¿Sólo la mamá de Sarmiento?

De Paula se recuerda que era "la madre de..." o que "tejía y no sabía leer", sin embargo fue la responsable de dejar una gran impronta en su hijo.

Delia Añón Suárez
Magister en Estudio de Mujeres y Género
Universidad Nacional del Luján

Los Estudios de Mujeres y de Género nos invitan a la relectura del papel que se ha dicho hemos desempeñado las mujeres desde las diferentes corrientes historiográficas, que generalmente coinciden en sostener para las mujeres el ideario de género hegemónico.
Así, los mitos fundantes sobre los que se sostiene el patriarcado se filtran en los discursos históricos dejando inscritas en el inconsciente colectivo mujeres cuyas vidas resultan anecdóticas, nunca trascendentes para la historia.
Este trabajo intenta abordar parte de relatos muy difundidos sobre Paula Albarracín, y analizar qué factores pueden haber incidido en que se la recuerde generalmente como "la madre de...", "una mujer que tejía y no sabía leer", cuando aún en los escritos más conservadores se puede entrever que se trató de una mujer cuyas inquietudes y prácticas, sin dudas, dejaron su impronta en la persona de Sarmiento.



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Inicio de un recorrido

Pensando a las mujeres en la historia desde las perspectivas propuestas en el Seminario de Maestría en Mujeres y Género de la Universidad de Luján que aborda el legado patrimonial de las mujeres a través de la historia en sus aspectos historiográficos, y -a la luz de la lectura de la bibliografía recomendada- comencé a preguntar a personas de mi entorno a qué mujeres recordaban haber visto en sus programas de historia argentina durante su educación formal.
La muestra -absolutamente carente de valor estadístico- sí arrojó algunas curiosidades si se lee desde la perspectiva de los estudios de género. A Encarnación Ezcurra nadie la recordaba por su nombre. Las dos personas que la mencionaron hablaron de "la esposa de Rosas" y agregaron apreciaciones sobre su "maldad y frialdad": el mito de mujer capaz de hechizar a un hombre y llevarlo a tomar decisiones aparece vigente, marcado a fuego en nuestra memoria colectiva.
Mariquita Sánchez de Thompson si surgió -con nombre y apellido- recordada como una mujer pudiente que con el fin de entretenerse prestaba su piano para hacer reuniones sociales en su casa, en la que un día lo que se interpretó fue nuestro Himno Nacional. Otro mito eficazmente transmitido de generación en generación, el de la mujer frívola de clase acomodada que sólo busca entretenerse, la salonnier reducida a una mujer que tiene un espacio físico apto para reunirse y lo presta sin ser parte vital de lo que en ese espacio se gesta o discute.
Pero la mujer a quien todos los que fueron preguntados recordaron de inmediato fue "la mamá de Sarmiento". Nadie mencionó a Paula Albarracín, que queda subsumida en su carácter de "madre de" en nuestro ideario. El mito -en este caso fundante de la discursividad patriarcal- que consiste en la equiparación de mujer = madre, reforzado por imágenes más bien visuales inscritas en la memoria colectiva: mujer que teje, bajo una higuera para protegerse del calor, con el cabello atado en un rodete. Mujer que cuida a su prole mientras su marido está ausente por una causa superior: la independencia de América. Uno de los informantes dice recordarla porque "influyó mucho en Sarmiento".
Con estos datos, comencé a buscar información sobre Paula Albarracín en algunos libros de historia que alguna vez había leído sin prestar especial atención a lo que de ella decían. Curiosamente, la bibliografía consultada la describe como una mujer emprendedora, autosuficiente, preocupada por su formación, solidaria para con otras mujeres, "cooperativizada" para producir si cabe el uso extemporáneo del término.
A las feministas nos resulta sencillo repetir que "a las mujeres la historia nos invisibilizó". Sin embargo, un caso como el de Paula Albarracín nos enfrenta a una cuestión un tanto más compleja: la historia -digamos "hegemónica"- no la invisibiliza ni reduce a "madre abnegada". Tal vez como sociedad hayamos hecho esa simplificación, tal vez el peso de las concepciones culturales respecto de la maternidad hayan tenido mayor injerencia en nuestra memoria que la propia historia.
El caso de Paula Albarracín me pareció entonces apropiado para orientar algunas reflexiones: nos permite pensar el patrimonio cultural de las mujeres, revisar sus saberes y prácticas, indagar acerca de su legado en el registro histórico en tanto trabajadoras y productoras de bienes tangibles e intangibles, y en tanto esposas. Y también este caso nos permite reflexionar acerca del lugar que ocupa la historia en tanto discurso cultural, nos invita a pensar cómo nos apropiamos de esos saberes que la historia produce y los resignificamos en un campo cultural más amplio en el que las relaciones de género son -sin dudas- un tema álgido y central.

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El recorrido

"Discursos e imágenes recubren a las mujeres como un grueso manto. ¿Cómo alcanzarlas, cómo perforar el silencio, los estereotipos que las envuelven?" (Perrot, 2008:32). Perrot nos advierte así que fuentes historiográficas para estudiar mujeres hay. Y muchas. Que hablan de ellas o que emanan de ellas.
En el caso de Paula Albarracín no hay fuentes producidas por ella: todo lo que hay es escrito sobre ella, y en torno a una cuestión central: fue la mamá de un Presidente.


Haciéndole más o menos justicia, detallando más o menos acabadamente su cotidianeidad, todos quienes de ella escriben lo hacen desde su rol de madre. Prácticas y tareas que "emanan" de ese rol, y la presentan como parte de un escenario básicamente doméstico.

La sociedad occidental ha asumido una maternidad con el aura del amor, el amor por añadidura, según la expresión de Elisabeth Badinter que describe el aumento del sentimiento maternal a partir del siglo XII y de la figura de la madre, tanto en la práctica (salud, puericultura, primera educación) como en lo simbólico. Uno de los rasgos más impactantes de la época contemporánea reside en la politización de la maternidad, tanto en los Estados totalitarios como en la República. (Perrot, 2008:89)

La alusión a haber sido "la primera educadora del gran maestro nacional" está sin dudas inscrita en nuestra memoria.
Sarmiento reconoce la influencia que sobre él ha tenido su madre (Sarmiento, 1961:128-143). Leyendo diversas biografías se ve que ella decidió -ante las dificultades económicas- postergar la educación de sus hijas mujeres a favor de su único hijo varón. La posterior preocupación de Sarmiento por incluir a las mujeres dentro del sistema educativo tal vez haya sido disparada por dicha decisión. Que pudo haber generado reflexiones en Paula Albarracín, pero lo ignoramos. Una vuela a la escasez de fuentes "íntimas" a las que alude Perrot (Perrot, 2008: 34-39).
Acerca de este papel educativo primario que desempeñamos las mujeres frente a los hijos, también nos habla Evangelisti (2011), al hacer alusión a los objetos de mujeres que se encuentran en una casa enumera los que evocan a la productividad y laboriosidad femeninas, y están pensados para las mujeres a "las que también espera un papel doméstico educativo primario frente a los hijos" (Evangelisti, 2011:203); aunque con diferencias marcadas entre lo que se les transmite de acuerdo con su sexo: para las hijas mujeres, la instrucción contribuye a arraigar las acciones femeninas en la casa.
En "Los orígenes de la polémica feminista" (López-Cordón, 2002), la autora aborda el debate sobre la educación de las mujeres que ocupó gran parte del siglo XVIII. Nos introduce en la idea de que la convicción de la Ilustración en torno a la educación tenía relación con que se adquirieran los conocimientos que mejor correspondieran a la situación social de las personas, razón por la que se fomentaba la curiosidad intelectual en las elites y la capacitación profesional entre artesanos y campesinos.
Planteando así la educación desde una perspectiva utilitaria, la pregunta de hasta qué punto la ignorancia femenina resultaba perjudicial surgió rápidamente, al tener en cuenta la influencia que las madres ejercían sobre sus hijos en los primeros años de la infancia. La autora agrega:

En este sentido, los debates sobre el tema más que versar sobre principios teóricos se posicionan en torno a dos cuestiones concretas: la primera, de carácter finalista, consistía en dejar bien claro para qué se quería formar a las mujeres, lo que, en definitiva, era lo mismo que preguntarse por cuál era su papel en la sociedad, y la segunda, no menos pragmática, planteada por quienes pensaban que la educación era la responsable fundamental de las diferencias entre hombres y mujeres, trataba de indagar cuáles eran los conocimientos que mejor se adecuaban a las funciones que les correspondían desempeñar. (López-Cordón, 2002:135).

Aplicando estos conceptos a Paula Albarracín y su relación con la educación de sus hijos, adquiere especial relevancia la conclusión de López-Cordón (2002:137) acerca del tema: "Se buscaba fundamentalmente formar a las madres y, a través suyo, contribuir a mejorar la sociedad, tratando de equilibrar este objetivo con el convencimiento de que también en el conocimiento era imprescindible establecer una graduación y una jerarquía entre los sexos.".
Aunque quedó en nuestro ideario que la vida de Paula Albarracín se desarrollaba en su casa -esfera privada- no podemos dejar de indagar acerca de varios datos que las biografías aportan y nos remiten a una esfera de relación entre esa casa (privada) y un afuera (público). De hecho, y retomando el tema de la educación, sabemos que Paula Albarracín concurría a una iglesia donde, además de canalizar sus cuestiones de fé, debatía diferentes aspectos filosóficos, políticos y sociales con el cura a cargo, José Castro (Sarmiento, 1961:131-135).
Las disquisiciones sobre la división del campo social en esferas pública y privada aparecen atravesando gran parte de la bibliografía historiográfica con perspectiva de género.
Rossanda (1992) habla de los límites poco claros entre las dos esferas, al referirse a la razón como preeminente en la esfera pública, y la emotividad en la privada. La autora confronta con esta simplificación al sostener que "... poderes, identidad y negación (tríada de la relación `lógica´ como relación social) se ponen a prueba en la esfera directa de lo conocido: la familia, los/las sirvientes, el lugar de la reproducción social" (Rossanda, 1992:4).
Luego, al hablar de la opresión por sexo, nos dice "Y no sólo eso, ya que este `femenino´ -como se ha dicho- ha atravesado ambiguamente la cultura que codificaban los varones, y tanto más cuanto el `campo´ del ser, del hacer y del saber se transformaban en un campo cierto de relaciones." (Rossanda, 1992:6).
Estos conceptos que esboza la autora nos sirven para ver, en el caso de Paula Albarracín que, si bien el relato de su vida nos ha llegado mediante voces del patriarcado, para las que resultaba natural y disciplinador presentarla como una madre que pasaba su vida inmersa en la esfera privada, en esa misma "casa" en tanto representación de esa esfera, sabemos tenían lugar relaciones sociales que se proyectaban hacia la esfera pública.

Otra autora, Moore (2004: 36), aborda la cuestión de las esferas pública y privada:

Las categorías "doméstico" y "público" se articulan en un esquema jerárquico. Rosaldo define lo "doméstico", como el conjunto de instituciones y actividades organizadas en torno a grupos madre-hijo, mientras que lo "público" se refiere a las actividades, instituciones y tipos de asociación que vinculan, clasifican, organizan o engloban a determinados grupos madre-hijo. (...) La mujer y la esfera doméstica están así comprendidas en la esfera masculina y pública, y son consideradas inferiores a ésta. Sin embargo, tanto la separación por categorías entre lo "doméstico" y lo "público", como su relativa interacción, son dos cuestiones discutibles.

En efecto, como público/privado son categorías analíticas de la antropología social, aún hoy utilizadas para privar a las mujeres del acceso a derechos (la autora menciona a modo de ejemplo los políticos, negados por mucho tiempo a las mujeres por ser "reinas del hogar"; accesibles a los varones por participar de la esfera pública). Moore (2004:37) sostiene que "Una de las formas de exponer el carácter arbitrario y culturalmente específico de la división `doméstico/público´ consiste en examinar algunos de los principios relativos a la maternidad y a la familia en los que se basa."
Citando a Leacock, la autora interpela la división de las citadas esferas "en comunidades pequeñas donde la producción y la administración de la unidad doméstica forman parte, simultáneamente, de la vida `pública´, económica y política". (Moore, 2004:47).
Así, queda claro que la administración doméstica no es otra cosa que la administración de la economía pública.
Este resulta ser un aporte interesante a los fines del trabajo, ya que sabemos que la "casa" de Sarmiento era un lugar de producción cuya ganancia operaba como sostén de la unidad doméstica. En esa "casa" -y en torno a ella- se desarrollaba un tipo de vida que interpela el valor que la discursividad hegemónica ha tratado de conferirle.
En ella funcionaba una unidad de producción; convivían integrantes ajenos a la familia biológica (lo que nos habla también de una "producción" de modos de relacionarse que hoy llamamos familia extendida); sus habitantes tenían relación cotidiana con la esfera pública (iglesia, escuela, comercio de lo producido); y la jefatura estaba ejercida por una mujer cuyas posesiones materiales, junto con las representaciones más habituales de su imagen, también aportan a su resignificación.
En "Recuerdos de Provincia", Sarmiento describe su casa (Sarmiento, 1961:143-156). Curiosamente, el título del capítulo es "El hogar paterno": sabemos que había sido construida sobre un lote heredado por Paula Albarracín con el dinero proveniente de su trabajo, y que el padre rara vez compartía el lugar con la familia.


En su descripción, enumera diferentes objetos -cuadros, utensilios- cuya "razón de ser" en la casa siempre -según los dichos del propio Sarmiento- nos remite a su madre.

Está en mi poder la lanzadera de algarrobo lustroso y renegrido por los años, que había heredado de su madre, quien la tenía de su abuela, abrazando esta humilde reliquia de la vida colonial un poderío de cerca de dos siglos en que nobles manos la han agitado casi sin descanso; y aunque una de mis hermanas haya heredado el hábito y la necesidad de tejer de mi madre, mi codicia ha prevalecido y soy yo el depositario de esta joya de familia. (Sarmiento, 1961:145).

... adornando las lisas murallas dos grandes cuadros al óleo de Santo Domingo y San Vicente Ferrer, de malísimo pincel, pero devotísimos, y heredados a causa del hábito dominico. (Sarmiento, 1961:143).1



Estas descripciones adquieren gran relevancia si se leen desde lo aportado por Evangelisti (2011). La autora nos alerta acerca del significado simbólico y político de los espacios y objetos, aclarándonos que va más allá de la distinción público/privado ya que permite ver el antiguo vínculo entre hombres y mujeres en los discursos sobre la cultura material.
La "casa" según Evangelisti, no tiene un significado unívoco; la relación con ella se ve a veces mediada por emociones y sentimientos; no depende sólo de vínculos formales sino del uso que de ella se haga; y, por último, posee espacios y objetos que pueden asumir significados y funciones diversas según el uso que de ellos se haga.
Pero esta "casa" que nos describe la autora, va más allá del espacio y sus objetos. Al igual que "la casa de Sarmiento" al ser relatada, encierra diferentes concepciones de "la familia" y "el trabajo".
Sarmiento nos habla de "los dos personajes accesorios" (Sarmiento, 1961:145) de su familia: la Toriba -zamba criada en la familia, amiga y "mano derecha" de su madre- y Ña Cleme -india "renegrida por los años" (Sarmiento, 1961:146), querida de un familiar materno de Sarmiento en su juventud.
Así, nos llega la clara idea de que ese "hogar" era habitado por lo que hoy llamamos familia extendida; y que su madre poseía estrechos vínculos de sororidad, cooperación y apoyo mutuo con otras dos mujeres.
Respecto a este punto, Evangelista (2011:204) sostiene que:

Además, estas representaciones muestran diferentes aspectos donde el componente femenino de la casa no se detiene en la familia biológica en sentido estricto, sino que va más allá dado que los criados y las criadas forman parte integrante de la familia y de su productividad, a la cual contribuyen con su propio trabajo.

En "La creación del patriarcado" (Lerner, 1990:344), la autora nos habla de la cultura de la mujer, que ella visualiza como "la base en la que las mujeres apoyan su resistencia a la dominación patriarcal y reivindican su poder creador para dar forma a la sociedad. El término supone la reivindicación de una igualdad y de una conciencia de hermandad."
Deteniéndonos en los detalles de que se dispone de éstas dos mujeres -la Toriba murió de tanto parir hijos y Ña Cleme era discriminada por cuestiones "morales"- y sumándolos a la pobreza y soledad de Paula Albarracín, podemos hablar de una sororidad existente entre estas mujeres que conformaban "la familia ampliada".
Nos dice Evangelisti (2011:206) que "Otro elemento que integra a las mujeres en las relaciones entre la casa y la sociedad externa es el trabajo", y que "Más concretamente la posibilidad para la casa de usarse como lugar de trabajo hace que algunas profesiones -aquellas que se pueden desarrollar en el propio ámbito doméstico- estén más que otras al alcance de las mujeres."

Esta idea de la casa como espacio de trabajo, por tanto no claramente "privado", lo abordan diferentes autoras. López-Cordón no se refiere específicamente a la "casa taller", pero sí nos habla de los saberes que dentro de ella se transmiten -sobre todo a través de las madres.
Si nos detenemos en la biografía de Sarmiento, observamos que a sus hermanas se las preparó para desempeñarse como tejedoras en esa unidad doméstica, mientras que una educación más intelectual le fue asignada a él por ser el único varón entre los cinco hijos.
El trabajo de las mujeres es un eje importante de análisis para Perrot (2008), quien le dedica todo un capítulo de su libro. Cuando la autora se refiere al trabajo doméstico lo hace entendiéndolo como un trabajo que tiene como fin la reproducción y preservación de los integrantes del núcleo familiar. Sin embargo, aborda el tema de los talleres que funcionaban en el ámbito doméstico al referirse a la vida cotidiana de las campesinas.

La campesina es una mujer ocupada, preocupada antes que nada por vestir (saber hilar) y alimentar a los suyos (autosustento y preparación de la comida) y, si es posible, por aportar al hogar un dinero suplementario, a partir del momento en que el campo se abrió al mercado: mercado alimentario, mercado textil. Desde muy temprano, hila para afuera, o hace encaje (por ejemplo en las regiones del Puy, de Aleçon o de Bayeux) que los fabricantes acuden a buscar a los pueblos. El lujo, en la corte y en la ciudad, sobre todo a partir del siglo XVII, acrecentó la demanda en dirección a las mujeres, que de esta manera entraron en el circuito del dinero. (Perrot, 2008:140).

Claramente, vemos líneas historiográficas que tienen en cuenta los aportes concretos de las mujeres como Paula Albarracín a una esfera que excede la privada.
En este tipo de unidad doméstica quedan reconocidas pues negociaciones hacia dentro y fuera de la unidad. A esas negociaciones, y a las relaciones de género que en ella se visualizan, se refiere Agarwal (1999), quien advierte que la categoría de género debe cruzarse con otras estructuras sociales jerárquicas como clase, casta y raza. Estas variables, sostiene, nos darán como resultado una capacidad de negociación dentro y fuera de la unidad doméstica.

El nuevo y creciente interés de los economistas por las dinámicas intradomésticas hace que traten estos temas. Por ejemplo, se critican cada vez más a los modelos "unitarios" de unidad doméstica, que asumen que sus miembros buscan maximizar la renta dadas una serie de preferencias comunes, representadas por una función de utilidad agregada y un presupuesto común. Algunos modelos alternativos de unidad doméstica utilizan la teoría de juegos para comprender mejor cómo se produce la toma de decisiones en la familia, teniendo en cuenta las diferentes preferencias individuales, las limitaciones del presupuesto y el control del uso de los recursos. Aunque no suelen tratar de forma explícita las desigualdades de género, pueden incorporarlas, lo que les convierte en un modelo útil para analizar las relaciones de género y dirige en una nueva dirección el pensamiento económico. (Agarwall, 1999:14).

Este artículo aporta una visión completa acerca de cómo se podrían leer desde teorías económicas, las distintas fuerzas en tensión dentro de la casa materna de Sarmiento: relaciones de género, capacidad de negociación en cuanto a la distribución de recursos y de tareas domésticas.

Los aspectos que hemos abordado desde las biografías vistas a la luz de de estudios de mujeres que aportan desde diferentes disciplinas -historia, antropología, sociología, economía- nos hablan de la importancia de leer los datos del discurso histórico desde el contexto más amplio que nos dan los estudios culturales.
Varios autores abordan la importancia que revisten estos estudios, y son aplicables al tema propuesto. Pero antes de recorrerlos, citaré frases acerca de Paula Albarracín extraídas de diferentes autores que escriben la biografía de Sarmiento:

En lo que este niño fue más tarde como gran patriota, en su fervor por el progreso de su país, en su entusiasmo para llevarlo a cabo, parecería confirmarse la tesis de que en los hijos repercute el estado espiritual de los padres al concebirlos y particularmente el de la madre, durante su gestación. (Galván Moreno, 1938:15).2

Paula poseía infinidad de aptitudes manuales. (...) Ausente casi siempre su padre, tocó a la madre inculcar a sus hijos los sanos principios de moral, de severa dignidad y orgullo que eran la única herencia que quedaba de las pasadas grandezas de una familia venida a menos. `Bienaventurados los pobres que tal madre han tenido´ (...) El niño era feliz. Había ternura en su hogar. (Galván Moreno, 1938:16-17).

Doña Paula era mujer de singular carácter y de no comunes virtudes (Weinberg, 1963:6)3.

Al padre, casi siempre ausente, poco pudo tratarlo; pero veneró tiernamente a su madre, que mantuvo el hogar numeroso: sobrevivieron cuatro mujeres y Domingo, el quinto hijo. (Anderson Imbert, 1967:15)4. (4)

Algo ayuda el trabajo lento del padre, resignado en su precaria hidalguía, y sólo movido a la acción intensa por el patriotismo o por la política. En cambio, la madre dedícase con valentía industriosa al sostén del hogar, complicado por la provisión doméstica de casi todas las necesidades corrientes, y por el pequeño comercio suplementario que las relaciones más pudientes estimulan a título de compasiva clientela. (...) Claro es también que semejante influencia dio a aquella vida semialdeana los tres rasgos característicos del predominio femenil: la quietud, la devoción y la rencilla. Era la vida lenta, de conformidad sumisa en la posición heredada, de aspectos automáticos a fuerza de ser invariables, de aburrimiento ya habitual en su monótona timidez. (Lugones, 1960:30-31). (...) Parece que tales contrastes produjeron la mayor desolación al padre apático y a la madre iletrada, si bien aspirante en su energía directriz." (Lugones, 1960:31)5.

Geertz (1987:20) nos indica "Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones." En otro tramo de su trabajo sostiene "...la cultura es un contexto dentro del cual pueden describirse todos esos fenómenos de manera inteligible, es decir, densa." (Geertz, 1987:27).
Describiendo el valor de los escritos antropológicos, también nos advierte que son ficciones en el sentido que son algo "hecho", "formado", o "compuesto". Así,
La cultura se aborda del modo más efectivo, continúa esta argumentación, entendida como puro sistema simbólico (la frase que nos atrapa es `en sus propios términos´), aislando sus elementos, especificando las relaciones internas que guardan entre sí esos elementos y luego caracterizando todo el sistema de alguna manera general, de conformidad con los símbolos centrales alrededor de los cuales se organizó la cultura, con las estructuras subyacentes de que ella es una expresión, o con los principios ideológicos en que ella se funda. (Geertz, 1987:29).
Tomando cualquier relato acerca de "la-mamá-de-Sarmiento" de los citados vemos la profundidad y relevancia que revisten las apreciaciones de Geertz, en cuanto lo que se transmite está absolutamente mediado por lo que nuestra cultura interpreta como "una buena madre".
También Chartier (2007:33) nos aporta conceptos para revisar estos datos históricos sobre Paula Albarracín. El autor nos dice que "esta manera de pensar borra, al recurrir a lo colectivo, la originalidad de cada expresión singular, y encierra, en una coherencia ficticia, la pluralidad de los sistemas de creencias y de las modas de razonamiento que un mismo grupo o un mismo individuo pueda movilizar sucesivamente."
Es evidente en el caso propuesto que los individuos que relatan esta historia sufren "coacciones y las convenciones que limitan -con más o menos fuerza, según la posición que ocupan en las relaciones de dominación- lo que les es posible pensar, decir y hacer." (Chartier, 2007:41).
Turner también aporta a la cuestión. El autor describe lo que unifica a los Estudios Culturales. Entre esas ligazones se encuentran las categorías teóricas que explica detalladamente en su trabajo6.
Dentro de estas categorías, encontramos a la semiótica. Al respecto, Turner dice "El producto cultural -significado- es de vital importancia. Si la única posibilidad de entender el mundo es a través de su `representación´ a través de la(s) lengua(s), necesitamos algún método para manejarnos con la representación, con la producción de sentido." (Turner, 1990:16).
Más adelante agrega que "la semiótica nos permite analizar la especificidad cultural de las representaciones y sus significados." (Turner, 1990:17).
En su recorrido llega a citar el ensayo de Barthes "El Mito Hoy", en el que sostiene que hay sentidos sociales que se unen a los signos, del mismo modo que las connotaciones se adhieren a las palabras.
A estas asociaciones culturales y conocimiento social que se agrega a los signos es lo que él llama "mitos", "no intentando sugerir que son necesariamente falsos, sino que operan, como lo hacen los mitos en las sociedades primitivas, para `explicarnos´ el mundo." (Turner, 1990:19).


Y, tal vez, aquí esté la clave para entender en qué contexto se nos relata la vida de la madre de Sarmiento. Qué aspectos se subrayan, cuáles se omiten o minimizan. Qué ideología cruza estos relatos. Sin dudas, se trata del mito de la mujer = madre, fundante de la discursividad patriarcal hegemónica, que tan claramente caracteriza Fernández (2010). Y el poder de este mito en nuestras subjetividades es aún más fuerte que los relatos de la historia, que nosotros en tanto lectores también colaboramos en reducir a él.
En otras palabras, a las minimizaciones u omisiones de la historiografía, contribuimos como lectores a darles un sentido final que desemboca en el mito de mujer = madre.

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A modo de cierre

Turner nos habla extensamente de la ideología que impregna todo discurso. Y hoy sabemos que los relatos de las ciencias son también discursos culturales, por ende expuestos a ser analizados desde paradigmas que las exceden.
Puesta a pensar en lo que de ideológico puede haber en la caracterización de Paula Albarracín que nos ha quedado inscrita en tanto sociedad, creo que se trata de la reprodución disciplinadora del mito de la mujer = madre.
Mediante un cuidadoso listado de los roles que ella desempeñaba (y una igualmente importante minimización de los que no se corresponden con el estereotipo dominante); de la exaltación de sus virtudes que la describen como una "buena mujer", y pasando por las subjetividades lectoras y su aporte, se llega a la construcción cultural de la madre "abnegada y humilde hasta el sacrificio".
Ocultos, puestos a un costado, negados quedarán varios datos de su vida que nos hacen verla -como decimos actualmente- como a una mujer empoderada.
Pocos han investigado demasiado a las dos mujeres que con ella compartían la vida, ni subrayan que su tejido no constituía muestra de laboriosidad ociosa femenina sino que constituía un trabajo producido para comerciar. También omiten decir que leía, y algunos historiadores hasta afirman lo contrario. Que tal vez el cura Castro -que según el propio Sarmiento era estudioso de la filosofía- haya dejado en la formación de Paula algo más que un aporte espiritual. Se hace difícil saberlo, tal fue el recorte practicado sobre el relato de su vida.

Dice Geertz (1987:36) que:

En lugar de seguir una curva ascendente de comprobaciones acumulativas, el análisis cultural se desarrolla según una secuencia discontínua pero coherente de despegues cada vez más audaces. Los estudios se realizan sobre otros estudios, pero no en el sentido de que reanudan una cuestión en el punto en el que otros la dejaron, sino en el sentido de que, con mejor información y conceptualización, los nuevos estudios se sumergen más profundamente en las mismas cuestiones. Todo análisis cultural serio parte de un nuevo comienzo y termina en el punto al que logra llegar antes de que se le agote su impulso intelectual. Se movilizan hechos anteriormente descubiertos, se usan conceptos anteriormente desarrollados, se someten a prueba hipótesis anteriormente formuladas; pero el movimiento no va desde teoremas ya demostrados a teoremas demostrados más recientemente, sino que va desde la desmañada vacilación en cuanto a la comprensión más elemental, a una pretensión fundamentada de que uno ha superado esa primera posición.

Sus dichos los tomo como una invitación, la invitación a volver a sumergirnos en viejas cuestiones que aprendimos hace mucho.
Así, todo puede leerse, o decirse, de otros modos. Acaso más justos.

Notas

1 Sarmiento explica que el "hábito dominico" era practicado por su madre.

2 La negrilla es mía: necesidad de resaltar la virtuosidad de las mujeres asociada al ejercicio de su sexualidad.

3 La negrilla es mía y pretende destacar el carácter de excepcionalidad con que se trata a las mujeres cuando "hacen algo bien".

4 La negrilla es mía y apunta a remarcar "el pedestal en que todo buen hombre coloca a su madre" en un caso. En el siguiente, la omisión de los nombre propios de las hijas mujeres.

5 Nótese la asignación de intereses determinados por el sexo, y el nulo valor asignado a la producción de tejidos de Paula Albarracín. Con la negrilla deseo destacar el alarde que hace el autor de sus creencias respecto a los roles de género y a la condición de analfabeta, aunque el propio Sarmiento afirma lo contrario.

6 Las citas de Turner que se transcriben a continuación son de traducción propia.

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Fuente: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1669-57042013000100011
Recibido: 25 de marzo de 2013.
Aceptado: 15 de abril de 2013.

GALERIA MULTIMEDIA
Paula Albarracín de Sarmiento
El telar de Paula Albarracín de Sarmiento, madre de Domingo Faustino, Sarmiento, se encuentra en una de las nueve salas de la casa.
Sala Legado - Museo Casa Natal de Sarmiento. (Foto de: welcomeargentina)
Casa Natal y Museo Sarmiento.
Casa Natal de Sarmiento
Casa Natal de Sarmiento.
Bienvenida Sarmiento y su madre, Paula Albarracín de Sarmiento.
La famosa higuera de doña Paula es uno de los lugares más fotografiados por los turistas
José Clemente Sarmiento Funes y Paula Albarracín, padre de Domingo Faustino Sarmiento.