La invasión de los Colorados (1867).
Cuando ocuparon Jáchal y San Juan

Todo comenzó en la madrugada del 9 de noviembre de 1866 en Mendoza.
Fue un hecho casi policial pero... ¡cuánto le costaría a San Juan!
Pero vamos con la historia porque para que las cosas ocurran generalmente tienen que darse una serie de coincidencias.

En Mendoza había bronca entre los 280 soldados de la Guardia Nacional. No querían ir a la Guerra del Paraguay. Y razón tenían.
El presidente Bartolomé Mitre había pronosticado que en tres semanas las fuerzas de la Triple Alianza recuperarían Corrientes y en tres meses tomarían Asunción.
Ya había pasado un año y medio y nada de eso había ocurrido. Eran muchos los que habían muerto en tremendos combates y la guerra, al menos en el interior, era cada día más impopular.
Los soldados mendocinos estaban hartos de guerras. En la cárcel de Mendoza también estaban con bronca los jefes y el personal de la penitenciaría.
Hacía tiempo que no les pagaban los sueldos. Y no era fácil manejar la cárcel. Aquello era un polvorín a punto de estallar. Y esto no lo entendía el gobernador mendocino Melitón Arroyo. Ocurría que en la cárcel se habían mezclado delincuentes comunes con presos políticos.
En un mismo lugar convivían asaltantes, violadores, asesinos y rateros con militares descontentos como el coronel Manuel Arias o federales nostalgiosos de épocas pasadas.
Un tercer foco potencial lo constituían antiguos jefes federales que intentaban recuperar el poder perdido en Pavón.
Juan de Dios Videla, Pedro Viñas y Manuel Olascoaga en Mendoza, Felipe Saa y Feliciano Araya en San Luis y Felipe Varela en el norte, mantenían comunicaciones y tenían los ojos puestos en San Juan.
En la provincia -se pensaba-, no habían líderes como para encabezar una asonada.
Pero el 20 de octubre de 1866 el gobernador Camilo Rojo recibió la visita del comandante Marcelino Quiroga y la noticia lo alarmó.
—Pasado mañana debe estallar una revolución.
El movimiento subversivo contaba con la participación de conocidos federales como Napoleón y Carlos Burgoa, Ignacio Benavides, Benjamín Aguilar y Manuel Zelada.
El instigador del alzamiento era un cura salteño, Emilio Castro Boero, en inteligencia con el diputado provincial José Ignacio Flores.
Abortado el movimiento, Camilo Rojo ordenó detener a los implicados. Varios lograron fugar, entre ellos el cura salteño que huyó a Chile.
Al diputado Flores, la Cámara lo suspendió en sus funciones “hasta que quede completamente vindicado de la participación que se le atribuye en el movimiento”.

Pero volvamos a Mendoza.
El polvorín en que se había transformado la cárcel, finalmente estalló.
Fue en la madrugada del 9 de noviembre.
Los jefes de la penitenciaría, hartos de reclamar el pago de sueldos, pasaron a los hechos.
—¿Quieren problemas? Ahora los tendrán.
Y abrieron las puertas de la cárcel.
En el acto no quedó nadie en las celdas.

Enterados los soldados de la guardia nacional, decidieron sublevarse.
Ya no eran unos pocos sino centenares.
Ni más ni menos que un ejército conformado por soldados sublevados, carceleros enojados, delincuentes comunes y militares y políticos ávidos de gloria.
Como hordas salvajes, los sublevados y los presos recorrieron las calles mendocinas sembrando el terror, robando y matando. Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, el gobernador Melitón Arroyo solicitó urgentemente la intervención federal.
Pero las cosas no estaban como para esperar que esta llegara.
Don Arroyo llamó al comandante Pablo Irrazábal y le dijo:
—Hágase cargo de controlar el orden público.
Dicho esto, salió más rápido que volando al fuerte de San Rafael, ubicado a 250 kilómetros de la ciudad de Mendoza.

El pobre Irrazábal poco pudo hacer para imponer su autoridad.
Fue depuesto y sustituido en el cargo por aquel coronel Manuel Arias que acababa de salir de la cárcel.
A todo esto, la rebelión comenzaba a tomar características de revolución.
Porque ya no eran sólo soldados disconformes y delincuentes sino que se habían aliado con los viejos jefes militares.

Enterado de lo que sucedía en Mendoza, el gobernador Camilo Rojo adoptó diversas medidas.
En primer lugar, el 12 de noviembre cortó las comunicaciones con Mendoza mientras durase la actual situación.
El paso siguiente fue salir a cobrar anticipadamente los impuestos.
—Hace falta dinero para afrontar los acontecimientos.
Ya la Cámara de Representantes había decidido levantar un empréstito de 20 mil pesos para afrontar una posible invasión y autorizado la movilización de 200 hombres de la guardia de Caballería e Infantería.

Las noticias no eran para nada alentadoras.
En Mendoza, el movimiento insurgente tomaba características de revolución y los efectivos se había colocado el cintillo punzó federal por lo que se los llamó Los colorados.
—Los Colorados nos van a invadir—, cundió la voz de alarma.
Inmediatamente se creó un consejo consultivo de gobierno para enfrentar la grave situación.
El 21 de noviembre Camilo Rojo, autorizado por los diputados, pidió la intervención del gobierno federal “a objeto de sostener las autoridades constitucionales de la provincia contra los conatos de sedición local y la actitud hostil de la revolución triunfante en Mendoza”.
El 10 de diciembre, se nombró comandante de las fuerzas de San Juan al gobernador de La Rioja, de origen porteño, teniente Julio Campos.
Llegó Campos y organizó un ejército de 1200 hombres, con una compañía del Sexto Ejército de línea y el Primero de Caballería.
Los mendocinos a todo esto daban alcance nacional a su revolución. Concretamente, era un alzamiento contra las autoridades de la república.
Consideraban que el gobierno presidido por el general Bartolomé Mitre había “vendido el país al Brasil” y se había embarcado en una guerra con el Paraguay que sólo beneficiaba a aquel país.
San Juan era una de las pocas provincias donde la guerra no era muy resistida por lo que para los Colorados era una provincia liberal y por lo tanto enemiga.
Era necesario invadirla para controlar la región.
Y el coronel Juan de Dios Videla que ya había sido gobernador de Mendoza y era el hombre fuerte del movimiento, dejó el gobierno en manos de Manuel Arias y se disponía a marchar sobre San Juan.

Llegan los Colorados

En San Juan había mucha preocupación. Rojo mandó construir parapetos alrededor de la ciudad. Campos, por su parte, comenzó a diagramar su estrategia para parar a los invasores.
Aquel fin de año fue muy triste en la provincia. No sólo se esperaba la inminente invasión mendocina. Jáchal, ya estaba en poder de Felipe Varela. En los primeros días de diciembre el caudillo norteño había cruzado la cordillera por el paso de Agua Negra.
Venía con cuarenta individuos “mal armados y peor vestidos, algunos exiliados argentinos y otros aventureros chilenos”.

La próspera villa de Jáchal nada pudo hacer para frenar a Varela.
También eran Colorados y montoneros aquellos hombres que seguían a un líder cuyo sólo nombre inspiraba terror.
Llegaron sembrando el pánico.
Las ocupaciones de los montoneros eran ya un clásico que se repetía invariablemente. ¿Porqué iba a ser distinto esta vez?
Degüellos, asaltos, violaciones de mujeres, requisa de caballares y bovinos conformaron un cuadro terrorífico para los apacibles habitantes de la villa San José, Niquivil, Pampa Vieja y Huaco.
Varela instaló su cuartel en Jáchal y reclutó gente. Pronto se sumaron algunos chilenos que estaban radicados allí y muchos desocupados. El ejército de ocupación se agrandaba. ¡Y cómo comían!

El 6 de diciembre, Felipe Varela lanza desde Jáchal un “Manifiesto a los pueblos americanos sobre los acontecimientos políticos de la República Argentina”.
Y es en este punto donde debemos detenernos un momento.
Porque la historia describe casi siempre a los caudillos federales a través de sus desmanes. Pero olvida sus ideales.
Aquellos ejércitos no se sostenían con los impuestos del pueblo. No sabían de presupuestos votados en un Parlamento.
Se autosostenían con las “exacciones” forzosas que hacían en cada pueblo que tomaban.
Además, sus integrantes no salían de academias militares.
A nadie se le pedía certificado de estudios.
Bastaba con que supiera combatir y estuviera dispuesto a hacerlo.
Así era como se “enganchaban” desde aventureros a delincuentes.
El manifiesto de Varela arengaba:
“¡Argentinos! El hermoso pabellón que San Martín, Alvear y Urquiza llevaron altivamente en cien combates haciendo tremolar con toda gloria en las tres grandes epopeyas que nuestra patria atravesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el general Mitre, gobernador de Buenos Aires.
La más bella y perfecta carta constitucional democrática republicana federal, que los valientes entrerrianos dieron a costa de su sangre preciosa, venciendo en Caseros el centralismo odioso de los espurios hijos de la cultura de Buenos Aires, ha sido violada y mutilada desde el año sesenta y uno hasta hoy por Mitre y su círculo de esbirros.
Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, en orden común, la paz y amistad con el Paraguay y la unión con las demás repúblicas americanas”.

Las cosas se estaban poniendo muy mal en San Juan.
La decisión estaba tomada: San Juan sería invadida.
De Mendoza habían partido 2 mil efectivos bajo el mando de Juan de Dios Videla.
El coronel Campos los esperaba con 1.200 hombres en La Rinconada, siempre ligada a los sucesos trágicos de San Juan.
En el orden nacional comenzó a existir preocupación.
—Los sucesos de San Juan son muy preocupantes. La situación de la república es seria y es preciso atender el peligro sin pérdida de tiempo—, informaron los ministros Guillermo Rawson y Elizalde al presidente.
El 5 de enero de 1867 llegaron los Colorados de Mendoza a Pocito.
Campos dispuso a sus hombres para soportar un ataque frontal.
Pero una cosa son los planes y otra la realidad.
Los mendocinos atacaron por todos los flancos y en poco tiempo controlaron totalmente la situación.
La caballería sanjuanina se desbandó y Campos sólo logró reunir unos 200 hombres y huir en dirección a San Luis.
Ya no había defensa posible.
Los colorados avanzaban sobre la ciudad.
Y llegaron las tropas al centro en medio de “algaraza y tropel de caballos, seguido de tiros, saqueos y muertes de personas indefensas”, según describe Nicanor Larrain.
A todo esto el gobernador Rojo al enterarse del fracaso de La Rinconada no le quedó otra alternativa que huir en dirección a Rosario, tratando de reunirse con el ejército del general Paunero.
San Juan una vez más ante una contigencia grave, estaba sin gobierno.

El día 9 el coronel Videla designó como gobernador interino al suspendido diputado José Ignacio Flores.
Al ponerlo en posesión del cargo, el jefe del estado mayor revolucionario, comandante Olascoaga, hablando en nombre del coronel Videla, “amenazó al pueblo con hacer uso de la fuerza y del poder adquirido por la victoria, para proporcionarse los recursos necesarios a la rebelión triunfante si no se le proveía de medios para el equipo y mantenimiento de las fuerzas por medio de donativos o contribuciones voluntarias”.
Flores se encontraba entre la espada y la pared.
El era federal. Pero también era sanjuanino.
Y de ninguna manera podía estar de acuerdo con los actos de pillaje, asesinatos y violaciones que realizaba la fuerza invasora.
Constituyó una comisión integrada por Francisco Sarmiento, Federico Moreno y los curas Pedro José Astorga y Salvador Giles para que reunieran fondos entre el vecindario.
Lograron juntar 8 mil pesos bolivianos y unos 2 mil en efectos.
Flores entregó el dinero al jefe revolucionario.
De poco le sirvió. El 22 de enero, Videla lo destituyó y asumió el gobierno de la provincia.

¡Qué tremendo fue aquel verano en San Juan!
Circular por las calles se transformó en una aventura que podía costar la vida.
Las mujeres permanecían encerradas en las casas.
Por todas partes habían “colorados” que provocaban a los transeúntes y quitaban desde un caballo a un pañuelo a quien osaba salir.
Los comerciantes decidieron cerrar sus tiendas.
¡Mejor no lo hubieran hecho!
Enterado el “gobernador” Videla ordenó que inmediatamente fuera abiertas y que suministraran “cuando se necesite para vestir y alimentar la tropa”.

Los asesinatos y robos eran moneda corriente.
Las fincas en la zona rural fueron saqueadas. No quedó un sólo animal. Las vacas y cabras fueron utilizadas como alimento de la tropa.
No eran precisamente los modales lo que caracterizaba al grupo invasor.
La presencia de delincuentes comunes y el accionar especialmente de unos 300 puntanos comandados por un tal Feliciano Araya, sembró el terror violando a cuanta mujer encontraron y degollando con crueldad a pacíficos e indefensos pobladores.
Fue sin duda la más feroz de todas las invasiones. Tanto que hasta el jefe mendocino Manuel Olascoaga reaccionó con energía intentando limitar tantos excesos.

Así llegó el mes de abril.
Hasta marzo, Videla había sido el “gobernador”. Es más, autotitulándose “jefe de las fuerzas libertadoras contra la caduca presidencia de la república” pretendió ejercer nominalmente desde San Juan el gobierno nacional.
El 22 delegó el mando en el coronel José Bernardo Molina, quien designó como sus ministros al joven sanjuanino Marcos Lloveras y el porteño Federico A. Legrand y como jefe de Policía, a José María Belomo.
La situación no cambió mucho. El pillaje y los crímenes, seguían siendo moneda corriente.
Era evidente que un pueblo sometido, sin sus líderes naturales, poco podía hacer por sí solo.
Sólo un milagro podía modificar la situación.
Y ese milagro se produjo.
El 7 de abril llegaron noticias buenas para San Juan: el día 1 de abril, a orillas del Rio Quinto, en la provincia de San Luis, las fuerzas del Ejército Nacional, al mando del general José Miguel Arredondo, derrotó a la columna revolucionaria del general Juan Saá, que se dirigía al Litoral a tomar la capital.
¡Increíble pero bastó ese hecho para que todo cambiara!
Los jefes federales comprendieron que habían perdido.
Sólo les quedaba huir.
A la 1 de la mañana del día 7, el “gobernador” Molina y sus colaboradores delegaron el mando en el comandante general de Armas Carlos Burgoa y huyeron rumbo a Chile.
Burgoa, ese mismo día 7, designó gobernador interino al doctor Napoleón Moyano, presidente de la Corte de Justicia y también huyó.
Moyano convocó al pueblo para elegir un gobernador: el día 10 resultó electo don Belindo Soage.
El día 9, al conocerse en Jáchal la noticia del triunfo de las fuerzas nacionales, estalló un movimiento libertador en horas de la tarde, encabezado por el comandante Francisco Domingo Aguilar, secundado por Andrés Corsino Riveros, que perdió la vida en el enfrentamiento con los montoneros. y algunos guardias nacionales.
Aguilar encarceló al delegado dejado por Varela al partir para La Rioja, llamado Fabián Martínez.
Inmediatamente recuperada Jáchal, Aguilar salió a buscar a Molina y Bellomo, que huían a Chile. Los alcanzó en Rodeo y tras un simulacro de consejo de guerra, los fusiló.
Soage actuó como gobernador provisorio desde el 10 hasta el 19 de abril, designando como ministros a Ruperto Godoy y José Eugenio Doncel.
Lo primero que hizo Soage fue formular un cargo de responsabilidad contra los que contribuyeron a sostener los gobiernos de Videla en San Juan y Felipe Varela en Jáchal y contra los que participaron en sus hordas y actos de pillaje, ordenando sus capturas y el embargo de sus bienes.
La segunda medida fue declarar nulos todos los actos de gobierno cumplidos desde el 5 de enero al 7 de abril de 1867.
El día 18 llegaron a Huanacache las fuerzas nacionales al mando del coronel Paunero, que habían combatido a las órdenes del general Arredondo. Con ellas venía el gobernador Camilo Rojo, quien al día siguiente reasumió el mando.
Desde el día que llegaron los colorados, el 5 de enero, hasta que se fueron el 7 de abril, San Juan tuvo seis gobernadores: Flores, Videla, Molina, Burgoa, Moyano y Soage, en sólo tres meses. Y así lo registraría la historia.
Dicen que hubo dos días de fiesta en San Juan.
Las tensiones habían pasado.
Y era necesario un desahogo popular después de tantos crimenes, saqueos y violaciones.
Jáchal, en cambio debió esperar un poco más antes de respirar. El 20 de abril, tras ser derrotado en Pozo de Vargas, Felipe Varela la ocupó nuevamente y permanecería allí, sin respetar derechos ni personas hasta mediados de mayo, cuando se dirigió a las provincias del norte, intentando sublevarlas.
La economía sanjuanina tardaría mucho tiempo en recuperarse luego de tanto saqueo.
Se calcula que el quebranto no fue inferior a los 500 mil pesos y el gobierno nacional sólo contribuyó con un subsidio de 20 mil, pagadero en cuatro mensualidades de 5 mil pesos cada una.

El cura salteño

El 15 de noviembre de 1866, el presbítero Emilio Castro Boedo envió una carta al general Justo José de Urquiza, en la que le explicaba la conspiración contra el gobierno de Camilo Rojo. De la lectura de párrafos de esta carta, enviada desde Chile, puede tenerse una idea del pensamiento del grupo federal.
Chile, Vallenar, noviembre 15 de 1866.
Exmo. señor capitán general D. Justo José de Urquiza.
Muy ilustre y mi querido capitán general:
Esperando remitirle algo de importancia he retardado mi comunicación.
Convencido de que V.E. es el alma de cuantos sacrificios y esfuerzos de patriotismo podemos hacer en favor de la reacción del Partido Federal, me dirijo a V.E. con toda la franqueza de un espontáneo y leal partidario del gran caudillo americano y con toda la sinceridad de un federal puro (...)
Desde que partí del Rosario, en cada uno de los puntos útiles o interesados en esa línea hasta Mendoza, dejé bien preparado el asunto de sus preocupaciones y pasé a San Juan después de arreglar allí un buen círculo de acción (...)
Sólo en San Juan me fue mal. A mi llegada encontré vulgarizada la misión de la Ronda y más vulgarizado el secreto de mi viaje a Entre Ríos. Los autores de esa divulgación han sido Diaz, Flores, Benavides (hermano del ex gobernador Nazario) y quizás algún otro de los que escribieron a V.E.

Eso no era todo.
Al entrar en arreglo de mi viaje con mis configurados amigos y partidarios, a Diaz lo encuentro borracho; a Flores, que tenía miedo; a Leguizamón, que habían variado las circunstancias.
Y por fin se evaporaron los 150 mil pesos que me ofreció Flores y los 50 mil que ofreció Leguizamón y los 2 mil operarios que recibió Diaz.
Más aún, los llamo a comparendo para arreglar un círculo centro: Diaz (embriagado), Leguizamón, Zelada y Burgoa, aparecieron. Comenzando por Leguizamón, dijeron “yo no entro”, siguió Flores, siguió Diaz y tras él otros que pudieron servir de algo.

Antes de ocho días quedaron en nada todos los ofrecimientos de esos miserables. Lleno de vergüenza escribo esta al ver tan seriamente desmentida la reivindicación que tuve la generosidad de hacer ante V.E. de cada uno de esos nulos cobardes, cuerpeadores, cosecheros de brevas maduras.

La carta abunda en detalles sobre como se frustó el movimiento contra Rojo y luego agrega:
“Mucho siento no haber pedido a V.E. unos 10 mil pesos, a lo menos con esto habría ahorrado 10 mil intrigas, falsías y nulidades que en cambio de plata y de patriotismo he recibido de mis amigos que se llamaban, de esos que dicen a V.E. “soy más capáz de obrar que de hablar”.

Aún es tiempo de hacer todo y si V.E.. tuviese a bien mezquinar algunos miles que gasta en prensa traidora y en traidores argentillos y remitirlos a San Juan a mi sobrino, don Agustín Correa, interventor de la Administración de Correos, en la misma, llegarían muy a tiempo y con sólo esos 10 mil haré lo que no se ha hecho hasta hoy en San Juan y demás vecindades, desde que V.E. entró en Caseros.(...)

No terminaré ésta sin afirmar que me causa agitación verlo tan confiado de malvados y pérfidos círculos porteñistas, tan confiado en las mentidas promesas de esos falsos convertidos, que siendo salvajes hasta la médula de los huesos, se quieren hacer los federales.

Siento ver a V.E. rodeado de traidores, embusteros, que sólo tratan de sacarle ventajas hasta que algún unitario les ofrece nueva pichincha.
Usted debe persuadirse de que siempre, de los mil que van a rendirle halagos, atenciones y promesas, diez serán leales. Y esto aun entre los que se dicen federales (...)
Estoy convencido que la riqueza de V.E. es el principal objeto de esta guerra (con Paraguay). El Brasil lo traiciona, Mitre lo traiciona, los porteños lo traicionan. Una décima parte de los que se dicen sus amigos morirían por ir con V.E..
La gran presa que siguen los unitarios es la fortuna del general Urquiza. Y el día que puedan le quitarán la vida con rara alevosía, harán silenciar en cadenas extranjeras a su ilustre y respetable esposa con todos sus hijos y prenderán luego hasta el último retoño de sus partidarios, es decir, del Partido Federal.
La Patria sucumbe (si Dios por otro medio no la salva) si V.E. no se levanta decididamente a llevar con energía la voz de la República y en esto va la vida en libertad del continente sudamericano.(...)

Pavón trajo el triunfo que hasta hoy ostentan contra los nacionalistas y la tolerancia del 66 traerá la muerte de la patria, de sus glorias, de su pasado y de sus hijos.
Mi querido capitán general, está hablando con V.E. uno de sus más positivos y valientes amigos. Uno de sus más amorosos e incontrastables hijos. El tiempo lo probará. Quiera Díos que ni esos subordinados indicados no se cumplan jamás”.
Emilio Castro Boedo.

La otra cara

Cuando se produjo la invasión de Los Colorados, San Juan era una de las provincias donde la educación y la cultura progresaban a pasos agigantados.
Primero fue la gobernación de Domingo Faustino Sarmiento y luego la de Camilo Rojo, bajo la influencia del gran maestro, que trajeron aires de renovación.
Rojo había asumido en 1864.

* El 22 de junio de 1865, se crearon en un sólo día cuatro escuelas primarias en Concepción y Desamparados y una en cada uno de los siguientes departamentos: Santa Lucía, Trinidad, Caucete, Pocito, Albardón y ambos Angacos.

* El 15 de marzo de 1865 comenzó a dictar sus clases el Colegio Nacional, creado sobre la base del Colegio Preparatorio, durante un acto al que asistió el ministro de Educación de la Nación.

* El 16 de julio de ese año se inauguró la Escuela Sarmiento, con su imponente, para la época, edificio ubicado en Santa Fe y General Acha, que fuera incenciado en la revolución de 1907.

* Finalmente, en el mes de junio nace la Biblioteca Franklin, la primera biblioteca popular de la república

* Es en esta época también que se crea el hospital San Roque para mujeres y la Cárcel Correccional de Mujeres.

* Además, cuando se produjo la invasión, Rojo había convocado a elección de constituyentes para reformar la Constitución provincial.

Los sufrimientos en Jáchal

El 20 de abril de 1868, el subdelegado de Jáchal, José María Suárez, elevó al gobierno provincial un informe sobre la postración económica en la que había quedado el departamento tras la invasión de la montonera conducida por Felipe Varela.

“Jáchal, abril 20 de 1868.
A sus señorías, los señores ministros del gobierno.
Contestando la nota de sus señorías fecha 12 de marzo, para hacer conocer el movimiento de la administración pública de esta repartición en el año 1867, que S.E. el señor gobernador desea conocer, y de las mejoras que pudieran introducirse para conseguir el desarrollo de los beneficios de este departamento, le es sensible al que suscribe le haya cabido esta dolorosa tarea que sin embargo va a esforzarse en satisfacer. presentando el departamento cómo era antes de diciembre del año 66, que se apoderó de él la rebelión de Felipe Varela, y cómo se encuentra hoy a consecuencLa población urbana contaba con dos docenas de casas de comercio, entre estas algunas con diez y quince mil pesos de giro que fueron robados. Han desaparecido, quedando tres o cuatro muyDos escuelas de educación primaria, una de varones y otra de niñas, concurrida la primera por más de 200 niños y la segunda por cerca de 100, hoy están reducidas, la primera a 30 o 40 niños y la segunda a 20 o 30 niñas y sus preceptores están impagos desde hace cuatro meses. insignificantes.ia de ese desastre.Los distritos rurales: afincados que no llenaban el pedido de pastos que exigían las invernadas de ganado destinadas al comercio con Chile, se encuentran casi en abandono y no hay un solo especulador de ganado. En cuenta a los agricultores, las pocas sementeras que se hicieron en el 66, muchas de ellas y las del 67 que fueron muy pocas, se encuentran aun sin trillar, estorbados por el estado de alarma y aun guerra continua con las montonEn lo general: la riqueza de este departamento, que consistía principalmente en ganados, cabalgares, pastos y agricultura, ha sido destruida. De modo que el impuesto de contribución directa del 67 aun no puede cobrarse y hacerse efectivo, en consideración con los contribuyentes...eras.Si a todo esto se agregan la suma escasez de agua que se siente por haber minorado el río y de peones que se han ausentado por no servir con las armas, se comprenderá mejor el infeliz estado en que se encuentraHa sido necesario reconstruirlo todo, al mismo tiempo que vencer las causas que habían obrado la destrucción, sin contar para esto ni aun con el espíritu y voluntad de lo mejor del vecindario, que habían quedado anonadados con él pero de tantos males, agregando el profundo hábito de los gauchos en el crimen de aTrabajos de beneficios público como el de levantar un templo nuevo y edificar una casa para las escuelas de esta villa, han quedado paralizados y grandes acopios de materiales que a estos objetos se habían preparado, sufrieron menoscabo.bigeato. este departaY será sobre esto y proteger con especialidad las escuelas que el Supremo Gobierno deberá hacer lo posible, en sentir del que suscribe que está íntimamente convencido que es la ignorancia del pueblo la principal y tal vez la única razón de los males que lamentamos, a la que hay que combatir con el pueblo mismo que tiene la bárbara voluntad de oponerse a su desarrollo y progreso.”

Firma: José Ma. Suárezmento.
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La invasión de los Colorados.
Bartolomé Mitre
Camilo Rojo
Edificio de la Biblioteca Franklin. (Foto publicada en los libros: "El San Juan que ud. no conoció" y "Revoluciones y crímenes políticos en San Juan" de Juan Carlos Bataller.
Juan de Dios Videla junto a Felipe Varela, fotografía tomada en San Juan en el año 1867.