Digámoslo claramente: hace tiempo que en San Juan no se habla de proyección de futuro.
Es más, en algunas oportunidades hasta contratamos “asesores” que viven en Mendoza para que vinieran a planificarnos el San Juan que viene. Ganaron mucho dinero y nada hicieron.
Es así como, ante la falta de debates, la “importación de cerebros”, la carencia de estadísticas confiables y nuestra propensión a reducir los planteos, dejamos de lado análisis insoslayables para planificar un mejor futuro.
Caemos entonces en simplificaciones como decir que “los mendocinos han crecido más porque se radicaron muchos italianos, que eran industriales mientras a San Juan vinieron agricultores españoles”.
Un absurdo total.
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Si hablamos de industria en San Juan tenemos que referirnos a una historia de altibajos.
A pesar de haber contado con diferentes tipos de promociones, la industria sanjuanina siempre fue considerada por los responsables del Estado sanjuanino como una herramienta de creación de empleos y no como una palanca para alcanzar el desarrollo integrado —tanto horizontal como vertical— de la provincia.
¿Fue siempre así?
No. Hubo una época en la que se trabajó en el sentido correcto. La existencia de una pujante clase industrial que unía a nativos e inmigrantes, se tradujo en avances que fueron más allá del hecho económico en sí.
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Esa conjunción de protección del Estado más créditos más incorporación de capitales y tecnología más una admirable cultura del trabajo que traía la sangre extranjera más conocimientos más una creciente infraestructura en caminos, vías de ferrocarril y canales, produjo un verdadero milagro que permitió surgir la empresa sanjuanina.
Una empresa que independientemente del origen de sus propietarios, echaba sus raíces en este suelo.
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Le cuento algunas cosas.
>>Cuatro bancos de capitales sanjuaninos llegaron a coexistir en los años 30.
>>Y llegaban los diarios: también había cuatro, que respondían a distintas concepciones políticas.
>>Y el ferrocarril entraba a la provincia por dos de sus costados, uniéndola con los grandes centros de consumo, mientras una red de trenes industriales penetraba en las bodegas conformando un sistema que crecía rápidamente.
>>La máquina, con forma de usinas, automóviles, camiones, lagares, embotelladoras, se incorporaba a las fuerzas de producción.
>>Y al conjuro de la empresa y su rentabilidad, surgían imponentes chalets que eran el símbolo del poderío económico, como el que construían familias industriales como Del Bono, Graffigna, Aubone, Estornell.
>>Y surgían clubes de fútbol ligados a las grandes bodegas, no sólo en la ciudad sino también en los departamentos.
Pero, fíjese:
>>Ya en aquellos años teníamos diez veces más bodegas que hoy. Las que producían no sólo vinos de mesa sino vinos generosos, jerez, manzanilla, espumantes que eran requeridos en todo el país.
>>Y grandes complejos industriales como Cinzano producían en San Juan el vermouth y los cognac que lideraban sus respectivos mercados.
>>Y eramos los principales elaboradores de anisado tanto en sus variedades turca como española.
>>El aceite de oliva sanjuanino adquiría prestigio nacional y pronto se sumarían a la oferta local el champagne —llegamos a tener varias marcas, entre ellas la más prestigiosa del país—, la sidra y el Calvados que se producía en Calingasta y que según los conocedores tenía una calidad similar al que se bebía en Francia.
>>Dos fábricas producían cerveza y en la finca La Germania, en el actual departamento San Martín —entonces Angaco Sur—, el alemán Germán Wiedenbrug, propietario de la Bodega El Globo criaba cerdos Yorshire, a los que alimentaba con productos de la finca, faenaba cuando alcanzan los 120 kilos y elaboraba la carne en conserva en distintas formas que exportaba a Europa envasada en latas.
>>Ya en aquellos años, industrias metalúrgicas como la de la familia Clavijo era más importante que las metalúrgicas mendocinas.
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San Juan vivió una verdadera revolución industrial en aquellas primeras décadas del siglo.
Hubo quizás, un pecado: ese proceso industrializador se centró demasiado en la vitivinicultura y la agroindustria, dejándose de lado las áreas metalúrgicas, y las relacionadas con el creciente mercado de electrodomésticos que iban a ser más estables.
Pero lo que no puede negarse es que hubo una “era industrial” y que esta no surgió por obra del azar sino que respondió a una concepción de país y de provincia.
En aquellos años, hasta el Estado fue industrialista, como lo prueban la construcción de la Bodega del Estado y el intento de la Azucarera de Cuyo, tendiente a la diversificación económica de la provincia mediante la industrialización de la remolacha azucarera.
Las marcas sanjuaninas
Ese ímpetu se fue deteniendo con el tiempo. El terremoto actuó como una bisagra. Era más fácil vivir de la reconstrucción que de la producción.
No obstante, un formidable conjunto de grandes industriales fue adquiriendo cada año mayor peso nacional.
Un proceso al que estarían ligado apellidos como Del Bono, Graffigna, Campodónico, Estornell (no sólo fue un gran exportador sino que se transformó en un verdadero zar de la televisión y los cines en Cuyo), Montilla, Gualino y Escolar, Boggian, los Pulenta, Plácido Castro. López Pelaez, Empresarios como Francisco Montes se atrevieron a poner diarios en Mendoza y San Luis
Y empresas y marcas como Maravilla, Resero, Talacasto, Peñaflor, Termidor, CAVIC, los cognac Otard Dupuy, Reserva San Juan, Ramenfort, los aceites Agros y Almar, las aguas minerales Pismanta y El Salado, las sidras La Capilla y La Cordillerana, el chanpagne Duc de Saint Remy, los vermouth de Cinzano, Angaco y El Globo, los varietales de Graffigna y López Peláez…
Todas marcas que se encontraban en las góndolas de todo el país, en los restaurantes, en las confiterías.
Digamos que San Juan sigue teniendo algunas marcas importantes. Pero ya aquellas empresas sanjuaninas fueron vendidas o perdieron posicionamiento en el mercado.
Las nuevas generaciones dejaron de consumir algunas bebidas que se identificaban con nuestra provincia.
Desapareció la producción de cerveza, no quedan alambiques para destilar los famosos cognac o el calvados y es alarmante la disminución del ingreso como consecuencia de la salida de productos sin identificar que se originan en las tierras, el agua y el clima sanjuaninos pero adquieren valor fuera de San Juan.
Quedaron otros que se integraron a nuestra economía como los laboratorios Raffo, Bodegas Tracia, Industrias Taranto…
Pero son la excepción.
Lo cierto es que hay una gran confusión sobre conceptos básicos de la economía.
Una cosa son los números que pueden mostrarse y otra el desarrollo de una actividad.
En las últimas décadas, en materia industrial nadie pensó en el desarrollo.
Tampoco planificaron actividades sustentables.
No es casual que la mayoría de las industrias que permanecen son de origen sanjuanino. O se dirigen al mercado local. O utilizan productos sanjuaninos.
El absurdo es cuando se le da la promoción a alguien que sólo mueve mercadería y que miente su inversión y su producción.
Pero digámoslo una vez más: nos está faltando esa raza de empresarios enraizados con nuestra tierra.
Aquellos empresarios que además de producir e industrializar, apostaban todas sus fichas a la provincia, creando desde bancos hasta clubes de fútbol.
Aquellos pioneros que hicieron de San Juan uno de los sitios con más alto poder adquisitivo, donde una hectárea de tierra valía tanto como en California, donde ocupábamos los primeros lugares del país en autos, camiones y tractores por habitantes y en depósitos bancarios.
Hoy se va configurando un mundo industrial de gerentes, empresas donde todo se resuelve en Buenos Aires, gente desligada de la cultura, la vida social o el deporte de la provincia, que ya no vive en chalets sino en hoteles o casas alquiladas.
Nada fue espontáneo.
Ni aquella fenomenal etapa de industrialización surgida bajo el amparo de claras políticas de Estado ni el San Juan de nuestros días.