La adivinanza en Cuyo

La siguiente nota sobre cómo se originó en nuestra región uno de los más importante géneros poéticos, fue publicada en El Nuevo Diario el 3 de septiembre de 2004 es de César Eduardo Quiroga Salcedo, Doctor en Filología. Director del Instituto de Investigaciones Linguísticas y Filológicas “Dr. Manuel Alvar” de la UNSJ. Investigador de carrera del Conicet y miembro de la Academia Argentina de Letra. Quiroga Salcedo es autor de numerosos trabajos literarios y de investigación

 Doctor en Filología. Director del Instituto de Investigaciones Linguísticas y Filológicas “Dr. Manuel Alvar” de la UNSJ.  Investigador de carrera del Conicet y miembro de la Academia Argentina de Letra. Quiroga Salcedo es autor de numerosos trabajos literarios y de investigación

La adivinanza es un patrimonio poético de la humanidad cuyas raíces podemos encontrar, varios siglos antes de Cristo, tanto en la mitología griega —con   expresión en poetas y trágicos— como en la tradición hebraica —reflejada en forma semejante en textos bíblicos— desde muy antiguo.
De igual modo, se puede documentar situaciones o piezas de este tipo en otras tradiciones orientales, confluyentes o no, con la hebraica e indoeuropea.


No haremos aquí una historia de la adivinanza ni de su entronque en cada una de estas vertientes culturales. Bástenos reconocer, simplemente, que la mayoría de los caracteres de estas piezas migraron en haz desde aquellos profundos orígenes hacia nosotros, vehiculizados en un período por la tradición greco-latino-cristiana al mundo europeo y que desde allí se volcaron, de la mano de España, a América, en donde las hemos recibido y acogido como patrimonio propio.


Formas poético populares que hemos hecho tan nuestras, tan propiedad indoamericana, que terminamos por pensar que son prenda de autenticidad, de criollismo, o reafirmación de nativismo. Al punto de que hoy nos atrevemos a comentar estos materiales como "Adivinanzas de Cuyo", o pudiera ser de cualquier otra parte de la Argentina. Y así como de este país, de todos los de habla hispana de este continente.


Procedencia de la adivinanza cuyana
Hasta el presente no ha llegado a nuestras manos algún trabajo que tenga como objeto específico el estudio de la adivinanza entre las culturas aborígenes de América. Esto nos deja ayunos de información en cuanto a todo lo relacionado a este inmenso campo de la poesía popular precolombina.

En principio, la adivinanza parece ser un fenómeno europeo trasplantado a nuestras tierras americanas con y por los españoles y portugueses (si nos reducimos naturalmente al estricto ámbito ibeoamericano). Para llegar a estas afirmaciones tenemos no poca documentación confirmatoria, tanto europea como española y portuguesa, colecciones de adivinanzas arcaicas provenientes de los siglos inmediatamente anteriores a la conquista española y sobre todo, el hecho incontrastable de la supervivencia inalterada de los adivinanceros españoles y portugueses hasta nuestros días.

Por otra parte, importantes testimonios nos aportan las tradiciones de los judíos sefardistas expulsados de España quienes llevaron, a tierras tan extrañas como Turquía o Yugoslavia, entre sus bagajes culturales, precisamente; estas composiciones, en los mismos siglos en que América era colonizada por las potencias marítimas europeas.



Más pruebas de la influencia hispana

Hay otra prueba de la fuerte cuota de hispanidad de la adivinanza hispanoamericana. Es la que proviene de estudiar atentamente otras manifestaciones semejantes, producidas y documentadas en el territorio actual de la América. Es el caso de las colecciones adivinancísticas aymará y de la órbita quichua santiagueña, ambas situadas en la zona norte de la Argentina.

En otros casos, la dispersión geográfica de algunas piezas, nos da pie a señalar despliegues de un período poshispano.

En el caso particular de Cuyo, pequeños datos caracterizan, una procedencia chilena (v. gr., cotón, barbón, penca, etc.), pero ello no indica el origen primero de la composición sino, simplemente, el camino comarcal dentro de los grandes espacios del Nuevo Mundo. En este sentido, nuestra adivinanza no ha debido someterse a aduanas.

La estructura poemática, su cadencia rítmica y la configuración de las imágenes pertenecen casi íntegramente a la adivinanza propiamente hispana (y por ende, europea).
Lo que suele ser criollo y propio es el motivo inspirador: la conana aborígen, el mate, algún animal americano, en general, instrumentos o costumbres prehispanas, los pájaros nativos, la vegetación propiamente americana, etc. En muchos casos, no es sino la misma pieza española adaptada a nuestras particularidades regionales. En definitiva, una manera de tratar lo heredado como algo sustancialmente propio.

Las posibilidades pedagógicas de la adivinanza
De comienzo, parecería que el ámbito natural donde se desarrolla y cultiva la adivinanza es el de la niñez, pubertad y juventud. No es que el hombre maduro no lo utilice, maneje o se aproveche de ella, o que el anciano no la transporte o goce, sino que son aquellos primeros períodos los que reciben esta forma poética en función pedagógica.

La adivinanza, en tanto que forma poético-popular, ha ocupado (antes más) y ocupa (todavía, aunque menos) un papel destacado en la educación tradicional y no sistemática de los niños. Hasta no hace mucho tiempo atrás representó un lugar obligado del juego invernal, a puertas cerradas, o dentro de la cocina familiar.

 

En otros casos, un grato pasatiempo de los visperos estivales, cuando la agonía de la tarde imponía un tranquilo ritmo de sosiego.

Por la adivinanza —y a través de ella— se producía también en estos rincones del mundo lo que era habitual y natural: la comunicación concreta de padres a hijos, dentro de un ámbito sereno y afectuoso. Muchas otras veces, o frecuentemente, los propios abuelos eran los portadores sin urgencia de un conocimiento antiguo.


No han faltado tampoco aquellos encuentros enmarcados en fiestas familiares en que, en rueda abundante de amigos, la adivinanza granjeaba risas y jaranas. En ambientes más rudos o menos meticulosos, se la encontraba hasta en los velorios.



Atención a los presentes
que les voy a detallar
un implemento que al hombre
le gusta mucho mostrar.
Yo hace tiempo lo tenía
y siempre me lo tocaba,
las chicas me lo veían
y enseguida lo tiraban.
Eso lo tenemos todos
los hombres en esta vida,
unos lo usan para abajo
y otros lo usan para arriba.
Hay algunos que lo llevan
cual si fuera un contrapeso,
unos lo tiene finito,
algunos lo tienen grueso.
Hay quien lo tiene cuidado
y en el espejo lo mira,
hay quien lo tiene olvidado
y hecho flor de porquería.
Unos lo tienen negrito
y otros de color variado,
unos lo tienen poquito
y unos pocos demasiado.
Hay algunos que lo usan
por obligación o encargo,
unos lo tienen cortito,
otros lo tienen más largo.
Y ahora para terminar,
antes que mi voz se agote,
una cosa quiero aclarar:
les hablaba del bigote.



Cuatro barrosas,
cuatro melosas,
dos guardapalos
y un quitamoscas.
(La vaca)


Un bichito
chiquito que mientras más
come más flaco
se pone.
(El cuchillo)

Tengo nueve letras y me pueden
reconocer porque siempre digo lo mismo
al derecho y al revés.
(La palabra reconocer)


No es órgano articulado,
tiene un poder sin medida,
puede quitarle la vida,
y envanecerle halagado.
(La lengua)


Mi dueño me tiene amor y
aunque soy mujer honradame
suele tener atada
y guardada a mi señor.
(La llave)


¿Qué animal es
el que anda
de mañana en cuatro
pies, al mediodía con
dos y por la tarde
con tres?
(El hombre)


Subo al monte, pego un
grito, bajan cabras y cabritos.
(La campana)


Si me meto al
fuego no me quemo.
Si me meto al agua
no me mojo.
si me paro me estiro
y si me agacho
me encojo.
(La sombra)

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Ilustración de Miguel Camporro