha con pedacitos de masa fina, cocida en el caldo, condimen­tada con cebolla, ajo, orégano y pimentón.

Los cantores populares compusieron versos referidos a este plato, que se acomodaron a la música de una danza folklórica que tomó el nombre de la comida "Refalosa”.


4.4. Medicina empírica
Nada ha variado tanto a lo largo del tiempo como la medicina.

En la antigüedad más remota el poder de curar o de enfermar, lo tenía la bruja y era parte importante de la religión, casi un Dios. Los brujos do Saucedo tenían tal fuerza en la mirada que una de ellas lanzadas con enojo, bastaba para matar a una persona; y los brujos de Iliria poseían igual poder. Esta creencia era general en todo el mundo, y en obras de autores conocidos hay constancia de este aserto: no hace mucho, dice en su "Mitología Ibérica", Constantino Cabal, se acusó a un habitante, Yorhire, de haber secado un peral por haberlo minado con mal ojo. L0s pastores de Virgilio, que veían el ganado enflaquecer, también pensaban lo mismo; —hay alguien que los fascina. Yéndose a otros continentes, narra el caso de un turco que vende un hermoso toro. El comprador encuentra en el camino a Hadji- Bei, que al ver al animal exclama: ¡Qué hermoso toro! y éste cae muerto instantáneamente. Casos semejantes, ocurridos a personas, los hay a millares en la literatura folklórica. La fuerza de la mirada en que se arroja el mal, puede afectar a personas, animales, plantas y objetos inanimados. La bruja curaba o he­ría, y podía hacerlo directa o indirectamente, aún sin conocer las personas a quien iba dirigido su hechizo. Le bastaba con poseer una prenda del sujeto de sus males: un pañuelo, un mechón de cabello, o simplemente saber su nombre.

Cuando las religiones salieron del plano de la hechicería y la su­perstición, los brujos perdieron ascendiente; sus prácticas fueron con­denadas y ellos llevados hasta la hoguera. Pero esto no terminó con la superchería, la adivinación y el curanderismo.

La creencia sobre el mal impuesto y la ojeadura, no perdió adeptos muy fácilmente, ya que tampoco es fácil arrancar del alma del pueblo ingenuo prácticas milenarias en las que la humanidad ha creído, y per­sonajes en los que ha confiado ciegamente. De ahí viene que entre nosotros no sólo en el pueblo iletrado, sino en estratos cultos de la sociedad, haya aún gran cantidad de personas que creen en curaciones milagrosas hechas por pseudos médicos, y más aún, en el poder de los mismos para alcanzar bienes que no logran de ninguna otra manera: amor sobre todo. En los archivos de la justicia hay clara cuenta de la cantidad de impostores que con frecuencia son condenados por sus prácticas curanderiles y por sus "trabajos" especiales. En nuestra gira por algunas zonas folklóricas de esta región, hemos podido constatar que el "médico”, curandero de personas y animales, es considerado, consultado y atendido con más fe y asiduidad que el profesional univer­sitario. Tenemos el caso de Valle Fértil, al Norte de San Juan. No po­demos entrar en este tema sin recordar a un joven médico sanjuaneo, prematuramente desaparecido, amante de su terruño, que al recibir su título quiso brindar a ese pueblo, el regalo de su ciencia, el Dr. Benito Olivares. Se radicó allí y tuvo que hacer verdaderos estudios folklóricos para ganarse la confianza de sus enfermos; acercarse a los curanderos, dialogar con ellos, reconocer las virtudes de su terapéutica y alternar muchas veces la ciencia con el empirismo tradicional de éstos. De su corta estada en el lugar, el joven facultativo extrajo material para escribir y publicó mucho sobre medicina empírica.

a) Veterinaria
De vivir en contacto directo con la naturaleza, nuestro hombre de campo la conocía y la amaba. Aprendió a usarla en su beneficio y a cuidarla con cariño.

El espíritu observador de nuestro campesino tenía como único libro, uno de dos páginas: el cielo y el suelo. La lectura de estas páginas lo llevó a grandes descubrimientos: encontrar en las plantas los medios curativos para lodos I0s males, diagnosticar éstos en sus semejantes y en los animales con cierta precisión. En cada finca, en cada estancia o en cada poblado, había un hombre que curaba los males de los demás y los de los animales. El cariño que el criollo sentía por su caballo, lo llevó a estudiar todas sus reacciones y dolencias y a buscar el antídoto para todos sus males. No era extraño oír al "manosanta" decirle al atribulado paisano que lo llevaba para ver, su caballo en­fermo:
—Es dolor de panza nomás... y a continuación daba la receta: agua de tomillo...

Cuando el animal estaba cansado de correr o de trabajar, el mal era de los riñones, y la receta distinta:

 

—Dejá descansar al pingo.

Le daba tres golpes en cruz, con la mano sobre los riñones, y, a beber agua de pelo de choclo, en abundancia.

Esta enfermedad solía traer aparejada otra, conocida con el nombre de mal de orinea. Se curaba con talegas de afrecho caliente sobre el anca y para beber agua de yerba del platero, cola de caballo y pelo de choclo.

b) Otras enfermedades y su cura aires y pasmos
Han sido el aire y el pasmo causas de casi todas las enfermedades conocidas por la gente del folk. Los aires podían ser colados, es decir que podían tomarse en las habitaciones cerradas, a través de una rendija; y cruzados, cuando se estaba colocado entre dos puertas o ventanas abiertas. El aire produce dolores como la tortícolis, contra cuya afección se usaron infinidad de remedios, entre los cuales, uno muy curioso, consiste en envolver el cuello de la paciente en una media sucia del marido, u otra prenda en igual estado, de la mujer, si es el marido el enfermo. La barrita de azufre pasada por la zona afectada se usa hasta ahora. El crepitar del azufre por el calor es signo de que el aire sale. También se aplicaban ventosas y unturas con grasas, co­mo la enjundia de gallina, caliente. Los resfríos, también consecuencia del aire, se curaban de la misma manera y poniendo sobre pecho y espalda un papel de estraza pinchado con un tenedor, y cubierto de sebo de vela derretida.

El pasmo es más complicado. Se produce por frío o mojadura, en una lastimadura, o por exposición al sol y también porque se sufrió hambre.

El pasmo de hambre es el más serio: y lo es porque generalmente se trata de infecciones o de tétano. La farmacopea folklórica en estos casos, es muy abundante pero incapaz de detener el mal, para ello usaban los fomentos, emplastos o grasas calientes. Las heridas se tra­taban con telas de araña y hojas frescas de plantas cordiales, entre otras el tamico.

c) Renguera, manquera, desortijadura
Se produce comúnmente por una mala pisada y se cura haciendo una ligadura muy apretada, con crin de la cola del mismo animal en la pata o mano contraria. Se le da un fuerte golpe con la punta del pie, calzado con bota, en la pata enferma, para obligarlo a asentarla y caminar con ella. Cuando se consigue esto se le quita la ligadura de crin y se le da un masaje con grasa de potro.

d) Paperas
Se curan con sahumerio de azufre y masajes con grasa de potro.

e) Nube o ceguera
En un cucurucho de papel se pone un poquito de azúcar y se sopla sobre el ojo, de modo que llegue a él el azúcar, después se pone aceite alrededor del ojo.

f) Haba
Esta enfermedad la contraen los animales viejos generalmente. Es una carnosidad que crece en el paladar, impide que puedan comer. Se saca con un hierro candente; pero para ello el criollo se fabrica un abreboca que mantiene abierta la del animal. Después de arrancada el haba, el animal se echa a un potrero con pasto tierno.

g) Pisotia
Se lava la boca de los animales con salmuera y vinagre, como así las cuatro patas.


Las ventosas
Los guaraníes usaban las ventosas para curar congestiones, infec­ciones purulentas, mordeduras de víboras y picaduras de animales vene­nosos. Empleaban una calabaza pequeña “yerua” decorada con motivos mágicos o dibujos zoomorfos y antropomorfos. Para producir el vacio, succionaban con la boca el aire por un pequeño orificio hecho en el lado opuesto a la abertura circular que se aplicaba sobre la parte afectada. Logrado el vacio, tapaban con barro el agujero de succión. La farma­copea guaraní era aplicada por el “Paye", médico de la tribu que conocía el valor curativo de las plantas que empleaba, lección aprendida en el libro abierto de la naturaleza. Entre nosotros también se aplicaron las ventosas, y en casos graves las ventosas sajadas. El pueblo conserva aún la fe en ellas y guarda los vasos para hacerlas.

Cura de heridas rebeldes
No había herida que se resistiera al tratamiento del matico. Aún en los casos de diabetes graves, el remedio obraba el milagro. El matico es un yuyo que crece en las viñas, desagües y bordes de canales y ace­quias: es de color verde plateado y la forma de las hojas lanceolada. Esta yerba se hace hervir en agua y la infusión colada sirve para lavar la herida.

Previamente preparaban una pomada mezcla de aceite de oliva y vino tinto, por partes iguales, que hacían hervir con una ramita de romero hasta reducir a la mitad, la mezcla. Con ella, después de filtrarla con una tela, cubrían la herida lavada con matico y la protegían con un lienzo limpio. Este remedio folklórico que emplea vino y aceite para curar heri­das, ya lo vemos en el Evangelio cuando el samaritano cura al viajero herido en el camino.

Yuyos que hacen daño a los animales: "LA YERBA LOCA"
Los caballos se ven atraídos por esta planta por su color verde intenso. Luego que la comen empiezan a dar vueltas en un mismo lugar, como si se enloquecieran, y para este mal el hombre de campo no ha encontrado remedio.

El alfilerillo: Los caballos que lo comen se hinchan inmediatamente.

La pichoa: Es una planta lechosa, color verde grisáceo y cuando la comen las vacas, se les seca la leche.


ADIVINO, CIENTíFICO OBSERVADOR
A principios de siglo, había en Albardón, San Juan, un hombre al que acudían desesperados cuando la sequía amenazaba los sembrados.


—Don Eulogio, ¿lloverá?


Don Eulogio miraba al suelo y contestaba: andate tranquilo que no hay miras.

Otras veces, a la misma pregunta, respondía: Andate ligero que te pesca el chaparrón.
Nadie sabía de dónde sacaba la información, que no fallaba nunca. En la hora de la muerte, su hijo quiso conocer el secreto de su padre para poder predecir con tanta segundad las lluvias.

—Óigame, tata, ¿por qué miraba al suelo en vez de mirar al cielo, para saber si llovería o no?

—M ´ijo, miraba a las hormigas. Si éstas trabajaban afanosas llevan­do granos a su vivienda y tenían la puerta abierta, es seguro que no llovería; en cambio, si se habían refugiado y tapado la entrada de su hormiguero, el agua estaba cerquita.

GALERIA MULTIMEDIA
Esta foto de 1942, muestra la vestimenta de hombres y mujeres de la capital concurriendo a misa en Santo Domingo. (Foto publicada en el San Juan que ud no conoció, de Juan carlos Bataller, proporcionada por la familia Graffigna Freites)
Alrededor de la guitarra de Raúl Oro, aparecen varios de sus familiares y amigos, en la casa de Pocito. Raúl es el hombre mayor que aparece en el medio, a su derecha está su hermana Jesús, a su izquierda su hijo “Coco” y detrás está su esposa, Herminia Molins. A la derecha de Herminia está Rosalía Oro, a su izquierda están Alicia y Selfa Oro. La única niña de la foto es Ana María Oro. También está Juan Bautista Morales, quien se crió con los hermanos Oro y Antonio Rodríguez, un músico porteño que se radicó en la provincia. Tambien aparece Orlando Díaz (Freddy) quien era comisario de ciclismo