JORGE RUIZ AGUILAR. Un hombre tranquilo (1985 - 1987)

Fumaba 80 cigarrillos por día. Gran trasnochador, era amante de la sopa, el mate y la Coca Cola. Viajaba en auto o tren pues tenía terror a los aviones. Asumió la gobernación de San Juan en noviembre de 1985 y ejerció el cargo hasta diciembre de 1987.

  A Jorge Raúl Ruiz Aguilar se lo recuerda como “el más tranquilo de los gobernadores”.

Digamos que fue una especie de contracara de Leopoldo Bravo.

No eran amigos. La relación entre ellos era de respeto mutuo pero siempre atendiendo al hecho de que don Leopoldo era el jefe y Ruiz Aguilar, su seguidor.

Ruiz Aguilar tenía una empatía distinta con la gente: era médico, no abogado.. Cuenta su familia que mechaba sus días de dirigente de comité con su consultorio, montado en su casa de calle Aberastain.


Política y medicina

Se había recibido de médico cirujano en Córdoba en 1955, De regreso en San Juan siguió políticamente los pasos de su padre, José Pedro Ruiz, fiel seguidor cantonista.

La medicina y la política le depararon una carrera en continuo ascenso.

Fue secretario técnico y subdirector del Hospital Rawson en los ‘60, presidente del Colegio Médico a fines de los ‘70 y jefe del Servicio de Urgencia del Rawson en los ‘80.

En la política comenzó su carrera como diputado provincial en los ‘60, y en los’80 se potenció como dirigente: llegó a vicepresidente segundo del Partido Bloquista (1980), intendente de la Capital (designado por el gobierno de facto del ‘81 al ‘83, con Bravo como gobernador) y luego vinieron la vicegobernación y la gobernación.


Llegó a la gobernación en 1985, tras la renuncia del doctor Leopoldo Bravo luego del traspié electoral bloquista en los comicios para diputado nacional. Asumió entonces este “médico de hospital”, como reivindicaba orgullosamente, de voz grave y hablar pausado.

Los hábitos de Ruiz Aguilar fueron diferentes a los de todos los mandatarios que alguna vez ocuparon el sillón de Sarmiento. En primer lugar, sus horarios eran distintos. “Nunca me duermo antes de la 4 de la mañana”, aseguraba.

Su jornada comenzaba a las 10,30 y se prolongaba hasta las 4 de la tarde.

Tras la infaltable siesta, volvía a la Casa de Gobierno a las 20 y –si no tenía algún compromiso político- dejaba su despacho alrededor de las 2 de la mañana.

Inmediatamente llegado a su oficina, los mozos de la gobernación sabían que debían traerle su “desayuno” cotidiano: un café, un vaso de leche fría, una Bayaspirina y un vaso de agua. Tras esa ceremonia, encendía el primer cigarrillo. Ruiz Aguilar era un fumador empedernido.

Como que fumaba 80 cigarrillos diarios. Dos paquetes y medio en la jornada matutina y uno y medio por la noche.


Las salidas nocturnas

Había algo que aterrorizaba a los colaboradores de Ruiz Aguilar: que les pidiera que lo acompañaran en algunas de sus salidas nocturnas.

Esta anécdota fue contada por Reynaldo Botella.

“El gobernador solía reunirse con correligionarios, en alguna casa. Otras veces las reuniones se hacían en Cabú, un boliche de no muy buena fama de la zona de Rawson.

Ruiz Aguilar llegaba a medianoche, comía con amigos, charlaba de política.

Pero lo peor era cuando a las 2 de la mañana se le ocurría:

-¿No hay unos matecitos para tomar?

Si le servían mate, la charla seguro que se prolongaba hasta las 5 de la mañana.

Era el estilo de Ruiz Aguilar, fuera gobernador o estuviera en el llano.



La sopita de hospital

Otro hábito de Ruiz Aguilar era su afición a la sopa. Con la comida no hacía problemas, se conformaba con un simple bife. Pero la sopa era infaltable,

“la sopa de hospital”, como la llamaba, que en realidad consistía en un simple caldito. Su bebida preferida era la Coca Cola. A veces, cuando tenía que hacer un brindis en alguna reunión, aceptaba un poco de vino tinto pero los mozos sabían que inmediatamente tenían que traerle el vaso con Coca Cola. “La gente pensará por el color que se trata de vino tinto”, decía con picardía.

Los domingos por la mañana, el gobernador también concurría a la Casa de Gobierno.

Era el día que, ya sin saco ni corbata, destinaba a firmar despacho y charlar con sus colaboradores.

Pero ese día había un agregado: hacía servir chocolate, mate y churros.


Un gobernador con vértigo

Pero no sólo en los horarios, las comidas y las bebidas Ruiz Aguilar era distinto. El veterano médico sufría de vértigo. Y eso hizo que sus viajes tuvieran características muy especiales. Por ejemplo, no permitía en los viajes que el coche fuera a más de 60 kilómetros por hora por lo que la travesía a Jáchal podía demandar cuatro horas, que él matizaba tomando mate. Además, si circulaba en zona montañosa –un viaje a Calingasta quizás- se ubicaba en el asiento del lado del cerro pues no podía mirar el precipicio.

Pero los mayores problemas surgían cuando por alguna gestión debía viajar a Buenos Aires. “Ruiz Aguilar nunca subió a un avión”, recuerdan sus colaboradores. Viajaba en tren. Y esto obligó a que se preparara un vagón especial para el trayecto hasta Mendoza desde donde continuaba el viaje en primera clase.

Los viajes en tren obligaron a preparar en la Estación del San Martín una Sala VIP, igual que la que existe en los aeropuertos. Los trenes argentinos nunca se distinguieron por la puntualidad. Y esto ocasionó no pocos problemas a Ruiz Aguilar. Una vez, la máquina sufrió un desperfecto

a la altura de Córdoba y la demora le causó no pocos inconvenientes pues llegó cinco horas tarde a una audiencia con el presidente Alfonsín.


El hombre más cercano a Ruiz Aguilar durante su gestión fue su asesor Reynaldo Botella. Todo lo que pasaba por la gobernación –recuerdanera de conocimiento de Botella.

Con sus ministros y secretarios, Ruiz Aguilar tenía un trato muy especial y afectuoso: “mirá, Maratita, te va a ir a ver tal persona, atendémelo bien por favor”, era el tono paternal que utilizaba.
El personal de la Casa de Gobierno lo recuerda como un hombre afectuoso, muy cálido, que a pesar de su parsimonia se daba tiempo para todo, que tuvo un buen equipo de colaboradores a los que les permitió tener protagonismo político y estaba bien informado de lo que ocurría a su alrededor.

A la esposa del gobernador se la recuerda como una mujer muy correcta que sólo tuvo participación en algún acto cuando el protocolo lo exigía.


A esta altura el lector se preguntará: pero hablemos del Ruiz Aguilar gobernador. ¿Cómo lo recordará la historia?

Es lo que hemos venido escribiendo. Un hombre tranquilo, bueno, leal a su partido y a su líder, que le tocó en suerte completar el mandato ante la renuncia de Leopoldo Bravo.

Cuando dejó el gobierno tras haber sido intendente, vicegobernador y gobernador, volvió a sus cosas de todos los días.

Parafrasenado al religioso, humanista y profesor agustino del siglo XVI, Fray Luis de León, quien tras estar cinco años en la cárcel de la inquisición por traducir algunos libros que no estaban bien vistos, volvió a su carrera docente después de la larga ausencia y comenzó su clase con una frase que recogería la historia: “Como decíamos ayer…”.

Aunque su nombre ya no era noticia periodística, cuentan que mientras las complicaciones de una diabetes lo tenían en el hospital, seguía la interna bloquista con el lema “los dirigentes los impulsa la gente no la herencia” (en referencia a los Bravo), contienda que no pudo disputar.

Murió a los 69 años.

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Jorge Ruiz Aguilar y el infaltable cigarrillo y el café.