Víctor Federico Echegaray fue entrevistado por Juan Carlos Bataller en agosto de 2018 para el ciclo Qué hiciste con tu vida.
-Comencemos hablando de su infancia, dónde nació, dónde se crió.
-Yo nací muy cerquita del Estadium Central, a cuadra y media más o menos. Ahí fueron mis primeros días de vida. Luego ya teniendo algunos poquitos años nos cambiamos de vivienda, vivíamos en calle Colón frente a la antena de Graffigna. El número 1080.
-Calle Sargento Cabral.
-No, antes de llegar a Sargento Cabral.
-Cuénteme un poco de su familia, su papá.
-Bueno mi papá falleció hace ya algunos años, fue futbolista.
-¿Cómo se llamaba?
-Víctor Eulogio Echegaray. Él jugaba en Sportivo Desamparados.
-¿Llegó a la Primera?
-Creo que sí. Mi papá falleció hace varios años y no tuve la precaución de preguntarle si jugó en primera.
-¿A qué se dedicaba aparte del fútbol?
-Era albañil.
-¿Y su mamá?
-Y mi mamá nos cuidaba a nosotros. Éramos ocho hermanos. De todos, el único que le dio por el boxeo fui yo. Algo hizo mi hermano menor, fallecido hace no mucho también. Muy bien mi hermano, muy buen boxeador, fue el mejor sparring que yo tuve y que desgraciadamente ya no lo tengo.
-¿Cómo fue su niñez ahí, en esa zona cercana al estadio?
-Mi niñez digamos que despertó más bien en la calle Colón. Ahí tuve muchos amigos. Nos veíamos todos los días porque donde yo vivía había una pequeña canchita y jugábamos a la pelota.
-Era un potrero
-Sí, exacto y eran todos los días dos o tres partidos a la pelota.
-Hasta que el sol se fuera.
-Así es y “alpargateando” nomás. La época de la alpargata.
-Y en ese tiempo no le daba por el boxeo, le daba por el fútbol.
-No, nunca imaginé que sería boxeador aunque me atraía. Yo escuchaba las peleas en aquel entonces de Gatica (José María), Padra (Alfredo).
-El Goyo Peralta.
-Goyo vino después. No lo conocí a él, porque peleaba todavía cuando yo me inicié. Al que sí conocí fue a Abenamar Peralta, con él fuimos amigos y compañeros porque entrenábamos en el mismo turno en el Luna Park.
-Fue una época entonces de mucho fútbol, con la cercanía de la cancha de Colón Junior.
-¡Uh!, si habré jugado a la pelota ahí en la cancha de Colón.
-¿Y llegó a jugar al fútbol en Colón?
-No. Era todo juego de potrero nomás. A veces íbamos ahí a jugar porque nos permitían entrar pero nunca integré un equipo en serio.
-¿Y al mismo tiempo cursó la escuela primaria?
-Sí, hice los primeros grados en la Escuela Nº 124, allí en Desamparados. Después terminé en el barrio Huazihul, en la Escuela Cornelio Saavedra.
-¿La secundaria no la hizo?
-No, secundaria no hice.
-¿Ahí empezó a trabajar?
-Sí, yo trabajo desde muy chiquito, ayudando a la economía familiar.
-¿Qué hacía?
-Cuando chico vivíamos en una finca y mi papá nos hacía cortar uva, ponerla a secar, cuidarla, pelar duraznos y cuidar la finca. Hasta que después nos cambiamos al barrio Huazihul, en realidad era la Villa Elena, que queda al lado, pegada al barrio.
-De pronto empieza el boxeo.
-Sí. Justamente cuando nos cambiamos a calle Colón ya tenía catorce años. Un día llega un amigo, a la barrita que había en la esquina y dice “che, han puesto un club allá en la calle Coll, un club de boxeo, ¿quién quiere ir a verlo?”. “Vamos” le dije. Fuimos y era algo tan humilde, tan humilde que me impactó. Entrenaban los chicos ahí fenomenal, me gustó verlo.
Ahí me di cuenta de que estaba viendo el deporte que yo quería, “esto es lo mío” me dije. Ese día fui a mirar y al otro día comencé a entrenar. Y tuve la suerte de encontrarme con amigos ahí que me enseñaron y había tres que estuvieron conmigo. Ellos se turnaban, no sé si para pegarme o enseñarme, yo creo que para pegarme. Víctor Ante fue uno, que gracias a Dios lo veo muy seguido, lo voy a saludar porque lo aprecio mucho. Después está Enrique Barrionuevo, que está un poquito enfermo en estos días y le deseo que mejore pronto y Eduardo Atampiz. Esos eran los tres que siempre estaban enseñando, se turnaban para guantear conmigo.
-¿El boxeo qué es, condiciones naturales o un boxeador se va haciendo?
-Yo pienso que esto tiene que gustarle, por supuesto, y se va haciendo lentamente.
-Hay técnicas.
-Y técnicas que hay que aprenderlas.
-O sea que un boxeador callejero que no sepa técnica con un boxeador de verdad va a perder siempre.
-Sí, por lo general sí. No saben cubrirse, no saben pararse, no saben enviar los golpes con puntería y hay cosas lógicamente importantes, eso que acabo de enunciar.
-Ahora, de chico, ¿era de meterse en peleas?
-Me gustaba pelear cuando era chico, cuando iba a la escuela. Dice mi hermana que yo peleaba todos los días. Ella esperaba… decía “en qué momento viene” y le daba mis útiles escolares, “tenémelos, témemelos” le decía y me iba a pelear. Y después me peleaba mi mamá.
-Y el resultado de esas peleas me imagino que sería guardapolvo roto, un ojo en tinta.
-Sí, el guardapolvo roto siempre. Era el uniforme de batalla.
-Un día, a los 14 años, ya empieza a pelear. Me imagino que no es solo técnica de boxeo sino también un estado físico impecable.
-Sí. Yo tenía la suerte de que siempre le ayudaba a mi papá en los trabajos de albañilería y me manejaba en mi bicicleta. Lógicamente los partidos al fútbol no los dejaba. Pero como dije, prefería el boxeo. Ahí debuté una noche en el salón Mas, en Pocito. No sé si aún estará ese salón allá. Esa fue mi primera pelea amateur.
-¿Hace cuanto?
-Oh, un montón de años. Hablo del 1962, 1963.
-¿Y cómo salió esa pelea?
-Empate.
-O sea que hubo un pocitano peleando contra un futuro campeón del mundo que le empató.
-Era un muchacho del club Landini, con él peleamos y somos grandes amigos.
-Dígame Víctor, para ser boxeador ¿hay que tener hambre?
-Yo creo que sí.
-¿Hay que tener alguna rabia adentro? ¿O no tiene nada que ver?
-No, rabia no. Yo diría que no. Hay que tener hambre, sí. Deseo de dejar eso que lo está oprimiendo a uno, que es la pobreza. Bueno, le cuento más o menos para que se dé una idea. Mis inicios fueron con vendas de sábanas viejas. Yo como otros tantos, de alpargatas, que a veces era pisar casi el suelo con los pies de tan rotas que estaban. El ring que teníamos era al fondo de la casa de don Pepe Martín, quien fue mi primer técnico. Él también trabajaba, todos muy humildes. Hicimos lo que podíamos con gran esfuerzo y sacrificio. Y hubo mucha gente que nos apoyó, vecinos.
-Después de esa primera pelea, ¿empezaron a salir otras peleas? ¿Siempre en San Juan?
-Es que en aquel tiempo se podía pelear todos los viernes.
-Había un movimiento grande dentro del boxeo
-Sí, el boxeo tenía más…
-Había varios boxeadores importantes
-Sí, había muchos.
-Era la época de Elio Ripoll, Federico Ripoll, de Rodríguez. ¿Esa época fue la suya?
-Sí, del “Colorado” Rodríguez. Si, hubo tantos… Benito Vega, Luis Carlos Quinteros, que fue también maestro mío y a veces sin saberlo. Digo esto porque yo lo veía boxear a él y después hacía lo que él hacía. Los golpes que él sacaba yo trataba de imitarlos. Y después tantos otros, Segundo Amata, un gran boxeador que tuvo un accidente y murió. Fueron sin saberlo maestros míos.
-¿En esa época ya había dejado las peleas callejeras?
-Sí.
-¿Cuando entró al boxeo se aplacó?
-Se acabó toda la pelea callejera porque mi técnico me dijo “si usted pelea en la calle no entra más acá”. Y yo quería seguir entrando ahí.
-Eso es algo bueno del deporte ¿no?
-Sí, justamente. Nos enseña un poco de educación, saber comportarse con la gente. El boxeador tiene que boxear y pegar cuando está en una pelea de ring no en una pelea callejera, evitar todo eso.
-A todo esto, en aquel tiempo en San Juan había boxeo pero ¿se podía vivir de eso o no?
-No. No como ahora. Nos daban premios. Recuerdo que en mi primera pelea me dieron un sándwich y una Coca Cola. Ese fue el pago de mi pelea.
-Y en algún momento se va a Buenos Aires.
-Ya siendo profesional… no, me estoy adelantando, en amateur también hice algunas peleas en Buenos Aires. Fui a La Pampa, Buenos Aires, La Rioja, Catamarca, estando ya bajo la tutela de un porteño.
-¿Cuándo se va a Buenos Aires?
-Me fui a Buenos Aires en 1963, calculo.
-¿Era un mundo nuevo, distinto?
-Sí, Buenos Aires siempre fue un mundo diferente al que uno estaba acostumbrado a ver y vivir todos los días.
-Con entrenadores de otro nivel.
-Sí, había entrenadores…muy buenos entrenadores ha tenido Argentina y por lo general todos se centraban en los clubes importantes y en el Luna Park también había muchos buenos.
-¿Qué fue en ese tiempo el Luna Park para un boxeador?
-Lo máximo. Era algo casi inalcanzable, así lo veía así en mi época de amateur. Ya de profesional fue otra cosa. De profesional yo me tenía fe, tenía hambre, ansias de ser buen boxeador, de ganar, de ganar dinero. Y yo lo agarré con mucho amor al boxeo.
-Yo me imagino, para alguien que se dedica al boxeo, en aquel tiempo, llegar al Luna Park y salir en la tapa de El Gráfico debe haber sido lo máximo.
-Oh, sí. Es como tocar el cielo.
-Y de pronto se encontró con que era campeón argentino, que era campeón sudamericano.
-Sí, fíjese que me llega el título a mí sin haberlo deseado. Yo lo que quería nada más era boxear bien, hacer cada día mejores peleas. De repente se me presentó una pelea de campeonato y yo venía de haber tenido unos entreveros bravos en México, entonces me sentí bien y capaz de ganar. Incluso subí sonriendo al ring en la noche que salí coronado campeón. Tenía alegría de llegar a ese momento. Me tenía mucha confianza. Tuve la suerte de ganar y desde ahí logré el campeonato argentino ganándole a Corradi, a quien vi hace muy poquitos días en ocasión de la pelea de las campeonas. Lo vi después de muchos años. Después logro el Campeonato Sudamericano en la balanza porque Corradi no tenía ningún desafiante. Entonces al ser el único desafiante la Federación me llama, doy el peso nada más y logro de ese modo ser campeón. Los dos títulos me acompañaron varios años.
-Y de pronto el gran boxeo, el título del mundo.
-La gran oportunidad.
-Ahí yo creo que fue una época donde muchos boxeadores argentinos llegaron y hubo alguien que tuvo un papel importante en todo esto que fue “Tito” Lectoure, ¿no?
-Sí, sin duda alguna. Sin los trámites de Tito no hubiésemos llegado a combatir mucho, ni siquiera de forma internacional. Él peleó por nosotros, para que tuviésemos la oportunidad de ser campeones.
-¿Y qué pasó en la pelea por el título?
-Bueno, esa fue una pelea muy sonada porque, no solo en nuestro país, yo he recibido cartas después de esa pelea, después del fallo tan localista.
-Fue un robo directamente.
-Fue un robo, catalogado por todo el mundo así. Recibí cartas de Italia, España, en donde se lamentaban haber presenciado un robo tan grande como el que me hicieron a mí.
-Ahora, ese robo ¿a qué obedecía? Es parte de un localismo o es una mafia del boxeo.
-Yo diría que, no sé si mafia, pero había un localismo ya muy fanático. Ellos saben que no ganaron lo que pasa es que quisieron cometer el robo porque era lo único que tenían mejor en la isla. No había nadie más. No podían permitir que, porque me consideraban un desconocido, les ganara. Y realmente le di una verdadera paliza al campeón. Esa noche yo estaba inspirado, me salían todas, para mí era como pegarle a una bolsa de tan lento que estaba ese hombre, o yo estaba muy veloz. El asunto es que lo dejé muy mal trecho.
-¿Cuántos años tenía usted en ese momento?
-Tenía 26 años.
-De haber sido el ganador ¿qué cosas habrían cambiado en su vida?
-Bueno, cambia todo. Cambia todo pienso porque principalmente iba a ganar mucho más dinero por cada pelea que hiciera. Cambia la modalidad. En fin muchas cosas cambian.
-No es lo mismo ser el campeón que el campeón que debió ser.
-Exacto, lamentablemente no se dio.
-Y después vino Japón.
-Sí, al año siguiente pero ahí fueron más disimulados. Sabe qué pasa que tuve también la mala suerte que yo no pude pagar un sparring para llevarlo a Japón y tuve que trabajar con lo que ellos me ponían. Y desgraciadamente noqueé a cinco sparrings en el gimnasio. Entonces el campeón sabía que no tenía que ponerse al alcance de mi derecha y cuando comienza la pelea busco distancia. No pararon las piernas de él, tenía unas piernas excepcionales el tipo, veloces, ágiles. De ese modo logró eludirme. Y después ocurrió lo del último round, cuando me empuja. Estaba todo planeado, me empuja y el árbitro me cuenta. Y yo le protesto pero claro habrá dicho “este me estará felicitando”.
-En japonés…. bueno pero se dio el gusto de ser la tapa de El Gráfico.
-Sí, me hubiese gustado que digan “Echegaray campeón”.
-Y la vuelta a San Juan… ¿San Juan le dio algo a usted?, ¿lo recibió como un verdadero campeón o no?
-Sí, me recibieron realmente como un campeón, contentos de lo que yo había ejecutado arriba del ring. Nunca me achiqué y yo creo que eso la gente lo valora bastante.
-Víctor, veo que está con la pelotita en forma permanente, ¿qué es esa pelotita?
-Esta es una costumbre que ya traigo desde hace muchos años, de mis inicios en el Luna Park. Luis Federico Thompson, el panameño nacionalizado argentino, era quien ayudaba a Pradeiro en ese tiempo. Y él tenía la costumbre de andar con una pelotita así. La pasaba mientras conversaba, estaba todo el día así. Un día le pregunté, así como usted lo ha hecho conmigo “¿por qué la pelotita?” y dice “porque muchas veces nosotros golpeamos y se nos inflaman las manos, nos duelen y esto te ayuda a quitarte el dolor y a que la sangre circule. Con el ejercicio circula la sangre y favorece mucho a los dolores que uno siente al golpear”. De ahí viene mi costumbre.
-Es costumbre pero ¿le surte algún efecto?
-Sí, pero ya ahora como poco golpeo. A veces le pego un poco a la bolsa para no olvidar.
-¿No volvió a las peleas callejeras?
-No, nunca más. No, a esas les escapo ya.
-¿Y acá armó su familia?
-Sí.
-¿En qué época se casó?
-Yo me casé en el año 1970.
-¿Ya había peleado por el título?
-No, todavía no era campeón argentino siquiera. En el año 1970 peleé y en 1971 salí campeón argentino.
-¿Cuántos hijos tuvo?
-Tres. Karen Vanesa, la mayor; Víctor Hugo, el del medio y Denis Federico, el más chico.
-¿A alguno le dio por el boxeo?
-Al más chico.
-¿Está peleando?
-Le dio pero así nomás. Le gusta, inclusive hicimos una exhibición una vez. Ahí me dijo “papá, quiero boxear” pero ya tenía 25 años.
-¿Cuál es la edad para el boxeador?
-Yo pienso que la edad apropiada es 14 o 15 años. Ya sabe uno lo que quiere, es más responsable, aunque algunos todavía no dejan la niñez. Pero ya comienzan a ser más responsables, a saber lo que quieren.
-Víctor, el boxeo es un deporte rudo en serio. ¿Deja secuelas? ¿A usted le dejó alguna secuela?
-Creo que no. Si, realmente es un deporte muy peligroso pero lo es mucho más para aquel que no es consciente de esto, de la peligrosidad del boxeo. Digo esto porque no entrenan como corresponde, no se concentran. Yo tuve un hermano que boxeó muy bien. Entrenaba de lunes a viernes, lo veías y daba gusto, era un campeón. Pero el sábado y domingo se olvidaba y eran fiestas, trasnochadas. Lógicamente eso a uno lo pone mal y él tuvo una mala experiencia peleando con un mendocino una vez. Le pegó y él no podía hacer nada, estaba ahogado. Entonces le dije “tenés que decidirte, o boxeás o seguís con la fiesta”. “No, voy a continuar con la fiesta”. Bueno listo, macanudo, boxeo nunca más sino esto te puede matar y dejó de boxear. Desgraciadamente hace poco mi hermano murió.
-Y no llegó a ser boxeador profesional.
-No. Amateur nada más.
-Veo que algunos boxeadores terminan mal.
-Sí, yo le echo la culpa, porque no les conozco la vida de algunos boxeadores, al estilo de pelea. Hay muchos que van al choque directo y ahí se quedan, saben que quizás van a perder y siguen, insisten, porque el instinto de ellos es sí. Son peleadores, tipo mexicanos.
-Hay un instinto especial en el boxeador, como que tiene que sacarse de adentro algo y sale en cada pelea a masacrar al adversario.
-Sí, a veces uno sabe que tiene que ir a la pelea, ir al choque, directo, pero lógicamente hay que pensar, ser inteligente y boxear a la vez también. No es el asunto ir a pelear y pelear porque a veces nos tocan rivales que pegan más fuerte que uno. Hay que tratar de evitar los golpes y para eso se precisa un buen boxeo, un buen dominio del cuerpo y tener energía para hacerlo y lógicamente eso lo hace un buen entrenamiento.
-¿Por qué casi todos terminan con las cejas rotas?
-A veces debido a golpes de puño pero muy rara vez, por lo general son los cabezazos los que nos abren las cejas. Yo he sufrido cortes en las cejas varias veces por cabezazos, golpes no recuerdo que me hayan dado con el puño sino malintencionados.
-¿Cuál es el golpe que más duele?
-En el hígado, al plexo.
-¿Y por qué cae ahí?
-Porque las piernas lo abandonan, pierde las fuerzas de las piernas.
-¿Alguna vez lo tiraron?
-Sí, una vez. Una sola vez, que fue en Mendoza. Carlos Aro me pegó un golpe en el hígado y caí. Me levanté justamente por mi buena conducta en el gimnasio. Siempre entraba y entraba fuerte, a fondo. Todos los días era igual.
-¿Usted noqueó a alguno?
-He noqueado a varios.
-¿Cuál era su mano prefería, la izquierda o la derecha?
-La izquierda me gustaba más. En la izquierda yo no sé por qué me salía pesada, sin ser zurdo pero salía pesada. Inclusive se que a un mendocino le quebré la mandíbula y lo noqueé. No sé por qué me salía fuerte, no me preparaba para eso sin embargo me salía fuerte.
-Y no le quedó ninguna secuela, de dolores, articulares
-En invierno si me llego a mojar las manos con agua fría es un dolor impresionante que llego a llorar. Y los codos, que siempre tuve problemas durante toda mi carrera. Casi al final ya de mi época de boxeador me hice a operar. ¿Sabe qué pasa? Ramón La Cruz, un chaqueño, fue campeón argentino sudamericano y también supo pelear un campeonato del mundo. Él me dijo, porque conocía mi problema “no vayas a hacerte operar porque no vas a servir más para el boxeo”. Cuando decido operarme porque ya no podía ni dormir siquiera de los dolores en los brazos, no podía a veces sostener cosas. Entonces dije “esto no puede ser”. Había perdido una pelea con alguien que no me podía ganar y perdí el título argentino por dos o tres meses y dije “no puedo seguir así, voy a hacerme operar”. Y después de la operación quedé muy bien y dije “como no me hice operar antes”.
-¿El boxeo le dejó dinero?
-No.
-¿Pero alguien hace negocios detrás de ustedes?
-No, lo que pasa es que en mi época solamente ganaba dinero un campeón del mundo, los demás era como para pucherearla nada más. Plata grande nunca.
-¿Después que terminó su carrera tuvo que seguir trabajando?
-Sí, tuve la suerte de encontrarme con un gran amigo, ya desaparecido también, que me dio trabajo en la Policía. Luego de eso también tuve trabajo en la Universidad Nacional de San Juan y todo gracias al boxeo.
-¿Cómo se jubiló?
-Como policía.
-Es una tranquilidad.
-Sí, así es.
-Llega el final de la entrevista y de su carrera. Si volviera a nacer, ¿sería boxeador?
-Sí. Amo el boxeo, lo amo porque para mí es lo más puro que hay. Me dio la oportunidad de estar en varios países, de conocer mucha gente, me dio muchos amigos.
-¿Fue un pasaporte para salir de la pobreza?
-Así es y desgraciadamente no pude pero lo intenté. Lo intenté de la mejor forma, con honestidad, trabajando, trabajando, cuidándome al máximo. Mi familia sabe todos los sacrificios que hice para estar bien, para llegar al lugar que no pude llegar.
-No pudo pero para todos usted es el campeón mundial sin corona, esto es así.
-Así dicen y tengo trofeos inclusive que así lo dicen, lamentablemente no se cumplió.
-Víctor, para terminar, con qué canción le gustaría que terminemos esta nota?, ¿cuál es su canción preferida?
-Me gustan los tangos.
-¿Cuál?
-Sobre todo me gusta “Rencor” por Julio Sosa.
Cómo lo vi
Víctor Echegaray es un hombre respetuoso, mesurado y con rígidas normas de comportamiento. Siempre cordial y medido en sus respuestas sin embargo muy adentro de su persona se guarda algo parecido al rencor. Un rencor justificado. El sabe que le robaron la posibilidad de ser campeón del mundo. Y que ser el campeón, al menos en el duro mundo del boxeo, es la posibilidad de cambiar de vida, de darle bases económicas sólidas a su familia, de ser reconocido en el mundo del pugilismo.
Hoy, cuando ya pasó la barrera de los 70 sabe que la lucha continua, que los reconocimientos son mucho más modestos que los que se ganó sobre el ring, que no fueron suficientes los sacrificios personales y familiares para llegar a lo máximo que puede aspirar un boxeador de su categoría.
Sabe que la vida no fue justa con él. Sólo el campeón puede aspirar a la plata grande. El resto sólo pucherea, hace amigos y termina como policía o instructor de boxeo. Pero sigue siempre mesurado, respetuoso aunque despida la nota con el tango Rencor.
JCB
Por: Elizabeth Martínez – Grafoanalista
»» Se trata de una persona que mantiene una buena distancia con las situaciones de su pasado. Pudiendo sacar lo positivo aprendido en ellas, con la intención de seguir adelante.
»» Se detecta un importante caudal de energía vital. Lo cual se traduce en fuerza, perseverancia, firmeza de carácter.
»» Por momentos posiblemente siente que se le dificulta alcanzar determinadas metas, para las cuales trabaja arduamente. Generándole posible frustración y un desánimo temporal.
»» Se observan indicadores de un estado anímico predominantemente estable, que suele tender a la expansión, con cierta dosis de optimismo, con energía, motivación y fuerza al momento de afrontar los problemas de su vida. Aunque en determinados momentos puede aparecer la duda, vacilación o incluso algunas posibles explosiones del humor.
»» Se presentan características de transparencia de ideas y objetivos. Puede deberse a alguien que es responsable de sus acciones.
»» Se vislumbra equilibrio entre la independencia y la autonomía del autor del escrito, entre los aspectos personales y los socio-profesionales.
»» Se manifestaría una buena disposición al orden, tanto externo como interno.
»» Se observa la presencia de trazos iniciales en zona superior, los cuales manifestarían que las ideas son el principio de toda acción, es decir que parte de los pensamientos.
»» Poseedor de una adecuada autovaloración personal, consciente de sus debilidades y fortalezas, de sus virtudes y debilidades.
»» Se detecta la presencia de fluidez en los sentimientos, los pensamientos y la acción.
El artículo fue publicado en La Pericana el viernes 22 de febrero de 2019
-- Integra también el libro “Qué hiciste con tu vida” - Tomos I, II, III, IV y V, de Juan Carlos Bataller
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