Las correrías de José Dolores por los “pagos" de Angaco, San Martín y Pocito forman parte de la historia policial. A la manera de Robin Hood, fue autor de innumerables delitos contra la propiedad, aunque entregaba lo que robaba a los más necesitados
A mediados del siglo XVIII llegaron a Angaco Sud, hoy San Martín, procedentes de Córdoba, don Lucas Faginay y su esposa Salona Castro.
Realizaron el viaje en una antigua carreta tirada por bueyes, durante largas y penosas semanas, debiendo trajinar por extensas llanuras y sierras. Este matrimonio, dedicado a las labores de campo, se instaló en la finca de don Bonero Correa. Pronto armaron su rancho y allí nació el robusto varón que más tarde se llamaría José Dolores.
Eran los años de las contiendas bélicas con el Paraguay. Debido a que Faginay era joven y tenía condiciones para la lucha, fue alistado en las filas del ejército. Desde entonces nada se supo de su paradero. Alguien comentó alguna vez que fue chuceado en una escaramuza, pero no hay certezas sobre su destino.
Mientras tanto, su esposa dio a luz al niño y, para males mayores, dejó de existir poco después del alumbramiento. Fue así como la criatura fue a parar a manos de la sobrina del patrón de la finca, la señorita Saturnina Arce, quien se encargó de bautizar al niño el 19 de mayo de 1805, día de San José, y Dolores por haber sufrido la temprana pérdida de los padres.
Desde muy chico José Dolores dominó los trabajos del campo y se destacó en montar y domar potros.
Así fue pasando su infancia en aquella finca de Correa hasta que cumplió los 15 años. Para entonces, el patrón le había regalado un hermoso caballo con el cual se impuso en las cuadreras de la zona.
Un día, bien de madrugada, ensilló su cabalgadura y se despidió de su madre adoptiva, anunciándole que se iba a buscar nuevos horizontes.
El joven gauchito, que no le temía al trabajo, deambuló por distintas estancias de varios departamentos. Siempre se destacaba como buen domador y en las fiestas de postas y caseríos era la figura que sobresalía como payador y cantor, destacándose con la guitarra que siempre alguien le hacía llegar.
Ya hombre “mozo”, empezó a trabajar en la estancia de Maurín, abuelo de quien luego fue el gobernador de San Juan. En ese lugar le encomendaron la misión de realizar arreos a Chile.
Comandó entonces una partida de peones para trasladar ganado vacuno y caballar hasta la localidad de Ovalle, en el vecino país. Varias veces cruzó la cordillera cumpliendo su tarea.
Durante esas jornadas, José Dolores conoció la pobreza de alguna gente, comprobó incluso que algunos carecían de vestimenta y comida. Así fue como, sin el consentimiento del patrón, decidía carnear alguna vaca o becerro para repartir entre esas familias. Otras veces gastaba los pocos pesos que ganaba por mes en la compra de mercaderías y llegaba hasta los ranchos más lejanos para entregar a los moradores necesitados.
José Dolores se convirtió en el gaucho benefactor, dando lugar a la acogida cordial de las personas beneficiadas por este “Angel de la guarda”, como algunos lo nombraban.
Los dueños de estancias, tanto de Angaco como de Pie de Palo y también de La Rinconada, empezaron a sentirse molestos por las correrías del gaucho José Dolores, debido a que estaba desapareciendo toda clase de animales.
Aquel personaje ya era reconocido como cuatrero y como tal, se convirtió en un prófugo de la ley. Sin embargo, siempre fue bien recibido en la finca de la familia Maurín, donde cada vez que volvía le ofrecían protección y alimento.
El gaucho proscripto se había ganado la confianza del señor Maurín, pues cuando observaba en otras fincas la presencia de vacunos y caballares con la marca de Maurín, hacía transmitir la novedad a éste, quien se encargaba de disponer el traslado de esos animales a su estancia.
En una ocasión en que José Dolores escapaba de una partida policial, fue sorprendido por una patrulla de montoneros y colorados, que se encargó de conducirlo hasta un fortín.
Inmediatamente quedó incorporado a ese cuerpo. En ese lugar, realizando tareas internas y guardias, permaneció varios meses, pensando que ya habría sido olvidado por quienes lo perseguían. Amante de la libertad como era, una noche, cuando cumplía con una consigna, se apoderó de un caballo y emprendió la fuga a campo traviesa. A sus cargos de cuatrero se sumaba ahora el de desertor renovando su pedido de captura.
El gaucho prófugo quedó marginado de la ley y pasó a ser buscado por la policía de varios departamentos. No obstante contaba con el apoyo de algunos pobladores que recibían la ayuda consistente en alimentos y prendas de vestir. José Dolores continuaba con la hazaña de apoderarse de animales que pastaban en el campo para luego repartir la carne entre el rancherío.
Para entonces, los hacendados perjudicados por las andanzas de aquel cuatrero se sumaron también a la persecución que hacía la policía.
Las andanzas de José Dolores habían adquirido resonancia entre los pobladores de varios kilómetros a la redonda.
La mayoría lo consideraba como un gaucho bueno y amigo de ayudar al pobre, en tanto otros lo sindicaban como un matrero y ladrón de ganado. Más de una vez aquel legendario tuvo que buscar protección en algún rancho para evitar ser aprehendido por la policía.
Para aquel entonces, José Dolores ya contaba con más de 50 años y comenzaba a sentir el peso de la edad. Anhelaba contar con una esposa y tener su propio rancho, pero la suerte estaba en su contra. Andaba “arrastrándole el ala” a la hija de la cocinera de don Tadeo Rojo, dueño de una importante estancia. La joven, que ya había cumplido los 25 años, se llamaba Lorenza Calazán, quien a su vez era requerida de amores por su tío Eustaquio Calazán, un sargento de la policía.
La madre de Lorenza estaba enterada de las pretensiones del gaucho y ya había sorprendido a su hija con aquel en los fondos de la casa. No estaba de acuerdo con ese amorío y sospechaba que en cualquier momento, Lorenza montaría el anca del caballo de José Dolores.
La cocinera de Rojo estaba dispuesta a evitar de cualquier manera que su hija continuara manteniendo la relación. Entonces solicitó la ayuda del sargento Calazán, con quien elaboró un plan para terminar con las andanzas del gaucho. La mujer prometió entregárselo en bandeja, pero él tenía que matarlo.
En la noche del 14 de febrero de 1858, la madre de Lorenza organizó una fiesta familiar en un caserón que se ubicaba en la actual esquina de Cenobia Bustos y Mendoza, Rawson. A través de algunos amigos de José Dolores, se le hizo llegar la invitación al baile para que acompañara a Lorenza.
Esa noche, todos los asistentes comieron cabrito asado, bebieron y guitarrearon y no faltaron las zambas y chacareras. El gaucho José Dolores estuvo en la fiesta junto a su moza. Luciendo su espesa barba, vestía bombachas nuevas, camisa blanca bordada a ambos costados y pañuelo del mismo color al cuello.
Serías las 11 de la noche y el baile estaba llegando a su fin, cuando la madre de Lorenza se acercó a José Dolores y le dijo que lo buscaban en la puerta. Cuando aquel salió a la calle se encontró con el sargento Eustaquio Calazán acompañado por tres soldados. Éstos, sin mediar palabras, le dispararon con sus “chifles” y lo hirieron gravemente. A pesar de su estado desesperante, el gaucho consiguió llegar a su cabalgadura y se alejó al galope por un callejón en dirección al este.
Así, tambaleándose arriba de su caballo, cayó al costado de un árbol, donde llegaron el sargento Calazán y sus seguidores, quienes se encargaron de rematarlo.
Su cuerpo sin vida fue encontrado al día siguiente y fueron sus amigos los que se encargaron de velarlo y luego darle sepultura. Hasta ahora se ignora el cementerio o lugar donde fueron enterrados sus restos.
Poco después de la muerte del gaucho benefactor, la gente empezó a prender velas todos los lunes al costado del árbol donde fue muerto.
La veneración continuó a través de los años al punto que el árbol debajo del cual murió, se conserva protegido por un muro de cemento y el lugar quedó convertido en un santuario que es visitado diariamente y en especial los lunes, en que concurre gran cantidad de personas a rendirle homenaje al gaucho José Dolores a quien se le comenzaron a atribuir algunos milagros.
Con el tiempo, se conformó la “Unión de Promesantes de José Dolores”.
El grupo no cesa de buscar nuevos antecedentes sobre la vida de José Dolores. Han recorrido lugares donde habitaba aquel gaucho y entrevistaron a escritores con el fin de obtener mayores elementos y antecedentes para recopilar y terminar de armar su historia.
Actualmente en el lugar de la muerte del gaucho José Dolores, existe una moderna capilla, con tres habitaciones en las que se aglomeran los obsequios de promesantes. El antiguo callejón por donde el hombre huyó herido de muerte es hoy la calle José Dolores.
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