Los cantores populares de San Juan

El Ciego Reyes

A través de la espesa bruma de los años, la tradición oral sanjuanina conserva en for­ma de leyendas, las maravillosas proezas de un destacado cantor popular que tal vez vivió a principios del siglo XIX. He procurado informes concretos para diseñar una breve nota biográfica, pero, resultan tan ecasos y confusos los antecedentes personales del refe­rido músico que prefiero omitirlos, destacando las no­ticias coincidentes que hacen fe; y son seguro testimonio de que el “Ciego Reyes’’ fue como el Homero de la leyenda griega, un cantor popular sanjuanino que interpretó fielmente las ansias y pasiones de su pueblo y que fue como Demódoco, el otro bardo griego que quedó ciego en su vejez, pero siguió cantando hasta el último día de su vida.

Con las armonías de su guitarra, sus versos, improvisaciones y dedicatorias, viajó por todos los departamentos de San Juan, ganándose el pan de cada día y afianzando sus prestigios de vate popular.

Recorriendo su provincia, en su odisea, iba viviendo los dolorosos afanes y sinsabores del terruño. En los momentos aciagos de la organización nacional, las ho­rribles y sangrientas contiendas fratricidas, que periódicamente conmovieron su tierra natal, hirieron su exquisita sensibilidad. La guerra civil en que ardieron los pueblos de Cuyo en el siglo XIX, lo improvisaron sol­dado desde muy joven, la asonada militar lo hizo mo­cero, gozó de los beneficios de la buena fortuna, y los reveses de la suerte lo llevaron proscripto a suelo extraño. Pasó el nevado macizo, y el patriota, para unos mazorquero, y accidental montonero para otros, probó los grillos y el cepo de las prisiones políticas y templó su fibra de poeta popular transformándose en un cro­nista oral de los anales históricos de San Juan.

Sus décimas milongadas narraban los episodios pro­vocados por la arbitrariedad de los gobiernos despóti­cos, las acciones heroicas de los escuadrones de caba­llería gaucha, las ejecuciones a lanza seca de los patrio­tas sanjuaninos que mandaba el coronel Pablo Videla, la muerte, el martirio y el fusilamiento del gobernador Aberastain, del coronel Peñaloza y, en fin, todos los acontecimientos que conmovieron la vida sanjuanina eran los motivos que cantaba o relataba el Ciego Reyes en sus andanzas. Pero, no fue según referencias, un sim­ple payador o narrador de fácil y feliz memoria. En nuestra música nativa, fue un verdadero creador que produjo innumerables piezas criollas que la tradición conserva. Entre ellas podemos mencionar la titulada La Parra, cuya letra empieza así:


“Han vista llorar la parra
en el tiempo de la poda,

así lloran los amantes
por el bien que tanto adoran"

Los versos tienen ingenio y su música es melodiosa, de acento eminentemente local.

Otra de las tonadas que se le atribuyen es la titulada Mi Suspiro, dice:

 

"Parece que oigo un suspiro

¡Ay de mil ¿dónde será?

Si será del alma mía
que de mí se acordará”

Otra preciosa canción atribuida al Ciego Reyes, la que se destaca por su sentida emotividad, es la titulada El Jazmín, dice:

"El jazmín que tú me diste,

fragante y preciosa flor;
está como yo marchito,
por la falta de tu amor. "


De este cantor y músico popular me ocupare con mayor detenimiento en una próxima publicación. La bre­vedad del presente trabajo no nos permite otra cosa que esta ligera pincelada biográfica.

 

Carlos María Tascheret

Don Carlos María Tascheret perteneció a una fami­lia de origen francés, pero de tradicional arraigo en la provincia de San Juan. Nació en el año 1840, fallecien­do en su provincia natal, el 20 de octubre de 1909 a los sesenta y nueve años de edad.

Hombre de inteligencia natural extraordinaria, no obstante su escasa preparación, el ingenio de su talento y sus especiales aptitudes musicales, le hicieron con­quistar bien pronto muy sólidos prestigios. En Media Agua, donde residió desde su primera juventud, vivió en contacto con la naturaleza y con su pueblo, vincu­lándose a él en todas las tareas de la vida agrícola y gana­dera que fue siempre la fuente de riqueza y prosperidad de la familia.

En la segunda mitad del siglo XIX, gozaron de gran fama las hermosas reuniones sociales que se realizaban en el lugar denominado Los Berros, donde alternaban las más distinguidas familias de la sociedad sanjuanina que con acendrado patriotismo, rendían tributo a nues­tras tradiciones practicando con verdadero cariño, las costumbres, bailes y música popular. Aún a principios del siglo XX, las reuniones sociales en Los Berros si­guieron gozando de gran prestigio, tanto por la genti­leza tradicional de los Tascheret, cuanto por el encanto de la sencillez y el fervoroso culto de éstos hacia nues­tro acervo tradicionalista.

En ese ambiente, siempre estrechamente vinculado a su pueblo, formó su vocación musical el joven Carlos María Tascheret, que en contacto con el famoso Ciego Reyes, uno de los músicos y cantores más antiguos de San Juan, complementó sus condiciones especiales, afir­mando su disposición vocacional. En las payadas, cuen­tos y relatos del fogón, gracias a su prodigiosa memo­ria, el joven cantor va enriqueciendo el caudal de ar­monías criollas. Coplas, décimas, refranes, declaracio­nes, despedidas le sirven en diferentes circunstancias para dar mayor vigor y encanto a los improvisados co­gollos de las tonadas o dedicatorias de las consabidas serenatas que, cuando don Carlos María las dedica por su cuenta o mandato de tercero, expresan con honda emoción, penas, dolores, tristezas o amarguras.

La imaginación creadora del futuro payador em­pieza a destacarse en las relaciones del gato y otras dan­zas; ellas son propias y muy ingeniosas. Ajustadas con precisión extraordinaria a las diferentes circunstancias del momento, complementada con su voz armónica y bien templada, le hacen pronto cobrar fama de exce­lente cantor. Bordonea la guitarra, acompañando a dúo en todas las serenatas criollas de Media Agua; extendiéndose luego su fama por todo el territorio de la provincia, y lo mismo hasta la vecina provincia de Mendoza, a la que llegó muchas veces, acrecentando sus bien ganados prestigios de buen músico que, como buen payador, acompañado de su inseparable guitarra llevó su bohemia hacia otros lugares del suelo argentino.

Manejó su voz y su viola con inteligencia y senti­miento; destacándose entre sus contemporáneos por su asombrosa y rápida imaginación creadora. Sus ins­piradas y espontáneas versificaciones se complementa­ban con alegres y variados adornos que transformaban a la lánguida tonada en un gracioso o sentimental mo­tivo musical.

La tradición popular conserva gran cantidad de tonadas, canciones, cuecas y gatos de creación personal de don Carlos María Tascheret. Su hijo Carlos, hoy, radicado en la villa de Maipú (Mendoza), que también conoce los secretos del ’‘dedeo“para hacer llorar las bordonas, ejecuta con abnegado cariño muchas de las músi­cas de su padre y de él nos llegan algunas versiones que consigno entre las canciones sanjuaninas, agregadas en este anticipo.

Fueron sus contemporáneos, el coronel Sarmiento, Eladio Gigena y los hermanos Marcos y Juan Antonio Quiroga. Compañeros de parranda, con los que también cantó en dúo; don Filomeno Furque, el escribano Ambrosio Aubone y posteriormente don Miguel Bustos Cáceres.

Muchos músicos y cantores populares de San Juan, recuerdan a don Carlos con gran admiración y respe­tuosa simpatía, gozando de indiscutida fama como buen criollo, excelente cantor y enamorado cultor de la mú­sica nativa.

Miguel Bustos Cáceres

Contemporáneo de don Carlos María Tascheret, fue en la segunda mitad del siglo XIX, uno de los cantores populares que gozó de mayor prestigio. Recorrió toda la provincia internándose en los valles cordilleranos, siendo verdadero vehículo de la música nativa en ese tiempo en que los medios de comunicación eran muy escasos.

Hijo de un cantor que adquirió nombradía; don Vicente Bustos Zenteno, el que actuó a fines del siglo XVII, sus familiares fueron conservando la tradición y, actualmente don Melquíades Cáceres, hombre que pasa de los cincuenta años de edad, conserva con cariño esa disposición innata, considerada como preciosa herencia de familia, de la que jactanciosamente se enorgullece.

A don Vicente Bustos Zenteno se atribuye la pater­nidad de la tonada denominada El Gran Salomón que consigno entre las piezas sanjuaninas.

Don Melquíades, bisnieto de don Miguel, me ha dictado varias versiones de tonadas y canciones anti­quísimas, que él asegura tienen letras y músicas cente­narias. Ha colaborado desinteresada y entusiastamen­te en mis investigaciones, de lo que dejo expresa constancia como así también de mi mayor recono­cimiento.


Rosauro Gómez
Admirable ejecutante y excelente cantor, su ágil memoria y perspicaz agudeza, le permitían usar de mil recursos para ilustrar diversas escenas en las más varia­das circunstancias. Fecundo en creaciones del momen­to, su gracia inimitable en el juego de palabras de do­ble intención, hacía que surgieran acordes o disonan­tes, las armonías del cordaje que se expandían espontá­neas al calor de las improvisadas en décimas, cuartetas y octavillas de estilo netamente payadoresco.

Cantor intuitivo de exquisita sensibilidad artística, tenía un variadísimo repertorio de tonadas, que él usa­ba en sus serenatas, con graciosas despedidas y cogollos de su propia cosecha.

En las famosas termas de La Lija, aún recuerdan los viejos sanjuaninos sus memorables serenatas, en que recorriendo las diferentes habitaciones de los turistas, iba la alegre caravana que presidía don Rosauro, cantando de puerta en puerta, la tonada y la dedicatoria que merecía su morador femenino o masculino, y al otro día, en los tijereteos del mate, había que oír los sabrosos comentarios. En ellos vive aún su recuerdo y como gratísima reminiscencia, la chispa pronta y ge­nial de este cantor sanjuanino.

 

Pedro Gil Yanzón
Por vías paterna y materna perteneció Gil Yanzón a las más antiguas y distinguidas familias de San Juan. Actuó hasta principios del siglo XX. Fue un maestro normal, de cultura superior al término medio de sus camaradas de la época. Sin ser precisamente un músi­co o un cantor de extraordinarias aptitudes, ni tampo­co un farrista consumado, se destacó como copilador de músicas y canciones populares, las que recordaba con verdadero cariño, divulgándolas con tan patrióti­co empeño, que es precisamente la causa por la cual muchos cantores lo recuerdan con afecto y simpatía. Don Julio Balmaceda, Amaro Bustos y otros de reco­nocida fama, solían decir: “Tal pieza, es de tal o cual parte, me la enseñó don Pedro Gil Yanzón”, y el expre­sivo énfasis del tono, daba intencionada autoridad a la cita.
No debe haber sido tan insignificante, cuando con­siguió revivir a través de los años, siendo recordado cariñosamente por todos los cantores a quienes comu­nicó sus entusiasmos, transmitiéndoles las canciones nativas más tradicionales.

De él recibió Saúl Salinas innumerables tonadas y músicas del acervo cuyano que fueron divulgadas por éste.

 

Carlos A. Tascheret

Hijo de don Carlos María, en la actualidad pasa los sesenta años de edad. Hombre muy gentil y hospitala­rio, conserva con dignidad su tradición de familia. Como su padre, tuvo en sus mocedades una hermosa y bien timbrada voz, que él manejaba inteligentemente, haciéndola intensamente emotiva. Siendo especialista en tonadas amatorias, enternecía los corazones feme­ninos de las muchachas de Media Agua, porque ha de agregarse que don Carlos suma a sus condiciones de buen músico y cantor, las dotes gentilicias de un per­fecto caballero y apuesto galán; capaz de acometer, aún a sus años, cualquier empresa donjuanesca.

En la guitarra cultivó solamente la canción nativa. Refiere que se inició por el año 1884, acompañándose con don Eusebio Videla. Posteriormente actuó con don Ventura Larrosa y el teniente Alberto Cusiné, fallecido hace poco con el grado de coronel. También fue uno de sus primeros compañeros un hijo del coronel Sar­miento y últimamente, lo fueron don Miguel Ángel Podestá, Rafael Castañeda, Nicolás Sandez y Modesto Balmaceda.
Gracias a su tenaz memoria, he podido recopilar numerosas músicas antiquísimas de San Juan, que me ha dictado con preciosos detalles documentando mi labor de colección y estudio, de lo que me expreso su­mamente agradecido.

 

Tomás Severo Balmaceda

De familia tradicional en San Juan, fue en sus tiem­pos un gran cantor que se recuerda con mucho cariño y simpatía.

Su nieto don Modesto Balmaceda, radicado en el departamento de Caucete, me ha dictado varias tona­das y cuecas antiguas que las atribuye a su abuelo, de quien dice las aprendió. Por otros conductos se me confirman estos informes y agregan el nombre de otro Balmaceda: don Daniel Balmaceda Yanzón, que afir­man también gozó de gran simpatía y prestigio, pues poseía una voz excelente con un notable registro para las tonadas agudas.

Según parece don Tomás Severo Balmaceda, fue el tronco principal de una familia de cantores muy cono­cida y apreciada en su provincia natal.

 

Antonio Rodríguez S.

 Es un contemporáneo, buen ejecutante de guitarra, de gran poder de asimilación. Sus continuas giras por los distintos departamentos, lo pusieron en contacto con los viejos cantores criollos, su disposición especial y cariño por la música nativa, lo han transformado en un colector de experiencia que ha colaborado resuelta y abnegadamente en mi labor. En muchas oportunidades fue un hábil cicerone, por cuyo intermedio he ob­viado las dificultades que opone el criollo de por sí, casi siempre desconfiado y prevenido.

Cultor apasionado de nuestras tradiciones, es un excelente animador que comunica su entusiasmo y de cuya colaboración me es muy grato hacer público testimonio.

 

Otros músicos y cantores  
En un próximo libro sobre la música cuyana me ocuparé con mayor detenimiento de los que han desfi­lado muy rápido en las notas precedentes, y, estudiaré también a los músicos y cantores que a continuación se mencionan. Merecen recordarse entre los más desta­cados: a don Blas Videla, José Dolores Gil, Guillermo Sarmiento, Eladio Gigena, Samuel González, Marcos Quiroga, Julio Sarmiento, Elíseo Guardiola, Juan An­tonio Quiroga, Daniel Balmore Yáñez, Ramón Dávila Aubone, Conrado Carrizo, Julio Puigdengola, Julio Balmaceda, Arsenio Oro, Máximo Isidro y Raúl Oro, y muchos otros.

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