Apasionado, sensible hasta el llanto, aventurero. Roberto Ruiz nació en Jáchal y si bien eso lo marcó, le propuso a su tierra una relación abierta de idas y vueltas. Su trabajo profesional se mezcla con su legado personal, con imágenes que han retratado como nadie el tiempo que le ha tocado vivir en su pueblo y en este San Juan nuestro. Este es el resultado de una larga charla con un gran fotógrafo.
Una entrevista de Mariano Eiben
-¿Cómo arranca tu contacto con las cámaras?
- Fue prácticamente una herencia. Creo que en la genética esas cosas vienen, lo sé por conocimientos de amigos, de mi familia y más que nada en las actividades artísticas y creativas. Ocurrió que cuando mi papá era joven, era cantante de tango y se fue a vivir a Buenos Aires con Antonio Tormo y Alberto Podestá, dos músicos sobresalientes sanjuaninos. Y mi papá se vino pronto de allá, no aguanto la presión de la gran ciudad.
-¿Pero llegó a cantar en Buenos Aires?
-Sí, cantaba en radio El Mundo en esa época. Resulta que para volverse a San Juan tuvo que buscar un trabajo y estando en Buenos Aires consiguió trabajo en una firma, una empresa que hacía fotografía, hacía esos retratos ovalados que hay en algunas casas de nuestros abuelos y bisabuelos.
-¿Y…?
-Se vino a San Juan con el hermano y se dedicaron a eso. Tenían una cámara que no podía creer. De chiquito me llamaba la atención, no me dejaban tocarla, era una Leica. Decir una "Leica" era decir lo más y mi papá iba por los pueblos visitando las casas, sacaba fotos, la enviaba a Buenos Aires y de allá venían coloreadas con pigmentos de pinturas. Eso fue un gran negocio, mi padre pudo vivir, conoció a mi madre y se quedo en Jáchal.
-¿Por qué Jáchal?
-El siempre decía que Jáchal tenía un embrujo, que todos los que iban se quedaban y realmente se ha repetido esa historia en muchísimas de las familias que han ido quedando en Jáchal. Repito, mi amor por la fotografía pienso que a lo mejor ha sido la genética de querer hacer eso, capaz otro factor que creo que pesó fue que no me dejaban tocar la cámara.
-El gusto de lo prohibido…
-Exactamente, esa es la clave y desde ahí fui siempre con cámaras prestadas. Tengo unos amigos del alma, los hermanos Espejo, ellos tenían una Cannon de 35mm y yo era el operador de la cámara. Es más, jugábamos a hacer periodismo en primer año de la secundaria. Hacíamos entrevistas con grabador y ahí creo que me empezó a picar esa cuestión de indagar con la imagen, de ilustrar con la imagen.
-¿Soñaste con tener una vida relacionada a la cámara?
-Jamás, por eso hable de genética. Desperté con eso, me encapriché, incluso abandoné la facultad. Mi papá quería que estudiara. Ese era un error de los papás de antes, querían que estudiaras lo que ellos no pudieron ser y él quería que estudiara ingeniería. Probé con ingeniería, arquitectura y terminé saliendo del pueblo. Me tuve que ir a otra parte, que en ese caso fue Tucumán. A esta altura de la vida analizo por qué Tucumán… Yo veía en películas a los corresponsales de guerra, escuchaba que Tucumán se estaba complicando en esa época y era el lugar ideal para empezar un verdadero desafío.
-¿De qué año estamos hablando?
-Aproximadamente del año 1971, 1972. Yo tenía 18 años y fue muy dura la ida porque hay una imagen que nunca olvidé, que fue dejar a mi padre y a mi hermano. Éramos huérfanos de mamá y ellos se quedaron en el patio despidiéndome. Mi equipaje era una caja de cartón (risas) con la ropa. Después del consabido encargo de "Cuídate nene" y la despedida me fui en un camión con cebollas. Arriba de la caja viajamos con otros amigos que me acompañaron. Ellos se fueron de paseo y yo iba a buscar mi futuro.
-Ya habías distinguido que querías que la fotografía no fuese un hobby, sino un medio de vida.
-Ya lo tenía fijo, todos decían que estaba loco. Mi papá también inclusive me decía "te vas a matar de hambre."
-No, él quería que me quedara, me ofrecía todas las alternativas posibles, incluso tenía un apiario y me dedicaba a las abejas. Amo la agricultura porque he vivido así toda la vida, he pasado todas las cosas que pasa un agricultor, las necesidades, la sensación de los logros, del esfuerzo. Me fui a Tucumán con todo el dolor de dejar el pueblo, que es lo que le pasa a todo jachallero que termina yéndose. Hasta que no conseguí un contacto con la prensa, que ya llevaba fijo que iba a ir a trabajar en eso, no le escribí a mi papá.
-¿Conseguiste trabajo?
-Un día fui a la Gaceta de Tucumán y conocí a un fotógrafo, en ese tiempo los fotógrafos eran personas mayores, lo mismo pasaba en Diario de Cuyo, donde una vez vine y había que pagar el derecho de piso, como correspondía. En esa época era peor, pero me encontré con un fotógrafo increíble y me hice amigo, Antonio Font se llamaba y era el jefe de fotógrafos de La Gaceta. Digo esto porque su estilo era de corresponsal de guerra, era la foto en plena acción, había que estar en el medio y me apasionó. Encima me dieron lugar y era el gurrumín del grupo.
-¿Y cómo te fue?
-Las ganas que tenía de ir al frente eran de terror, me empezaron a dar una cámara de placas que era una incomodidad. Atrás tenía un chasis con una película que había que cambiar tras cada foto y más vale que la tuvieras, sino era un cuadro desperdiciado. Le agarré gusto a esa adrenalina y empezó el tucumanazo. Todos los días disturbios, todos los días en el medio del ruido corriendo, que la policía no te golpee o en medio de los piedrazos y ahí decidí que esa era mi vida. Empecé a ascender, empezaron a confiar en mí, me dieron más notas y una cámara Nikon F1, de las primeras Nikon que salieron en esa época. Ahí empezó mi carrera, como la había soñado. Hasta que no tuve los medios para venir a Jáchal a visitar a mi papá en un Fiat 600 con un equipo fotográfico propio, no vine. El proceso fue fabuloso porque fue un desafío de un joven que salió a enfrentar la vida por sus propios medios.
-¿Cuánto tiempo paso hasta que volviste a Jáchal por primera vez?
- Más o menos dos años y después empecé a venir como venimos todos los jachalleros, una vez en el verano. Eso también es un fenómeno, no volvemos y los viejitos quedan ahí penando. En aquel tiempo a veces una comunicación duraba un día o dos y yo ahora entiendo lo que es sufrir la lejanía. Es terrible, el que se va no siente tanto como el que se queda.
- Cuando tomo una foto trato de trasmitir todo, que la imagen tenga la mayor información posible. Cuando hablo de información, es que diga todo lo que vos querés informar y a eso se le puede dar un estilo artístico o periodístico. Yo tengo el instinto periodístico con la experiencia de los años.
-¿Cómo es el proceso?
-En un principio creo que soy un cazador, primero trato de tenerla y después la mejoro, cambio de ángulo, cambio de encuadre e incluso me voy exigiendo lograr una foto con la información necesaria para trasmitir cosas. Siempre he sostenido que el cine y la fotografía, más que nada la fotografía, es un medio muy sentimental relacionado con la pasión, con lo anímico, lo nostálgico. Enseñar a mirar es la clave, aprender a mirar en todos los rubros de la vida. Hay un ángulo diferente que por la cotidianeidad uno no la capta, pero cuando tenés la mente habilitada, constantemente estás viendo ángulos mejores. Yo tengo la mirada muy escapadiza, siempre estoy mirando alrededor porque siempre está ocurriendo algo en algún lado.
-¿Te lamentas cuando una foto no trasmite lo que vos querías que comunicara?
- No, la supero, me lo aplico en la vida a eso. Soy muy autocrítico pero a la vez disfruto mucho lo que hago y me quiero. Cuando digo "que pedazo de foto", esa es para publicar y no digo más nada, me sorprendo porque no puedo creer haberla hecho yo. Tengo ese ritmo de exigencia pero también tengo un proceso respecto de que yo soy el autor de la imagen. Una vez en un reportaje a Atahualpa Yupanqui en el ''''''''''''''''81, que era de mis primeras notas en Clarín y era tocar el cielo con las manos estar en su casa, yo estaba ahí haciendo un reportaje y cuando terminó me quedé hablar con él. Era un tipo muy cálido, hablaba poco y yo le pregunté qué sentía cuando tenía un tema que se hacía famoso, y me dijo: "Mire, mi amigo, tanto en la pintura, como en lo suyo y en la música, cuando el tema lo escucha la gente ya deja de ser de uno". ¡Que descripción maravillosa!, y es real, la autoría deja de ser tuya. Ese proceso es natural cuando uno hace cosas que los demás entienden o que les mueve el alma.
-¿Tu mejor foto?
-Voy a nombrar una foto conocida que amo, se llama la Recta Interminable. Se ve la recta de llegada a Jáchal en Niquivil, que realmente es interminable porque los chicos empiezan a preguntar "papá, ¿cuando llegamos?", y estás cerca pero parece que no llegas más. Cuando te vas, lo digo como jachallero, te das vuelta despidiéndote o diciendo "pronto voy a volver". Le puse un texto a la foto que dice "uno vuelve siempre a esos lugares donde amó la vida", el tema de Cesar Isella que canta Mercedes Sosa. Es como que a las imágenes les pongo una melodía, y si no existe una música, la escribo. Soy un convencido de que todas estas cuestiones de la pintura, la fotografía y la música hay que sufrirlas. No me da vergüenza llorar cuando estoy hablando de este tema, creo que las cosas hay que hacerlas con emoción y tienen que salir de adentro.
-Trabajaste en Clarín como has dicho, que es un diario leído por millones de argentinos, ¿se siente presión al saber que la gente está esperando esa fotografía que describa una situación?
-Qué linda pregunta, has dado en la tecla. Se siente una adrenalina impresionante, es una responsabilidad muy grande y a mí me encantan los desafíos. Muchas veces me ha pasado volver a Clarín y tener las rotativas paradas a las 11 de la noche, que es un sacrilegio. En esa época era un sistema diferente de impresión y que te estuvieran esperando para cerrar el diario era un desafío, porque aparte con tu amor propio te tenés que lucir. Aprendí a trabajar en equipo con el periodista, siempre hemos sabido que el texto o la foto iban a ser la noticia, siempre hay una diferencia de contrapeso y la hemos llevado adelante entre los dos. He tenido la suerte de conocer a grandes periodistas, como Miguel Merlo, de automovilismo, con Horacio Pagani hemos cubierto futbol internacional y nacional. Casi todo lo que sé de periodismo lo aprendí de esos grandes maestros. Nunca he sentido la presión, he sentido la adrenalina de sentirme responsable de eso y resolverla es un logro.
- Serenamente. Hace unos días estaba limpiando mis equipos y encontré un flash que hace años que no usaba, o sea, convivo con el avance de una tecnología, que es fabulosa y estoy vinculado a los chicos jóvenes a los cuales trato de trasmitir todas estas inquietudes que tengo respecto al oficio ahora. No tengo paciencia para enseñar pero soy buen maestro. Creo que se las hago fácil como me hubiera gustado que me la hicieran a mí. Me hubiera gustado que me dijeran no que tenía que estudiar para ser fotógrafo, sino practicar, tener una mirada y pulirla.
- ¿Admirás a algún fotógrafo?
- En este momento estoy desvinculado, hasta estoy lejos del periodismo y veo que hay fotógrafos muy buenos. Eduardo Longoni que en un tiempo fue mi maestro, tiene un instinto profesional, aguerrido, una mirada diferente a la mía. Otro de mi época es Raota, que tenía un estilo de armar las escenas. Yo no armo escenas, como te dije al principio, soy un cazador.
-¿Hay alguna foto de esas históricas, como el "Abrazo del alma" del mundial 78, que te hubiera gustado sacar?
- El gol con la mano de Maradona, que justamente fue de Eduardo Longoni. Además me pasó que estaba en Clarín en el ''''''''''''''''78. Estaba al lado de don Ricardo Alfieri y yo no hice el abrazo del alma porque estaba pendiente del gol y de la escena, ahí si tenía la presión. Trabajé en Crónica también un tiempo y si no venias con el gol, era un reto seguro, es más, te bajaban y tenias que ir a una cancha de la B. Pero la tuve siempre presente a esa foto del "Abrazo del Alma". Don Ricardo estaba con su pañuelito al lado mío, nunca la mencionó. Después cuando la vi publicada a la semana siguiente le pregunté por qué no me había contado de esa foto y dijo "no". Tanta humildad, sabía que la tenía pero hasta que no se público no dijo nada.
- ¿Preferís la imagen estática a la imagen en movimiento?
- Eso también es un desafío, amo el cine, estudié cine en la universidad de Tucumán pero creo que el cine te facilita un montón de cosas. Te puede perdonar un error, un movimiento de cámara o un encuadre, en cambio, en la foto tenés la exigencia que un solo cuadro debe dar toda la información y eso a mí personalmente me produce una adrenalina fabulosa.
- ¿Preferís fotografiar paisajes, personas o animales?
- Las tres cosas me apasionan. Se puede hacer hablar a un paisaje, se pueden transmitir cosas de la naturaleza, especialmente de los animales. Tienen sonidos, expresiones y movimientos a través de los cuales se pueden transmitir cosas que agraden a los demás, pero me encantan los retratos. Hay una foto que me ha dado una satisfacción increíble, que fue una foto reportaje a don José Ormeño, un hombre de 110 años que tenemos en Jáchal. Ha estado con el equipo de Susana Giménez y dicen que es el más viejo de Argentina. El otro día en la muestra de Buenos Aires del Congreso de la Nación ha sido la foto más lucida, mira que hay una cantidad impresionante, pero todo el mundo se detenía en ese cuadro que tiene una pequeña explicación de la vida de don José Ormeño. Me parece que amo esa foto y todavía no ha dejado de ser mía porque me está costando sacármela del alma. Me copó esa imagen, sus rasgos de sufrimiento, de frío, está todos ahí, la información está en ese rostro. La lucidez, la brillantez de su mirada transmite energía, es un anciano con mucha energía.
- Tengo una experiencia muy cruel con eso, o sea, desde un principio cuando veía películas en el cine Sarmiento, en Jáchal, veía a los corresponsales de guerra y mi sueño era serlo. Para la época de Malvinas me volví un cobarde corresponsal de guerra, me acobardó lo que viví. Me anoté en el ejército para ir a las Malvinas, me convocaron y duré un día. Fui a la mañana y crucé de vuelta con el Hércules sobrevolando olas rasantes. Las olas pegaban en las hélices de las alas del avión.
-¿Por qué volviste?
-Me volví a la tarde porque me encontré con una guerra totalmente diferente a lo que se leía en los medios y no tenía sentido arriesgarse, desde ahí viví la guerra, desde Comodoro Rivadavia. Estuve en Rio Gallegos donde aterrizaban los aviones que salían a bombardear durante el día. Desde ese punto decidí no ser fotógrafo de guerra. Lo que si hubiera sido y lo intenté fue trabajar en National Geographic. Esa cuestión de esperar un pájaro un par de horas me alucina, te baja toda la adrenalina que uno tiene de la gran ciudad.
-¿Qué sentiste al pisar las islas?
- La primera impresión me cayó muy mal. Me enteré que los soldados se estaban muriendo de frío, que se pasaba mucha hambre. ¿Cómo podía ocurrir eso si desde capital estaban haciendo grandes campañas de juntar abrigo, comida y chocolate? Me enteré de cosas que ocurrían, que en kioscos de Buenos Aires aparecían chocolates con un papelito dentro que decía "cuidate mucho", dirigido a un soldado que no lo había recibido. Entonces creo que con toda prudencia lo mejor fue una retirada. Apenas llegué, Norman Powell, que era un amigo mío que estaba enviado a Malvinas como director interventor de Radio Nacional Malvinas, me avisó que con el material periodístico estaban pasando cosas nefastas, que le sacaban el material a los periodistas y empezaban a aparecer imágenes, textos y sonidos en medios ingleses. Concretamente lo que sentí cuando llegue al lugar fue muy estremecedor y hasta temblaba. Cuando pedí volver y no me dejaban, les dije "me voy nadando, no me importa, me voy."
- Más acá en el tiempo, tu nombre hace unos años se hizo reconocido nacionalmente porque apareció en el libro de récord Guiness con una fotografía gigante de las dimensiones del obelisco, que mostraba paisajes de el Valle de la Luna. ¿Cómo surge la idea de hacer semejante muestra?
- Eso fue una locura. Soy de generar locuras, me despierto en las madrugadas y me empiezan a salir cosas. En un principio iba a colgar un portaretrato en el obelisco, los primeros bocetos eran una foto del tamaño de la 9 de Julio colgada ahí. Cuando empecé ese proyecto lo fui elaborando en secreto por mucho tiempo y me dijeron que estaba completamente loco. Incluso no era Ischigualasto, eran las Cataratas del Iguazú. Estuve dos años trabajando para un libro, yendo a Cataratas, por lo que me empecé a enamorar. Iba hacer un salto de catarata, que era una foto imponente, y un buen día se la muestro a un amigo, el exgobernador José Luis Gioja. Cuando la vio dijo "vos estás re loco, pero esto lo tenes que hacer para San Juan. Te doy 24 horas para que mejores este boceto."
-¿Lo hiciste?
-Llevó 8 meses el proceso de mejoramiento del sistema donde la íbamos a colgar. Así la llevé a cabo y esto reafirma una idea que tengo, nada se logra solo, siempre hay alguien que te da una mano. Los objetivos de difusión fueron los más interesantes, poner Ischigualasto en el mundo. Yo antes escribía "Jáchal" en Google y no veía nada. El objetivo de hacer más conocido a Ischigualasto fue obtenido y cada vez que voy la gente me trata con un cariño único. Es el mejor premio que puede recibir alguien que se dedica a esto.
- Desde la órbita personal, ¿sentís que tu trabajo ha empezado a ser más reconocido a nivel nacional?
- Totalmente, me suena raro "famoso" pero bueno, ponele otro nombre si querés. Eso me dio pie a que todo lo que he hecho después, acá en San Juan van como 11 muestras que hago todos los veranos en Jáchal, más las que hice en Rawson y en la Fiesta del Sol hace 4 o 5 años. Me gusta la intervención urbana, que es una muestra hecha para que la gente la vea de pasada. En la casa de Turismo de Rodeo, en Iglesia, hay una muestra colgada hace ocho meses y yo me paro en la puerta para mirar la actitud de la gente. Una persona se paró, dejó la bicicleta y se bajó a leer un epígrafe. Listo, ya compró, misión cumplida. La intervención urbana para mi es apasionante, es una manera de poner al alcance de todos un arte popular y de nivelar para arriba. Todos tenemos sentimientos, la sensibilidad de apreciar lo que hacen otros y eso me llena de satisfacción. Nunca me ocurrió que alguien me diga "¡qué foto pesada!", ojalá hubiera ocurrido porque me hubiera visto obligado a mejorarla.
- Es el lugar donde he nacido. Voy a ser cruel con esta definición, Jáchal te expulsa cuando cumplís 17 años. Te pone en un punto en que te tenés que preparar para el empujón, porque si te quedás no pasa nada, pero te quedás y está el estereotipo que si no estudias o no te capacitas, te quedaste estancado. Jáchal te obliga a marcharte y la necesidad que te impone el marcharte es "salir a matar". Cuando me fui a Buenos Aires pasé hambre, pero hambre con ganas. Vale la pena porque te pone a competir en un lugar donde jamás te hubieras imaginado y llegás porque todo lo que te propones, lo lográs y no volvés más. Volvés solamente a pasear y ahí entiendo la situación demográfica de Jáchal.
-¿Qué dice?
-Hace cien años Jáchal tenía 17.000 habitantes y hoy tiene 25.000, o sea, no ha crecido mucho. El proceso natural de las comunidades que es nacer, capacitarte, crecer con tus viejos y abuelos y tener la cercanía de la familia ocurre en San Juan. Lo contrario pasa en Jáchal. Por tener los recursos acá, en Capital, no te vas de esa manera, crecés y morís en la ciudad, pero en Jáchal pasa lo otro y lo digo con toda dulzura, encima queda lejos.
- ¿Crees que en algún momento se puede agotar lo que hay para fotografiar en Jáchal o eso es eterno?
-No, sabés que esa búsqueda no termina jamás. Creo que voy a morir un poco cuando se me acabe esa mirada, por otro lado, no es una mirada exclusivamente de jachallero. Siento que a través de lo que expongo muestro identidad sanjuanina. En Jáchal vos encontrás la arquitectura, las costumbres, incluso ahora las calle son de tierra accidentalmente porque están en construcción las cloacas y la red de agua potable. Hasta a eso le encuentro un lado positivo, porque es como un set de grabación con las calles de tierras y se podrían filmar tranquilamente escenas de hace cien años. Siento una especie de falta de sincronización con el tiempo, o sea, estamos un siglo atrás y es alucinante porque está todo a flor de piel. Creo que soy un enamorado, un apasionado de San Juan, investigo permanentemente, trato de indagar la historia y buscar identidad.
- Un gran fotógrafo llamado Alfred Eisenstaedt dice "lo importante no es la cámara, sino el ojo". ¿Adherís a eso?
- Totalmente. Al ojo lo llamo la mirada, no depende de equipamiento ni de una capacitación, es innato. Por eso los invito a todos a practicar este ejercicio que es alucinante para la vida misma, aunque no seas fotógrafo. Me pasa que gente me viene a mostrar su mirada y logran mirar de una manera original, poética y sin violencia. Además, es muy simple con la tecnología de los celulares que hay ahora, es fabuloso.
- ¿Que es una foto para vos, Roberto?
- (Con lágrimas en los ojos) Una fotografía es una ventana que se abre para que mires la vida, es una ventana que te da la vida. Se trata solamente de eso, de mirar y ¡qué glorioso es tener esa ventaja de una ventana por donde mirar la vida! Siempre estás en esa búsqueda y aparece otra ventana y otra. La voy a describir como una imagen de video, es como que vas avanzando y vienen ventanas que te van mostrando situaciones de la vida, de los demás y de la naturaleza. Para responder concretamente, es la vida misma. Es todo. Tal vez sea una exageración mía ya que elegí esto como manera de vivir. Mirar con ojos de fotógrafo es una ventana constante.
- ¿Qué consejo le darías a una persona que se quiere iniciar en el mundo de la fotografía?
- Que tenga en cuenta que ya se inició, esta época te inicia permanentemente y a todos instintivamente. Hay tanta contaminación, me voy a permitir llamarlo así, porque veo en Facebook, en Google y en todo el espacio cibernético tanta huevada, que te ejercita terriblemente. La mente elije lo mejor y se define, va seleccionando algo que le viene bien. Ya no se pierde tiempo en internet mirando cosas que no sean acorde a tu pensamiento, buscás lo que te va gustando y lo que te suma. Creo que esa búsqueda instintivamente te entrena para mirar y no me animaría a dar un consejo, más que decirles a todos que se dejen llevar por esa búsqueda. Es más, si quieren fotografiar el inodoro del baño, que lo hagan, que se saquen las ganas de mostrar algo. Anímense a mirar, que es muy fácil, no es un misterio. Salgan y llévense el mundo por delante, es suyo.
Nota publicada en el Nuevo Diario el viernes 5 de agosto de 2016
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