-Carlos Enrique Gómez Centurión, contame como fue tu niñez…
- Nací en San Juan y anduve mucho por el campo con mi viejo. Mi viejo era geólogo y tenía una empresa de perforaciones que trabajaba en San Juan, en Mendoza y también en el norte del país. Incluso en una época tenía una mina de mica en Valle Fértil, cerca de Usno. Vivía aislado, en su mina con sus trabajadores y cuando bajaba al poblado, bajaba a lo de doña Bocha Quiroga, la madre de Saúl, la abuela de Natalia.
-Mi padre pisó los mismos lugares mucho tiempo porque tenía también mina de mica en Valle Fértil…
-De niño íbamos a la casa de doña Bocha, que a mí me impacto. Fue realmente el primer contacto que tuve con ese mundo distinto, de los mitos y leyendas y de los animales y de los carneos. Fijate que después de dar varias vueltas por el mundo, cuando volví a San Juan eso apareció en mi pintura. Después de hacer una etapa impresionista, decidí volver a la figuración, volví de la mano de los mitos. Y ahora entiendo que el primer estimulo estuvo en esa zona.
-Siempre el paisaje… Fíjate lo que ha sido Saúl Quiroga y los temas que él compuso. Imagino que tiene que a haber visto las mismas cosas que viste vos.
-De hecho, mi viejo fue padrino de casamiento de Saúl, eran muy cercanos pero sobre todo con doña Bocha. Vuelvo a mí, tuve una niñez normal, de un niño de San Juan, estudié primero en la escuela Normal y después en la escuela Superior Sarmiento, excelentes escuelas públicas, cosa que hoy no existe. Una perdida enorme.
-Era igualitaria la escuela pública
-Toda mi educación la hice en escuela pública, salvo el secundario. Pero la universidad también la hice en la universidad pública. Y creo que es uno de los grandes déficits que tiene la Argentina y que hoy entiendo. No es que se fue deteriorando, hay responsables de esto. La educación no es que se deteriora como un mueble.
-¿Y en esa juventud practicabas deporte?
-Practicaba natación y practiqué algo de rugby, pero no he sido muy deportista, más vale pedí estudiar pintura y piano. Tenía cierta vocación por lo artístico.
-¿Y la pasión del futbol nunca te picó?
-Nunca, ni al día de la fecha. No soy futbolero para nada, en absoluto y ahora lo digo. Antes no lo podía decir. No me gusta el futbol y detesto esas pasiones encendidas que genera el futbol. Tengo otras pasiones que por ahí nadie las puede entender.
-Borges tampoco sabía qué se hacía un mundial de futbol en Argentina en el año 78. Vamos a tu vocación por la pintura… ¿va junto con tu estudio de Arquitectura?
-En realidad es anterior porque yo recuerdo que desde siempre pinté. Dibujaba en las participaciones de casamiento que llegaban a mi casa, que eran normalmente de buena cartulina, ahí dibujaba. Después pedí ir a una escuela de dibujo y empecé a estudiar, no recuerdo en este momento con quien, una profesora de hecho. Cuando me fui a estudiar Arquitectura a Buenos Aires, con un amigo alquilábamos una pieza para pintar en un conventillo.
-¿Y tu fuerte cuál era: El dibujo, la pintura o las dos cosas? Hay grandes pintores que no dibujan bien
-Las dos cosas. Hay que ver qué quiere decir dibujar bien, pero a mí me gusta y las complemento. En este momento complemento todo el tiempo las dos cosas. Como te digo, me fui a estudiar a Buenos Aires porque yo quería irme de San Juan. En los años 70 San Juan era una aldea. ¡Lo que ha cambiado San Juan no tiene nombre, es increíble! Irse era más que estudiar afuera, en otra universidad. Era una experiencia vital que mi familia abonó; es más me indujeron a hacerlo y fue importante porque de pronto llegar a Buenos Aires a los 18 años te abre un panorama.
- Salir de aquel San Juan fue clave para vos…
-Ahí descubrí todo. En realidad, cuando yo decidí que iba a estudiar Arquitectura, mi padre me puso enfrente al flaco Pineda, Félix Alberto Pineda, al que yo no conocía, era un amigo de mi papá; un señor grande. Y un día me pasó a buscar en su Peugeot blanco a las diez de la noche para ir a comer. Y fuimos a comer a Ausonia, que tenía un restorán y estuvimos conversando desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana. Hubo una comunión increíble que a mí no me había pasado nunca. Sobre todo cuando uno es joven tiende a enamorarse de estos absolutos y de las cosas importantes de la vida. Y con el flaco fuimos muy amigos porque esa rutina la tuvimos hasta que se murió. Salíamos a comer a las diez de la noche y nos quedábamos charlando hasta las seis de la mañana. El me abrió muchas puertas, me abrió las puertas de lo sensible digamos.
-¿De qué hablaban?
-Cuando digo que me abrió las puertas, hablo de la literatura, la música, la filosofía y la arquitectura. Entonces, con ese bagaje yo llegué a Buenos Aires con algunos canales abiertos ya: la rutina de ir al Colon, la rutina de ir a conciertos, ir al teatro under.
-¿Y qué pasaba con la universidad?
-Yo tuve una facultad espantosa desde el punto de vista académico. Y desde todo punto de vista, porque empecé la facultad en el año 70, cuando el presidente de la Nación era Juan Carlos Ongania y me recibí en el 77. Pasaron Onganía, Levingston, Lanusse, Cámpora, Perón, López Rega con Isabelita… Eran años de tomar clase con un soldado en la puerta del aula.
-Años con todas las paredes pintadas, asamblea a cada rato…
-Un velorio de un ex combatiente que se veló ahí y después Videla, golpe militar… Y ahí me recibí. No era un clima propicio para estudiar, estaba enormemente politizada pero mal politizada. Era la cosa militante, berreta y entonces empecé a trabajar en el segundo año en un estudio de arquitectura, en un muy buen estudio de arquitectura que precisamente me había recomendado Pineda. Estaba en el ranking de los diez mejores estudios de la Argentina. Mi formación la hice en estudios particulares y tuve esa suerte de estar en buenos estudios y llegue a ser jefe de proyectos.
-¿En ese momento tus objetivos, tus sueños, pasaban por ser un gran arquitecto o un artista plástico?
- Siempre fueron paralelos, las dos cosas. Me gusta y me apasionan las dos cosas.
-Fíjate que hoy la gente, a pesar de que has hecho obras de arquitectura importantes, como el Museo de Bellas Artes, te ve como un artista, es la imagen que tiene de vos. Ha trascendido más esa faceta.
-Es verdad, por ahí me he movido más activamente en ese sentido. Durante mucho tiempo no decía que era pintor porque pensaba que me iba a restar credibilidad a la hora de estar delante un cliente de arquitectura. Después, cuando me tocó trabajar en Ecuador, donde trabajé muchísimo, hice algunas obras bastante importantes con mi estudio, en ese momento alguien me dijo: “pero tú eres un artista no solo un arquitecto, eso es un plus” Y dije, claro y a partir de ahí dejé de negar y me mostré mas como soy.
-Y hoy después de muchos años de ejercicio de ambas cosas seguís con las dos cosas al mismo tiempo.
-Si las mantengo y bien.
-Te has hecho una vida muy particular, entre otras cosas te fuiste a vivir a Zonda
-Después de vivir tanto tiempo en Buenos Aires decidí que me quería ir de Buenos Aires.
-¿Por qué?
-Porque no podía pintar, no podía hacer las dos cosas. ¡Mirá que si hay una ciudad propicia para pintar y para iniciarte en la pintura es Buenos Aires! Pero yo no podía porque no estaba dispuesto a dejar la arquitectura. Tuve la posibilidad de un contrato para irme a vivir al sur y también pensé en irme a vivir a Francia. Y sin embargo me ofrecieron un trabajo por un año en San Juan y dije ¡vamos!
-¿Querías volver a San Juan?
-Yo no pensaba volver a San Juan pero el trabajo era muy interesante. Acá descubrí el tiempo, porque en San Juan tenés calidad de tiempo. Tenés la siesta, podes ir al café con los vagos o podes trabajar más.
-¿Y qué cambió en vos?
-Empecé a desarrollar mi actividad de pintor. Casi te diría que largué tarde porque a los 30 años, cuando me vine a vivir a San Juan, empecé a trabajar sistemáticamente como pintor. Me contacté con un profesor impresionista abstracto e iba a Buenos Aires a tomar clases con él porque yo pintaba un poco como pintamos, o como pintan, los arquitectos. Una cosa muy ordenada, muy equilibrada porque la arquitectura es una disciplina ordenadora. La disciplina sirve para ordenar funciones. La pintura, según la entiendo, es más desordenadora. Él me ayudó a perderle el respeto reverencial que a veces te toma delante de una tela.
-¿Viviste un tiempo en Paris también?
-Sí. Me fui por unos meses y me quede casi un año. Yo me había convertido, de la mano de esta persona de la que te hablé y con estas experiencias en un, digamos, un impresionista abstracto si querés. Esto de tirar baldes de pintura sobre la tela y en el piso, y pintar con una escoba. Cuando de pronto llego a Paris, dije no voy a venir de decirles cómo se hace expresionismo veinte años después… Tuve una gran crisis respecto a dónde estoy, quién soy. Yo tengo que pintar lo que yo soy. Estuve sin pintar durante muchos meses, expectante y un día, yo vivía justo frente a Notre Dame, descubrí que hice un dibujo de la catedral, que es divina, y abajo puse la Difunta Correa y lo llamé "Notre Dame de la Difunta Correa". Ese fue el click interno.
-¿Y tus colegas franceses que decían?
-A todos les parecía bizarro este tipo de cosas pero hice mi primera exposición individual allá y ahí volví de lleno a la figuración. Y cuando volví a San Juan, el primer cuadro que pinté se llamó "El duende de la siesta", que era un carneo en un racho de Valle Fértil. Como que retomé ahí. Y durante diez años trabajé sobre mitos y leyendas de San Juan.
-Cuando uno se va de San Juan descubre un mundo distinto. Cuando regresa ya no es la misma persona que se fue. Gente que ha vivido la experiencia dice es como que se hubiera quedado sin ciudad. Sin embargo, vos te integraste rápidamente…
-En un principio me pasó que volví a mis viejos amigos y sentí eso que decís. Yo era otra persona. A pesar que los quiero advertí que somos distintos, que tenemos distintas vivencias y experiencias. Así que tuve como que reconstruir, digamos dejar a los que estaban y construir nuevos amigos.
-Ya no estaba el flaco Pineda
-Sí estaba, el flaco ha muerto hace poco. El flaco era uno de mis puntuales.
-¿Crees que todo esto, tus elecciones de vida, tienen que ver con una sensibilidad distinta?
-Con una sensibilidad, con mi sensibilidad, no sé si es distinta a otras, seguramente si pero no sé. En Venecia vi un cartel que decía: “La percepción requiere ocuparte, empeñarte, es un trabajo, hay que estar atento”.
-Hay que estar con una cuchara en la mano para cuando llueva sopa…
-Y aprendés a ver, si querés aprender. Como todo.
-Volvamos un poco a tu familia. ¿Vos contrajiste matrimonio en San Juan?
-En Buenos Aires, mi primer mujer era de Buenos Aires y nos quedamos viviendo un tiempo allá y después volvimos a San Juan
-Ahí tuviste dos hijos, uno de los cuales te ha hecho pariente de Darío Barassi. Es tu yerno.
-Sí, una gran persona, un tipo excepcional.
-Y sabe de fútbol casi tanto como vos…
-Sí, quizás más. Imagínate.
-Hubo algo que a cualquiera lo marca que fue un accidente de uno de tus hijos…
-Eso fue desgarrador. De pronto te pasan cosas que uno cree que le pasa a los otros. Y la vida de pronto te da unos sablazos así que no esperas. Él tuvo un accidente con muy mala suerte, tuvo una lesión medular y circula en silla de ruedas. Pero esto generó en él una capacidad de lucha impresionante. Tiene una alegría y un tesón para vivir, para estudiar, impresionante. De hecho vive solo en Buenos Aires, está estudiando, tiene una banda. Es un peleador y le va a ir muy bien la vida.
-En el plano sentimental reconstruiste tu vida. Y tanto a vos como tu esposa (Virginia Agote, actual directora del Museo de Bellas Artes) pelearon mucho para que tengamos uno de los museos importantes del país…
-Yo siempre aclaro que la construcción de ese museo, nuestro estudio la ganó en un concurso. Se llamó de antecedentes, antes de que ella fuese nombrada directora, bastante antes. Lo aclaro porque esto de los matrimonios en funciones es tan usado en este momento hay que aclararlo. Creo que fue una muy buena elección en ese momento porque es muy capaz.
-¿Cómo fue tu encuentro con Virginia?
-Ella vino hacer el Museo Graffigna a San Juan y el primer día nos conocimos de una manera casual, porque yo estaba haciendo el proyecto de una bodega y la persona que le hizo el contacto a ella con Graffigna quiso que conociera el proyecto de su bodega y la llevó a mi estudio. Así que ahí nos conocimos.
-Y ahí nació Juana
-Juana que ahora tiene 11 años.
-¿Y cómo es tu vida hoy, un día cualquiera?
-La carrera en la plástica requiere necesariamente estar afuera porque en San Juan el mercado de artes es muy limitado, así que tenés que estar dispuesto a viajar. Yo tengo un taller en Buenos Aires también, en un lugar muy interesante en Barracas, que es la vieja fábrica donde funcionó en un momento Fabril Financiera. Yo pinto a veces en gran tamaño y una galería nunca tiene espacio en la trastienda para semejantes obras. Entonces ese estudio me viene muy bien y producir allá también porque hay una cuestión de intercambio entre todos los artistas que estamos ahí.
-Hablame un poquito de "Digo la cordillera" ¿Qué fue ese proyecto?
-Después de estar diez años con los mitos y leyendas y de tratar muchísimo el tema de la Difunta Correa y todos los mitos de San Juan. formamos un grupo con otros dos pintores, Víctor Quiroga que es de Tucumán y Enrique Collar que es paraguayo. Y abarcábamos mitos de todas estas zonas. Pero en un momento me di cuenta que para abordar un cuadro tenía que tener un relato, me había atado a eso.
-¿Y…?
-Entonces decidí parar hasta dejar que decantara. Y empecé a hacer pinturas desde mi casa de los cerros. En ese ínterin yo estaba trabajando mucho en Ecuador, entonces ahí descubrí a los pintores viajeros del siglo XVIII y siglo XIX, que venían a medir el Chimborazo que en ese momento se pensaba que era el cerro más alto de América. Venían a medir en Ecuador y a descubrir el mundo, porque al caer la corona española los nuevos gobiernos de la revolución americana estaban siguiendo las líneas del iluminismo, del avance de la ciencia. Y dejaban entrar a los científicos que antes los españoles no dejaban. Pero ellos además de los científicos traían grabadores, dibujantes y pintores para hacer el registro de este mundo nuevo que aparecía. Y yo me dije: “voy hacer lo mismo pero con una mirada contemporánea”. Y fue así que organicé mi primer expedición al Mercedario, me la financié con todos mi ahorros y decidí invitar a gente de distintas disciplinas, lo que me parecía más interesante que otros pintores, para que cada uno diera su mirada.
-¿A quienes invitaste?
-Invité a un semiólogo pensando que estábamos armando un lenguaje nuevo, a un poeta, lo invite también a Huevo Muñoz que hizo el registro y a un ingeniero en minas.
-Ahí te valió la experiencia del geólogo…
-Sí, porque además, para entender los fenómenos de la cordillera, que no es solo plástico, tenés que entender el movimiento tectónico. Cada color tiene un origen y un sentido, entonces con eso hice mi primera exposición que fue en el Centro Cultural de Recoleta de Buenos Aires.
-Imagino lo que debe haber sido. Una cosa es pintar en un estudio y otra trabajar en plena cordillera…
-Claro, esa es la propuesta. Donde yo voy normalmente son lugares muy inhóspitos. El hombre no vive a 4.500 metros de altura, frente un glaciar o con el viento que te vuela la tela. Por ejemplo, el último viaje fueron cuatro días de mula hasta el Valle Escondido. Allí fui a pintar el Aconcagua. Mi hipótesis es que en ese momento, cuando estás delante de la naturaleza en bruto y tenés que hacer tu trabajo en poco tiempo por el calor, por el frio o por lo que sea, ahí sacás el abstracto que después sale. Después eso lo paso a grandes dimensiones en mi taller. Pero siempre digo que nunca haría lo que hago abajo si no hubiera estado arriba, está en relación directa.
-Y ahora tu mente cómo funciona como artista, me imagino que está todo muy ligado. Ves la vida desde ese punto
-Sí, creo que ser artista no tiene que ver con el arte sino con una actitud de vida. Yo conozco gerentes de empresas que son verdaderos artistas y conozco pintores que son solo pintores, digamos que tienen un oficio simplemente. Yo creo que ser artista significa eso: ver y plantarte con creatividad cada momento y desde ahí ver los desafíos.
-¿Qué libros, qué películas, te marcaron?
- Me encanta el cine, soy un cinéfilo, me gusta muchísimo. Una de las películas que más me marcó fue "La ira de Dios", la película de Werner Herzog sobre el conquistador español Lope de Aguirre, que decide sublevarse a Felipe II y meterse por la Amazonia y formar su propio imperio y termina loco. La película está filmada en el Amazona y con trajes de época. Esa película me modificó. Y muchas otras.
-¿Y algún libro?
-Libros hay muchísimos pero uno básico “La montaña mágica” de Thomas Mann; “Cien años de soledad” que lo leí a los 18 años y después lo leí varias veces más, García Márquez tiene una visión del mundo que a mí me interesa y sobre todo del uso del lenguaje.
-A esta altura de tu vida la pregunta que cae de madura es ¿has sido feliz?, si repetirías tú vida, ¿qué quisieras cambiar….?
-A veces creo que no cambiaría nada y a veces creo que cambiaría todo. Porque pude quedarme en Paris a vivir pero mi ex mujer no quiso quedarse y se volvió con nuestra hija que tenía 4 años. Cuando volví a estar en Paris por una película que estamos filmando, me preguntaba qué hubiese sido mi vida acá, cómo hubiese sido. No se sabe, pero se entiende que no estaría pintando lo que estoy pintando porque eso tuvo que ver con el rescate de mi esencia. “Los pasos perdidos” de Alejo Carpentier me cayeron en mi manos en ese momento que estaba viviendo en Paris y precisamente es la historia de un músico que vuelve a su lugar que es un país de Centroamérica que nunca te enterás cuál es y allí descubre su esencia.
-Uno es producto de sus éxitos y de sus fracasos. ¿Te parece cerrar con música esta entrevista? ¿Cuál sería?
-Uno de mis autores favoritos es Wagner. De la mano de Pineda llegué a Wagner y a la opera alemana. Ahora estoy con música más contemporánea, digamos abriéndome a Shostakovich.
-Decime una canciòn, para que la gente diga ésta es la música de Carlos Enrique Gómez Centurión
- La muerte de amor de Isolda, de Tristán e Isolda.
Cómo lo vi
Si de pronto nos pidieran que definiéramos qué es el otoño en San Juan, o la cordillera que nos sirve de telón de fondo o el café que tomamos junto a un leño crepitante en invierno, cada uno de nosotros seguramente utilizaríamos formas y conceptos distintos.
Y esto es así porque nuestro sistema perceptivo, el de todos los humanos, es sumamente complejo.
Ya Aristóteles clasificó esos radares naturales del organismo en cinco: vista, oído, gusto, tacto y olfato. Y a esos, hemos ido añadiendo otros, más o menos aceptados.
Y es a partir de esas percepciones cuando aparece el concepto de arte. Y también el de artista. Ya René Descartes, en el siglo XVII, afirmaba que nuestros sentidos no son simples captadores de la realidad. Es el cerebro el que las percibe de acuerdo a la información que posee y las influencias que recibió previamente.
Carlos Enrique Gómez Centurión tiene un sentido muy especial de percibir la naturaleza. Eso lo convierte en un artista con personalidad propia, muy definida.
Entrevistarlo es el desafío de interpretar sus códigos de percepción. Cuando eso se logra, se advierte que esos códigos están expresados no sólo en su forma de concebir la pintura sino también en su vida, su trabajo como arquitecto, en su forma de relacionarse con el mundo exterior, en sus gustos, en sus obras. Todo en él es uno solo. Y eso queda claro en esta entrevista.
JCB
Informe grafológico
Por Elizabeth Martinez
El Sr. Carlos Gómez Centurión presenta las siguientes características grafopsicológicas:
* Se observan indicadores de una correcta separación con situaciones y/o personas de su pasado. Se trataría de la superación de dichas situaciones. Posiblemente aun no dimensiona el logro personal que ello implica.
* Se detectan uniones interletras originales, lo cual revelaría rapidez mental, agilidad de pensamiento.
* Las letras “p” no poseen zona central, manifestando posible dificultad en la relación con la figura paterna (padre, abuelo o alguna figura masculina de importancia para él). Podría tratarse de una visualización de dicha figura como poco afectiva, poco demostrativa, lo cual podría haber marcado cierta distancia a ese nivel.
* Se observa que posiblemente en esta etapa de su vida al iniciar sus proyectos, se desanima. Sin embargo a medida que avanza en el mismo descubriría su propio potencial y los culminaría de forma exitosa. Esta dispersión de energía hasta que alcanza sus objetivos le podría generar cierto agotamiento que al tomar conciencia de sus recursos personales, podría evitar.
* Se detectan rasgos de creatividad, posiblemente prefiere regirse por sus propias normas antes que someterse a aquellas que no comparte o respeta.