Los últimos días de Sarmiento

Hace 132 años moría en Paraguay Domingo Faustino Sarmiento, que hasta último momento mantuvo su mente activa y un entusiasmo que contagiaba

El joven diplomático apuró el paso. De esa madrugada, el ministro residente argentino Martín García Merou recordó que era tranquila, húmeda, tropical como solían ser las cálidas noches de Asunción del Paraguay. Lo habían llamado de urgencia, porque Sarmiento estaba muy grave. Este sanjuanino cabrón, temperamental, creativo, inteligente, prolífico, egocéntrico y tantos calificativos más hacía un tiempo que estaba viviendo en el Paraguay, y con García Merou se había hecho casi amigos, como de muchos paraguayos que se sorprendían por el ritmo de trabajo de ese anciano achacoso que contagiaba entusiasmo en cada idea que emprendía.

Ingresó a la casa ubicada pegada al Hotel Cancha Sociedad, propiedad del doctor Silvio Andreuzzi Passudetti, un médico oculista italiano.

Cuando entró, pasadas las dos de la madrugada, de ese martes 11 de septiembre, ya era tarde. Domingo Faustino Sarmiento, de 77 años, había fallecido. Su nieta María Luisa, le sostenía su mano. Estaba acostado en una sencilla cama de bronce de una plaza. Al pie, su hija Faustina lloraba y muy cerca permanecía otro de sus nietos, Julio Belín.

En los últimos tiempos, a Sarmiento le costaba respirar. También sufría de problemas cardíacos y además, antes de cumplir los 40 años, ya se había manifestado una pérdida de audición que se transformaría en una profunda sordera. Lo habían obligado a dejar el cigarro, cosa que lamentaba.

 Aconsejado por los médicos que pasase una temporada en un lugar más cálido, primero optó por descansar en las termas de Rosario de la Frontera, en Salta, donde estuvo en junio de 1886; y luego se decidió por Asunción del Paraguay. En mayo de 1887 partió en el flamante vapor a ruedas San Martín y se sorprendió cuando vio, ese 25 de julio, que en el puerto lo esperaban cerca de tres mil personas. Todo el país sabía de su llegada, si le había escrito al presidente el general Patricio Escobar, sobre su voluntad de pasar un tiempo en el país “por un problema de salud que no se sabe si es en los bronquios o en los pulmones, para morir da lo mismo”. Escobar, quien era presidente desde 1886, era un joven teniente cuando combatió en Curupaytí, donde murió Dominguito, el hijo de Sarmiento.

Se alojó en el Hotel Hispano Americano y hasta su regreso, en octubre de ese mismo año, recorrió tierra paraguaya, hizo amigos y aconsejó a las autoridades en cuestiones educativas, en reformas que se llevarían a la práctica. Aún en plan de descanso, no perdía el tiempo.

El 26 de mayo de 1888 partiría de Buenos Aires definitivamente. En el puerto paraguayo lo recibió García Merou, quien lo acompañó a alojarse en el Hotel Cancha Sociedad. Tal fue la impresión que Sarmiento había causado en el pueblo paraguayo, que gracias a una suscripción popular se recaudaron tres mil pesos con los que se compró un terreno lindante al hotel. Ahí levantaría una casa isotérmica importada, proyecto que lo tenía por demás entusiasmado.


El joven diplomático apuró el paso. De esa madrugada, el ministro residente argentino Martín García Merou recordó que era tranquila, húmeda, tropical como solían ser las cálidas noches de Asunción del Paraguay. Lo habían llamado de urgencia, porque Sarmiento estaba muy grave. Este sanjuanino cabrón, temperamental, creativo, inteligente, prolífico, egocéntrico y tantos calificativos más hacía un tiempo que estaba viviendo en el Paraguay, y con García Merou se había hecho casi amigos, como de muchos paraguayos que se sorprendían por el ritmo de trabajo de ese anciano achacoso que contagiaba entusiasmo en cada idea que emprendía.

Ingresó a la casa ubicada pegada al Hotel Cancha Sociedad, propiedad del doctor Silvio Andreuzzi Passudetti, un médico oculista italiano.

Cuando entró, pasadas las dos de la madrugada, de ese martes 11 de septiembre, ya era tarde. Domingo Faustino Sarmiento, de 77 años, había fallecido. Su nieta María Luisa, le sostenía su mano. Estaba acostado en una sencilla cama de bronce de una plaza. Al pie, su hija Faustina lloraba y muy cerca permanecía otro de sus nietos, Julio Belín.

En los últimos tiempos, a Sarmiento le costaba respirar. También sufría de problemas cardíacos y además, antes de cumplir los 40 años, ya se había manifestado una pérdida de audición que se transformaría en una profunda sordera. Lo habían obligado a dejar el cigarro, cosa que lamentaba.

Aconsejado por los médicos que pasase una temporada en un lugar más cálido, primero optó por descansar en las termas de Rosario de la Frontera, en Salta, donde estuvo en junio de 1886; y luego se decidió por Asunción del Paraguay. En mayo de 1887 partió en el flamante vapor a ruedas San Martín y se sorprendió cuando vio, ese 25 de julio, que en el puerto lo esperaban cerca de tres mil personas. Todo el país sabía de su llegada, si le había escrito al presidente el general Patricio Escobar, sobre su voluntad de pasar un tiempo en el país “por un problema de salud que no se sabe si es en los bronquios o en los pulmones, para morir da lo mismo”. Escobar, quien era presidente desde 1886, era un joven teniente cuando combatió en Curupaytí, donde murió Dominguito, el hijo de Sarmiento.

Se alojó en el Hotel Hispano Americano y hasta su regreso, en octubre de ese mismo año, recorrió tierra paraguaya, hizo amigos y aconsejó a las autoridades en cuestiones educativas, en reformas que se llevarían a la práctica. Aún en plan de descanso, no perdía el tiempo.

El 26 de mayo de 1888 partiría de Buenos Aires definitivamente. En el puerto paraguayo lo recibió García Merou, quien lo acompañó a alojarse en el Hotel Cancha Sociedad. Tal fue la impresión que Sarmiento había causado en el pueblo paraguayo, que gracias a una suscripción popular se recaudaron tres mil pesos con los que se compró un terreno lindante al hotel. Ahí levantaría una casa isotérmica importada, proyecto que lo tenía por demás entusiasmado.


 En Paraguay, no perdió el tiempo. Cuando algunos lo miraban con recelo por haber sido el presidente en los dos últimos años de la guerra de la Triple Alianza, se mostró colaborativo y agradecido. No sólo se ocupaba de todos los detalles de la que sería su nueva casa, sino que colaboró con las autoridades en el diseño de la ley de Educación Común de ese país, pensó cómo reorganizar la biblioteca nacional y el museo, elaboró un proyecto para la jubilación de maestros y diseñó reglamentos escolares y planes de estudio. Hasta fue el responsable de que Paraguay contratase a maestras norteamericanas, como fue el caso de Sara Reed. Y como no podía con su genio, fue el que introdujo el eucaliptus y el mimbre en ese país. No paró.


Le escribió a Aurelia Vélez, su gran amor, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield, con quien mantenía una pasión de más de 25 años. Le pidió que fuera a visitarlo, que estaba organizando una fiesta para inaugurar su casa. “Venga al Paraguay y juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida”. Aurelia, de 51 años, no se hizo rogar y llegó en agosto a bordo del vapor Olimpo. El ex presidente organizó entonces la fiesta de inauguración de su casa. Se había ocupado de todos los detalles que incluyeron fuegos artificiales y luces de bengalas. Además, hizo decorar el lugar con cáscaras de naranja que, ahuecadas, se las rellenaba con sebo y se las encendía.

Se ignora por qué, pero el 3 de septiembre, Aurelia emprendió el regreso a Buenos Aires.

El 5 de septiembre, fue un día de alegría para Sarmiento. Por fin, habían hallado agua en el pozo que estaban cavando, ya demasiado profundo, y no quiso perderse la ocasión de ir a verlo. A su regreso, era otra persona. Se sentía enfermo y fue directo a la cama.

Su estado se agravó. Ese mismo día el cónsul argentino Sinforiano Alcorta le informó a García Merou que Sarmiento estaba mal. Lo asistían los médicos Silvio AndreuzziAlejandro Candelón y el suizo Emil Hassler. Diagnosticaron caquexia cardíaca.

Aurelia también era informada. Entre el 8 y 9 recibió telegramas en los que, en breves palabras, reflejaban la gravedad del sanjuanino. El 10, García Merou telegrafió al presidente Miguel Juárez Celman -uno de los tantos blancos de las ácidas críticas del sanjuanino- informándole que Sarmiento estaba grave.

Falleció el 11, a las 2 de la mañana. Tal como se acostumbraba, se convocó al reconocido retratista español Manuel San Martín para que le tomase una fotografía al ilustre muerto. La primera fotografía la tomó con el cuerpo en la cama, pero como había poca iluminación, se decidió una segunda toma en otro lugar. Se necesitaron a cuatro personas para sentarlo en el sillón que había sido un regalo de Ambrosio Olmos, gobernador de Córdoba, y en el que Sarmiento pasaba gran tiempo del día, junto a una ventana.

“...se apoyó el brazo izquierdo en flexión sobre la mesita giratoria del sillón y la derecha quedó reposando sobre el muslo del mismo lado (...) Y para dar mayor realce a lo obrado, no faltó el comedido que colocara en la mano derecha del difunto una pantalla común...”, contó el médico Calderón en sus memorias. Sobre su falda colocaron el libro Filosofía Sintética, de Herbert Spencer.


 Esa foto, con sus piernas tapada con una manta, su brazo apoyado en una mesita, rodeado de sus papeles de trabajo, es la que más se conoció. Y es la que llevó a más de uno a comentar en Buenos Aires que Sarmiento había muerto mientras trabajaba y estudiaba. El primer diario en publicarla fue El Sud Americano, en su edición del 5 de octubre.

El doctor Andreuzzi se ocupó de embalsamarlo, y fue velado en su casa. El Paraguay decretó tres días de duelo nacional. Aurelia se enteraría del fallecimiento el 13 al mediodía, ya que un violento temporal había interrumpido las comunicaciones. Ella fue la que avisó a los diarios, los que publicaron las necrológicas el día 14.

El 15 el féretro fue embarcado en el flamante vapor a ruedas San Martín, se armó una capilla ardiente en el salón principal y puso proa a Buenos Aires. Tocó los puertos de Formosa y Las Palmas. En la tarde del domingo 16, desembarcaron el féretro en Corrientes, hubo una multitudinaria procesión y oficiaron una misa en la Catedral. Cuando pasó por Rosario y San Nicolás se hicieron respetuosos saludos con salvas de artillería.

El 21 por la mañana llegó a destino. Recién pudieron desembarcaron el ataúd -cubierto por las banderas argentina, chilena, paraguaya y uruguaya- al mediodía por el intenso oleaje del río.

El muelle explotaba de gente. Al frente, el presidente Miguel Juárez Celman -que había sido más de una vez blanco de las ácidas críticas de Sarmiento- su gabinete y muchos políticos y amigos. Bajo una intensa lluvia, fue llevado al cementerio de la Recoleta, donde fue despedidos por Carlos Pellegrini, Osvaldo Magnasco, Aristóbulo del Valle y Paul Groussac, entre tantos otros.


 En 1908 un estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Salvador Lorenzo Debenedetti propuso celebrar el día del estudiante el día en que los restos de Sarmiento llegaron al país. Y desde 1943, los 11 de septiembre se conmemora el día del maestro. En el solar donde está su casa, funcionó el Colegio Argentino.

Cuando falleció, los diarios se pusieron de acuerdo y todos titularon: “La Prensa Argentina: homenaje a la memoria de Domingo F. Sarmiento”.

Había muerto un maestro.


Fuente: infobae.com – Una nota de Adrián Pignatelli – Publicada el 11 de septiembre de 2020

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Domingo F. Sarmiento fue presidente, educador, periodista, escritor, diplomático y una usina interminable de ideas y proyectos
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