Cuenta
José A. Verdaguer en “Historia eclesiástica de Cuyo” que cuando se acercaba el
centenario de la patria, Fray Marcolino
del Carmelo Benavente, quinto obispo de San Juan de Cuyo, sacerdote y
religioso dominico, pidió al ministro de Cultos de la Nación una partida para
alquilar una vivienda para la Curia, alojada hasta ese momento en una casa de
los herederos del difunto obispo Achával.
El
gobierno, en lugar de destinar una partida presupuestaria, optó por entregarle
un subsidio de 30 mil pesos para que comenzara a levantar una sede propia.
Benavente
era un obispo ejecutivo ciento por ciento y con un gran poder de convicción.
Inmediatamente recibida esa suma que de manera alguna alcanzaba para construir
una sede “como Dios manda”, comenzó a pedir dinero a amigos y fieles, donó sus
ahorros y comenzó él mismo a diseñar los planos de lo que sería el Palacio
Episcopal, bajo la supervisión del proyectista Gregorio Puigrós.
Con
el proyecto en mano, encargó las magníficas puertas de roble labradas a Rafael
y Enrique Torres, confió la construcción del edificio al constructor Carlos
Varesse y finalmente contrató la pintura con la firma González y Bahamondes.
El
mobiliario fue donado íntegramente por familias porteñas amigas del obispo.
El
caso es que el 19 de marzo de 1910 se inauguró el hermoso edificio de dos
plantas de estilo romántico bizantino.
Era
uno de los 19 edificios construidos con cemento para la época del centenario.
Lamentablemente
el edificio tuvo vida efímera, pues aunque soportó el sismo de 1944, fue
demolido para abrir la Avenida Central.
(Foto coloreada mediante IA)
Fuente: Publicado en Nuevo Mundo, edición
1097 del 20 de febrero de 2025
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