Los años ´50 del siglo XX fueron una época dorada para la actividad de la música popular en San Juan. Los bailes de fin de semana en los clubes y los tradicionales carnavales eran oportunidad para que directores, músicos y orquestas locales y foráneas se lucieran con los más variados ritmos. En esta nota el profesor Alfredo Carbajal Moll describe esos años. Este texto fue publicado en septiembre de 2005 en El Nuevo Diario.
Mis pensamientos me conducen a mis años mozos de música. Corría el año 1955, año en que se inicia una época dorada para la actividad de la música popular en San Juan. Como en la provincia comenzaba a disfrutarse de una holgada posición económica, gran parte del pueblo y en especial de la juventud pensó que lo más saludable era disfrutar de ella. Beneficiosa situación, que fue aprovechada para la organización de fiestas y bailes por instituciones benéficas, clubes deportivos, uniones vecinales, cooperadoras de escuelas, unidades básicas, y hasta “oportunistas” que cercaban algún predio baldío, utilizando las siglas de alguna supuesta entidad.
Todos los eventos obtenían un éxito total, multitud de asistentes y total consumición de comestibles y bebidas; tales como, gaseosas “Bidú naranja”, “Bidú cola”, “Crush naranja”, “Nora Limón”, jugos de uva, jugos de manzana “OId Colony”, vinos semillón Graffigna, vermouth Cinzano y soda “La herculina”. Corría el dinero, el pueblo era feliz y siempre dispuesto a la diversión.
Las fiestas comenzaban el día viernes, teniendo en cuenta que el día sábado se consideraba feriado, porque se denominaba “Sábado inglés”. Continuaba en la noche, porque venía el domingo; y en la noche del domingo, fiestas especiales, porque venía el feriado del lunes, llamado “Lunes criollo”. En realidad, la actividad laboral se tomaba en serio el día martes; medio ritmo, para recuperar fuerzas perdidas en las “festicholas”.
La actividad fuerte se retomaba el día miércoles, y el jueves a media máquina, preparándose para el día viernes.
Todo esto se organizaba con la autorización de S.A.D.A.I.C. (Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música), ente nacional, que previo pago de canon, otorgaba el permiso correspondiente. Se decía que el presidente de SADAIC, era tan poderoso como el secretario de la CGT nacional.
Todo esto motivó el crecimiento de importantes empresas, tales como servicios de lunch, equipos amplificadores, alquileres de mesas, sillas, pianos y el gremio de mozos, que trabajaba a full.
Músicos profesionales, cancionistas y animadores, ¡muy bien, gracias! Las orquestas bailables se multiplicaban en todos sus géneros: Típico, Jazz, Característico y conjuntos rítmicos. A los ritmos bailables festivos ya conocidos (el “corrido mejicano”, paso doble español y tarantela italiana), se sumaron diversos ritmos apropiados para el movimiento del bailarín (como se decía en la época, “para mover el esqueleto”); Cumbia, Baión, Cha-cha-cha, Guaracha, el conocido “mambo” de Pérez Prado, el elegante Twist, y el espectacular Rock and roll. Ritmos para diferentes gustos: Tango, vals, y fox-trot para el lucimiento, centro americano para el movimiento y bolero para los enamorados.
Algunos directores de orquestas lograron gran popularidad, lo que les permitía brillar como artistas de la música. Sus actuaciones se proponían con todo tipo de propaganda. Actuaciones previas por emisoras: radio “Los Andes” (hoy Sarmiento) y radio “Graffigna” (hoy Colón); e impresa por los diarios “La Acción” y “Tribuna”, que contenían páginas completas anunciando la actividad bailable en la provincia.
Carnaval era la apoteosis; el municipio capitalino aportaba con importantes premios, lo que motivaba una participación colectiva.
La chaya era libre en horas de la siesta. Lo que motivaba, a puros baldes y tarros, tremendas contiendas en el ámbito familiar y entre vecinos; hombres y mujeres en bandos opuestos. Los niños otro tanto; mientras llovían en todas direcciones bombitas con agua. El atardecer era aprovechado en todos los ámbitos sanjuaninos para el improvisado disfraz de grandes y chicos, con el objeto de pasear y visitar a parientes y amigos. En este paseo saludaban a todos, ofreciendo una gentil broma a los amigos. Este ámbito se daba aún en las familias más acomodadas, lo que motivaba disfraces bellos y lujosos.
Cumpliendo cada uno su rol, la participación era total y se consideraba casi un deber. Un disfraz sencillo y clásico, para ocultar fácilmente la identidad, era el “Dominó”; que consistía en una “capucha”; y se prolongaba como una sotana hasta los pies. Su uso permitía que los personajes ilustres se mezclaran entre la multitud y accionaran libremente, disfrutando alegremente de todos los acontecimientos. Simpático gesto lo daban altos funcionarios y algún jefe de policía, usando atuendos para la ocasión.
A las 22 se iniciaba el corso, generalmente en la Plaza 25 de Mayo. Multitudes acudían a temprana hora: algunos con bancos o sillas, para apreciar cómodamente este increíble espectáculo. Turistas y periodistas de todo el país, ubicados en palcos especiales, esperaban el inicio del gran corso sanjuanino. Bombas de estruendo y aparecían las bandas de música de la Policía y del RIM 22, fusionadas, tocando la “Marcha de San Lorenzo”.
La gente, vivando y coreando esta canción, premiaba su paso con sentidos aplausos. Lujosos carruajes, comparsas que revalidaban en cantidad, vestimenta y musicalidad. Murgas que causaban la hilaridad, disfrazados en grupos y máscaras sueltas.
Se derrochaba con satisfacción en serpentinas, papel picado, el tradicional “pomo de plomo” con agua florida, nieve artificial y elementos de cotillón. El veterano, fiel a la tradición, usaba almidón para empolvar y ramitas de albahaca para salpicar con agua a las damas, las cuales respondían a este gentil gesto, con una sonrisa y un “muchas gracias”. Finalmente, los grandes bailes coronaban con su particularidad el carnaval. Las orquestas, con vistosas ropas, tocaban una hora más y ganaban el doble. La programación de los bailes consistía en sábado, domingo, lunes y martes; continuando con el siguiente sábado, domingo. Y se agregaban el baile de “Micareme” y finalmente el “baile de disfraces”.
De pronto, esta fantástica época de fantasía y bonanza, fue decayendo. Aparecieron caras tristes y preocupadas. ¿Todo esto fue realidad o un sueño? Tal vez con optimismo, proyectos, decisión y tenacidad, podamos volver a soñar...