Abner. El joven ruso que llegó con una valija de cartón

Jaime Abner arribó a la Argentina en 1910. En San Juan tuvo un negocio de ramos generales y luego adquirió fincas en Caucete. Su hijo David fue un hombre de un gran compromiso social. Su nuera Berta, es referente de la investigación en Letras y su nieto Alejandro un destacado psiquiatra.

 Sencillo y emprendedor. Así fue Jaime Abner un joven inmigrante que llegó a la Argentina en 1910. El hombre y su hermano Marcos escaparon de su país natal, Rusia, hacia América huyendo de las persecuciones religiosas, las revoluciones y los conflictos armados. Sin pasaporte, pero con ayuda de algunos conocidos Jaime se asentó en estas tierras mientras que su hermano lo hizo en Estados Unidos. Ambos echaron su destino a la suerte y nunca más volvieron a entrar en contacto.
Solo, alejado de todos los afectos, con un idioma completamente distinto al propio y una pequeña valija de cartón con pocas pertenencias, llegó a la Argentina con 20 años y paró en el Hotel de Inmigrantes. Allí decenas de lenguas se mezclaban y el objetivo era aprender el castellano. La recomendación que le dieron los encargados del hotel estuvo orientada a San Juan donde se dirigió a los pocos meses de su arribo.

Una vez acá, se asentó en Sarmiento y su primera actividad fue la de peón rural en una propiedad de Media Agua. Sin embargo, tiempo después la suerte lo trasladaría a Caucete, donde trabajó como vendedor ambulante. Se estableció en una casa que se ubicaba al finalizar la diagonal principal del departamento y que le alquilaba a los Ahún, una familia con la que estrechó fuertes vínculos.
Con lo ahorrado de aquella actividad, se puso un local de ramos generales que tuvo muy buena repercusión y con los años ya había conseguido una buena base para adquirir y explotar una pequeña finca. A San Juan, Jaime llegó con pocos conocimientos en el trabajo de la tierra, sin embargo fue la actividad que más lo apasionó. Cuando pisó los 40 no sólo tenía tierras en Caucete sino otra propiedad en 25 de Mayo y soñaba con poder transformar su uva en vino. Tiempo más tarde, ese anhelo lo cumplió su hijo David Miguel, quien creó una pequeña bodega cuyo vino llamó Tierra Bendita.

Quienes conocieron a Jaime lo recuerdan como un hombre que llegó despojado de bienes materiales y que tuvo una vida muy austera. A pesar de que su apellido es bíblico (significa Padre de la Luz), fue escéptico, tenía un pensamiento libre, aunque trató de nunca tocar el tema religioso para no dañar la susceptibilidad de su mujer que sí era muy creyente.

La familia


En 1918, en un viaje laboral Jaime conoció en Buenos Aires a Rosa Luchina, una joven de origen ruso que había arribado a la Argentina junto a sus padres cuando tenía dos años de edad. Fue un casamentero quien los presentó, después de haber sido contactado por el padre de la mujer. Dos años después se casaron y al poco tiempo, en 1921, tuvieron a su primer hijo, David Miguel. En 1923 llegó Sara María (quien siendo muy joven se casó y se radicó definitivamente en Israel) y en 1925 Manolo (quien se estableció en Mendoza hasta su muerte, en 1983).

La hija estudió piano en su casa mientras que los varones recibieron una educación formal que implicaba doble escolaridad: a la mañana iban a una escuela criolla y a la tarde se formaban con educación judía que los orientaba ética, cultural y religiosamente. La maestra de cabecera fue Carmen Bustos, una mujer que supo influir en los valores de los chicos.
Para aquel entonces, década del ‘30, había en Caucete una comunidad judía muy importante pero no existía una sinagoga por lo que los oficios religiosos se realizaban en la casa de Samuel Kohon. Algunas de las familias que formaban parte de aquel entorno eran los Ashkenazis, Akerman, Gelman, Ivanier, Busnik, Rusansky, Rosembaum y Kalejman, entre otros.

Cuando el mayor de los tres hermanos, David cumplió 13, y por ende ingresó a la secundaria, Jaime lo envió a estudiar al colegio Nacional en Capital. Por las noches, residía en una pensión, mientras que las tardes enteras se las pasaba en la biblioteca Franklin leyendo, entre otros libros, el Tesoro de la Juventud. La lectura era su refugio y lo que le permitió formar un rico vocabulario.
En 1939 se vivía el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Había mucho movimiento pro nazi en el mundo, y la escuela no estaba al margen. El prejuicio antisemita estaba instalado entre los docentes y algunos alumnos, sin embargo en San Juan se podía vivir en paz. Según cuenta la historia familiar, David tuvo el promedio más alto y era uno de los mejores alumnos pero no pudo obtener la medalla de oro en el colegio porque “encontraron la forma de no dársela” por ser judío.

La educación como progreso


Jaime tenía un concepto que siempre inculcó a sus hijos: hay que estudiar para ser grandes hombres en San Juan. Y por eso los impulsó para que recibieran formación universitaria. Tanto David como Manolo siguieron medicina en Córdoba. El primero se especializó en Buenos Aires, en traumatología. El segundo se recibió de clínico y se fue a vivir a Mendoza. De los dos, David fue el que más vida pública e institucional realizó.
Fue discípulo del cirujano bonaerense Enrique Finochietto, y quiso seguir su especialidad en sus inicios pero que dejó de lado por la Traumatología. El contacto con aquel reconocido especialista, le permitió varios años después impulsar, con un grupo de profesionales, la carrera de Medicina en la Universidad Católica de Cuyo.

Los inicios profesionales en la medicina fueron en el Sanatorio Central (Mendoza y General Paz, hoy Sanatorio Brown) en la década del ‘60. Cuando éste cerró tanto él como sus colegas tuvieron que encontrar una solución para seguir con la labor y se le ocurrió crear una cooperativa con compañeros traumatólogos. Así fue como nació la primera clínica de traumatología en San Juan que actuaba de manera cooperativa.

A David no le gustaba ser un testigo pasivo de la historia, sino que le interesaba participar en actividades institucionales y políticas. En su etapa juvenil apreciaba a Frondizi como presidente y era muy amigo de Américo García, a quien admiraba. No tenía vocación de funcionario por eso rechazó cada propuesta que le hicieron. Era miembro de comisión de la Sociedad Israelita, pionero en la interrelación de los credos (invitó por primera vez a monseñor Di Stéfano a la Sociedad Israelita para el día del perdón) y participó de la vida política del comité radical en Caucete.

David tenía esa capacidad y necesidad de diversificar su actividad constantemente. A él le hacía muy bien el contacto con la tierra y los viñedos, de hecho le tenía tanto amor y vocación como a la medicina. Su sueño fue el mismo que el de su padre, transformar la uva en vino. Hizo muchos esfuerzos para ello y muy tardíamente logró construir su bodeguita de la mano de Francisco “Paco” Pelaez y su hijo Paquito, que eran contratistas y fueron el brazo derecho de Abner. El vino se llamó Tierra Bendita y era un tinto común de mesa que encantaba a los paladares. Pero con los años no pudo ser mantenido porque la competencia era muy difícil, al igual que el sostenimiento de los precios.

Nuevos lazos

En 1952, David asistió a un tradicional baile de asalto en la casa de un amigo de Buenos Aires. Allí conoció a una joven que tenía diez años menos que él, Berta Kleingut. Ella tenía 22 y él 32, y fue amor a primera vista. El baile tímido y las charlas hicieron que se acercaran y con el tiempo el amor se fue fortaleciendo hasta que el 24 de mayo de 1953 en Buenos Aires, se casaron. La pareja nunca se olvidó que el himno nacional formó parte del repertorio de la fiesta.

David y Berta vivieron juntos en Capital Federal hasta 1959, cuando decidieron dejar esas tierras para asentarse definitivamente en San Juan. Aquel viaje de despedida fue lleno de lágrimas para ella porque significó dejar a su familia y todo el progreso que había en Buenos Aires. Nunca olvidará los primeros paisajes que tomó su retina. Estos eran de tierras desoladas, grandes descampados sin luz y cuya iluminación pública era casi nula.

Fueron tiempos muy duros para ella porque estaba acostumbrada a la gran ciudad pero con los años llegó a amar estas tierras. Berta era hija única de Elisa (Rusia) y Nethan (Austria), este último un amante del arte y la música, tocaba el violín, algo que ella siempre extrañó cuando llegó a San Juan.

David y Berta tuvieron dos hijos, Claudio Daniel y Jorge Alejandro, a quienes los orientaron con la mentalidad de que la educación es la mejor herramienta de defensa en la vida. Así fue como el primer hijo se recibió de ingeniero químico en la UNSJ y se volcó a la enseñanza. Desde 1990 está radicado en Madrid, España, donde forma parte del equipo directivo del Centro bilingüe I.E.S Ángel Corella. Allí vive con su mujer y su única hija Ana Brenda. Por su parte, Jorge Alejandro es un destacado psiquiatra local que se recibió en la universidad de Buenos Aires y trabajó en varios hospitales públicos de aquella provincia. Además fue médico auditor de Psiquiatría del departamento de reconocimiento de Salud Pública de San Juan. Hoy desarrolla su labor en el área privada. 


Una figura del arte local

Berta Kleingut realizó una incansable labor en pos del desarrollo artístico provincial. Doctorada en Letras en la Universidad del Salvador, Berta es una mujer que cuenta con decenas de investigaciones en materia teatral en San Juan a través del programa DICDRA (Desarrollo de la Investigación y Creación Dramática) en el Instituto Ricardo Güiraldes. Por ello, en el 2006 la UNSJ la reconoció como pionera de la investigación teatral de San Juan y referente de la cultura local tras 40 años en la docencia de esa casa de altos estudios.
A fines de la década del ‘50 contribuyó a constituir el Instituto Saint John’s, con otros compañeros como el maestro Güida y la familia Harrington. Con un espíritu inquieto, generó espacios radiales, televisivos y gráficos destinados a la crítica artística, teatral y literaria.

GALERIA MULTIMEDIA
Jaime y su esposa Rosa Luchina, una joven de origen ruso, en el día de su boda, en 1920.
Berta Kleingut es doctora en Letras por la Universidad del Salvador y se destaca en San Juan por su ardua labor en el estudio del teatro.
Sara se casó en 1950 en Israel y nunca más volvió a la Argentina. Jaime solo tenía de ella esta foto de aquel momento.
David, cuando tenía 30 años, junto a su hermano Manolo en San Clemente del Tuyú.
David Abner fue el primer hijo de Jaime y Rosa. Su actividad política y social fue ardua y muy destacada.
David Abner y Berta Kleingut se conocieron en Buenos Aires en 1953 y estuvieron juntos 48 años.
Congreso de Literatura Argentina, en septiembre de 1984. Junto a Ana María y David Abner.
Berta Kleingut y David Abner junto a sus dos hijos Claudio y Jorge y sus nietos en 1994.
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