Mercedes Macho

La conocí un día de invierno de 1932. La mañana estaba fría y luminosa y el sol, débil, entibiada la vidriera del lado norte de la Confitería La Chiquita del calles Mitre y Mendoza. Por la vereda de enfrente, en Ferretería Zunino, paró un automóvil Ford T. La parte de atrás del auto había sido convertida en caja para transportar mercaderías y no obstante el frío, el carruaje carecía de parabrisas. Descendió del vehículo una mujer extraña, llamativa, que cruzó la calle, entró en la confitería, se sentó en la mesita que daba al sol y pidió café con leche, masas y una copa de anisado. Ahí pudo observarla.

Era de regular estatura, cerca de un metro setenta. Fornida, de carnes prietas y musculosas; la tez era trigueña y tirando a criollo, el pelo marrón y en melena corta. Vestía una pollera a media pierna, de color gris con rayas negras; camisa tipo grafa; pañuelo al cuello. Levaba un saco de hombre color marrón con rayas más oscuras de la solapa colgaba, una cadena de oro, un reloj Longines que caía en el bolsillo del pañuelo. Doblado hacia abajo, la punta de un pañuelito bordado lucía aprisionada por la prensilla que sostenía un lápiz. Llevaba medias de la, sujetas por ligas a la altura de la rodilla; calzaba zapatos de hombre. Llevaba, después supe, permanentemente, un rebenque o fusta gruesa que pendía de una correa que colgaba del antebrazo derecho. Un chambergo marrón coronaba el espectáculo.

Parca en palabras, su voz era gruesa y pausada. Se adivinaba acostumbrada al mando y a ser obedecida. Al verla, la primera impresión era de estupor que luego era simpática. Tomó el café con leche y masitas pausadamente, luego saboreó con deleite, la copita de anís. Llamó, pagó y saludando al dueño de la confitería, de quien era amiga, tomó la calle, le dio manija al forcito, arrancó y enderezó para la feria donde iba a hacer las compras para su negocio.

El negocio era la  proveeduría del parque de Zonda que se estaba construyendo. Entre dos y trescientas personas deben haber sido las que atendían en su negocio y ¡seguramente había de todo! De ahí la justificación de la tenencia del rebenque y el carácter.

Un día de franco me fui para verla. Ahí estaba, tal como la viera en la confitería, vestida de autoridad y leyenda. Una como peoncita la ayudaba en las menudencias: azúcar, yerba, tabaco, fósforos, sardinas, alpargatas, algún pañuelo. Ella, despostaba una media res y a fe, que manejaban el cuchillo con una destreza digna de mejor tarea y mejor causa. ¡El cuchillo, símbolo de autoridad y mando, estaba en buenas manos!

Zonda

El parque de Zonda estaba en sus inicios y todavía tenía el natural encanto de su primitivismo. La quebrada era surcada por un curso de agua (el estero) que, sorteando obstáculos formaba innumerables meandros y naturales ollas ideales para el baño y el descanso de numeroso público que allí acudía. Los caminos y túneles del alto estaban en plena ejecución. En el curso de agua, una frondosa arboleda, en la que predominaban los sauces daba ornamento al paisaje y frescor y sombra a la gente, especialmente familias, que acudían a ese paseo a pasar el día.

Ese era el ámbito y ese el tiempo que Mercedes Ríos hacía su vida y cumplía su destino. La práctica del coraje y el uso de la independencia eran atributos naturales en esa extraña pionera mujer. Cuando las mujeres (la mayoría) eran amas de casa y criadoras de hijos, cuando no objeto de la prepotencia del mache, ella era una mujer libre y ejemplar en muchos aspectos. Ello le valió el escarnio del apodo que, creo llevaba con orgullo: ¡Mercedes Macho!

¡Ese era el ámbito y ese el tiempo de Mercedes Macho! Atender y conformar a trescientos clientes entre polacos, checos, italianos, chilenos y criollos no es “moco de pavo”. Ella sabía su trabajo y lo hacía bastante bien aunque, a veces, dejara de lado la urbanidad y “el cliente siempre tiene razón” para inclinarse por razonamientos más contundentes, como pueden ser el coraje y el rebencazo.

Actuaba en la política y ¡por supuesto! Militaba en el flamante bloquismo de los “tres machos Cantoni”. Eso marcaba una definición y un estilo de vida (ese estilo se asumiría, años después, masivamente) en toda la república.

La tarde llegaba a su fin y di una última vuelta por el boliche de la Mercedes. Estaba afirmaba  en el mostrador de pino. La silueta se recortaba nítida contra el crepúsculo de la oración. Era como dueña el paisaje y de la gente. El chambergo, tirado para la nuca, resaltaba el perfil acriollado y arrogante. Había afirmado una pierna sobre un esqueleto de botellas vacías. La fusta, jugueteando en las pantorrillas era el símbolo de una época y de una estirpe que pasaría irremediablemente. Hoy estamos más civilizados… ¡el para qué, me lo sigo preguntando!

Mercedes Ríos murió por los años cuarenta en un accidente automovilístico cerca de Cañada Honda. Esta vez se equivocó la muerte. Mercedes Macho era mucho más que una nota policial. ¡Merecía la muerte en un acto heroico!

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"La silueta se recortaba nítida contra el crepúsculo de la oración, era como dueña del paisaje y de la gente. El chambergo, tirado para la nuca, restaltaba el perfil acriollado y arrogante"...