“Pucllay”: del quechua, jugar, que resume la acción típica de las fiestas del Carnaval, como en las antiguas celebraciones preparatorias de la guerra.
Este ser extraño y caprichoso, de origen mitológico quechua, es el gran animador de la “Chaya” (1) durante el Carnaval, símbolo de la fertilidad.
Vive oculto y aletargado todo el año, permaneciendo ignorado en cavernas y grutas desconocidas de la cordillera, salvo durante los tres días que preceden al miércoles de Ceniza.
Tiene la forma y el tamaño de un hombre común, vestido de harapos y pedazos de vellón de oveja y sucio en sumo grado, con el rostro, el pelo y la barba mugrientos y desgreñados. Por las roturas del sombrero descolorido le salen rimeros de pelo sucio. Usa unas uchutas(2) deshechas y tiene los pies agrietados y cubiertos de desolladuras.
El domingo es el día que sale de sus antros para ir a “chayar”. Eso significa andar en Carnaval, machado y jugando con agua. La fiesta se prolonga durante tres días y el “Pucllay” desaparece el miércoles para no volver hasta el año siguiente. El agua y el almidón han contribuido a aliviar su estado cochambroso.
Como es sabido, el Carnaval finaliza con batallas de almidón cuando los vapores de la “chicha” y de la “aloja” no permiten bailar más a los participantes.
Las gentes supersticiosas demuestran su duelo por la pérdida del “Pucllay”, haciendo en su honor un muñeco vestido de harapos.
(1) “Chaya”: juego con agua durante el Carnaval, para concluir significando el Carnaval mismo. “Chayahii”: del quechua “hacer llegar el agua”.
(2) “Uchuta”: es una de las formas usadas entre los incas o sus allegados para referirse a la ojota o usuta.
Extraído del libro “Leyendas y supersticiones sanjuaninas”, de Marcos de Estrada Editorial Tucuma, Argentina, 1985.
Ilustración de Miguel Camporro.