Domingo Faustino Sarmiento estaba en Estados Unidos cuando su secretario, Bartolito Mitre, le dió la noticia: su hijo Domingo Fidel Sarmiento, conocido como Dominguito, había muerto en la batalla de Curupayty, en la guerra contra el Paraguay. En este texto, algunos detalles de esos momentos de la historia argentina y de San Juan.
Invierno en el Chaco Paraguayo. Desde hace un año se libra una guerra entre países americanos. ¿Por que?. Difícil de explicar —y no es el tema de este artículo—. El 16 de Julio los países de la Triple Alianza: Argentina, Uruguay y Brasil atacaron las defensa de Boquerón (llamadas trincheras del Sauce). Bartolomé Mitre —entonces Presidente argentino— ordenó el ataque contra fuertes defensas que comandaba estratégicamente el militar paraguayo José Eduvigis Das. Se calcula que más de 5.000 soldados murieron en el ataque que no logró su objetivo. Esta derrota seguía a la ya sufrida en Tuyutí —con una cifra de bajas igual o mayor—. La guerra —como todas estas guerras, inútil al fin, sin sentido— parecía acercarse a un punto muerto. Es más, lo que parecía fácil en los números y sobre el papel no daba ventajas: era un empate militar, pues, no se lograban los objetivos. Mitre —ya mencionado— con dos derrotas a cuestas estaba inmovilizado, pero su rival, el Mariscal Francisco Solano López —jefe político y espiritual de los paraguayos— no tenía fuerzas para ganar la guerra, sólo mantenerse a la defensiva con victorias que lo sostuviesen. Entonces sucedió algo previsible en toda guerra: un pedido de “llegar hasta allí”.
Y la iniciativa surgió de Solano López: envió una carta a Mitre —el 11 de Septiembre de 1866—, paradójicamente el mismo día que en 1888 muriese en Paraguay el ex presidente Domingo Faustino Sarmiento, padre de Dominguito, representante de nuestro País en Estados Unidos al momento de la entrevista solicitada por López.
La invitación era para conferenciar con lo que Mitre estuvo de acuerdo y eligió el lugar: Yatayty Corá. Fija la hora. Las nueve de la mañana.
El día y hora fijada ambos presidentes aparecen a la distancia con sus escoltas respectivas, desmontan a unos 100 metros y ambos, caminando se acercan a pié y solos. López estaba vestido como un militar de carrera, uniforme con charreteras, los colores azul y rojo predominantes y figura cuidada. En cambio Mitre vestía una levita negra —color que hacía juego con su sombrero— de civil, a un costado una espada, contrariamente a López, su figura delgada y su cara macilenta denotaban preocupación y sufrimientos. La entrevista dura unas cinco horas —a solas— y lo que conversaron ambos se lo llevaron a la tumba, pero en síntesis, seguramente, la idea de terminar una guerra sin vencedores ni vencidos esa era la idea. Claro que López hablaba por su pueblo y Mitre no podía hablar por sus aliados. Debajo de un aguaribay un ordenanza colocó un servicio: coñac y copas. Ambos ya se conocían desde la estadía de Solano López en Buenos Aires en 1861.
Después de intercambiar sus fustas - la de López permaneció en el Museo de la Casa Rosada por años- ambos se dieron la mano, se separaron y nunca más se volvieron a ver. López murió peleando en 1870. Mitre, en 1906, a los 85 años. El año de la muerte de López, Mitre fundó La Nación que leemos hasta nuestros días.
Las hostilidades se reanudaron el 22 de Septiembre en el intento de asalto a Curupayty, con unos 17.000 hombres (tres veces el ejército sanmartiniano) para tener una escala comparativa. El ataque estaba preparado para el 17, pero la lluvia lo demoró. El día después de comenzar la primavera la juventud se inmoló contra los 50 cañones paraguayos con los que el militar Brasileño Tamandaré cañoneo con demasiada elevación las fortificaciones sin causar daños. Al atacar todo fue un baño de sangre: 10.000 jóvenes argentinos y brasileños habían muerto, las bajas paraguayas sólo 100 hombres. Como el término griego: una hecatombe.
Entre los atacantes un soldado recibió un trozo de metralla en el tendón de Aquiles, murió desangrado por falta de atención médica en el barro de Curupayty. Era Domingo Fidel Sarmiento.
Por Horacio Videla
Del libro “Historias de San Juan”
Tomo IV
En los primeros días de julio de 1862 llegó Dominguito de visita a San Juan, llenando de ilusiones el espíritu de Sarmiento.
La primera reacción del gobernador ante la presencia del mozo fue, sin embargo, una reprimenda. “Su deber es estudiar noche y día en Buenos Aires, amiguito”, díjole admonitivo. Pero, a estar a recuerdos de la época, “luego don Domingo Faustino, tan sensible a los tiernos afectos pasó a una oficina contigua y derramó lágrimas a solas”.
“Mucho he gustado de verlo y espero mucho de él —escribió días después su padre adoptivo a Mitre—. Está ya estudiando con Rickard química y ensayando metales. Si la compañía que organizo se realiza, irá luego a Inglaterra con Rickard, si no permanece en San Juan a mi lado”. Pero poco duraría la alegría, porque una semana después de arribar a San Juan, Dominguito recién le habló de una carta “que no ha creído deber mostrarle”, con las órdenes de Benita; duras e imperativas en cuanto a regresar pronto a Buenos Aires.
La permanencia de Dominguito en la tranquila capital sanjuanina, fue un acontecimiento social. “Presentose en la primera parada de la milicia con el más elegante uniforme que haya vestido joven. Hijo del gobernador, venido de la capital, culto de modales e instruido más que los hombres, fue luego el león de los bailes, banquetes, serenatas, paseos, inauguraciones y discursos, porque le tocaron días de fiebre en San Juan, la guerra del Chacho a las puertas, la Quinta Normal y otras instituciones inauguradas con las debidas ceremonias. En todo tomaba parte y a la altura de todo se encontraba. Recordaba haberse hallado en veintisiete reuniones de placer y en San Juan sus amigos recordaban que todos los bailes se los había bailado de punta a punta… Cuando no concurría Dominguito, mandábanlo a buscar, pues la tertulia carecía de animación si el imberbe galán no estaba allí para tener en arma”.
Después de hacer buen papel durante tres meses, con su gracia y simpatía veinteañera en las celebraciones julias, en salones y paseos campestres de la sociedad lugareña, y asistir a la inauguración de la Quinta Normal, y no sin antes, con pasta de héroe, querer vestir el uniforme militar para “verle la cara al Chacho”, cuyo nombre sumía en zozobra a la población, ganándose con ello una severa reprimenda paterna, el muchacho dejó San Juan para retornar a su madre, derramando Sarmiento amargas lágrimas en silencio.
Congoja premonitoria de una despedida para siempre. Poco después, Domingo Fidel Sarmiento partió con la movilización general para el frente de guerra en el Paraguay, de donde no regresaría con vida y sin haber visto más a ése que lo amó como un verdadero padre.
Por el Dr. Gabriel Eduardo Brizuela: Catedrático Titular Historia Americana III (Contemporánea)
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