Manuel Bernardo Agüero, tenía sesenta y tres años. Era soltero y tenía una casa en el departamento Pocito, en la calle Aberastain, en el paraje denominado "La Rinconada". Agüero era primo hermano del gobernador Amable Jones y se desempeñaba como comisionado municipal en el departamento.
Aquella mañana del viernes 18 de noviembre de 1921 Agüero llegó al domicilio particular de Jones a hora temprana.
—Te mandé llamar, Manuel, porque el domingo voy a andar por Pocito.
—Ahá... ¿Vas a venir por casa?
—Voy a ir con don Juan Meglioli para tratar de arreglar la mejor manera de distribuir el agua en las propiedades de este señor...
—Don Juan está pensando en hacer algo grande en Pocito...
—Así es.
Hacía cuatro meses que se editaba "La Verdad".
Dirigido por Noé Videla;, la publicación aparecía los jueves y domingos y estaba totalmente encolumnada con el cantonismo. Tanto que tenía como lema "Combate la tiranía de Jones — No teme las persecusiones".
Aquel domingo 20 de noviembre, La Verdad traía un aviso que sería tema de conversación en todos los cafés.
—¿Vio este aviso?—, preguntaban con un guiño cómplice los mozos de La Castellana a los parroquianos madrugadores.
El cartel ocupaba media página, con orla de luto, como suelen hacerse los avisos fúnebres y decía:
"Liquidación. Se liquidan todas las existencias de la tiranía Jones por ausentarse definitivamente de la provincia el empresario”.
Leonardo Heard, se llamaba el morocho y acababa de cumplir 31 años.
Leonardo tenía un taller a cinco cuadras de la Plaza 25 de Mayo, en la calle San Luis 485, donde se dedicaba a arreglar autos y de vez en cuando hacía alguna changa como "chauffeur".
Era domingo aquel 20 de noviembre de 1921. Y Leonardo había llevado un auto propiedad de un tal Gabino Carta, para que lo probara un potencial comprador: el inspector de Impuestos Internos de la provincia, Humberto Bianchi, cercano colaborador del gobernador Amable Jones.
Y allí estaba, frente a la Casa del gobernador Leonardo Heard. Habían pasado quince minutos desde que el reloj de la Catedral diera las 11 y los vio aparecer por la puerta. Junto a Jones venía el ministro de la Corte, Colombo, Bianchi y el empresario Juan Meglioli, presidente del Banco Italo Libanés.
Jones: Meglioli, ¿en qué auto quiere que vamos? Tenemos para elegir hoy.
Meglioli: Yo he venido en el mío, doctor. Si desea, con mucho gusto.
Bianchi: No, mejor vamos en aquel —señalando el Stoddart Dayton— porque tengo interés en comprarlo y lo desearía probar.
Intervino entonces Leonardo:
—Mire que las gomas no están muy buenas.... Si vamos a ir lejos...
Bianchi: No te hagas problemas. Vamos en este, nomás.
Subieron todos en el auto.
En el asiento de atrás se ubicaron, a la derecha el doctor Jones, en el medio Meglioli y a la izquierda Colombo. El coche tenía dos asientos laterales chicos pero Bianchi prefirió sentarse junto al chofer para no molestar a los otros pasajeros.
Eran las 11,20 cuando el vehículo partió de la casa de Jones.
Al llegar a Pocito, el auto tomó por la calle Aberastain en dirección al sur.
—Pare acá, por favor– indicó el gobernador luego que hubieran recorrido algunos centenares de metros.
Era la casa de Manuel Agüero. Y éste se acercaba al auto acompañado por dos personas que Jones conocía: Arturo Juan Santi, el esposo de Palmira, la hija de su primo Victoriano Agüero y don José Miguel Bustos.
Eran las 12,30 y el calor se hacía sentir con ganas en aquel paraje de Pocito.
El primero que se acercó al auto fue don José Miguel Bustos.
—¿Cómo está usted señor gobernador?
—Bien don Bustos. ¿Cómo andan sus cosas?
—Acá estamos, conversando con don Manuel.
—Decime Manuel... ¿Vamos a comer acá o en la casa de Victoriano? – preguntó Jones a su primo.
—En lo de Victoriano. Ya nos están esperando.
—Acomódense los que puedan y vámonos, total son unos pocos metros.
—No te hagas problemas. Vayan ustedes que nosotros enseguida los alcanzamos.
— Bueno, en ese caso seguimos viaje. Hasta luego. Vamos...
Y fue en ese momento cuando comenzó todo.
Leonardo estaba atento a lo que hablaban el gobernador y Agüero y no pudo ver lo que ocurría delante del auto.
De pronto sintió tiros. Miró en todas direcciones pero no vio a nadie. Leonardo aceleró el automóvil, que estaba con el motor en funcionamiento. Pero el coche estaba en punto muerto y no se movió. Se agachó rápidamente pero la curiosidad pudo más y al levantar la cabeza vio que por una ventana salían dos caños de armas, al parecer Winchester. Se tiró entonces de cabeza por el lado derecho y gateando se puso atrás del coche. De pronto vio a su lado a una persona vestida de negro. Estaba ate-rrorizado. Ni siquiera pensó en mirar lo que ocurría con los ocupantes del auto. Corrió hasta la casa de Agüero.
Palmira Agüero de Santi había nacido en San Juan 25 años atrás. Estaba casada con Arturo Juan Santi y se domiciliaba en Concepción, en la calle Mendoza número 140. Era sobrina en segundo grado de Amable Jones.
Aquel 20 de noviembre se levantó temprano y con su marido fueron a pasar el día a la casa de su tío, Victoriano Agüero, en Pocito.
—Va a ir a almorzar el gobernador—, le había dicho su esposo.
Estaban preparando empanadas aquel día en la casa de Victoriano
Serían las 12,30 cuando la tía Niamisa advirtió el ruido de un motor.
De pronto escucharon disparos.
Tras un instante de silencio se escuchó un tiroteo prolongado. Las mujeres intentaron ver que ocurría pero estaban a 250 metros del lugar.
—Parece que es en la casa de Manuel – dijo Niamisa quien comenzó a llorar.
Palmira comenzó a correr en dirección al lugar del hecho que empezaba a cubrirse por una humareda espesa, producto de los disparos.
Vio a lo lejos unos hombres que venían en sentido contrario. Alcanzó a distinguir a Vicente Miranda Jamenson, Benito Urcullu, Ricardo Peña Zapata, José María Peña Zapata, Emilio Sancasani y otro sujeto más, que no conocía, los cuales llevaban fusiles consigo, menos Miranda que esgrimía un revólver en la mano.
—Cantonistas hijos de puta –, pensó Palmira.
Como si la escucharan, uno de los que integraban el grupo y que tenía la cara con barro, gritó:
—¡Viva Cantoni, carajo!
Palmira llegó frente a la casa de Manuel Agüero y vio el automóvil parado contra un puente de piedra, al que había embestido Miró al interior y vio allí tirados los cuerpos de Jones y Meglioli envueltos en sangre.
Palmira gritaba despavorida. De pronto observó que un hombre salía del interior del auto. Estaba herido y llevaba en sus manos un fusil. Lo reconoció inmediatamente. Era el doctor Colombo.
José Miguel Bustos escuchó que el gobernador decía “!tirá!” dando la orden de partida del auto. Llevó su mano derecha al sombrero en gesto de saludo y en ese preciso instante escuchó el disparo y un zumbido que pasó en el ángulo formado por su brazo y fue a incrustarse en la capota del vehículo.
Sorprendido, Bustos miró hacia el lugar desde donde creyó que había partido el tiro y vio a una distancia como de cincuenta metros y sobre su lado izquierdo al costado sur, a un individuo que rodilla a tierra empuñaba un Winchester.
El sujeto seguía disparando. Bustos vio que uno de los tiros hirió al gobernador en el pecho. Al recibir la herida, el cuerpo de Jones, que estaba sentado, cayó hacia atrás. Inmediatamente vio cinco, diez, quince cuerpos que rodeaban el auto armados y disparaban contra Jones.
Bustos sintió terror y comenzó a correr. No se detuvo hasta encontrarse cien metros internado en los viñedos.
Manuel Agüero vio al sujeto en el momento que disparó el primer tiro. Lo vio salir del negocio de billar de Miranda Jamenson. Estaba a unos once metros. Era de baja estatura, trigueño, bigote negro, blusa color aplomada, tenía polainas y sombrero plomo de alas anchas. El hombre se detuvo en la vereda, alzó su winchester, apuntó y disparó hacia el auto. Luego se internó rápidamente por la misma puerta por la que había salido.
Agüero no podía creer lo que estaba ocurriendo.
Vio los caños de las armas y de pronto una descarga cerrada.
Sintió el olor a pólvora, el zumbido de las balas, los gritos de miedo y de dolor.
A la primera descarga se sucedieron otras dos o tres.
Agüero creyó identificar a Emilio Sancasani.
Se acercó al auto y lo que vio le revolvió el estómago. En el interior del auto estaban los cuerpos acribillados de Jones y Meglioli.
Escuchó la voz de su vecina del frente, doña Rosaura Rivera viuda de Guerra.
—Aquí hay un hombre herido.
Era Humberto Bianchi, que se había refugiado en esa casa.
Cinco días después de la muerte de Jones, los doctores Américo Devoto, Alejandro Quiroga Garramuño y Carlos Albarracín Godoy presentaron un informe sobre la autopsia realizada al cuerpo. Las
conclusiones fueron las siguientes.
La muerte ha sido producida por heridas de arma de fuego, por proyectiles de revólver o revólveres de calibre 38, de pistola automática cargada con balas blindadas con camisas de cobre o cobre—bronce las unas y niquel o algo parecido las otras; de Winchester, con balas blindadas a media camisa de níquel, dejando el plomo de la mitad anterior sin blindamiento y por bomba explosiva a mano, de gran poder destructor, con envoltura de papel—cartón.
Todos los disparos de Winchester y Máuser han sido hechos a una distancia máxima de 10 me-tros y los de revólver y pistola automática a quemarropa.
Salvo la sección del pabellón de la oreja y del proyectil del cuello que produjo una herida exangüe, todas las demás heridas fueron producidas durante la vida del gobernador y le ocasionaron la muerte.
La herida causante de la muerte del doctor Jones ha sido la de la nuca, la que fracturó la columna cervical vertebral.
Las que precipitaron la muerte fueron: la producida por la bomba explosiva y la de Winchester que bandeó el hemitórax derecho de atrás hacia adelante, como igualmente las de revólver del hemitórax izquierdo, región dorsal y de la región lumbar del mismo lado.
De las dos heridas primeras que recibiera el gobernador, la de Winchester, fue mortal y la de Máuser de suma gravedad, porque hubiera traído serios trastornos de funcionamiento del brazo izquierdo en caso de no complicarse, y, por infección lógica, osteomistitis muy grave, que, como fenómenos de infección, pudieran haber también producido una muerte mediata.
El doctor Colombo tenía cinco heridas en los brazos y en la pierna derecha y su sombrero mostraba dos perforaciones. Uno de estos proyectiles le rozó el cráneo. Bianchi presentaba un tiro en el hombro izquierdo y la bala estaba incrustada debajo del brazo.
Meglioli, por su parte, murió de un sólo y certero balazo en el corazón.
En los días siguientes, la prensa nacional se ocupó extensamente del hecho, que causó honda impresión en el país.
Se decretó duelo nacional y el día lunes fue asueto en toda la Argentina. El ministro del Interior concurrió al sepelio, lo mismo que altas autoridades del radicalismo.
Comenzó entonces una batalla por la sucesión.
Por un lado, el vicegobernador Aquiles Castro que desde hacía varios meses estaba en Buenos Aires aduciendo problemas de salud aunque en realidad procuraba alejarse de la dificil situación que enfrentaba Jones, declaraba que estaba dispuesto a asumir el mando.
Por su parte, el presidente del Senado, el ingeniero Juan Estrella, alineado con la fracción bloquista, estaba detenido.
La Nación, a todo esto, era partidaria de enviar la intervención ya sancionada por el Parlamento y había elegido a quien mandar, el ingeniero agrónomo Julio Bello.
Lo urgente para Yrigoyen era que un radical quedara al frente de la provincia mientras se reali-zaba la investigación y se encontraba a los culpables del crimen. Y es por eso que echó mano a un recurso al menos inusual: hizo asumir al presidente de la Corte, el doctor Colombo, como gobernador interino, pese a su estado de salud.
Pronto comenzó una persecución pocas veces vista. El ministro del Interior decidió enviar a la provincia algunos funcionarios de la División Investigaciones bajo las órdenes del comisario Eduardo J. Santiago.
Se detuvo a cientos de personas, entre ellas un grupo grande que se encontraba en la casa de los Cantoni, ubicada en la calle 9 de Julio entre Catamarca y Alem. Hasta el ingeniero Angel Cantoni, prestigioso científico ya anciano y su esposa, Ursulina Aime Both, fueron detenidos.
La Central de Policía, el regimiento y hasta el nunca terminado teatro Coliseo (lo que hoy es el garaje oficial, en Córdoba y Tucumán) se transformaron en especie de campos de concentración.
El comisario Santiago y sus ayudantes fueron muy duros con los sospechosos. Hubo torturas, presión psicológica y detenciones arbitrarias. Al dueño de la casa donde pasaron la noche los matadores de Jones, Miranda Jamenson, le cortaron una oreja para hacerlo hablar.
Finalmente se tuvo una idea clara de los hechos.
El senador Ernesto Reinoso, que estaba detenido, dijo al juez Varela Díaz que los sucesos del 20 de noviembre estaban planeados para el mes de junio y que causas ajenas a la voluntad de los organizadores obligaron a su postergación.
En dicho mes debió producirse un movimiento revolucionario perfectamente organizado contándose hasta con elementos y hombres que ya en el mes de mayo fueron gestionados por personas que con ese propósito se trasladaron a Buenos Aires. Dijo que esas personas comprometieron seriamente hasta el concurso de ex oficiales del Ejército, que debían dirigir la parte militar de la operación, adquiriéndose armas.
Se había planeado tomar al gobernador y a sus ministros, ocupar la Casa de Gobierno y apode-rarse de las comisarías y del Departamento Central de Policía.
Una prueba de que se trataba de un movimiento revolucionario y no un simple asesinato era que poco después del hecho de La Rinconada fueron asaltadas, casi sin resistencia, las seccionales Primera y Segunda de la policía Los asaltantes se apoderaron de todas las armas y municiones y en automóviles trasladáronse al departamento de Pocito, donde se enfrentaron con el escuadrón de Seguridad.
A todo esto la opinión pública sanjuanina estaba dividida.
Si bien en público, como sucedía en toda la República, se criticaba duramente el asesinato de Jones y Meglioli, fueron muchos, especialmente los sanjuaninos más humildes, que vieron a Cantoni como un "liberador de la dictadura jonista".
El interventor Julio Bello había asumido el 1 de marzo de 1922. Las instrucciones que recibió eran precisas: controlar las elecciones nacionales que se realizarían un mes más tarde.
Los "jonistas" estaban seguros del triunfo, convencidos que el electorado repudiaba el crimen del gobernador. Además, Federico Cantoni estaba en la cárcel y no podía ser candidato.
Pero el pueblo pensaba otra cosa y las urnas dijeron que los candidatos bloquistas a diputado nacional, Marcial Quiroga y José Correa habían superado por 1500 votos a los radicales Ventura Lloveras y Justo P. Zavalla y por casi 2000 a los conservadores Horacio Videla y Vicente Mallea Gil. De los diez electores presidenciales que correspondían a San Juan, siete fueron bloquistas. Y por supuesto, no votaron por el candidato radical, Marcelo T. de Alvear.
Pero muchas cosas habían cambiado en el país. Alvear no era Yrigoyen. Y menos aún quería parecérsele.
Para el interventor Bello, la provincia había dejado de ser un objetivo político. Por su parte, el vicegobernador Aquiles Castro sumó sus críticas a todo el proceso, reclamando su derecho a asumir el gobierno.
Finalmente Bello resolvió convocar a elecciones para el 14 de enero de 1923.
Federico continuaba detenido y Aldo Cantoni estaba al frente del partido.
El juicio por el crimen de La Rinconada estaba prácticamente paralizado.
La abstención radical polarizó la campaña entre el bloquismo y los conservadores.
La campaña comenzó en noviembre y los bloquistas fueron claros: si llegaban al gobierno, la primera ley que sancionarían sería una amplia amnistía para todos los presos por los sucesos del 20 de noviembre de 1921.
Recién el 26 de diciembre fue consagrada la fórmula Federico Cantoni — Juan Estrella, a sólo 19 días del comicio.
En los sectores conservadores, la noticia cayó como una bomba. En la gente humilde, en cambio, Cantoni era ya una especie de santo cuyo retrato estaba hasta en el rancho más humilde.
El veredicto de las urnas fue contundente: triunfó Cantoni con el 59,3 por ciento de los votos.
Nunca fue más corta la distancia entre la cárcel y la Casa de Gobierno.
En el mes de febrero, se reunieron los legisladores electos. El tema a tratar ya era conocidos por todos.
EL SENADO Y CAMARA DE DIPUTADOS DE LA PROVINCIA DE SAN JUAN SANCIONAN CON FUERZA DE LEY
Art. 1º: Se concede amnistía general para los delitos políticos ejecutados el veinte de noviembre de mil novecientos veinte y uno y para los conexos con los mismos, si los hubiere.
Art. 2º: Quedan, en consecuencia, extinguidas las acciones penales que pudieran derivarse de todos esos hechos debiendo sobreseerse definitivamente en los procesos incoados respecto de los mismos.
Art. 3º: Comuníquese al Poder Ejecutivo.
Sala de sesiones de la H. Legislatura, a veinte y cuatro días del mes de febrero de 1923 (firmado) H. Fonseca, Presidente de la Cámara de Senadores. Florencio Videla, Secretario del H. Senado. C. Baigorrí, Presidente de la Cámara de Diputados. Máximo S. Cabral, Secretario de la Cámara de Diputados.
Las puertas de la cárcel se abrían para los triunfadores.
El asesinato de Amable Jones tuvo una significación muy grande para la política sanjuanina.
- Consolidó la existencia del bloquismo como partido político.
- Nunca más el radicalismo lograría ser gobierno en la provincia.
- En los 12 años siguientes, la vida provinciana estuvo marcada por la vigorosa presencia de los hermanos Cantoni y sometida a grandes tensiones sociales y políticas.
- Federico Cantoni fue electo gobernador en dos oportunidades y su hermano Aldo en otra.
- Nunca perdieron una elección en esa etapa.
- Todos los gobiernos cantonistas serían intervenidos por el gobierno nacional.
- El Parlamento nacional nunca reconoció los diplomas de senadores de Federico Cantoni y Carlos Porto cuando estos fueron electos.
- En 1926, el gobernador Aldo Cantoni fue objeto de un atentado salvando milagrosamente su vida.
.En 1934, las fuerzas conservadoras derrocaron mediante una revolución a Federico Cantoni, hiriéndolo grávemente.
Ahí estaba, con su extrema delgadez, su pelo corto y sus enormes bigotazos con las puntas lévemente levantadas.
Es cierto, parecía más joven que los 52 años que indicaba el documento.
Pero no era precisamente la edad lo que distinguía al personaje.
Lo evidente, lo que saltaba a los ojos de quienes lo observaban aquel 9 de julio de 1920, era que ese hombre era absolutamente ajeno al lugar.
Era una cuestión de pertenencia.
O, más concretamente, de falta de pertenencia.
-¡Mirá qué ridículo! ¡Se ha puesto la banda sobre el pecho, como si fuera el presidente de la república!
—No me dirás que no es elegante...
—¡Por favor! A lo ridículo ahora le llaman elegancia.
—En esta provincia de analfabetos, nunca van a aceptar a un intelectual como el doctor Jones
Estaba claro.
Poco tenía que ver con el San Juan de los años 20 aquel hijo de Juan Jones y Jesús Bazán que había vuelto a la provincia treinta años después de la partida para transformarse en go-bernador electo.
Poco tenía que ver Amable Trifón Jones, descendiente de ingleses, sicólogo de nota reconocido en Buenos Aires y París, con aquel ambiente provinciano.
Amable estudió en el Colegio Nacional, donde fue compañero de Abraham Tapia, quién sería su ministro de Obras Públicas.
Luego se fue a Buenos Aires.
Tras graduarse, realizó estudios de fisiología cerebral entre los cuales se citaban su álbum de cortes normales del sistema nervioso. Junto con Ramos Mejía fundó el Hospicio de las Mercedes. Fue jefe de laboratorio de Clínica Psiquiatra y profesor de la materia en la Facultad de Medicina de Buenos Aires; médico del hospital de las Mercedes, donde sus experimentos de histología normal y patología de los centros nerviosos llamaron la atención .
Y vivió luego en Francia, donde estaba muy bien conceptuado y presentaba trabajos en la Sociedad Científica de París. Como que fue miembro "honoris causa" de la Sociedad de Psiquiatría, Neurología y Medicina Mental.
Hipólito Yrigoyen era el presidente de la Nación. Y San Juan era un lunar en el país que había abrazado la causa radical a partir de la ley Saenz Peña que posibilitó el voto secreto y obligatorio para todos los hombres.
El radicalismo sanjuanino estaba dividido en tres fracciones.
Por un lado, el denominado grupo "matucho", por la edad de sus integrantes, que en realidad entre ellos se llamaban "principistas" por ser los primeros radicales, aunque llevaban 30 años absteniendose en materia electoral.
Después estaban los "orejudos", que se autodenominaban "nacionalistas", que venían del disuelto Partido Popular del coronel Carlos Sarmiento, la flor y nata de este nuevo radicalismo sanjuanino, todos hombres exitosos en sus actividades privadas y duchos en la política.
Finalmente, estaban los intransigentes, muchachos jóvenes en su mayoría que respondían a un médico de 30 años que prometía una revolución en favor de los pobres: Federico Cantoni.
Era difícil juntar a todos los radicales. Pero todos sabían que si no se unían, no podrían triunfar en las elecciones.
Y fue en el mismo despacho del presidente Yrigoyen que los sectores acordaron un candidato único y desconocido para los sanjuaninos: Amable Jones, el prestigioso médico radicado en Buenos Aires tras vivir algunos años en París.
Cada uno —seguramente— sabía cual sería su negocio.
Pero el caso es que Jones pronto demostró que no era fácil de controlar.
No estaba dispuesto a compartir el poder.
Y como era de esperar, el enfrentamiento se dio.
Jones fue quedándose cada día más solo.
Intervinó la Legislatura, destituyó jueces y magistrados y los sustituyó por gente venida de otras partes, no respetó las autonomías municipales.
Los legisladores, por su parte, se reunieron en el domicilio del senador Ramón Barrera y le iniciaron juicio político al gobernador.
Aunque el Parlamento nacional decretó la intervención de la provincia, Yrigoyen se las ingenió para sostener a su gobernador amigo.
"Todos los caminos se cerraban", diría más tarde uno de los protagonistas de los hechos por venir. Sólo quedaba la instancia revolucionaria.
Y esa instancia la había anunciado Cantoni cuando al regresar de Jáchal, donde fue herido en un pie tras una refriega con fuerzas policiales, dijo desde el automóvil que lo transportaba a una multitud que lo fue a esperar a la Plaza 25 de Mayo:
"Os concito a que esteis listos. El que no tenga en su casa un Mauser, que se provea de un Winchester, agenciese una escopeta y el que no pueda esto, un revólver. Y si esto no se puede, aunque sea un cortaplumas, aunque sea un suncho, para que todos contesten: ¡listos! cuando se les llame a sacar vivo o muerto de la Casa de Gobierno al traidor Jones". Su hermano Elio se expidió en forma parecida y otro tanto hizo Belisario Albarracín.
Dos días antes de terminar el periodo presidencial de Hipólito Yrigoyen, el fiscal, doctor Ismaél Berón de Astrada, presentó la acusación formal contra los autores del crimen. Era el 10 de octubre de 1922 y los hechos posteriores demostrarían cuán equivocado estaba Berón de Astrada al manifestar en su dictamen: "estoy en condiciones de afirmar, plenamente conciente de la trascendencia de mi afirmación, que la solucion de este proceso esta determinada con una seguridad sólo comparable a la evidencia de las matematicas y que ningun poder humano, ningun esfuerzo por inteligente que sea, lograra modificar el resultado legal inevitable".
En la acusación, Berón sostiene que los autores materiales fueron: Vicente de la Cruz Miranda Jamenson, Rómulo Segundo Tobares, Tiburcio Parra, Ricardo y José María Peña Zapata, Domingo Benito Urcullu, Alejandro Juanasi, Belisario Clavel, Nicolas Pellerite, Fernando Santamaría y Emilio Sancassani. Estos dos últimos estuvieron prófugos durante mucho tiempo. Para todos ellos pidió la pena de reclusión perpetua.
Para el fiscal, "el autor moral indiscutible, que maneja todos los hilos de la trama, el que toma la iniciativa, impone su voluntad en los autores materiales, organiza el plan, reune los elementos, entrega las armas y las hace proporcionar, elige el lugar y el momento del crimen, decide la realización del mismo y transmite órdenes, es Federico José María Cantoni", al que acusó como autor moral del delito de doble homicidio y lesiones con alevosia y ensañamiento y solicitó la pena de reclusión perpetua y accesorios legales.
También acusó en calidad de complices a Elio Cantoni, Ernesto Reynoso, Carlos Porto, Víctor Jorquera y Juan de Dios Vázquez para los que pidió 25 años de prisión.
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Ver 1921 - El día del crimen de Amable Jones
Ver 1921 - Asesinato de Amable Jones: los impactos
Ver Juan Meglioli: el momento y lugar equivocados
Ver De nuestra historia: Amable Jones
Ver Amable Jones: el mandatario que más solo estuvo