Corría el año 1.910 y hacían más de cincuenta años que el general Nazario Benavides había muerto, asesinado en los altos del Cabildo.
Cuenta el doctor Rogelio Driollet que siendo niño –tendría unos 12 años- pasó en ese tiempo por el cementerio de la Capital en el mismo momento en que se había abierto el ataúd de Benavides para trasladarlo del mausoleo de la familia Zavalla a la bóveda de don Domingo Gervasio.
—Benavides, a más de medio siglo de su muerte, estaba casi intacto. De pie en el ataud, imponente en su figura de casi un metro noventa, la visera de la gorra militar a ras de los ojos, la casaca azul, la bombacha roja, el sable al cinto y las botas a la usanza federal. Una sombra de bigote sobre el labio y un esbozo de sonrisa en el rostro-, dice el relato del doctor Driollet.
Extraída del libro “El lado humano del poder, anécdotas de la política sanjuanina”, de Juan Carlos Bataller, publicado en marzo de 2006