Tiene 76 años y cumple 50 años de sacerdocio. Jugó al fútbol y al básquet desde chico y le encanta disfrutar de los shows de cuarteto y cumbia junto con la gente. La siguiente entrevista fue publicada en El Nuevo Diario en su edición 1896 del viernes 20 de diciembre de 2019
Aún recuerda como si fuera ayer los 22 días de viaje desde España a San Juan. Corría el año 1956 cuando, en Santa Lucía, su padre consiguió trabajo y una pieza de adobe para la familia, compuesta por Magdalena Martín, Francisco y los mellizos Miguel y Rosario (Charito, ya fallecida).
Con 76 años de vida, este viernes 20 de diciembre, monseñor Francisco Martin Martín, más conocido como “el Padre Paquito”, celebra sus 50 años de sacerdocio, pero no quiere festejos porque esa fecha le recuerda el fallecimiento de su hermana, víctima de cáncer.
A pesar de este recuerdo doloroso, los años transitados desde aquel día en que decidió viajar a Córdoba para ingresar al seminario, están plagados de anécdotas que el sacerdote cuenta con alegría, dando gracias a Dios por todo lo que le tocó vivir.
—¿Cuando llegó de España, se fueron a vivir a Rawson con su familia?
—No, primero estuvimos en Santa Lucía. Un tío nos prestó una pieza. Mi padre comenzó a trabajar en el campo y yo también. Vivíamos en el Callejón Balaguer. Luego mi padre, consiguió una pieza y una cocina en la esquina de calle Quiroz y España, en Villa Krause y ahí nos fuimos a vivir. Como era panadero, comenzó a trabajar con los Requena, que tenían panadería, y yo, tomaba una bicicleta prestada y vendía pan y semitas para poder comer. Me acuerdo de las familias de la zona, como los Gelusini, las chicas Arancibia que atendían la ferretería, los Camporro que vivían enfrente de la Escuela Sarmiento, donde estudié. Yo era muy burro, porque en España la vida era dura por la guerra y había que trabajar en vez de estudiar. Acá había una escuela más ordenada. Por eso, en sexto grado una maestra, Elba Camporro, tuvo que prepararme para ingresar al seminario.
—¿Cómo descubrió la vocación?
—Cuando vivía en Santa Lucía conversaba mucho con el padre González y él me decía que podía ingresar en el seminario. Luego tuve contacto con el padre Cruvellier, que era el sacerdote de Villa Krause. Cuando me dijo que podía ingresar al seminario, yo decidí probar. Me fui a Córdoba, primero estuve en Jesús María y luego en la Capital para terminar el bachillerato. Ahí tuve dificultades porque yo no tenía una base sólida. Y me costaron, Dios Santo, un montón rendir las materias. En el 63, ya pasé al Seminario de Loreto de Córdoba para estudiar Filosofía.
—Eran años de mucha movilización…
—Era la época del Concilio Vaticano II. Hubo muchos problemas, deserciones, cambios, líneas… Por ejemplo, los sacerdotes del Tercer Mundo, la Teología de la Liberación, Curas obreros, perdón la palabra, pero era un despelote. Y uno decía, yo quiero ser sacerdote. En esos años, muchos compañeros míos abandonaron el seminario por toda esta corriente que venía de la guerrilla. De 160 quedamos 40 nomás. En el Seminario Mayor de Córdoba estaba cuando el Cordobazo famoso, participando también como aventurero… Era la juventud. Al lado del seminario, por la calle Vélez Sarsfield, estaba la vieja terminal de ómnibus y como había un grupo de seminaristas más o menos pudientes y otros, “hijos de los pobres”, éramos como 15 o 20, juntábamos monedas para ir a la terminal a comprarnos una porción de pizza y una Coca Cola. Ese era nuestro manjar… Lo que era la pobreza…
—Usted conoció a monseñor Angelelli.
—Claro. Él estuvo como rector de seminario y como obispo de Córdoba y luego lo designaron obispo de La Rioja. Yo le manejaba el auto a Angelelli. Como yo era un aventurero aprendí a manejar autos entonces lo llevaba a Montecristo o Villa Allende, cuando él tenía novena. Lo conocí mucho. Era un hombre contento, con una gran memoria.
—¿Qué pasó luego de su consagración, decidió venir a San Juan?
—Cuando fue el momento de la consagración, yo tuve algunas dudas. Muchos compañeros míos eran santos, estudiosos y estábamos los de la línea de lo popular, éramos los curas villeros, que nos juntábamos a jugar al fútbol, al básquet. El otro grupo era intelectualmente más capaz, de otro nivel económico, pero yo siempre me acuerdo del grupo de los villeros (risas). Teníamos cada historia en el seminario. Cuando llegó el momento, yo le dije a monseñor Sansierra, yo quiero ser sacerdote, pero no sé si estoy preparado. “Mirá, Paquito, yo te voy a ayudar a ser un buen sacerdote”, me dijo Sansierra. “Me pongo en sus manos”, le dije. Hay un momento en la ceremonia de la ordenación sacerdotal cuando el obispo toma las manos del sacerdote y le dice: “Yo te acompañaré”. Y Sansierra me dio ese empujón.
—¿Cuál fue su primer destino?
—Angaco. Ahí aprendí a realizar una serie de prácticas que como sacerdote tendría que haber incorporado, como por ejemplo rezar el rosario todos los días. Me ayudó muchísimo monseñor Martínez Seara y un grupo de sacerdotes de cierta edad, excelentes. Así comencé en Angaco y conocí las villas, los barrios, la aguada del Conejo, Guayaupa, la mina El Gato, por todos lados andaba. Me compré una moto chiquita porque en Angaco no había nada y te mandaban a comer como pudieras. Así es que vez en cuando comíamos (risas) o me venía a comer a la catedral. Tengo muchas historias. El cementerio queda muy lejos y a veces, para dar misa, me iba en moto y me ponía diarios en el pecho y 3 o 4 pulóveres para soportar el frío. Frente al cementerio había un bar y los deudos, los hombres, se iba al bar a tomar grapa, así es que yo llegaba y primero me iba al bar. “Eh, padre, vamos a brindar”, me decían. “Ya empezamos la misa, vamos, vamos”, les contestaba (risas).
—¿Cuándo llegó a Villa Krause?
— En el 75, monseñor Sansierra me dice que no tenía curas en Villa Krause. Hubo una deserción de sacerdotes muy importantes en esa fecha. Yo le decía: “monseñor, Rawson es muy grande. Yo estoy muy bien aquí”. Entonces, le dije: “Si usted me acompaña, lo hago”. Era una parroquia pequeña, con pocas misas, que había que comenzar a construir. Y esa construcción la empecé a hacer desde afuera. Yo me iba a las villas, a los barrios, a los bares, a los partidos de fútbol o básquet, para que la gente conociera al cura. Ahí comencé a hacer lo que el Papa Francisco pide, el sacerdote en la periferia, cercano a los fieles. Eso es lo que hice durante 50 años. Hasta me oficialicé en básquetbol, jugué en primera siendo cura, y ganamos el campeonato en el B. También jugué en papi fútbol en Unión, en todo.
—Así se hizo conocido…
—Claro y poco a poco, la gente comenzó a venir al templo. Me acuerdo que, en el fútbol, se pegaban muchas patadas y yo les decía: “Mis patadas son santas” (risas)… “Cura y la p…. Mirá lo que me has hecho”, me decían (risas). Así empecé a realizar la fiesta de la Virgen de Andacollo, que se transformó en la más importante de San Juan. En el año 79 se hacía el baile de la virgen en el Club Unión, que generaba una entrada muy importante de dinero y ese año contrataron a la Mona Jiménez. Terminé la misa y la procesión y toda la gente se fue al club. Yo también me fui a ver quién era la Mona Jiménez y veía como todos cantaban (risas).
—¿Cuándo comenzó a construir el colegio?
—En el año ’80, monseñor Di Stéfano vino a San Juan y nos dijo: “Aquí hay que construir”, no teníamos casa ni nada. La escuela parroquial tenía cuatro piezas de abobe y 80 alumnos. Yo aposté por dos cosas: que la evangelización llegara a la gente a través de la educación y los medios de comunicación. Entonces, me propuse construir todos los colegios parroquiales que están en Rawson, Marcos Zapata; Niño Jesús y Juan Pablo II; Santa Teresita en el Barrio Güemes. También ayudé a la construcción de varias parroquias. Yo no robé. Cada cuota de los niños fue para la construcción de los colegios, el camping parroquial, todo. La única virtud que tengo es esa: nunca me interesó el dinero. Construí el Hogar Niño Jesús para niños muy muy carenciados, donde van, almorzaban, hacían las tareas, iban a la escuela, merendaban y se iba a su casa.
—Fue un gran constructor de templos, capillas, colegios, hogares para ayudar a la gente y también puso al servicio de la Iglesia una radio y un canal.
—Puse al aire, con todo lo que cuesta una radio FM 412 Virgen María, con todos los papeles, todo legal. En el año 94 pensé, ¿por qué no tenemos un canal de televisión? Di Stéfano me dijo: “No me pidas que te ayude porque no hay plata”. Yo voy a buscar, le dije. Montamos la antena detrás del exHospital Español y compramos el equipamiento en Córdoba y comenzamos a hacer los trámites. El decreto presidencial de funcionamiento del canal LRJ 518, está firmado por el presidente Carlos Menem. Yo quería un canal educativo, pero cuando llegó monseñor Delgado, tenía otro concepto, otra mirada. Quería un canal abierto, de opinión, y nosotros no teníamos tanto dinero para competir con otros canales.
—¿Cuándo dejó Villa Krause para irse a la Parroquia “Divino Salvador’’, en Rivadavia?
—En 2004, Delgado me pide que fuera a esa parroquia. Cuando se hace el nombramiento de un sacerdote en una parroquia es para siempre, cuando el obispo te da la opción por 6 años o para siempre. Sansierra me hizo el decreto para siempre. Delgado me rogó que me fuera. Le dije: “Monseñor, cuando termine de pagar algunas deudas, renuncio”, le dije y así hice. Al principio pensé que sería fácil, pero me costó mucho.
—Estaba muy inserto en la comunidad.
—Sí, muy. Lo que a veces también es peligroso y le cuento una anécdota. Yo jugaba en un campeonato comercial y participaba en un equipo que se llamaba “Bonomo – Los Pinos”. Yo sabía que Bonomo era una casa de venta de muebles y yo pensaba que era lo mismo, pero era un hotel residencial que está en Villa Las Rosas (risas)… Salimos subcampeones y el dueño del hotel me vino a saludar y me preguntó qué necesitaba para los niños. “Padre, le hago un cheque”, me dijo. “Muchas gracias, cuando necesite, le aviso”, le contesté… ¡Le había hecho propaganda sin saber! A los muchachos les decía: “¿¿¿Cómo no me dijeron???” Un cura le había hecho propaganda a un residencial… Y el dueño me quería dar una tarjeta VIP (risas).
—Padre, ¿cómo va celebrar estos 50 años de sacerdocio?
—No quiero fiestas, porque coincide con la enfermedad muy grave de mi hermana, que murió de cáncer. Sólo haré un retiro espiritual de dos días, porque este día comenzó ella la parte final de su vida. Yo la acompañaba a la noche, le cambiaba los pañales, y entonces para mí se mezclan mis 50 años de cura y mi hermana. No quiero festejo. Voy a dar gracias a Dios. Nunca hice festejos para mí, pero para los demás así. Además, siento que no siempre la Iglesia y los sacerdotes me acompañaron… En muchos momentos me quedé medio solo, desprotegido. Pero soy un sacerdote como la gente. ¿Podría haber sido más santo? ¡Por supuesto que sí! Pero que la gente me conozca y me agradezca, ese es el premio para mí. Yo soy un cura villero, sí hasta los que me pararon alguna vez para asaltarme me conocían.