Dos hombres y una mujer simbolizan en San Juan al bandolero- justiciero. Rodeados por una ola de romanticismo, Martina Chapanay, Santos Guayama y José Dolores, representan figuras populares que habiendo vivido en la marginalidad se transformaron en una especie de “Robin Hood” que repartían entre los pobres el producto de sus fechorías. En ningún caso hay datos oficiales sobre los que puedan construirse historias reales. Ni siquiera en dos de los casos hay unidad de criterios sobre si fueron personajes sanjuanino o mendocinos. Sin embargo, en el imaginario popular no existen dudas. La gente más humilde cree en ellos y en sus capacidades milagrosas y le rinde perpetuos homenajes. Las historias de estos personajes que se ganaron un lugar en el afecto popular.
Para algunos fue “un lider de la rebelión lagunera”. Para otros, “ya montonero ya vulgar malhechor, Santos Guayama significó para San Juan durante dos decadas un inquietante problema policial y politico”. Ajusticiado en San Juan tras ser detenido en pleno centro de la ciudad, para algunos gauchos “es un santo” al que se le atribuyen milagros.
Según la enciclopedia de Internet Wikipedia, “Santos Guayama (ca. 1830 – San Juan, 1879) fue un célebre gaucho argentino. Fue uno de los líderes de la "rebelión lagunera", en las Lagunas de Guanacache, y resistió como bandolero durante varios años, hasta su captura y fusilamiento. Tras su muerte, adquirió caracteres míticos, y es objeto de culto popular en la región que habitó”.
El artículo aclara que “se sabe poco y a la vez se sabe mucho de Santos Guayama. Hay referencias fragmentarias en innumerables artículos periodísticos entre mediados de 1860 y finales de 1880, sobre todo en San Juan”.
Santos Guayama nació de una familia de linaje huarpe aunque acriollados, es decir ya gauchos, alrededor de 1830. Lideró la "rebelión lagunera", cuando las lagunas de Guanacache comenzaron a secarse por las tomas de agua río arriba, en el pedemonte mendocino, un evento recordado extensamente por Domingo Faustino Sarmiento en Recuerdos de Provincia; según algunos estudiosos, aquella zona fue "impenetrable" para la policía por 30 ó 40 años.
Luchó, entre otros, como lugarteniente del Chacho Peñaloza y Felipe Varela (es nombrado en la "zamba de Vargas"). Como era común en los bandoleros populares, "robaba y repartía", protegía a los más pobres.
Un dato curioso son sus numerosas "muertes": se han registrado –dice Wikipedia- por lo menos nueve comunicados oficiales sobre su muerte, lo que ratifica la obsesión por librarse de él. Arístides Villanueva, gobernador, puso especial empeño, sin lograrlo. Sus primeras correrías como "bandolero" son de 1860. Pero aclara: “Con seguridad fue fusilado en San Juan a principios de 1879. mientras se encontraba prisionero”.
Simultáneamente, los criollos empezaron a mitificarlo y pronto a considerarlo un santo, atribuirle apariciones e innumerables milagros. El cura José Gabriel Brochero, el cura gaucho, fue su gran amigo. Es casi seguro que Guayama llevaba gente a los "Retiros" de Traslasierra cordobesa, y que él mismo tuvo al menos una gran crisis religiosa.
En las ermitas del desierto (las "travesías" cuyanas) sobrevive su imagen, y aún ahora, en El Rosario y la Asunción, cuando las fiestas, los promesantes afirman que una figura de San Roque muy milagrosa "en realidad es Santos Guayama".
Horacio Videla, en cambio dice que “ya montonero ya vulgar malhechor, Santos Guayama significó para San Juan durante dos decadas un inquietante problema policial y politico.
Había nacido en la región lagunera de Guanacache y fue autor de correrias sin cuento en los llanos de La rioja y las travesías de San Luis y norte de Mendoza.
Fue elemento de la montonera del general Peñaloza y una vez deshecha esta formación se transformó en vulgar asaltante de caminos. Tuvo en jaque a varios gobiernos.
Esta es la descripción de Videla: Hijo de madre de pura sangre huarpe, algunos dicen que era hijo no reconocido de Carlos King de Rovarola, edecan del general Benavides. Otros, en cambio, creen que
era hijo de Gregorio Guayama, blanco mestizo o de un criollo Diaz que más tarde se casó con su madre.
Robusto, de ojos y barba negra, penetrante mirar y dotado de extraordinario magnetismo sobre hombres y mujeres, Guayama era jefe de una banda de bandidos que tan pronto se presentaba en una ciudad y después de escarmentar a la policía con algunos deguellos, pasaba a saco las casas de comercio. O aparecía de pronto en las travesías y asaltaba una caravana, pasaba a cuchillo a los hombres y se apoderaba del botín.
Cuentan que se hizo amigo del cura brochero. Ahí habría cambiado y comenzó a dar a los pobres, haciéndose una aureola.
El 26 de julio de 1878 se advirtió al entonces gobernador Agustín Gómez que Guayama estaba en San Juan y hacia proselitismo por el doctor Carlos Tejedor para la presidencia de la Nación. Esto ya comprometía a las autoridades locales.
En el mes de diciembre, cuando doblaba la esquina de Tucumán y Laprida, en pleno centro de la ciudad, fue reconocido a la distancia por el jefe de Policia Pedro Cortinez.
Rodeada en el acto la manzana, fue capturado por un piquete de quince solados al mando del capitan Mateo cuando se encontraba en la casa de don Lisandro Lloveras.
-No voy a permitir esto-, dijo el gobernador Gómez al ser informado.
Inmediatamente se lo intentó detener mientras Lloveras exigía:
-No pueden entrar va mi casa sin una orden de allanamiento...
Se lo llevaron lo mismo a Guayama, pese a las protestas, y lo alojaron en el cuartel de San Clemente, donde fue sometido a proceso.
Antes de dos meses, Guayama promovió una sublevación de presos. Hubo tiros, alboroto y muertos.
Sofocado el motín, vino una orden de arriba:
-Lo fusilan de inmediato.
Así, sin formalidad alguna, fue ultimado el bandolero.
Cuando se le preguntó a Gómez en base a qué ley había ordenado la ejecución, fue muy directo:
-Hay leyes que hay que escribirlas con la punta de la espada.
“Gaucho hembra” para algunos; “marimacho” para otros, Martina simboliza a la mujer indómita. Nacida en las lagunas de Guanacache, los historiadores mendocinos pretenden adueñarse de su historia. Mientras,los sanjuaninos la consideramos como propia. Lo cierto es que, india, bandida rural, policía, oficial sanmartiniana, vengadora de la muerte del caudillo riojano Angel "El Chacho" Peñaloza, coetanea de Sarmiento, Matina continúa reuniendo a cientos de devotos en Mogna, a más de 100 años de su muerte.
Para no pocos argentinos, “Martina” es algo más que un nombre de “boutique”. Simboliza a la mujer indómita, a la joven resuelta a enfrentar cuantos problemas le pongan enfrente,
ES que "la Chapanay" quedó en en el corazón y la memoria de los cuyanos por sus hazañas en la guerra de la independencia.
Sus detractores -entre los que estuvo Domingo Faustino Sarmiento- la consideraron el arquetipo de las "marimacho". Pero la leyenda contradice esa caracterización y cuenta que la asaltante, cuando le gustaba alguno de los hombres que atacaba, "se lo quedaba un par de días y después recién lo liberaba".
Martina Chapanay nació a la vera de las Lagunas del Guanacache, entre San Juan y Mendoza, en 1811, el mismo año que Sarmiento.
Era hija, según algunos, de un indio huarpe. Según otros, de un cacique toba chaqueño, de nombre Juan Chapanay.
Si fuera hija del toba, la leyenda dice que Juan se refugió entre los indios Huarpes, “en una zona donde se formó un desierto”.
Su madre fue una cautiva blanca llamada Teodora, quien era huérfana y a la que Juan Chapanay rescató de una sangrienta pelea donde dos hombres terminaron decapitados.
"La Chapanay" se crió en el hogar de sus padres, que por su tamaño y la dedicación de Teodora, se transformó en la escuela y el centro de catequesis del lugar. Pero la muerte prematura de la mujer dejó al marido turbado y a Martina abandonada.
Los historiadores como Echagüe, José Baidal, Laura Rodríguez, Emilio Alcaide y María del Carmen Carrascosa destacaron sus actitudes de "jinetaza y cuchillera" y su habilidad para treparse "en burros sueltos" a los que hacía "galopar sobre los arenales".
"Pialaba terneros y usaba un facón de palo tallado y con el que atacaba a los muchachos mayores que ella, perseguía animales y nadaba como un pez" en la laguna donde se pescaba en tiempos de la colonia, cuando vivía entre los Huarpes. Su desenfreno fue mitigado por su padre cuando la entregó a una mujer, Clara Sánchez, para que la criara en la ciudad de San Juan. Sánchez la trataba con rigor, pero al final se le escapó tras dejar a esa familia encerrada con llave.
Emancipada de la jefatura del hombre –estamos hablando de principios del siglo XIX- este singular “gaucho hembra”, se convierte en brazo armado de la justicia y en su servicio de policía voluntaria y de “deshacedor de entuertos por campos cuyanos en afán de redimir culpas, nadie como ella maneja el recortado o facón, nadie como ella pelea por la justicia, ni castiga igual la felonía o la traición”, según relata Horacio Videla.
Debemos decir que no existe una historia oficial a la que se pueda dar valor de real en la vida de Martina. Su vida ha sido novelada y ha terminado siendo más un producto de la imaginación o los deseos de historiadores y feministas que una cronología creíble.
Hay algunos historiadores que sostienen que “a partir de esa fuga Martina se lanzó a vivir entre los indios como ladrona de caballos y asaltante de los caminos, lo que no era extraño en esa época en rebelión con los sistemas de la mita y la encomienda”.
Pero su fama mayor radicaba en que -al igual que otros Robin Hood criollo como el gauchito Antonio Gil del Litoral, el célebre Capitán Guayama o Gervasio de Artigas- la mujer repartía el fruto de sus robos entre los más humildes.
Después –dicen algunos historiadores-, se enamoró de un famoso indio bandido de la época, Cruz Cuero, que junto a ella armó una banda de delincuentes que durante muchos años asolaron la región y llegaron a atacar la Iglesia de Loreto en Santiago del Estero. El amor entre Cuero y Martina terminó en tragedia cuando ella se enamoró de un joven extranjero, secuestrado por la banda.
El jefe la golpeó hasta dejarla inconsciente y al amante lo mató de un balazo en la cabeza.
Martina no se quedó atrás y para vengar a su enamorado mató a Cuero atravesándolo con una lanza y quedó al frente de la banda. Con sus "soldados", Martina marchó junto a Facundo Quiroga para sumarse al Ejército de los Andes, por lo que José de San Martín la nombró chasqui.
Al terminar la guerra de la independencia, federal de alma, luchó junto a Quiroga y a Angel Vicente "El Chacho" Peñaloza, pero las sucesivas muertes y derrotas la devolvieron a las lagunas al frente de su banda.
Según historiadores mendocinos, que consideran a la Martina como patrimonio propio, “le ofrecieron incorporarse a la policía de San Juan con grado de sargento mayor al frente de sus "laguneros", indulto mediante, pero el encuentro con el oficial que mató por la espalda a Peñaloza frustró la fiesta”.
Es que la Chapanay no toleró compartir filas –dicen- con el asesino de su líder y lo retó a un duelo que finalmente se frustró cuando el hombre se descompuso -presa del miedo- y pidió la baja de la fuerza.
“La mujer que recorrió tantos caminos con su facón en la cintura fue perseguida por sus andanzas y recordada por sus hazañas. Murió a los 74 años, en 1887, frente a la laguna y sólo acompañada por sus perros El Oso y El Niñito”, dice la historia mendocina.
El historiador sanjuanino Horacio Videla no comparte esta versión y cuenta en Retablo Sanjuanino que “retirada en sus últimos años en Mogna, pasa por allí un día un misionero franciscano, llevado por el dedo de Díos.
-Padre –dícele Martina- siento que el fin se acerca. El mensajero que mandé a buscar al cura de Jáchal no vuelve y mis fuerzas se acaban. He sido criminal pero hice cuanto pude por reparar mis faltas y confío en la misericordia de Dios.
Todavía hoy se cuenta que otro oficial sanmartiniano, el sacerdote Elacio Bustillos, cubrió su tumba con una laja blanca, sin ninguna inscripción, ya que "todos sabían quién estaba allí".
Lo concreto es que la tumba de Martina Chapanay, india, bandida rural, policía, oficial sanmartiniana, vengadora de la muerte del caudillo riojano Angel "El Chacho" Peñaloza, continúa reuniendo a cientos de devotos en Mogna, a más de 100 años de su muerte.
Dicen que era manosanta. Para algunos fue, lisa y llanamente, un cuatrero. Para otros, fue un simple gaucho, que vivía de changas y cuando cobraba su trabajo con algún animal, lo repartía entre el pobrerío. El caso es que su fama trascendió a su tiempo y hoy es venerado , especialmente por los más humildes.
Dicen los historiadores que aun antes de su muerte el gaucho José Dolores era buscado por sus capacidades de "manosanta". Tildado de bandido por la policía, sus seguidores no dudan en afirmar que era muy querido y que compartía todo lo que ganaba con la gente humilde.
Pero…¿ Quién fué El Gaucho José Dolores ?
Su nombre era o fue o habría sido, José Dolores Córdoba, pero todos lo conocen por José simplemente, y así lo señala una inscripción que hay frente a la capilla, ubicada en Rawson.
Otros dicen que se llamaba José Bajinay.
La versión oficial no existe.
Sus seguidores no dudan en afirmar que “era un gaucho muy querido y que en las fincas siempre había para él comida y alguna changa”.
La lógica indica que era un gaucho como otros tantos que han existido y que andaban por la vida sin poner precio a su trabajo y que se le pagaba con algún animal que él mismo carneaba para compartir con los más necesitados.
Si bien no hay descripciones oficiales, se ha escrito que “era erguido, delgado, de tez blanca y cabello negro. Vestía a la usanza de la época: bombacha gris ceñida en los tobillos, camisa abierta, pañuelo negro al cuello, faja, sombrero y facón atravesado a la cintura. Como dirían los italianos, “se non e´ vero, e ben trovato”.
Por sus habilidades de "manosanta" las madres lo buscaban para curar el mal de ojo, el empacho y otras cosas, y en sus bolsillos nunca faltaba una golosina para los chicos.
Un artículo aparecido en Diario de Cuyo, se pregunta: “si era tan bueno ¿Por qué entonces lo seguía la policía?”. Y dice el diario:
“sus seguidores, como Conrado Sotile, aseguran: "Era un gaucho muy derecho, si había que enfrentarse con el que fuese lo hacía. Manejaba muy bien el facón y cuando un compañero se veía en apuros él entraba en el entrevero para defenderlo. Así se hizo mala fama, pero él era un justiciero".
La muerte lo sorprendió la noche del 14 de febrero de 1858, cuando faltaba poco más de un mes para que cumpliera 53 años. La policía lo descubrió en una fiesta, en las calles Mendoza y Cenobia Bustos. El no acató la orden de arresto, lo siguieron y lo mataron por la espalda en la calle que hoy lleva su nombre.
Hoy, los rawsinos, están orgullosos de tenerlo de “vecino” y no dudan en arfirmar que la capilla es “una de las mejores de este tipo de construcciones dedicadas al culto popular y muy superior a cualquiera de las levantadas en homenaje a "gauchos milagrosos"
La calle en que comenzaron las primeras manifestaciones de fe se llamó Callejón de Dolores, y era de tierra. Dicen vecinos del lugar y gente que merece fe, que era tal la cantidad de devotos que concurrían, que siempre se formaban largas colas para poder entrar y ofrendar sus velas, cuyo sebo derretido recorría en verano un muy largo trecho antes de solidificarse fuera del "templo". El Callejón fue asfaltado mucho tiempo después, y se dice que el contrafuerte se hizo con escombros del terremoto de San Juan.
La Municipalidad de Rawson, admitió que la calle se llame José Dolores, tal como el uso lo impusiera. El templo tiene varias salas, cuyos muros están cubiertos de exvotos de ofrenda, muy especialmente crucifijos e imágenes de Nuestro Señor Jesucristo. En las habitaciones se encuentran , llevados por los admiradores en gran cantidad, ropa de niño, de hombre y de mujer, muñecas, objetos de uso doméstico, etc., cuyo destino final es la distribución entre la gente más necesitada.
En el fondo del edificio existe un cuarto destinado exclusivamente a recibir velas, con cuya luz se iluminan las paredes ennegrecidas por el hollín, en las que con tiza blanca los concurrentes escriben dedicatorias, pedidos y agradecimientos al " Gaucho José Dolores". Si nos atenemos a lo que dice la estampa, que lo muestra en un caballo de gran alzada, José Dolores Nació en 1805 y falleció en 1858.
León Gieco incluyó su nombre en una canción de su disco Bandidos Rurales.
Dicen que los lunes, dia de ánimas, “su tumba congrega a los agradecidos devotos de sus mercedes y una cuadra de velas parpadea toda la noche, como una constelación de luciérnagas posada en la tierra”.
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