A principios del siglo XVII vivía una india muy vieja llamada Mariana que vendía trozos rodados de oro, a la sombra de un añoso algarrobo, en el camino a Mendoza. Era una mujer alta, flaca, de rostro enjuto y huesudo, piel cobriza y largo cabello negro que caía, revuelto, en torno a su cuello. Fumaba cigarrillos cuando podía. Hablaba con los niños, que curiosos se le acercaban, a los que contaba fábulas y relatos que recordaba de su niñez y mocedad. A los mayores sólo les vendía su oro y les refería que esas pequeñas piedras de lustre dorado las obtenía de un “pocito” en la sierra vecina.
Una noche varios hombres blancos planearon apoderarse de ella y obligarla a revelar, mediante tormentos, el paraje exacto donde éste se hallaba. Cuando llegaron hasta el algarrobo, su habitual refugio, orientados por el fulgor de su cigarro, sólo encontraron a su fiel y airado perro, cuya fauce de color rojo debió parecer la brasa del cigarro. A la luz de los hachones encendidos dio muestras de acometerlos iracundo, por lo que escaparon atemorizados. Al mismo tiempo escucharon una humillante carcajada proveniente del algarrobo. Esa noche un temblor castigó la región.
La india Mariana desapareció al día siguiente. Nunca más volvieron a verla. Fue buscada con empeño y lo mismo su “pocito”, pero infructuosamente. A esa región le quedó para siempre el nombre de “Pocito”.
Extraído del libro “Leyendas y supersticiones sanjuaninas”, de Marcos de Estrada Editorial Tucuma, Argentina, 1985.
Ilustración de Miguel Camporro.