Los sanjuaninos se caracterizan por tener una fuerte creencia hacia los que comúnmente se llaman santos populares. María Cristina Krause Yornet, profesora de Antropología en la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de San Juan, analiza esta devoción. Además asegura que estas creencias populares no distinguen entre estratos sociales, ni creencias religiosas formales.
El culto o devoción a las ánimas, todavía no se ha estudiado como tal; sólo alguna de sus manifestaciones particulares ha recibido el interés de los investigadores, como es el caso de la Difunta Correa. Sin embargo, dicho culto es sólo una de las múltiples expresiones de un gran complejo simbólico-religioso.
La "devoción a las ánimas" se exterioriza en forma paralela a la esfera de la religión oficial. Pero, quienes la practican, la estiman como una manifestación concreta de su religiosidad.
En San Juan, la devoción a las ánimas se realiza en dos espacios claramente distinguibles: la casa y el santuario o capilla. Los cuales se corresponden con dos ámbitos diferenciados, uno familiar y el otro social.
La primera forma consiste en prender una vela los días lunes, que es el día de las ánimas, a los parientes difuntos, especialmente al esposo, madre, padre, es decir con quienes tuvieron fuertes lazos afectivos.
Este culto se complementa con la devoción social a las ánimas de ciertos difuntos: la Virgen de Pachaco, el taxista Caputo, el ánima de las Puntas Negras, el gaucho José Dolores, la Difunta Correa, el carrerito etc.
El relato de la vida del personaje que sustenta la creencia, se reduce a una secuencia: la muerte de un carrero.
"Viruta", apodo que sólo conocen los más viejos de la zona, fue un carrero muy trabajador y diestro con los "brutos" o "bestias". Su ocupación consistía en traer, en carros, los productos de los valles cordilleranos a la ciudad de San Juan. Una noche de tormenta, los caballos se desbocaron, no pudo dominarlos, el carro se volcó y él murió aplastado. Su muerte dejó una familia desamparada.
Afirman que aún hoy, durante las noches y en el lugar donde murió, se sienten los cascos de los caballos y los lamentos del ánima.
El relato, como en el caso anterior, se condensa en el motivo de la muerte del personaje.
"Rojitasa", diminutivo de Rojas, fue un joven minero de origen chileno, muy bueno y trabajador, que se ocupó en unas antiguas minas de la Cordillera, abandonadas en la actualidad.
Durante las noches, los mineros se entretenían jugando cartas. Este joven lo hacía muy bien y una de esas veces ganó tanto dinero que provocó la envidia de sus compañeros. Cuando terminaron éstos lo siguieron, lo mataron, lo robaron y lo dejaron abandonado. Un amigo lo enterró en el lugar exacto donde fue asesinado. Allí le levantaron después su capillita. Este hombre fue el que recibió el primer milagro: le reunió los animales dispersos por la cordillera, que se arrimaron a él mansitos, mansitos.
(El relato sobre el ánima, su primer milagro y otros posteriores, fueron recopilados en el trabajo de campo durante 1993, en el departamento de Iglesia. Los datos me los brindó la familia de quien lo enterró, le levantó la capillita y que fuera el testigo de su primer milagro)
María Antonia Deolinda Correa se casó con el criollo Baudilio Bustos y tuvieron un hijo. El esposo fue enrolado por la leva y Deolinda, a pie, lo siguió con su hijo aún lactante, por la travesía. En pleno desierto se le acabó el agua y el alimento, e imploró a la virgen del Carmen la salvación de su hijo. La mujer murió de cansancio y de sed. Fue encontrada por unos arrieros que pasaban por el lugar. El niño estaba vivo mamando del pecho de la madre muerta. Sepultaron a la difunta y llevaron el cuerpo del niño a San Juan.
Su madre murió en el momento de su nacimiento y tiempo después, el padre se alistó en el ejército para luchar en la guerra con el Paraguay. El niño quedó al cuidado de la sobrina del patrón paterno, quien lo bautizó con el nombre de José Dolores.
A los quince años comenzó a trabajar como domador, en la hierra y la marcada y fue famoso por el dominio de animales.
Luego ingresó, engañado, en las filas montoneras pero desertó. La policía comenzó a perseguirlo y por tal motivo, nadie le daba trabajo. Entonces, se vio obligado a dedicarse a la ratería para subsistir y ayudar a los necesitados.
Se enamoró de la hija de una cocinera, pero la madre se opuso a este amor e informó al tío de la joven, que era sargento de la policía.
Con engaños lo llevaron a una fiesta. Allí llegó el sargento con unos soldados, lo sacaron a la calle y junto a un algarrobo, lo mataron a balazos y dejaron su cuerpo atado al árbol. En ese lugar, hoy se levanta su santuario.
En los cuatro casos recién mencionados la base del culto es el santuario o capilla que se levanta en el lugar exacto donde el personaje encontró la muerte y a donde van los devotos a prenderle una vela.
Debido a las circunstancias de su muerte estos personajes mueren aislados, sin el auxilio de una familia, en lugares inhóspitos. Por lo tanto, no tuvieron velatorio. Entonces su alma queda entre el cielo y la tierra.
Estas ánimas son muy milagrosas y también, muy cobradoras. El devoto realiza su pedido mientras le prende una vela pero una vez que dicho pedido es escuchado, el cumplimiento de la promesa es obligatorio e inmediato. Si no lo hace, el ánima de la difunta o difunto se enoja, lo abandona, no le otorga más favores y sin su protección puede encontrar la muerte.
Sus milagros -a diferencia de los de la Virgen- son los que se hacen "a ojos vistas"; curan animales enfermos y rescatan a los perdidos, protegen del peligro en las travesías cordilleranas, impiden una creciente, las tormentas o el granizo en períodos de siembra o cosecha, permiten encontrar trabajo, protegen en largos viajes o trayectos, otorgan el don de la maternidad, la recuperación de la salud, etc.
El ánima, mediante su conducta positiva de orden moral, entrega a los devotos aquello que fue en él una carencia: la Difunta Correa otorga salud, familia, hijos, matrimonio; el Gaucho José Dolores facilita el trabajo. Por su parte el ánima de las Puntas Negras, da seguridad y salva a los animales, mientras que el ánima de las Tranquitas entrega salvación en la cordillera.
La devoción a las ánimas en San Juan es un culto generalizado, no es propiedad de un grupo social, religioso o étnico determinado. Sus devotos son médicos, abogados, ingenieros, comerciantes, camioneros, albañiles, estudiantes, católicos, judíos.
A través de las ánimas los hombres concretos entran en contacto con el poder divino. Esto es posible porque el ánima asume una nueva ambigüedad: es humana y es sobrenatural. Su condición humana se atestigua en dos hechos: el relato de su vida y la foto o imagen ubicados en la "capilla"; ambos aseveran su existencia, mientras que su condición de ente sobrenatural se funda en los milagros. Éstos son inmediatos a la corporeidad y temporalidad de los hombres.
Esta relación directa del ánima con lo sobrenatural no requiere de especialistas religiosos, lo que posibilita que los devotos puedan pertenecer a cualquiera o ningún culto institucional, aunque preferentemente son católicos.
Este artículo es una reproducción del texto de la autora, publicado en el semanario El Nuevo Diario, edición correspondiente al 23 de julio de 2004.
María Cristina Krause Yornet: Estudiosa de la cultura sanjuanina, María Cristina Krause Yornet es profesora titular de la cátedra Antropología en la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes. Ha escrito diversos ensayos que fueron publicados por editoriales de otros países
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La leyenda de la Difunta Correa
José Dolores