José Carrieri: el artista y el legado

A través de discursos verbales, ejercicio de responsabilidades institucionales y la práctica en los campos del dibujo, la escultura, la fotografía y el cine consolidó la inclusión del arte en la enseñanza.

José Carrieri falleció el 22 de marzo en la casa que diseñó, vivió y amó, rodeado por el afecto de familiares y amigos, el respeto académico y el reconocimiento de su mérito artístico.  Lega una producción coherente y sólida,  su experiencia pedagógica declarada patrimonio de la Universidad Nacional de San Juan y el raro privilegio que a más de treinta años, todavía  la comunidad se sorprenda y discuta el sentido de “El rosetón de los deportes” –uno de sus trabajos emblemáticos-.

 

A través de discursos verbales, ejercicio de responsabilidades institucionales y la práctica en los campos del  dibujo,  la escultura, la  fotografía y el  cine consolidó la inclusión del arte en  la enseñanza, la investigación y la extensión  universitaria. Como creador y docente cruzó al arte con el rigor científico, el ingenio técnico, la perspectiva humanística y la reflexión radical de la Filosofía. El fundamento de estas intersecciones se encontraba en la convicción que el arte plantea problemas estéticos, pero su solución requiere aportes transdisciplinares.

 

Una fuente de su creación fue la determinación de la relación entre el hombre y el espacio.  A través del tiempo y las formas encontradas se advierte la toma de conciencia del espacio mismo, el cálculo exacto de la proporción y los equilibrios, el descubrimiento de posibilidades de los materiales, la inventiva técnica y la pericia artesanal en los procesos de construcción. Estas notas atraviesan en distinto grado,  desde  el “Ramo de Laureles” ubicado en Plaza Chile (obra juvenil realizada bajo la conducción de Lorenzo Domínguez en la década del 40)  hasta “Lírica” (el último trabajo de grandes dimensiones que se instaló en Hawthorn Suites), pasando por la  profusión de la exquisita colección de estudios realizado bajo su conducción en el taller de Plástica en la Facultad de Ingeniería de la UNSJ, las insólitas técnicas constructivas de las megaesculturas, el refinamiento de alguna imagen religiosa de bulto y las tramas de metal en las que dio significado al vacío.

 

Pero todos los experimentos animados  sólo se pueden comprender desde una existencia dedicada a vivir en la belleza. Carrieri no estaría de acuerdo con la afirmación, me lo imagino afirmando: - ¡hay Peñafort, Peñafort! ¿Qué estás diciendo? Él  prefería determinar la excelencia de las obras desde la noción  de “buena forma”,  actitud que instalaba un punto de vista racional en el ambiente tardo romántico, reacio a admitir una línea de trabajo que quería ser y era vanguardista. La afirmación se sostiene porque al poco andar en las conversaciones dejaba al  descubierto el motivo por el que sus obras no solo nos convencen sino que nos conmueven.  Por ejemplo, una vez  interrumpió una disquisición teórico-técnica con el relato de un episodio que mostraba desde dónde se iluminaba las formas.  Recordó que la noche que llegó a París – hablamos de mediados del siglo XX –  no pudo tomar con la mirada a la ciudad artística puesto que se encontraba envuelta en niebla. En la bruma descubrió una luz en lo alto de una buhardilla, donde lo maravilló la imagen de una bailarina. Como  dijo Borges, todo encuentro es una cita. A veces cuando veo la liviandad y frescura que emanan de sus megaesculturas creo reconocer  esa  experiencia poética  del mundo que modifica el recurso a las ciencias exactas que lo había llevado a París.

Primero admiré su obra – un soberbio San José que estaba ubicado en el atrio de una iglesia cercana a la casa de mis padres –,  después  respeté las conductas del hombre. Sin embargo voy a concluir estas líneas con una referencia al  su rol de profesor, tal vez el más humilde de los lugares desde el que se lo podría despedir.

 

En los inicios de la década del 70, cuando los que transitábamos la juventud queríamos innovar todo, Carrieri  dictó clases de dibujo en la Universidad Nacional de Cuyo, En una oportunidad presento al “Ciclista” de Toulouse Lautrec e indicó que debían copiarlo. Me imagino la sonrisa inicial de los estudiantes de mi generación, algunos hoy destacados artistas, al pensar que se trataba de reeditar el viejísimo modo de aprendizaje del arte, claro que ella cambió cuando las copias de notable exactitud eran rechazadas. Al pedir explicación, Carrieri señaló que lo que le da vida a una gran obra no es el resultado, sino los procesos, motivo por el que ninguna copia literal genera una verdad artística. Esto no significa rechazar el aprendizaje de los grandes maestros, sino estudiar  los procesos inscriptos en la obra y que dan cuenta del origen de su grandiosidad. Para orientar el cumplimiento de  esta misión existen las escuelas de arte y solo si se se alcanza el objetivo  el arte subsistirá rodeado por la colonización del inconsciente y la voracidad del mercado.

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