El centenario de la patria encontró como gobernador de San Juan al coronel Carlos Sarmiento. Sin duda fue un gobernante muy particular. Fue jefe de un partido político, comandó una revolución, gestionó un préstamo internacional e inició importantes obras. Además, mató en un duelo al nieto del autor del Himno Nacional
Carlos Sarmiento nació en San Juan el 11 de mayo de 1.861.
No estaba unido por parentesco alguno con Domingo Faustino Sarmiento. “No obstante –dice el historiador Horacio Videla-, algo de la vocación por la jefatura y la tenacidad en las empresas, asocia en fugaces raptos al coronel Sarmiento al recuerdo de Sarmiento el grande”.
Ingresó en el Colegio Militaren 1.874 y egresó en 1.880. Fue profesor de artillería en el Colegio Militar, fundó el Regimiento de Artillería de costas en 1.885 y fue jefe del Regimiento 3.
Pasó a retiro en 1.905 para radicarse luego en San Juan.
Se casó en primeras nupcias con Carlota Fernández Oro, hija del general Manuel Fernández Oro y de Lucinda Larrosa, ambos sanjuaninos. Y en segundas nupcias con Virginia González Fernández, sobrina de su primera esposa.
Como gobernador electo, Sarmiento estuvo al frente de la provincia para el centenario por lo que contrató un empréstito externo e inició la construcción de algunas obras de envergadura,- como el teatro coliseo de invierno y verano- que no terminaron de concretarse, el Parque de Mayo y el Palacio de Tribunales que fue el primer edificio con ascensor en la ciudad.
Además, realizó un completo censo que brindó importante información.
Pero una pintura del militar-gobernador no estaría completa sin dos anécdotas.
Un famoso duelo
Desde fines del siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX, los miembros de la elite política y social argentina se batían a duelo con frecuencia.
Tan extendida estaba la práctica del insulto y del duelo que era raro encontrar una personalidad pública, un parlamentario, un hombre de letras o un acaudalado, que no se hubiera visto involucrado por lo menos una vez en las denominadas “cuestiones de honor”.
Pero el duelo en particular del que nos vamos a referir tuvo características muy especiales. Los motivos fueron varios.
1) Porque a diferencia con otros duelos que terminaban “a la primera sangre”, este culminó con la muerte de uno de los protagonistas.
2) Porque el muerto era nada menos que el nieto del autor del Himno Nacional Argentino, hijo de un historiador destacado y él mismo un escritor y hombre público de gran prestigio. Nacido en Montevideo, en 1848, Lucio Vicente López fue un escritor argentino. Hijo de Vicente Fidel López, fue ministro del Interior en 1893. Periodista e investigador de temas históricos y jurídicos, escribió unos Recuerdos de viajes (1881) y la novela costumbrista La gran aldea (1884).
3) Porque el matador era un coronel del Ejército que años después sería gobernador electo de San Juan y jefe de un partido político.
Todo sucedió en 1.893, cuando gobernaba el país Luis Saenz Peña.
Aristóbulo del Valle, que trataba de salvar del incendio al presidente, designó a López interventor de la indómita provincia de Buenos Aires. Había que revisar ciertas ventas de tierras públicas, concesiones de ferrocarriles y gestiones bancarias poco claras. A los pocos días se denunció la venta de un campo que se destinaba al ensanche del ejido de Chabuco con un préstamo del Banco Hipotecario Nacional.
Por ley, esos terrenos debían ser subdivididos, no adjudicados en un solo lote a persona alguna. Sin embargo, los había comprado el coronel Carlos Sarmiento, secretario privado del ministro de Guerra, Luís María Campos.
López promovió una acusación criminal. La cuestión Sarmiento y las tierras de Chacabuco ganó las primeras planas. El coronel Sarmiento fue detenido durante tres meses en el departamento de policía provincial. Pero una oportuna sentencia lo absolvió de los entuertos hipotecarios y ordenó su libertad.
Los amigos del coronel lo homenajean con una cena en el restaurante “Flobet” de La Plata, donde vitupera al doctor López.
A continuación López publica una carta acusadora en “La Prensa”. Ya no era interventor de la provincia. Pensó que le correspondía retar a duelo a su ofensor. Eso hizo.
López recoge el guante enviando a sus padrinos Francisco Beazley y el general Lucio V. Mansilla, todos ellos miembros del Club del Progreso. El coronel Sarmiento hizo lo propio con el contralmirante Daniel Soler y el general Francisco Bosch.
Los padrinos no solo tenían la misión de fijar las armas y las reglas, sino de determinar las intenciones finales. Muchísimos duelos fueron solo convenciones donde dos disparos al aire lavaban el honor mancillado. Otros eran a primera sangre, cuando una incisión en la piel enemiga era suficiente para detener el lance. Pocos duelos en la historia argentina fueron a muerte. Este fue uno de ellos.
Los padrinos de ambos contendientes concluyeron que el duelo no era necesario. Ni siquiera era menester que se hicieran los dos disparos convencionales al aire. Ni a primera sangre, ni nada.
Pero, quién sabe cómo, se convino un duelo a muerte. La noticia del duelo conmovió a Buenos Aires.
El 28 de diciembre cerca del mediodía los carruajes conduciendo a los protagonistas, familiares y algunos curiosos, se detuvieron cerca del Hipódromo de Belgrano (Hoy Avenida Luis Maria Campos). Allí los padrinos se reunieron en un último intento de parar esta locura. Hubo murmullos, idas y venidas, cabezas gachas y una negativa. Los doctores Padilla y Decaud, vestidos de negro, se miraban circunspectos. El general Bosch medía los doce pasos reglamentarios. Mansilla y Soler revisaban las pistolas Arzon elegidas para esta circunstancia. Eran las 11:10 de la mañana.
Sarmiento y López se midieron a la distancia. Era la primera vez que se veían cara a cara. Se escucharon los dos primeros disparos y los contrincantes quedaron ilesos. Ahí podría haber terminado todo.
Pero el duelo era a muerte. Se volvieron a cargar las pistolas. Nuevamente la cuenta regresiva. Resonaron los disparos y se vió a López caer tomándose el abdomen. El balazo le atravesó el bazo y el hígado.
En la madrugada del 29 de diciembre de 1894, el autor de La Gran Aldea murió en su casa de Callao 1852.
El coronel Sarmiento fue juzgado por un magistrado llamado Navarro y el fiscal Astigueta.
El laudo judicial decía así:
1) El duelo verificado entre los señores Dr. Lucio Vicente López y coronel Sarmiento ha sido llevado a cabo sin la condición expresa de que debía efectuarse a muerte, lo que exime al procesado de las responsabilidades determinadas en el artículo 117 del código Penal, por cuanto para la aplicación del citado articulo sería menester la condición expresa mencionada
2) Que por el contrario de los términos del acta resulta que el propósito de los padrinos ha sido disminuir las probabilidades de un desenlace fatal , pues figura en el citado documento una cláusula clara y terminante que estatuye que solo se cambiarían dos balas entre los combatientes.
3) Que el hecho de haber tenido el lance el resultado de que instruye el presente sumario, no da ni puede dar lugar a presumir que el propósito de los padrinos ha sido concertar un duelo a muerte.
Los inculpados se presentaron al Juez y en el término de cuatro horas quedaron todos en libertad, incluso el mismo coronel Sarmiento.
Sarmiento, como ninguno de los que participaron en el duelo, sufrió sanción alguna.
Su vida siguió dentro del ejército donde siempre fue valorado como un eficaz artillero y topógrafo.
En el cementerio de la Recoleta una escultura del francés Jean Alexander Falguière recuerda a Lucio Vicente López sobre un sarcófago de mármol. Tenía 44 años cuando murió.
La revolución
La seguda historia tiene que ver con la revolución que organizó y lo catapultó al gobierno.
En 1905 el coronel Carlos Sarmiento abandonó el servicio activo y tuvo participación en la política provincial. Fue el jefe del Partido Popular y en 1907 encabezó una revolución en San Juan en la que derrocó al Gobernador Godoy.
Organizar una revolución no era tarea fácil a principios del siglo XX en San Juan.
Una prueba de ello fue la que organizó el coronel Carlos Sarmiento para derrocar al gobernador Manuel José Godoy.
Las revoluciones –como la de Sarmiento o el asesinato de Jones o el derrocamiento de Cantoni en 1.934- estaban a cargo de algunos políticos, comerciantes, profesionales u obreros que decidían usar las armas para cambiar las condiciones de vida.
No olvidemos que recién en la segunda década se llegaría al voto universal y secreto y que las mujeres podrían votar a partir de 1.927 en San Juan y de 1.952 en el resto del país…
El coronel Carlos Sarmiento conducía el Partido Popular. Y gente de este partido como de otras tendencias entre las que estaban el Partido Independiente, el Club de la Juventud y el Club de la Libertad se habían reunido para derrocar al gobierno.
Había profesionales como Ventura Lloveras –prestigioso médico-, Domingo Cortinez, Carlos Conforti, Victorino Ortega, Augusto Echegaray, Javier Garramuño…
Un amigo de Sarmiento envió desde Uruguay a un grupo de milicianos. En realidad se trataba de jóvenes románticos dispuestos a luchar donde se los convocara.
Algunos de ellos se quedaron en San Juan donde constituyeron familias, como
Eloy Pinazo. Los milicianos llegaron varias semanas antes del hecho y transmitieron sus experiencias.
Las armas fueron traídas desde Buenos Aires y Chile.
Contaban con 180 fusiles Winchester o Mauser y 30 mil tiros, traídos en paquetes dentro de los camarotes del tren por la esposa de don Nilamón Balaguer.
Los rifles se fueron bajando en estaciones intermedias para luego ser llevados a la ciudad en carros cubiertos con verdura. Desde ahí se repartían a los revolucionarios por los medios más inverosímiles, como por ejemplo, un ramo de flores.
Se habían preparado también rudimentarias bombas con frascos a los que se colocaba un poco de nitroglicerina, un fulminante y una mecha. Se encendía la mecha y se tiraba el frasco.
Como no tenía proyectiles, poco daño hacían pero… ¡metían un ruido bárbaro!
El distintivo de los revolucionarios era una boina vasca, de color rojo y el “santo y
seña”, la palabra “Libertad”.
En fin, todo estaba listo, los cantones formados, los revolucionarios prestos para actuar, algunos acompañados por sus hijos y de pronto… a las 3 de la mañana se desató una fenomenal tormenta.
Llovía a cántaros y todos estaban con las ropas empapadas, con dificultades para encender las mechas de las bombas pues la lluvia las había mojado, con santos y señas que no habían podido pasarse…
De cualquier forma se dispararon miles de tiros por ambas partes, se combatió durante horas, se incendió un edificio símbolo, la escuela normal de varones y sólo hubo 16 muertos y unos pocos heridos gracias a la mala puntería de revolucionarios y milicias.
Al final el gobernador Godoy fue derrocado pero los mismos revolucionarios lo acompañaron hasta su casa y lo trataron con mucho respeto.
Carlos Sarmiento fue gobernador electo de la provincia desde 1908 a 1911. Posteriormente se radicó en Zarate de donde fue intendente. Dejó de existir en esa ciudad a los 54 años en 1915.
Fuentes:
- www.clubdelprogreso.com
- www.udesa.edu.ar/files/Historia - K. Korn, “La gente distinguida”, en J. L. Romero y L.A. Romero (ed), Buenos Aires. Historia de cuatro siglos, Buenos Aires, Abril, 1983, Tomo II.
- V.G. Kiernan, El duelo en la Historia de Europa. Honor y privilegio de la aristocracia, Madrid, Alianza, 1992.
- Ochoa, P. O, “La muerte absurda de Lucio V López, Todo es Historia, n:31, nov. 1969
- S. Sánchez y J. Panella, Código Argentino sobre El Duelo, Buenos Aires, Moreno, 1878.
- Horacio Videla – Historia de San Juan
- Juan Carlos Bataller – Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
- Diarios de la época
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