Tras charlar algunos minutos con Victoria, uno rápidamente advertía que San Juan no estaba preparada para aceptar el vuelo de este hombre que habría sido de consulta ineludible en sociedades más avanzadas.
Recuerdo una de las últimas charlas con el ingeniero Juan Victoria.
Fue en su casa del Barrio Convieco donde vivía luego de malvender una hermosísima residencia que poseía en el Barrio Residencial.
Hábiles comerciantes compraron su casa y la pagaron en cuotas. Victoria era un visionario pero de la cultura, de las cosas grandes. ¿Qué iba a saber que vendría un tal Celestino Rodrigo y que produciría uno de los más tremendos ajustes de la economía que recuerde la Argentina? Le quedaron unos pocos pesos que le alcanzaron para comprar su casa en el Convieco.
En ese tiempo yo estaba viviendo en Buenos Aires, pues había sido designado secretario de Redacción de Clarín. Victoria pasaba largo los 70 años. Su último cargo había sido ministro de Economía del gobierno del ingeniero José Augusto López. Con el ingeniero me unía no sólo una vieja amistad sino también la militancia en el desarrollismo. Gran amigo de Arturo Frondizi, durante su gestión al frente de Consejo de Reconstrucción tuvo acceso directo al presidente. Y esta fue una de las razones por la cual San Juan tiene el auditorio que es nuestro orgullo.
Aquella noche hablamos de comidas –era un excelente cocinero-, de vinos (“San Juan no tiene vinos de calidad”, comentó con su brutal sinceridad), de la provincia y de la cultura, mientras me explicaba que la exquisita carne que estábamos saboreando tenía tres horas de horno.
La música era la gran pasión del ingeniero. Y no hacía concesiones en el momento de opinar. Podía juzgar muy duramente a un director de coros y a los pocos minutos destacar el trabajo del director de la orquesta. Pero su forma contundente de opinar y su estructura mental ingenieril (Sí, los ingenieros tienen una forma distinta de plantear los temas a los hombres que se formaron en la medicina o el derecho, por mencionar otras profesiones) tal vez lo hacía aparecer como hosco. Pero quienes lo conocíamos de muchos años podemos dar fe de la sensibilidad y hasta diría la ternura que encerraba en su magro físico Juan Victoria.
Tras charlar algunos minutos con Victoria, uno rápidamente advertía que San Juan no estaba preparada para aceptar el vuelo de este hombre que habría sido una persona de consulta ineludible en sociedades más avanzadas.
Si bien el nombre de Juan Victoria está ligado a la música y el auditorio, debemos decir que sus ideas abrevaron en distintos campos. Le doy algunos ejemplos:
> Victoria sostenía que San Juan era un lugar óptimo para el engorde de animales y la industrialización de carnes con destino a la exportación. “Solo a los argentinos, por nuestra vagancia, se nos puede ocurrir que el ganado engorde sobre los terrenos más fértiles. Esos terrenos pueden producir muchos más cortes de pasto si no lo pisa el ganado, que debe traerse a zonas desérticas para que acá engorde. Pero no podemos quedarnos sólo en eso. Hay que industrializar”. Como buen desarrollista se indignaba cuando exportábamos materias primas –en minería, en ganadería, en agricultura- en lugar de transformarlos en productos mineros, ganaderos y agrícolas con alto valor agregado.
Por eso pocos entendieron a Victoria cuando alentó la instalación en San Juan del frigorífico SAISA que cumplía precisamente con ese objetivo.
> Menos aun iba a entenderlo cuando llegó a acuerdos con las universidades de Yale y Columbia para instalar observatorios astronómicos en la Pampa del Leoncito. “La universidad de San Juan debe integrarse al mundo, asociarse con otras universidades, participar de proyectos comunes, hacerse ver y escuchar en el campo internacional. Pero cada día más se va transformando en una simple dadora de conchavos para profesionales que no pueden ni quieren competir en el mundo real”, decía contundente.
>Recuerdo los debates que originó cuando sostuvo que la provincia debía expropiar 100 mil hectáreas como reserva astronómica en Barreal. “¿Para qué 100 mil si con dos hectáreas sobran para instalar un observatorio”, decían los opinadores de siempre.
-Son tan bestias que piensan que podemos mantener lo diáfano de nuestro cielo si no prohibimos que en las cercanías se instalen fábricas o actividades de cualquier tipo. Si no tenemos un área que asegure la no contaminación olvidémonos de tener astronomía”.
¡Y cuánta razón tuvo!
>Solo la vocación de Victoria pudo soportar las miradas irónicas de los burócratas y políticos de turno cuando sostenía que arcillas y caolines no valen mucho si no los transformamos en productos terminados que puedan venderse en Europa o Asia. Que si queremos explotar nuestros metales debíamos al mismo tiempo desarrollar una industria metalúrgica, que si poseíamos oro debíamos impulsar la industria joyera.
>Pocos saben que Victoria fue el gran impulsor del campanil de la Catedral. Un campanil hoy silencioso pero que en su concepción debía ser un gran atractivo turístico. Ese reloj-campanil de la catedral costó 23.000 marcos alemanes y fue adquirido en 1961 a la firma Wlund Ems de Frankfort, Alemania, durante la gestión de Victoria en Reconstrucción. El carrilón eléctrico acústico tiene 23 tonos, un teclado que abarca varias octavas y cuatro altoparlantes de 20 watts cada uno. El carrillón permitía emitir además de la hora, el himno nacional, el ángelus y diversos villancicos. Fue inaugurado el 24 de diciembre de 1962 a las 23. Durante 25 años Arnold Bofinger fue el encargado del mantenimiento. Hoy pocos saben de esa historia. Se privilegió a la señora que se quejaba porque le molestaban los sonidos de carrilón.
Pero fue el Auditorio su más monumental obra. Porque Victoria, solo y a pesar de muchos, creó la idea, hizo los trámites y controló la ejecución de esta obra que colocó a San Juan a la cabeza de la actividad cultural de la música en la República Argentina.
Digámoslo claramente: tenemos un auditorio que es nuestro orgullo a pesar que la obra ha sido bastardeada por gobiernos populistas que nada entendieron.
El Auditorio era el centro de un complejo que ocupaba un terreno de más de 25 mil metros cuadrados.
A fines de la década del 50, el ingeniero Juan Victoria, que presidía la Asociación Amigos de la Música, comenzó a llevar adelante la idea de construir una escuela superior de música para la formación de posgrado e incluir a ésta un auditorio dado que la actividad musical de San Juan crecía.
Este proyecto, elaborado en San Juan, fue elevado al Poder Ejecutivo Nacional. El presidente Arturo Frondizi se interesó personalmente y lo aprobó sin modificaciones en 1959. Aun así, del proyecto inicial solo se concretó la construcción del edificio para la Escuela de Música – Auditorio, que fue llamado a licitación en el año 1962.
Usted se preguntará por qué decimos que “solo” se construyó el Auditorio. No hay que olvidar que esa obra formaba parte de un complejo cultural que incluía teatros, museos, pinacotecas, salas de grabación; audiovisuales; salas de conferencias y todo adelanto que influyera en las modernas técnicas del conocimiento. Los baldíos del entorno del auditorio iban a contemplar la realización de todas esas obras. Pero ahí quedaron, en lo que pudo concretar Victoria. Después vinieron los gobernadores “sensibles” que hasta donaron parte del terreno para una iglesia. ¡Ignorantes!
Afortunadamente, gran parte de esas obras se hicieron medio siglo después en otros lugares. Bien para los que recogieron la antorcha y nos dieron un museo de Bellas Artes o un Teatro de Bicentenario que son orgullo de todos, aunque se los haya terminado medio siglo después.
Se imagina lo que fue en el ambiente hostil de San Juan cuando se dijo que el auditorio tendría una construcción única en Sudamérica por sus características acústicas, y comparable a las mejores salas de concierto del mundo, como el Royal Festival Hall de Londres y la Filarmónica de Berlín.
-¡Por qué no hacen viviendas para los pobres!-, decían no pocos políticos.
Se imagina las opiniones cuando Victoria proyectaba una unidad arquitectónica de 10 mil metros cuadrados de superficie cubierta, rodeada por amplios jardines y hasta un anfiteatro o teatro griego, con una capacidad para 600 personas distribuidas en gradas?
Mientras otras gobernaciones hacían un estadio cubierto con dos paredes ciegas y sin lugar para estacionamiento él preveía jardines y amplias playas.
Los amantes de casas o escuelas en lugar de una obra para pocos se quejaban de las aulas de la escuela de música y la Sala de Conciertos rodeada por un gran recinto de 2.000 metros cuadrados, dividido en Foyer norte y sur, destinados a la realización de exposiciones de pintura, escultura y otras actividades culturales.
¿Cómo iban a entender que el auditorio estuviera incorporado en éste como una especie de caja sin vinculación con las paredes del exterior? Era en vano que explicara que teniendo en cuenta su finalidad - la producción de música sinfónica y vocal - se determinaron las dimensiones y forma que debía tener este recinto.
A medida que se conocían detalles de la obra crecía la indignación de los sectores retrógrados. “Cómo puede ser que las puertas de ingreso sean construidas de madera de incienso, que la antesala esté ornamentada con un cortinado de terciopelo y que el alfombrado de los 1.247,20 m² de superficie de la sala, tenga una alfombra fabricada en lana de 15 mm de espesor, logrando de esta manera, una absorción de energía que incide directamente sobre el piso”. “¿Cómo pueden tirarse tantos pesos para que se pueda apreciar los espectáculos con la misma calidad sonora desde cualquier sector, además de poseer una capacidad de absorción tal que la dispersión sonora en la sala es casi igual cuando está vacía a cuando está ocupada?”.
Ni hablar de las paredes del recinto revestidas en madera de incienso dispuestas para favorecer la perfección acústica. Igualmente, el cielo raso suspendido está conformado por un casetonado también realizado en madera, lo que asegura una adecuada dispersión del sonido.
“¿No habría sido mejor un escenario modesto en lugar de este que posibilita la actuación de hasta 80 músicos y 90 coristas?”, preguntaban los “entendidos de tertulias cafeteriles”. Sí, era mejor para escuchar un dúo acompañado por un guitarrista.
Todos opinaban y algunos se hacían la pregunta que más los intrigaba: “¿Cómo consiguió Victoria que el presidente Frondizi autorizara la obra para San Juan?
Vamos a contarlo tal como me lo contó el ingeniero Oscar Labate, otro desarrollista de esa época. “Juan Victoria era Ingeniero en Petróleo. Con lo cual, el hecho de ser un profesional relacionado al tema petróleo, le permitió entablar una relación no sólo de afiliación política sino también de amistad con Frondizi, quien en esa época libraba la llamada “batalla del petróleo”.
Pero… ¿se podría haber dado otro destino a esos fondos?
Absolutamente no. Frondizi agregó al presupuesto destinado para la reconstrucción de San Juan, por ley aprobada por el Congreso, una suma de 28 millones de pesos para comprar el órgano del auditorio, y poco más de 500 millones de pesos para el Auditorio y la Escuela Superior de Música. No podría habérsele dado otro destino.
Cuenta Labate que no sólo la oposición criticaba a Victoria por construir el Auditorio. “En San Juan, los que eran frondizistas como los que no eran frondizistas, se preguntaban: ¿quién es éste que se va a buscar plata a Buenos Aires y se arregla solo con el presidente y no pasa por nosotros? La verdad es que, por un lado, en la Argentina había plata; por otro, Victoria, Frondizi y Frigerio, defendían un modelo de país en el que la inversión en cultura formaba parte del presupuesto de Gobierno”.
Victoria se hizo aconsejar por gente realmente entendida.
El ingeniero Federico Malvarez, y los arquitectos Carmen Renard y Mario Pra Baldi, fueron los artífices del proyecto.
El maestro Perceval fue quien indicó las características aconsejables para un órgano digno de esta sala. Fue adquirido a la antigua y prestigiosa firma constructora Walcker en Ludwigsburg,
Alemania, con los adelantos técnicos que significaban para la época.
Concebido para la práctica de ejecutantes avanzados y concertistas, consta de 44 registros, tres manuales y una pedalera de dos octavas y media, con 3.565 tubos que es el tamaño máximo para este Auditorio en función de su volumen (9.000 m3).
La casa constructora, además de tener en cuenta las recomendaciones del maestro Perceval, incorporó a este instrumento todos los adelantos técnicos de importancia. Cuatro meses tomó la instalación que estuvo a cargo de Carlos Hense, descendiente de una familia de organeros alemanes que por tres generaciones ha representado en la Argentina a la casa Walcker y, además, se ha encargado del mantenimiento de los principales órganos existentes en el país.
El Auditorio de San Juan con su órgano fue inaugurado oficialmente el 21 de julio de 1970; aunque éste se había comenzado a utilizar antes de estar terminado. Y allí estaba Juan Victoria, entonces ministro de José Augusto López.
¿Y saben algo que no cuentan los libros? Fue la única gran obra inaugurada sin discursos. En el más absoluto silencio de la magnífica sala de pronto comenzó a sonar el órgano y todos los asistentes supieron que se iniciaba una nueva etapa musical para San Juan.
Es más, se inauguró sin nombre. Originariamente, se llamó simplemente Auditorium, Auditorio del Parque de Mayo o Auditorio de San Juan, hasta que adquirió el nombre de su mentor en 1986 con el fallecimiento del ingeniero Juan Victoria.
Pero lo que Victoria no pudo ver es concretado el plan integral. Porque para el ingeniero las 18 aulas de la escuela de música tenían como objetivo que San Juan fuera un centro cultural para formación de músicos de posgrado. Precisamente de ese tema hablé con Victoria la noche que me invitó a cenar en su casa.
-Juan Carlos le pido que insista usted como periodista en un tema muy importante. El auditorio no fue concebido para el goce de algunos sanjuaninos. La provincia debe transformarse en un centro de excelencia musical donde vengan a estudiar músicos de toda América Latina. Esto nos hará conocidos en todos los países y habrá decenas de artistas que siempre recordarán a San Juan.
-¿Cuántos músicos podrían venir, ingeniero?
-Cincuenta, cien. La provincia les daría gratis la formación, al menos en los primeros tiempos y podría destinar un 0,5 por ciento de las viviendas que construya el IPV para que los músicos vivan en distintos barrios, lo que sería un gran aporte cultural para la provincia.
-¿Ellos serían becados por sus países?
-Esa es la idea. Si usted tiene 100 estudiantes avanzados de música que dejan cada uno mil dólares por mes en alquileres, comidas, transportes, ropa, regalos… Pero lo más importante es que vendrían familiares y amigos, podrían llevar su música a los barrios de San Juan. En fin, un proyecto que nos cambiará la vida.
Tenemos que contratar a los mejores profesores y los técnicos en grabación para que acá se hagan las más importantes grabaciones musicales del país.
Estos eran los sueños de Victoria. Un soñador que soñaba en tecnicolor y sólo grandes producciones.
¡Qué falta nos están haciendo muchos Victoria!
Una vez dijo mi querido amigo Rufino Martinez, el primer director de Cultura que tuvo la provincia: “Victoria era un luminoso ángel inadvertido. Como Gabriel, él vino a la tierra a hacer sonar la trompeta de la resurrección. El, Victoria, en su lenguaje críptico ya nos dio el mensaje, pero no hay nada más sordo que el oído de un muerto. Los pueblos pagan caro cuando desoyen la voz de sus rectores. Ya Victoria se encuentra lejos de obstáculos y de impedimentos; él ya es tiempo inmutable, sus contemporáneos marchan hacia el tiempo que él dejó. Cuando coincidan la profecía, el lugar y el tiempo, Victoria estará nuevamente entre nosotros. Estará a través de sus obras. ¡Y obras, son amores, si no me equivoco!”
Sí Rufino, es así.
Ver artículo:
-- Complejo Cultural Auditorio Juan Victoria