Los primitivos habitantes de San Juan creían que todos los padecimientos o enfermedades de un individuo venían del mundo exterior, de un objeto que real o aparentemente había penetrado en el organismo (parásitos, venenos, alimentos alterados, flechas, insectos). Bajo la concepción animista pensaban que una fuerza sobrenatural movía las causas de la enfermedad (los endemoniados, hechizados y embrujados).
Consideraban que los “médicos” o brujos indígenas tenían relación con el mundo sobrenatural, lo que producía en algunos de estos “médicos” autosugestiones de verdaderos psicópatas y alocados.
Los beneficios reales de la medicina telúrgica consistían únicamente en el poder sugestivo de la cura y en las medidas prácticas a que iban ligadas. Para la medicina actual, aquella medicina aborigen sólo tiene valor en cuanto al conocimiento que tenían sobre las propiedades de algunas plantas, algo que incluso entusiasmaba a los españoles.
Hubo un elemento utilizado por la medicina huarpe que entusiasmó a los españoles. A tal punto fue así que incluso la requirió para su persona el Rey Carlos V: la piedra beezar. Se trata de piedra de un color oscuro y brillante, que contiene principalmente fosfatos. Se extrae de los órganos anexos del aparato digestivo del guanaco, la llama y la vicuña. En realidad, se trata de cálculos que se forman en estos animales a los que la gente concedía propiedades mágicas.
Muerto el animal y antes que el cuerpo se enfriara, se abría el estómago y se le extraía la piedra que el interesado se ponía en la boca donde, en contacto con la saliva, tomaba más color, brillo y dureza. Se decía que curaba los trastornos nerviosos, en especial la melancolía, un mal que sufría Carlos V.
Durante la colonia, el ejercicio de la medicina se hacía a través del protomedicato, una institución creada por Juan II de Castilla en el siglo XV y que existió hasta 1822, al crearse en España las Facultades de Medicina, Cirugía y Farmacia.
El protomedicato era un tribunal que examinaba y reconocía la suficiencia de quienes debían ejercer la medicina. Era, además, un cuerpo consultivo del gobierno y asesor de la justicia para las faltas y excesos de quienes ejercían legal o ilegalmente la medicina.
San Juan de Cuyo dependió en un principio del Protomedicato de Lima. Luego pasó a depender del de Chile, al crearse éste y, finalmente, del de Buenos Aires. No obstante, esa medicina “oficial” era minoritaria pues la gente, por lo general, optaba por curanderos, barberos, sangradores, hechiceros y herboristas.
La atención a la salud no fue muy distinta después de 1810. Los médicos competían con brujos y curanderos y los hospitales públicos carecían de camas y siempre faltaban medicamentos, según puede reconstruirse por documentos de la época.
Un dato llamativo es la preocupación que había entre las autoridades por la presencia de perros callejeros. La gran cantidad de denuncias hechas por personas mordidas motivó que se dispusiera la vigilancia y exterminio de los animales sin propietario y penas para los dueños de perros que dejaran a sus animales sueltos.
En las dos últimas décadas del siglo XIX moría más gente de la que nacía y la mortalidad infantil alcanzaba cifras alarmantes. Las enfermedades más comunes eran la fiebre tifoidea, el sarampión y la difteria. Las acequias, que pasaban por el medio de los terrenos con agua para regar pero también para beber, así como la falta de cloacas, completaban un estado sanitario preocupante.
En el verano de 1868 se desató una gran epidemia de cólera en San Juan. Pocos conocimientos científicos se tenían sobre cómo combatir el mal, pero el gobierno dispuso una enérgica campaña afectando a varios médicos. En la Capilla de Dolores (ubicada en la esquina de Caseros y Rivadavia) se estableció un lazareto.
En esos días se supo que un médico francés, el doctor A. de Grand Boulogne, recomendaba beber una infusión de menta piperina, trabamiento con el que habían doblegado el mal en Marsella. Las autoridades ordenaron traer carros de esa hierba de una propiedad de la familia Ruiz en Ullum.
Fuentes consultadas:
Carelli, Antonio: Historia de la medicina en la provincia de San Juan, edición del autor, San Juan, Argentina, 1944
Paredes de Scarso, Leonor: Dos hospitales históricos de la Ciudad de San Juan, edición de la autora, San Juan, Argentina, 2003