Saturnino Sarassa. Aprendiendo a “cocinar” gobernadores. (1812 - 1813)

En San Juan siempre sonaron campanas al vuelo. Cuando llegaba un gobernante foráneo, para recibirlo con honores. Y cuando se lo había desgastado y humillado, festejando su partida


 Los sanjuaninos tenemos algunas particularidades.
Formas de actuar que nos vienen desde muy lejos.

Provincia terminal, condenada al aislamiento hasta no hace mucho, se fue generando en el seno de la sociedad un rechazo hacia lo que viniera de afuera.

Un ejemplo de lo que decimos lo tuvimos con el primer gobierno patrio.

 

La patria estaba naciendo y el 29 de enero de 1812, el Triunvirato resolvió la eliminación de las juntas provinciales y subordinarias. Serían reemplazadas por un nuevo sistema de gobierno. En adelante, se designarían gobernadores y tenientes gobernadores.

San Juan era parte de la provincia de Cuyo, dependiente de Córdoba. Por lo tanto le correspondía una tenencia de gobernación.

 

La noticia llegó a la provincia en los primeros días del año 1.812. Saturnino Sarassa había sido designado primer teniente gobernador de San Juan.

-¿Quién diablos es este Sarassa?-, preguntaba la gente en la calle.

 

En aquellos años no había diarios, radios ni canales de televisión. Tampoco se podía recurrir a Internet.

Por lo que aquellos lejanos abuelos no tuvieron más remedio que recurrir al testimonio de algunos viajeros.

Los arrieros eran los hombres que traían las noticias. Y las desparramaban en las corridas de toros que por aquellos años se realizaban en nuestra Plaza Mayor, hoy 25 de Mayo.

 

-Se sabe que nació en Buenos Aires el 9 de agosto de 1760, siendo sus padres, Javier Saturnino de Saraza Mador y Juana Josefa de Tirado y Castro. Fue bautizado con los nombres de Saturnino José Lorenzo-, decían

 

-¿Tiene estudios?

-Nada se sabe sobre su primera juventud. Se supone que recibió una esmerada educación, dedicándose al comercio, pues en 1794 figuró como vocal del Real Consulado del Comercio en Buenos Aires.

 

-¿Cuándo se hizo militar?

-Su carrera militar empezó con motivo de la Reconquista de Buenos Aires. En esa oportunidad mereció que se le extendiesen despachos de teniente de la 7ª Compañía del 1er Batallón de la “Legión de Patricios” el 8 de octubre de 1806. Con ese grado asistió al malogrado combate de los Corrales de Miserere, el 2 de julio de 1807, y a los ataques que se sucedieron en los días subsiguientes. Fue especialmente señalado por el valor con que atacó con su compañía a las fuerzas enemigas que se dirigían a apoderarse del convento de Santo Domingo.-

 

-Pero ¿cómo es el tipo?

-Es un hombre maduro, tiene 51 años y es viudo. Entró en el Ejército - donde tiene el grado de teniente coronel-, en la guerra para expulsar a los ingleses de Buenos Aires, en 1.806.

 

-¿Es viudo?

-El hombre se había casado el 5 de abril de 1790 con María de Herrero, porteña, hija de José de Herrero y San Martín y Juana de Cosio Terán quien falleció muy joven.

 

En el cabildo local la noticia cayó muy mal.

-¿Por qué no podemos elegir nosotros a nuestro gobernador? ¿Qué sabe este Sarassa de San Juan?

Pero ya era imposible parar la designación.

El 7 de febrero de 1812 se completaron los trámites con el nombramiento formal y ante el hecho consumado, los sanjuaninos actuaron como siempre lo harían cada vez que un nuevo gobierno se hiciera cargo del poder.  

“El pueblo sanjuanino recibe a don Saturnino Sarassa con el mayor aplauso y regocijo de todo el vecindario”,  consignó el comunicado oficial.

Pero detrás de las palmadas y las sonrisas... ¡se les veían los dientes...!

No fue extraño, entonces, que la primera medida de Sarassa fuera ordenar “la reparación de las pocas armas de chispa que quedan en manos del gobierno para mantener la tranquilidad y el orden público y hacer respetar las leyes y providencias”.

 

Quiénes eran los sanjuaninos

 

Fue así como don Saturnino se encontró al frente de una provincia en la que vivían 3.591 personas en la ciudad y otras 9.388 en la campaña.

De los que vivían en la ciudad, 1.558 eran americanos (criollos y mestizos); 40 españoles, 17 extranjeros, 500 indios, 1.409 negros y 67 religiosos.

En la campaña, en cambio, residían 2.882 americanos, 25 españoles, 24 extranjeros, 5.299 indios, y 1.268 negros.

Según ese censo, de los 1.409 negros que vivían en la ciudad, 230 eran libres y 1.179 esclavos. De los 1.268 que habitaban la zona rural, había 962 libres y 306 esclavos.

 

Beatos y marranos

 

Pero volvamos a nuestro primer teniente gobernador.

Sarassa asumió condicionado por dos grandes problemas. En el plano nacional, el viraje que significó el Triunvirato contra la anterior política de la Junta Grande. Y en el plano local las tradicionales peleas entre “beatos” y “marranos” y la presencia en cada uno de esos grupos de partidarios del centralismo y del provincialismo.

A eso debía sumarse que sólo unas pocas familias contaban en la provincia y que parentescos o intereses contribuían a la formación de grupos.

 

En toda historia y aunque todos coincidan en sus objetivos, unos juegan de amigos y otros de opositores.

¿Por qué iba a ser distinto en este caso?

Los marranos pronto buscaron un acercamiento. En ese grupo estaban José Ignacio de la Roza, Aberastain y Godoy. Decidieron enviar al nuevo teniente gobernador un oficio señalándole “la dulce complacencia que a los firmantes le producía el arribo del teniente gobernador don Saturnino Sarassa y dan gracias por la buena elección de este jefe”.

Como siempre ocurre, hasta algún beato despistado firmó el oficio.

En realidad, más que congraciarse con Sarassa lo que hacían era provocar al sector barrido por la junta subalterna, en especial los hombres fuertes hasta ese momento, José Javier Jofré y el ex diputado José Ignacio Fernandez Maradona.

 

 

“No es un patriota”

 

Para colmo de males, un joven abogado estaba dispuesto a iniciar su carrera política sin reparar en medios. A diferencia con los Del Carril o De la Roza, que eran de familias ricas, este joven idealista tenía sus estudios universitarios pero era de familia pobre. Se llamaba Francisco Narciso de Laprida.

Laprida, alcalde de primer voto del cabildo, apuntó sus dardos contra Sarassa con un  argumento bien demagógico:

-Sarassa se ha entregado a la administración anterior. No es un patriota sino que pretende que volvamos a depender del rey de España-, afirmaba en las pocas fondas existentes en aquella aldea chata y sin árboles, el futuro presidente del Congreso de Tucumán.

 

La lucha por el poder ya estaba instalada.

Y atrás de esa lucha había intereses concretos. Uno de ellos era -siempre fue así-, el económico.

La economía de San Juan en 1812 se basaba en la producción de malos vinos, buenos aguardientes y frutas secas.

La distancia a centros de consumos más importantes condicionaba el comercio, que estaba centrado fundamentalmente con Chile.

El engorde de ganado y la cría de caballares y mulares en la zona cordillerana era la base de ese comercio.

 

 

Un órgano humano muy sensible

 

Pero habíamos dicho que la patria estaba naciendo.

Y está visto que el bolsillo es el más sensible de los órganos humanos.

Una de las causas por las que Saturnino Sarassa no logró ganarse a los sanjuaninos fue por las contribuciones patrióticas forzosas que debieron hacerse para el mantenimiento de tropas que reclamaba Buenos Aires.

Porque no nos engañemos. Para los patriotas porteños, era clave tener gobernantes amigos si pretendían  financiar la revolución.

La contribución patriótica de noviembre 1813, la sexta durante la administración de Sarassa, estableció un aporte para San Juan de 30 mil pesos.

Lógicamente, todos pusieron el grito en el cielo.

-¿De dónde vamos a sacar esa suma?-, se preguntaban.

 

Aquellos patriotas eran insaciables cuando de reunir fondos para liberar a la patria se trataba.

Es así como en San Juan se hizo una lista en las que se incluyó a todo ser que caminara erguido sobre sus pies. Así cayeron desde funcionarios a viudas desconsoladas; desde comerciantes enriquecidos a religiosos sin fortuna.

Al clero, precisamente, se le fijó un aporte de 1800 pesos.

Fray Domingo Barreda, prior del convento de Santo Domingo fue claro en su exposición:

-No podemos sufragar en numerario las ingentes necesidades de la patria pero ofrecemos aplicar un quinquenio de misas cada mes por el éxito de las armas y por las almas de los ínclitos hijos que muriesen en su defensa y de la santa causa de la libertad.

El trueque o canje era toda una institución. ¿Por qué no canjear misas y apoyo celestial a la causa revolucionaria?

 

Lo importante es que el prior tuvo éxito. Ante ello, otros sacerdotes hicieron similares presentaciones. Finalmente aportaron 315 pesos “que es cuanto poseemos”, según explicaron.

Estas contribuciones forzosas de las que nadie podía escapar “pudiera o no pagarlas”, causaron gran irritación en la población y el destinatario de todas las broncas fue don Saturnino.

 

La gente se cansó de aportar

 

No sólo dinero necesitaba la patria. También reclamaba soldados, mulas y uniformes para el sostenimiento del ejército involucrado en la guerra de Montevideo y la invasión realista por el Alto Perú.

El 12 de julio San Juan envió un último contingente y fueron varios los pobladores que dijeron basta.

-No es posible que sigamos enganchando gente sin formación militar, preparada solamente para realizar tareas agrarias. San Juan se está quedando sin brazos para trabajar la tierra y sin animales, porque todo se lo lleva el Ejército. Nuestra capacidad está extenuada.

Sin embargo, en julio de 1812 Sarassa anunció nuevos enganches. El Cabildo se opuso terminantemente pero no tuvo éxito. Aunque se dilató un poco la medida, en septiembre quedó conformado el Cuerpo de Cívicos que comandaba el propio teniente gobernador.

Hasta el uniforme quedó definido: casaca encarnada con vuelta en azul vivo, interior blanco y banda celeste.

 

Comienzan a conspirar

 

A esta altura y pese a los afectuosos saludos protocolares y las salvas lanzadas al viento con que lo recibieron, los sanjuaninos con ambiciones de poder ya conspiraban contra el bueno de Sarassa, inmerso en un pueblo cuyos códigos desconocía y sin apoyo sincero de sector alguno.

Una imprevisión del gobierno superior se transformó en eje del debate. El gobierno patrio no se había preocupado por delimitar con claridad cuales serían las funciones del cabildo y cuáles las del teniente gobernador. Diplomáticos, los miembros del Cabildo se lo hicieron saber a Sarassa:

-Las comunes ocurrencias que hay con este Cabildo a falta de reglamento especial, inducen a representar a V.E. la urgencia en que se halla para hacer respetar su autoridad, sin temor a excederse en los términos de su jurisdicción-, dijeron en una nota.

 

La tirantés entre el Cabildo y el teniente gobernador llegaron a un grado extremo a mediados de 1813.

Las relaciones eran tan absurdamente enfrentadas que hasta los más medulosos historiadores han optado por un prudente silencio sobre esta etapa, caracterizada por las bajezas y la pasión demostrada por varios futuros próceres sanjuaninos.

Ya la situación no daba para más.

Pero... ¿Cómo destituirlo a Sarassa?

En aquella pequeña aldea de poco más de tres mil almas donde no más de cincuenta familias contaban, no hacía falta medios de difusión. Los rumores corrían demasiado rápido.

Y este rumor tenía fuerza:

-Está en marcha una conspiración de los españoles.

 

 

Un caso de psicosis colectiva

 

El historiador Horacio Videla recuerda que la historia registra casos de psicosis colectiva como el que vivió San Juan en aquellos días. Y cita la conspiración de la pólvora en Inglaterra, con una noche de San Bartolomé para los católicos; el telegrama de Ems de Bismark que encendió la guerra franco-prusiano, la condena dictada contra el periódico El Restaurador de las leyes que provocó la caída del gobierno de Balcarce.

San Juan vivió su guerra psicológica: la “conjura de los españoles” en Cuyo, en 1813.

 

Rumores similares circularon en Mendoza. Pero no tomaron la dimensión de San Juan, donde se salió a la caza de los conjurados.

Nada se pudo probar pero el Cabildo no podía quedarse de brazos cruzados ante tamañas versiones. Y como siempre hay un culpable, se decidió expulsar a 40 españoles solteros, sin radicación definitiva, que por aquellos días transitaban por nuestra aldea.

 

La mecha estaba encendida.

Y alguien tenía que pagar los platos rotos.

¡Quien otro que el bueno de Sarassa!

El 30 de septiembre, el Cabildo, alegando “la indiferencia criminal con que Sarassa parece mirar el peligro realista, sin tomar providencias para conjurarlo”, destacó una representación del vecindario con un considerable número de firmas, exigiendo su renuncia.

Sarassa no entendía lo que pasaba.

-¿De dónde han sacado estos locos que hay una conspiración?-, se preguntaba.

No tuvo mucho tiempo para darse respuestas. Los más exaltados ya pedían su cabeza.

-¡Hay que fusilarlo!

El pobre viudo descubrió que había perdido el poder y sólo atinó a huir, refugiándose en Mendoza, en medio de un coro de voces que, amenazantes, reclamaban su muerte.

Igual que había ocurrido meses antes cuando llegó, las campanas de la ciudad alzaron a vuelo, esta vez festejando la caída del gobierno.

El exilio en Mendoza

 

Desde su exilio en Mendoza, Sarassa logró la designación de un juez comisionado para deslindar responsabilidades.

De este modo la provincia tuvo su primer interventor nacional.

La elección recayó en el doctor José María García quien instruyó un sumario.

En ese sumario consta la declaración de Sarassa en la que afirma que “en vano trató de disuadir a sus adversarios el errado concepto que tenían sobre su persona”.

Afirmó que ­”era el más verdadero patriota, como le consta al gobierno nacional que sabe los padecimientos que he sufrido en la expedición del Paraguay, donde fui prisionero. Si así no fuese y existen datos ciertos de mi infidelidad (connivencia con los realistas) estoy pronto para que cualquiera me quite la vida de un bastonazo”.

 

Digamos que los autores e instigadores del movimiento fueron arrestados. Entre ellos Laprida que según un comunicado del comisionado García fechado el 20 de diciembre, fue “uno de los individuos comprometidos en el movimiento del 30 de setiembre pasado quien, burlando el 14 de diciembre el celo de los centinelas ha fugado de San Juan creyéndose va en viaje a Buenos Aires”.

El 14 de enero de 1814 se cerró la causa instruida, con una condena contra los autores y demás implicados como “perturbadores del orden y la tranquilidad pública”.

 

El final de la historia

 

¿Cómo terminó la historia?

Digamos que Saturnino Sarassa fue repuesto en el mes de enero por el gobierno superior.

Pero ya nada quería saber con esta provincia.

A los pocos días renunció y dio por terminada su carrera política. Dicen que ni siquiera cobró el sueldo de 800 pesos anuales que se le había fijado. Tampoco aceptó ser nombrado teniente gobernador en La Rioja

Pero no hay mal que por bien no venga.

Durante su exilio en Mendoza, el viudo militar y desafortunado primer teniente gobernador de San Juan, entró a noviar con una joven de aquella provincia, María Felipa Moyano. Y ese mismo año 1813, se casó en segundas nupcias.

 

Sintiéndose enfermo, atacado por una ciática crónica adquirida en la campaña del Paraguay, el 8 de agosto de 1814, a su requerimiento, el general San Martín le concedió la cédula de retiro a inválidos con una módica pensión.

 

En 1818 fue miembro del Cabildo de Mendoza, donde residió algunos años; pero habiéndole el gobierno de aquella provincia suspendido la pensión de que disfrutaba por no ser natural de allí, debió regresar a Buenos Aires.  El 24 de setiembre de 1824 solicitó Sarassa pasar a la ciudad de Mendoza, con 8 meses de licencia, para traer el resto de su familia a Buenos Aires, lo que se le concedió el día 25.

 

Después de largas gestiones, al fin consiguió entrar al Cuerpo de Inválidos el 1º de agosto de 1824, en calidad de teniente coronel con la pensión de 40 reales.  Vivió pobre y olvidado en su retiro hasta su fallecimiento ocurrido en Buenos Aires, el 26 de setiembre de 1835, siendo enterrado en la Recoleta. 

 

Laprida, por su parte, siguió con su ascendente carrera política.

Por su parte, marranos y beatos, continuaron gastando energía en conspiraciones, derrocamientos, y estupideces.

Pero por encima de las anécdotas, había quedado expuesta en forma por demás contundente una de las características del sanjuanino: al poder no se lo combate detrás de una idea, por más patriótica que ésta sea. Se lo palmea mientras se lo va condicionando, hasta que se cocina en su propia salsa.

 

 

 

 

Fuentes:

Arias, Héctor Domingo y Peñaloza: Historia de San Juan

Bataller, Juan Carlos – Revoluciones y crímenes políticos en San Juan

Videla Horacio: Historia de San Juan

Juan Pablo Echagüe: Paisajes y figuras de San Juan, Buenos Aires: Tor, 1933.

José María Rosa: Historia argentina

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado: www.revisionistas.com.ar

Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939). www.revi

Volver al índice

GALERIA MULTIMEDIA
Saturnino Sarassa en una carbonilla de Santiago Paredes.
Saturnino Sarassa, fijó al clero un aporte de 1800 pesos. Ilustración de Miguel Camporro.
Saturnino Sarassa en una carbonilla de Santiago Paredes.
Sarassa y el clero.
Saturnino Sarassa