Revoluciones y crímenes políticos en San Juan: Cuando la noche se transformó en infierno (1907)

La revolución de madrugada.

Revolución en la madrugada


San Juan se aprestaba para la vendimia.Y ya comenzaba a sentirse el paso de los carros que transportaban la uva. Las llantas de hierro de las dos ruedas marcaban la tierra de las calles y resonaban en el empedrado, en las arterias en las que este existía. Tres mulares (uno varero y dos laderos) tiraban de cada carro. Y a veces eran cinco, otras diez y hasta veinte carros los que sumaban una caravana que llevaba la uva de las fincas hacia las bodegas. Algunos carros se dirigían a la estación del Ferrocarril Gran Oeste Argentino (Mitre y España) para descargar bordalesas con vino.
Los autos todavía no llegaban a aquel San Juan de 1907.
Por lo que el tránsito de vehículos se limitaba a una que otra “victoria”, los coches de alquiler que con el nombre de “mateos” aun existen en algunas ciudades como simple atractivo turístico.
A las victorias se agregaban los sulkis particulares y los brek para cuatro o seis personas que poseían algunas familias.
Aunque algún lechero disponía de su carretela, eran varios los verduleros, panaderos y vendedores domiciliarios que empujaban a mano sus carritos.
El calor era realmente insoportable.
San Juan era poco más que un inmenso baldío salpicado por algunas construcciones, con una pequeña zona urbana y grandes propiedades agrícolas que se extendían hasta pocas cuadras de la plaza 25 de Mayo. La plaza era, como siempre lo fue, el epicentro de la vida ciudadana.La catedral –la vieja— ocupaba el mismo lugar que hoy ocupa la nueva.
Y sobre la calle General Acha, estaba la Casa de Gobierno, terminada durante la gobernación de Anacleto Gil e inaugurada en 1884, con un invitado de lujo: Domingo Faustino Sarmiento.
Esos dos eran los edificios más importantes de aquel San Juan. A pesar del calor del verano, de la tierra que levantaba el viento, de la carencia de arbolado público, los hombres salían a la calle con saco y sombrero. Hasta los obreros usaban saco.
Las mujeres ocultaban sus piernas tras largas faldas y el infaltable abanico servía tanto para proporcionarse un poco de aire como para espantar las moscas.
En aquel verano de 1907, el día transcurría con absoluta normalidad. A partir de las 7 de la tarde comenzó lentamente el movimiento en la ciudad, vacía hasta esa hora por el calor insoportable.
A las 9, como de costumbre, pasó el empleado municipal colocando en las esquinas los faroles con kerosén. Poco después, otro empleado municipal, provisto de una escalera, encendía los faroles.
Los heladeros hacían sonar sus cornetas desde sus carritos provistos de cuatro o cinco variedades, que fabricaba don Vila, en la calle Mendoza, en la cuadra de la Catedral.
Ya el sol había desaparecido aquel 6 de febrero y el centro estaba relativamente animado.
Alguna familia paseaba en su brek con el toldo bajo. Mientras el hombre, correctamente trajeado se sacaba el sombrero para saludar a algún conocido, la esposa se abanicaba con elegancia.
Desde la vereda, algún vecino que había sacado sillas, conversaba con amigos y contestaba los saludos, mientras de vez en cuando encendía un cigarrillos Dandicito, con fósforos Victoria.
Fuera de la zona céntrica, reinaba la más completa oscuridad. A lo lejos, la luz de un farol salía de alguna casa o comercios que en general atendían hasta medianoche.
Por las calles desparejas cruzadas a mitad de cuadras por las acequias regadoras, los agentes de policías de a pie, hacían sus rondas nocturnas en el espacio comprendido entre la calle Ancha del Norte (hoy 25 de Mayo) y la Calle Ancha del Sur (9 de Julio), llamando la atención a algún ebrio que expresaba su alegría o su tristeza con algún grito destemplado.
Pero aquella noche del 6 de febrero de 1907, sería distinta. Y muchos lo sabían. Se respiraban aires revolucionarios.
Lo que nadie preveía es que aquel San Juan con tranquilidad de eterna siesta se transformaría en un infierno en la madrugada.
Fue una revolución anunciada. Todo el mundo –oficialistas y opositores- estaban al tanto de ella. Y se habían preparado unos y otros. Tanto fue así que San Juan se transformó durante cuatro horas en un infierno
Pero vamos a la historia.
Gobernaba San Juan don Manuel José Godoy quien integrando fórmula con don Ramón Moyano había triunfado sin oposición en las elecciones de 1905, apoyado por el oficialismo, el Partido Constitucional y el Club Unión Nacional.
El país era gobernado desde 1906 por José Figueroa Alcorta.
Los periódicos La Provincia y El Orden habían desencadenado desde un año antes una violentísima campaña contra el godoysmo.
La campaña tenía un origen: el Partido Popular, sucesor del Partido Constitucional, que conducía el coronel Carlos Sarmiento. Godoy –decían los populares- no había cumplido con los acuerdos que lo llevaron al gobierno.
A Godoy sólo le quedaba el apoyo Partido Unión Provincial que conducía el general Enrique Godoy —no eran parientes— quien se desempeñaba como senador nacional y el diario La Ley, su vocero.
Había una cuarta publicación: El Porvenir, órgano independiente de tendencia católica.
—Nosotros podemos vencer sólo con piedras al gobierno -, decían los sarmientistas.
Pero en realidad, preparaban algo más que piedras.
El jefe de la revolución, el coronel Carlos Sarmiento, había llegado desde Buenos Aires, donde residía y los revolucionarios tenían ya todo preparado.
No eran hombres de armas. Había profesionales como los doctores Ventura Lloveras, Domingo Cortínez, Carlos Conforti, Mario Videla, Victorino Ortega –que años más tarde sería gobernador- Javier Garramuño y Augusto Echegaray. Había además gente de distintos sectores que militaban en el Partido Popular, el Partido Independiente, el Club de la Juventud y el Club Libertad.
El coronel Sarmiento tenía buenos contactos en Buenos Aires y logró que “un político muy importante” enviara a un grupo de milicianos uruguayos –en general jóvenes románticos dispuestos a luchar donde se los convocara- al mando del capitán Juan Estomba. Lo integraban Eloy Pinazzo –quien luego se quedaría a vivir en San Juan donde formó una familia-, Alberto Pereyra, José Crispino, M. Rodríguez Prado, Elbio López, Wilson Arago y Aparicio Saravia. Llegaron varias semanas antes del hecho y transmitieron sus experiencias.
Las armas habían llegado desde Buenos Aires y Chile. Contaban con 180 fusiles Winchester o Mauser y 30 mil tiros, traídos en paquetes dentro de los camarotes del tren por la esposa de don Nilamón Balaguer. Los rifles se fueron bajando en estaciones intermedias para luego llevarlos a la ciudad en carros cubiertos con verdura. Desde ahí se repartían a los revolucionarios por los medios más inverosímiles, como un ramo de flores.
Se habían preparado también rudimentarias bombas en frascos de 200 mm. A los que se les colocaba un poco de nitroglicerina unida a un fulminante y una mecha. Luego se rellenaba el frasco con parafina para impedir la entrada de aire y se recubría con algodón y tela para que no se rompiera al lanzarlo. Se encendía la mecha y se tiraba el frasco que, por no tener proyectiles más que un efecto letal causaba ruido, incendios y tenían algún poder destructivo.
Los revolucionarios se organizaron en cantones cuya acción respondía a un plan estratégico.
La Junta Revolucionaria, integrada por Sarmiento, Augusto Echegaray, Guillermo Yanzi Oro, Eleodoro Sánchez, Juan R. Cambas, Saturnino de Oro, Ventura Lloveras, Remigio Ferrer Oro, Victorino Ortega, Nilamón Balaguer, Estanislao Albarracín y Carlos Conforti, dispuso que el movimiento se produciría en la noche del 6 al 7 de febrero.
Se formaron los cantones:

Sarmiento guiaría el cantón que partiría del domicilio del doctor Carlos Conforti, ubicado en calle Rivadavia frente a la Catedral y que se comunicaba por los fondos con la casa del coronel, cuyo frente daba a la calle Laprida. El grupo tenía como objetivo tomar la Casa de Gobierno, ubicada en calle General Acha frente a la Plaza 25 de Mayo y contaría con el apoyo de otro cantón conducido por Francisco Aguilar.

Otros dos cantones, integrado por 15 hombres dada uno se reuniría en la casa de Ignacio Sarmiento, en la calle 9 de Julio. Estaban al mando del comandante Juan R. Cambas y Domingo Cuello y debían tomar la Central de Policía, ubicada en Tucumán y Santa Fe.

Sobre la guardia de cárcel –ubicada en calle Mitre y Tucumán, al lado de la iglesia de la Merced- debían actuar dos cantones. Uno, al mando de Estanislao Albarracín partiría desde la farmacia Fénix, situada en calle General Acha, frente al colegio Santa Rosa y otro, al mando de Nilamón Balaguer, con miembros del Club de la Juventud.

Sobre la imprenta del diario oficialista la Ley debía actuar un cantón al mando de Agenor Benítez, que debía reunirse en el periódico opositor El Orden.

Desde la casa de Juan Radiff, en Córdoba y General Acha, saldría otro comando a cargo del capitán uruguayo Estomba, que apoyaría a los grupos.
A las 12 en punto el coronel Sarmiento mandó a Benjamín Segundo de la Vega a recorrer los cantones, a los que debía pasar el santo y seña -la palabra “libertad”- quien regresó una hora mas tarde.
—Permiso, coronel. Aún falta que llegue gente a los cantones pues la policía está haciendo un severo control.
—¿Cuál es la situación?
—El cantón de Agenor Benítez no se ha reunido por el arresto de su jefe y tampoco se ha podido organizar el de Francisco E. Aguilar por detenciones que ha hecho la policía.
—¿Qué pasó?
—Los descubrieron repartiendo los distintivos.
Los distintivos eran boinas vascas de color rojo. Entre los detenidos del día anterior figuraba también el médico Ventura Lloveras, hombre que en los años siguientes tendría destacada actuación en el radicalismo.
—¿Qué ocurre con el cantón de Balaguer?
—No pudimos comunicarle el santo y seña porque la casa está rodeada de agentes de policía.
—¿Algo más?
—Sí señor, parece que se viene una tormenta bárbara...
A las 3 de la mañana debía estallar la revolución.
A esa hora en punto el comandante Cambas y Alberto Cuello, que contaban con 30 hombres –quince cada uno— comenzó a marchar por la avenida 9 de Julio y dobló hacia el norte por General Acha.
Al llegar a la calle Córdoba divisaron a un policía.
—¡Alto. Quién vive! –, se escuchó en la noche.
La respuesta fue una cerrada descarga que se sintió en toda la ciudad. Hicieron prisionero al policía al que le quitaron el Remington y cien tiros.
Nilamón Balaguer había llegado a las 12 de la noche con dos hombres y sus cinco hijos. Esperaban contar con cien efectivos y sólo estaban amigos de otros cantones. Poco antes de las 3 fue descubierto el cantón y debieron huir por los fondos a la cochería de Luis Arévalo. Allí escucharon las descargas de fusilería y comenzaron a marchar hacia la cárcel.
Llovía a cántaros y las ropas empapadas dificultaban los movimientos. Pero experimentaron una sensación de alivio al encontrar en el camino la caballada del escuadrón de Seguridad de la policía sin jinetes y huyendo.
Los integrantes del grupo se abrieron en abanico para reencontrarse en el atrio de la Merced y dirigirse hacia la calle para tomar la guardia de cárcel. Pero se llevaron una gran sorpresa. El jefe de la cárcel había acordado con los revolucionarios entregarse sin ofrecer resistencia. En lugar de eso, los recibió una cerrada descarga.
Al jefe lo habían descubierto y estaba encerrado en un calabozo de la Central de Policía
Quisieron volar la puerta de la cárcel con bombas pero... ¡con la lluvia se habían mojado las mechas! Y no pudieron encenderlas.
Para colmo desde los techos de la Merced les disparaba. Y también desde la cárcel y desde una vivienda ubicada frente a la cárcel.
A todo esto, Sarmiento y sus seguidores no habían tenido problemas en tomar la Casa de Gobierno y ya estaban instalados allí. Pero no era fácil la situación. Los grupos de Cambas y Cuello se tiroteaban furiosamente con los soldados de la policía y amigos del gobernador quiénes ocupaban la Central con más de 150 hombres.
Desde la parte alta de la Escuela Normal de Varones, que funcionaba en el edificio de la Escuela Sarmiento ubicado al lado de la cárcel, también disparaba la Policía. Y en la otra cuadra, Mitre y Tucumán, el tiroteo era sin cuartel.
Cosa curiosa. Mientras la lucha se desarrollaba, un regimiento del Ejercito, apostado en la plaza se mantenía ajeno al combate.
Salió el sol y la situación era desesperante para los revolucionarios. Una idea salvadora cambió el panorama:
—Hay que incendiar la Escuela.
La escuela Normal de Varones funcionaba en el edificio de la escuela Sarmiento, en la esquina de lo que hoy es General Acha y Santa Fe, donde actualmente funciona la escuela Antonio Torres. Es decir, el edificio estaba pegado al antiguo cuartel de San Clemente, ocupado por la Central de policía.
Era junto a la Catedral y la Casa de Gobierno uno de los tres mejores edificios la ciudad. Había sido construida por Camilo Rojo 40 años antes y en el frente tenía columnas con capiteles y rejas de hierro.
Las llamas pronto cubrieron las paredes.
—Basta, esto no puede seguir. Esta gente está dispuesta a todo.
El gobernador Godoy había dispuesto rendirse.
Sólo quedaba un paso formal: negociar las condiciones de la rendición
Llamó a su ministro Darío Quiroga y conversaron algunos minutos.
Luego Quiroga buscó al doctor Ventura Lloveras que estaba detenido en la cárcel desde el día anterior.
—Doctor Lloveras, el gobernador le solicita que me acompañe para ofrecer la rendición del gobierno a las fuerzas que usted integra.
Quiroga y Lloveras salieron del edificio de la cárcel con una bandera blanca.
Cesaron los disparos.
Los hombres llegaron a la esquina de General Acha y doblaron hacia el norte, rumbo a la Casa de Gobierno.
El edificio en llamas, el silencio que se produce después de una batalla y los pasos de Lloveras y Quiroga caminando por el medio de la calle con la bandera blanca en alto, constituían una escena digna de una película sobre el lejano oeste.
En la Casa de Gobierno se pactó la rendición y entregaron los cuarteles con sus armamentos.
El acuerdo se respetó hasta en sus mínimos detalles.
Inmediatamente acordada las condiciones, se ordenó la libertad a todos los detenidos y se les dio seguridad a los gobernantes.
Victorino Ortega y Saturnino de Oro, miembros de la junta revolucionaria, acompañaron al gobernador depuesto hasta su domicilio en una victoria, los famosos coches de plaza.
Al llegar Godoy a su domicilio –cuenta Horacio Videla— había gente dispuesta a silbarlo. Ortega se adelantó y dijo: “Viva el señor Manuel José Godoy” por lo que la rechifla se transformó en respetuoso silencio mientras Ortega, sombrero en mano, se despedía del mandatario depuesto.
Se había combatido durante varias horas. Se habían disparado miles de tiros. Se habían tirado bombas e incendiado un edificio símbolo, todo en un radio de una manzana. Sólo hubo 16 muertos, gracias a la mala puntería de policías y revolucionarios. Y no quedaban detenidos.

El pueblo elige

Tras la rendición de Manuel Godoy, el pueblo se reunió ese mismo día en la plaza 25 de Mayo. Se realiza un plesbicito y se resuelve declarar caducos todos los poderes de la provincia, nombrándose un gobierno provisorio, presidido por el coronel Sarmiento, acompañado por Saturnino de Oro y Juan Luis Sarmiento.
La junta designada hace sus primeros nombramientos: designa secretario general al doctor Carlos Conforti, jefe de policía al comandante Juan R. Cambas y jefe de guardiacárceles a Alberto Cuello, además de subdelegados en los departamentos.
A todo esto en Buenos Aires, el doctor Benito Villanueva, presidente interino de la República, enterado de lo que sucede en San Juan, convoca al gabinete y declara intervenida la provincia, designando jefe de policía provisorio al teniente coronel Ramón González, jefe del Batallón 4 de Infantería.
La noticia llega a San Juan y la junta provisoria de gobierno acata inmediatamente lo resuelto por el gobierno nacional y dispone que “queda el señor jefe militar de la intendencia. don Ramón A. González, a cargo del gobierno provincial”.
El 15 de febrero llega a San Juan el ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, doctor Cornelio Moyano Gacitúa, designado interventor federal.
Asume su cargo e inmediata,mente declara en comisión al Poder Judicial, declara caducos todos los poderes existentes en la provincia antes del 7 de febrero y convoca a elecciones para el 2 de abril para elegir vicegobernador, senadores y diputados.

Qué fue de ellos

Coronel Carlos Sarmiento

Intervenida San Juan, el 2 de abril se convoca a elecciones de vicegobernador, senadores y diputados provinciales. El coronel Sarmiento resulta electo senador y ocupó la presidencia del cuerpo. En enero de 1908 fue electo gobernador, llevando como compañero de fórmula a Saturnino de Oro, el que fallece al poco tiempo. Tras ser uno de los gobernadores más progresistas de su época, Sarmiento murió en 1915, con sólo 54 años.

Manuel José Godoy
Al ser derrocado, no sólo perdió Manuel Godoy el gobierno de la provincia sino que se derrumbó como persona tras el suicidio de su hijo y principalísimo colaborador de su gestión ocurrido poco después. Alejado de la política pasó sus últimos años, hasta que falleció a los 75 años, en 1920.

General Enrique Godoy
La influencia del general en la política sanjuanina terminó con la revolución. No obstante, él continuó en Buenos Aires, cumpliendo con sus funciones de senador nacional. Una semana después de completado su período como senador, falleció en la Capital Federal, el 18 de mayo de 1912, a los 62 años.



Principales protagonistas

General Enrique Godoy

Tenía 57 años y se encontraba en Buenos Aires, donde cumplía funciones como senador el día de la revolución. Nacido en San Juan en 1850, comenzó su carrera militar a los 18 años llegando al grado de general de división. Fue electo gobernador de San Juan el 5 de enero de 1902, integrando la fórmula Godoy – Juan Balaguer. Hombre de gran prestigio, amigo personal del general Julio A. Roca, con el que participó en la Campaña del desierto, en 1904, el presidente Manuel Quintana lo designa ministro de Guerra de la Nación, por lo que renuncia a la gobernación. Se desempeña en este cargo hasta el 12 de marzo de 1906, día en que muere el presidente Quintana. Godoy es designado entonces diputado nacional y luego senador por San Juan, para completar el período del fallecido Domingo Morón (1906-1912). Era el hombre fuerte de la provincia en ese momento y principal sostén del gobernador Manuel Godoy.



Manuel José Godoy
Tenía 62 años don Manuel José Godoy cuando se produjo la revolución. Hacía poco menos de dos años que estaba al frente de la provincia, pues había asumido su cargo el 12 de mayo de 1905, acompañado por el ingeniero Ramón Moyano como vicegobernador. Esta fórmula había triunfado en las elecciones realizadas en el mes de enero, apoyado por una coalición de los partidos más importantes en ese momento en la provincia: el Constitucional, el Club Unión y el Democrático o gubernista. Escribano público de profesión, se había desempeñado como ministro de Gobierno, diputado y presidente del Banco Provincia antes de ser electo primer mandatario.


 



Coronel Carlos Sarmiento
A los 45 años de edad -había nacido en San Juan el 11 de mayo de 1861-, Carlos Sarmiento había demostrado ser un hombre con gran vocación de mando. Quizás por eso, le apasionó la carrera militar, ingresando en el Colegio en 1874, para egresar como subteniente en 1880. Perteneció al arma de Artillería, comandando el Regimiento 3. Según una anécdota que cuenta el historiador Horacio Videla —cuyo padre fue ministro del depuesto Manuel Godoy— que no expresa ninguna simpatía respecto al coronel Sarmiento, este retó a duelo en 1894 al interventor federal en la provincia de Buenos Aires, Lucio Vicente López, al considerarse ofendido por un acto de gobierno. Aceptado el duelo, López resultó mortalmente herido. Tras pasar a retiro en 1905, se radicó en San Juan, donde fundó la Logia Carácter y el Partido Popular, del que fue jefe natural, además de presidente.



 

La economía en 1907

- En los años en los que se produjo la revolución, la vid era un cultivo importante pero sólo se destinaban 14 mil hectáreas a ese producto, la mayor parte destinado a vino, aguardiente y pasas.

- Existían unas 200 mil cabezas de ganado –más que en la actualidad- que se alimentaban con la producción de alfalfa. Los vacunos se vendían mayormente en Chile, adonde eran llevados en grandes arreos.

- El trigo era otro de los cultivos importantes. Una prueba de ello es la gran cantidad de molinos harineros que existían.

- El ferrocarril era, en aquellos años, el medio de transporte esencial, tanto para la carga como para los pasajeros.

 

El marco político

Sólo un número muy limitado de personas tenía derecho al voto para elegir autoridades, cuando se produjeron los hechos que narramos.

Unicamente votaban quienes figuraban en el Registro Cívico Provincial y para inscribirse allí había que ser hombre –las mujeres no votaban—, propietario, argentino de nacimiento y “conocido” de la autoridad.

- Si se analizan las nóminas de funcionarios de aquellos años se advierte que la mayoría de los nombres se repiten en distintos cargos a través de diferentes gobiernos, lo que demuestra que el poder político estaba concentrado en pocas manos.

- Llegado al gobierno y presionado por el general Enrique Godoy, jefe indiscutido del partido gobernante, Manuel Godoy había roto el acuerdo, que lo llevó al poder, lo que provocó una profunda escisión en el Partido Unión.

- Acusado de nepotismo, criticado duramente a través de los diarios, Godoy está gobernando sostenido sólo por el general Enrique Godoy y rodeado de un grupo de familiares y amigos. Aunque estaba aislado políticamente, el mandatario quería imponer sus candidatos en las elecciones que debían realizarse para renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio de la de Senadores.

 

 

 

Derrota y suicidio

Todos se unieron contra el gobierno depuesto.

El coronel Sarmiento miraba más allá del gobierno de transición que surgiría de las urnas. Y prefirió que el ingeniero Manuel Gregorio Quiroga fuera el candidato a vicegobernador que uniera a todos los sectores contrarios al godoysmo.

Enfrente, sólo una candidatura se propuso, la del doctor Manuel José Godoy (hijo), abogado de 30 años que se había transformado en un hombre importante en la gestión gubernativa de su padre.

El resultado indicó 5.178 votos para Quiroga y 18 para Godoy.

Diez días más tarde, el 12 de abril, un hecho conmueve a la población: a las 7 de la tarde el joven Manuel José Godoy se suicidó.

 

El marco social

San Juan tenía al promediar la primera década del 900, unos 110 mil habitantes, de los cuales casi el 85 por ciento vivía en la zona rural.

- Eran años de gran inmigración. Según un censo provincial realizado en 1909, en la provincia residían 7.949 extranjeros. La mayor colonia era la española, con 3.972 personas de ese origen. Residían 1.145 italianos, 1.513 chilenos, 291 “turcos” (en realidad eran sirios y libaneses en su mayoría), 260 franceses, 51 alemanes, 37 suizos, 33 uruguayos, 31 rusos (se trataba de judíos de distintas nacionalidades, fundamentalmente rusos y polacos) y 22 austríacos.

- Aunque los principales empresarios eran inmigrantes más o menos recientes, la “alta” sociedad de la época la constituían las familias de larga residencia, muchas de ellas radicadas en tiempos de la colonia. Era un sector social muy cerrado.

- Las empresas más importantes de esa época eran el ferrocarril, en manos de la Buenos Aires and Pacific Railway Company, de origen ingles, que en San Juan empleaba a 181 obreros del riel, las bodegas Graffigna y Del Bono y Campodónico y la fábrica de pasas de José A. Segovia, que era la más grande del país en su rubro. Entre los bancos que actuaban estaban el Nación, el Español del Río de la Plata, el Popular, el Banco de la Provincia y el Banco del Obrero y de ahorros.



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1907 - Revolucionarios de madrugada
Cuando un gobernador sanjuanino mató en duelo al nieto del autor del Himno Nacional
Ver Década de 1900

GALERIA MULTIMEDIA
Nadie preveía que aquel San Juan con tranquilidad de eterna siesta se transformaría en un infierno en la madrugada.
General Enrique Godoy
Manuel José Godoy
Coronel Carlos Sarmiento
Los revolucionarios en la casa de gobierno, después del triunfo.
Junta de gobierno provisional.
Junta revolucionaria. De derecha a izquierda: doctor Augusto Echegaray, Guillermo Yanzi Oro, Eleodoro Sánchez, comandante Juan R. Cambas, Saturnino de Oro, doctor Ventura Lloveras, Remijio Ferrer Oro, Nilamón Balaguer, Estanislao Albarracín, doctor Carlos Conforti. También aparece el doctor Victorino Ortega.
El grupo revolucionario. A. Elizondo, E. Zapata, César Aguilar, Eugenio Flores, Eusebio Dojorti, D. Varela, Rémulo Rodríguez, Juan de D. Bravo, M. L. Sugasti, Carlos D. Cánepa, Domingo Echegaray, Landeau Keller, Manuel G. Quiroga, D. Aubone, A. Jámeson de la Precilla.
Victorino Ortega.