El 19 de enero de 2006 se cumplieron 100 años del nacimiento de Eusebio Dojorti Roco, Buenaventura Luna. Como una forma de recordar al bardo huaqueño publicamos los tramos salientes del libro que escribieran Hebe de Gargiulo, Elsa de Yanzi y Alda de Vera titulado “Buenaventura Luna su vida y su canto” y que fuera editado en 1985 por el Senado de la Nación.
Una antigua raigambre parte desde aquel lejano 1806 cuando los Dougherty —entre otros— debieron internarse definitivamente en estos territorios como consecuencia de su derrota en las Invasiones Inglesas. Sucesivas generaciones trajeron variantes, no sólo en los rasgos físicos de la familia, sino hasta en la grafía del apellido que se convirtió en Dojorti. Remontamos el árbol hasta entroncar en el abuelo don Eusebio Dojorti, que fuera juez de paz en Paso del Lamar y compañero de Aberastain en La Rinconada. Este noble caballero y ciudadano cabal se casó con doña Josefa Suárez —la patroncita— a ella se debe, precisamente, la idea del Molino de Piedra de Huaco —con paredes de tapiales y adobones crudos—, que se ha convertido en el símbolo del pueblo. Uno de los ocho hijos de ese matrimonio fue don Ricardo Dojorti, heredero del señorío de sus progenitores y primer intendente de Jáchal, allá por 1909.
De su matrimonio con doña Urbelina Roco, el 19 de enero de 1906 —el mismo día que moría el general Bartolomé Mitre—, nació Eusebio de Jesús Dojorti Roco, en el valle sereno e iluminado.
“Dorados potreros, trajín de alza y trilla, molinos de rodezno, novena de caja y copla, fueron sus juegos infantiles”, dice el escritor sanjuanino Rogelio Díaz Costa.
Una niñez feliz, campesina y cristiana; que la figura materna nutría de espiritualidad, marcó la personalidad de Eusebio. De aquellos años viene su admiración y su cariño por uno de los “campañistos” de la tierra de su padre. Era Buenaventura Luna, hombre de confianza encargado del ganado y responsable del ordeñe, cuyas “tortas al rescoldo” y relatos montañeses saboreaba el niño preferido, mientras era cargado en la misma montura, o adormecido junto a los fogones. Este Buenaventura “matrimoniaba” con la visoja Adelaida, mencionada en una de las composiciones, cuando el niño, ya hombre, asumió el nombre y los modos de su mentor para la creación artística.
Educación
Inició la escuela primaria en la Escuela Nº 26 de Huaco que fundó y dirigió doña Teresa Zamora de Calcagno y la completó en la Escuela Normal Fray Justo de Santa María de Oro de la villa de Jáchal.
Ya entonces aparecía su inclinación por las letras estimulada por el inolvidable maestro en artes don Eusebio Rodríguez, quien auspició la publicación de un artículo periodístico de su autoría cuando apenas tenía 12 años de edad. También desde entonces se registra su predilección por la poesía para lucimiento de sus maestros.
No terminó la escuela secundaria. Un temprano compromiso político, un inconveniente disciplinario, y el intenso llamado por todas las huellas de la distancia lo alejaron de los estudios sistemáticos, al tiempo que se sumergía en el mundo fascinante de los viajes por el campo argentino y de las lecturas. Don Quijote, La Biblia, el Martín Fierro fueron sus compañeros permanentes. Nosotros lo conocimos adulto ya, maduro, citando el Evangelio y el Cantar de los Cantares; grabando un meduloso estudio del libro de Hernández y profundizando comentario de Don Quijote.
La influencia de los renacentistas españoles que veneraba. Fray Luis y Garcilaso, signa su poesía —tal como precisaremos más adelante—.
Actividad pública
Comprometido políticamente con su provincia y federalista convencido, actúa al lado de Federico Cantoni en circunstancias azarosas y cotidianas.
La rebeldía juvenil y la evolución en sus planteos lo llevaron a disentir con los conductores del partido. Deja la redacción del periódico oficialista “La Reforma” y unido a jóvenes de otras tendencias, también disconformes, funda un nuevo periódico “La Montaña”, destinado a ser el órgano de un futuro movimiento político provincial, con vinculaciones nacionales.
La virulencia de los artículos que criticaban al gobierno y la actitud de evidente enfrentamiento, entre otros motivos, provocaron el secuestro del semanario, la detención del director y de los periodistas Montilla y Miscovich y su confinamiento posterior en Tamberías —en plena cordillera—.
Después de más de dos meses de difícil encierro, con la complicidad de Rodolfo Flores, guardacárcel que había sido obrero en casa de sus padres —a quien dedica un estilo—, logran fugar hacia Mendoza. Llegaron con gran esfuerzo a la zona de Yaguaraz, donde los esperaban periodistas de los principales diarios del país, preocupados por la suerte de sus colegas. La figura de Eusebio Dojorti cobra así relieve nacional.
Otro pudo haber sido el significado de su quehacer público si hubiera preservado en esta actividad, pues —aseguran sus contemporáneos— tenía verdadero talento y personalidad de conductor. Sólo una candidatura a diputado provincial fue la postulación importante.
Desilusionado del quehacer político, pero siempre deseoso de llegar a los demás, de comunicarse, y con un gran bagaje de conocimientos de la tierra que amaba, recogidos de sus largos peregrinajes, inicia a través de la radio su vida artística, que sería, en definitiva, el camino de la posteridad.
El artista
Amigo de las tertulias trasnochadas, versificador talentoso e infatigable, siempre tenía un grupo numeroso de seguidores.
Integró y dirigió dos conjuntos que alcanzaron fama en todo el país y aún en el exterior: Los Manseros de Tulum y La Tropilla de Huachi Pampa.
A la pregunta de un periodista porteño acerca de cómo nació La Tropilla... contesta: “Mis cachorros son todos de allá (San Juan), menos el puntanito que vino después. Nos topamos en una de esas clásicas parrandas sanjuaninas. Empezaron a correr los vasos de buen vino, las empanadas chorriantes de jugo y otras maravillas. Ni los muchachos, que acababa de conocer, ni yo pudimos con el genio: las cuartetas me brotaban como agua de manantial. Por su cuenta Canales, Tormo, Vaca, el Zarco Alejo y Narváez cantaban o se floriaban con la guitarra, haciendo estremecer de gusto a las mocitas. El resto vino solito. Los músicos se ofrecieron a seguirme; yo simpaticé mucho con ellos y resolvimos marchar juntos a probar suerte en Buenos Aires”.
Para entonces ya era Buenaventura Luna.
La nómina de sus programas radiales —al menos de los que hemos podido rastrear en los archivos— es extensísima.
De los años 30, en Radio Graffigna, hoy Colón, figuran “A. Z. Zafarrancho Oral” y “V Doble Zafarrancho Vocal”, este último con libretos completos en verso. En 1937 debuta en Buenos Aires con la Tropilla de Huachi Pampa en un acto en el salón de la Biblioteca Nacional.
“La tropilla de los cantos errantes —decía un periodista de Buenos Aires en marzo de 1942— inspirados en la emoción de partir, se ganó para siempre el corazón de Buenos Aires. Esta bendita ciudad que desde el fondo de sus rascacielos siente —como los hijos de la montaña— un ansia desesperada de horizontes”.
Ya en 1938 figura actuando en Radio El Mundo, según lo consignan las consignas de “Nuestra Onda”, boletín semanal de LR1 Radio El Mundo. Esa misma fuente señala que en octubre de 1940 inicia el programa “El fogón de los arrieros”, que se recuerda entre los mejores. Por 1942 irradia “6 estampas argentinas”, magníficas en su pintura dialogada, de los lugares que evoca.
Otros programas, siempre acompañados por crítica elogiosa y numerosa audiencia fueron: “El canto perdido”, con los Manseros de Tulum; “Por esos campos de Dios”, estampas de su viaje al norte, de donde se inspiró Coquita y Alcohol. ; Al paso que van los años”, en Radio Splendid de Buenos Aires; “Entre mate y mate... y otras yerbitas”; y el último irradiado en San Juan después de 1950, en el que tuvimos la suerte de participar, para sentir a su lado ese modo distinto de comunicarse y crear: “San Juan y su vida”, todas las noches, una hora de recuerdos, comentarios, poesía y canciones.
Esta época de su vida —la de la actuación artística— es la más fecunda en la creación poética. Casi todos los poemas y todas sus canciones han sido compuestas entre 1934 y 1955.
Los libretos de sus audiciones tienen el mismo nivel literario que su poesía. Especialmente cuando trata los temas que le son gratos: Jáchal, Huaco, San Juan, la geografía de la patria toda, el hombre del campo, el guitarrero, el arriero.
Tal vez algún día pueda reunirse —así como ahora los versos— toda esta abundantísima prosa poética de Eusebio Dojorti, Buenaventura Luna.
Semblanza final
Alto, severo, de oscura tez curtida por los soles; con mirada profunda e inquisidora, tenía la sonrisa triste de los criollos que viven de interioridad. “La tristeza —decía— es un principio, un estado de salud acaso, mientras que la amargura es escasamente un resultado. Triste y hermosa debió ser la tierra del remoto tiempo bíblico. Entonces el hombre vivía triste de sentirse fuerte y solo. Ignorante y feliz frente al planeta próximo o lejano. Ahora el hombre es amargo, porque la amargura es un producto social, un resultado de la desilusión del individuo con respecto a la condición humana. La amargura implica la experiencia del semejante y es, por eso, de naturaleza urbana. Amargo no es ni puede ser el campesino en soledad”.
Su voz es grave y cascada, “como si le doliera quebrar el silencio”, acentuaba la marcada tonada huaqueña. Parco en el decir, aseguraba que “las cosas bellas se dicen en pocas frases”; y otras veces: “tontera es hablar sin decir nada”.
Caminaba al desgaire; como diría Toscano Larreta, con “andar de peatón indeciso, como el de un jinete “boliau” que busca y no encuentra a su parejero”.
Tenía una memoria de baquiano que nada olvida, un varonil concepto de la amistad (“Los hermanos los da Dios y los amigos los elige uno”) y una intransferible ternura por su madre. Por ella y por las hondas raíces aquerenciadas en sus pagos, debió serle muy duro el alejamiento de San Juan. Su salud se quebraba. Los años de Buenos Aires fueron una permanente nostalgia y un no callado deseo de retornar “a la paz de los aleros / al oro de los trigales / cuando prolonga la tarde su agonía entre las lomas...”.
Murió el 29 de julio de 1955. Parecía que en Huaco se había puesto el sol.
Un año más tarde, con la austera solemnidad de los hechos trascendentes, sus restos fueron llevados al Huaco de sus amores.
Ver: Cómo fue el regreso de los restos de Buenaventura Luna