2019 BODAS DE ORO SACERDOTALES
Con 76 años de vida, este viernes 20 de diciembre, monseñor Francisco Martin Martín, más conocido como “el Padre Paquito”, celebra sus 50 años de sacerdocio, pero no quiere festejos porque esa fecha le recuerda el fallecimiento de su hermana, víctima de cáncer.
A pesar de este recuerdo doloroso, los años transitados desde aquel día en que decidió viajar a Córdoba para ingresar al seminario, están plagados de anécdotas que el sacerdote cuenta con alegría, dando gracias a Dios por todo lo que le tocó vivir.
—¿Cuando llegó de España, se fueron a vivir a Rawson con su familia?
—¿Cómo descubrió la vocación?
—Cuando vivía en Santa Lucía conversaba mucho con el padre González y él me decía que podía ingresar en el seminario. Luego tuve contacto con el padre Cruvellier, que era el sacerdote de Villa Krause. Cuando me dijo que podía ingresar al seminario, yo decidí probar. Me fui a Córdoba, primero estuve en Jesús María y luego en la Capital para terminar el bachillerato. Ahí tuve dificultades porque yo no tenía una base sólida. Y me costaron, Dios Santo, un montón rendir las materias. En el 63, ya pasé al Seminario de Loreto de Córdoba para estudiar Filosofía.
—Eran años de mucha movilización…
—Era la época del Concilio Vaticano II. Hubo muchos problemas, deserciones, cambios, líneas… Por ejemplo, los sacerdotes del Tercer Mundo, la Teología de la Liberación, Curas obreros, perdón la palabra, pero era un despelote. Y uno decía, yo quiero ser sacerdote. En esos años, muchos compañeros míos abandonaron el seminario por toda esta corriente que venía de la guerrilla. De 160 quedamos 40 nomás. En el Seminario Mayor de Córdoba estaba cuando el Cordobazo famoso, participando también como aventurero… Era la juventud. Al lado del seminario, por la calle Vélez Sarsfield, estaba la vieja terminal de ómnibus y como había un grupo de seminaristas más o menos pudientes y otros, “hijos de los pobres”, éramos como 15 o 20, juntábamos monedas para ir a la terminal a comprarnos una porción de pizza y una Coca Cola. Ese era nuestro manjar… Lo que era la pobreza…
—Usted conoció a monseñor Angelelli.
—Claro. Él estuvo como rector de seminario y como obispo de Córdoba y luego lo designaron obispo de La Rioja. Yo le manejaba el auto a Angelelli. Como yo era un aventurero aprendí a manejar autos entonces lo llevaba a Montecristo o Villa Allende, cuando él tenía novena. Lo conocí mucho. Era un hombre contento, con una gran memoria.
—¿Qué pasó luego de su consagración, decidió venir a San Juan?
—¿Cuál fue su primer destino?
—Angaco. Ahí aprendí a realizar una serie de prácticas que como sacerdote tendría que haber incorporado, como por ejemplo rezar el rosario todos los días. Me ayudó muchísimo monseñor Martínez Seara y un grupo de sacerdotes de cierta edad, excelentes. Así comencé en Angaco y conocí las villas, los barrios, la aguada del Conejo, Guayaupa, la mina El Gato, por todos lados andaba. Me compré una moto chiquita porque en Angaco no había nada y te mandaban a comer como pudieras. Así es que vez en cuando comíamos (risas) o me venía a comer a la catedral. Tengo muchas historias. El cementerio queda muy lejos y a veces, para dar misa, me iba en moto y me ponía diarios en el pecho y 3 o 4 pulóveres para soportar el frío. Frente al cementerio había un bar y los deudos, los hombres, se iba al bar a tomar grapa, así es que yo llegaba y primero me iba al bar. “Eh, padre, vamos a brindar”, me decían. “Ya empezamos la misa, vamos, vamos”, les contestaba (risas).
—¿Cuándo llegó a Villa Krause?
—Así se hizo conocido…
—Claro y poco a poco, la gente comenzó a venir al templo. Me acuerdo que, en el fútbol, se pegaban muchas patadas y yo les decía: “Mis patadas son santas” (risas)… “Cura y la p…. Mirá lo que me has hecho”, me decían (risas). Así empecé a realizar la fiesta de la Virgen de Andacollo, que se transformó en la más importante de San Juan. En el año 79 se hacía el baile de la virgen en el Club Unión, que generaba una entrada muy importante de dinero y ese año contrataron a la Mona Jiménez. Terminé la misa y la procesión y toda la gente se fue al club. Yo también me fui a ver quién era la Mona Jiménez y veía como todos cantaban (risas).
—¿Cuándo comenzó a construir el colegio?
—En el año ’80, monseñor Di Stéfano vino a San Juan y nos dijo: “Aquí hay que construir”, no teníamos casa ni nada. La escuela parroquial tenía cuatro piezas de abobe y 80 alumnos. Yo aposté por dos cosas: que la evangelización llegara a la gente a través de la educación y los medios de comunicación. Entonces, me propuse construir todos los colegios parroquiales que están en Rawson, Marcos Zapata; Niño Jesús y Juan Pablo II; Santa Teresita en el Barrio Güemes. También ayudé a la construcción de varias parroquias. Yo no robé. Cada cuota de los niños fue para la construcción de los colegios, el camping parroquial, todo. La única virtud que tengo es esa: nunca me interesó el dinero. Construí el Hogar Niño Jesús para niños muy muy carenciados, donde van, almorzaban, hacían las tareas, iban a la escuela, merendaban y se iba a su casa.
—Fue un gran constructor de templos, capillas, colegios, hogares para ayudar a la gente y también puso al servicio de la Iglesia una radio y un canal.
—¿Cuándo dejó Villa Krause para irse a la Parroquia “Divino Salvador’’, en Rivadavia?
—En 2004, Delgado me pide que fuera a esa parroquia. Cuando se hace el nombramiento de un sacerdote en una parroquia es para siempre, cuando el obispo te da la opción por 6 años o para siempre. Sansierra me hizo el decreto para siempre. Delgado me rogó que me fuera. Le dije: “Monseñor, cuando termine de pagar algunas deudas, renuncio”, le dije y así hice. Al principio pensé que sería fácil, pero me costó mucho.
—Estaba muy inserto en la comunidad.
—Sí, muy. Lo que a veces también es peligroso y le cuento una anécdota. Yo jugaba en un campeonato comercial y participaba en un equipo que se llamaba “Bonomo – Los Pinos”. Yo sabía que Bonomo era una casa de venta de muebles y yo pensaba que era lo mismo, pero era un hotel residencial que está en Villa Las Rosas (risas)… Salimos subcampeones y el dueño del hotel me vino a saludar y me preguntó qué necesitaba para los niños. “Padre, le hago un cheque”, me dijo. “Muchas gracias, cuando necesite, le aviso”, le contesté… ¡Le había hecho propaganda sin saber! A los muchachos les decía: “¿¿¿Cómo no me dijeron???” Un cura le había hecho propaganda a un residencial… Y el dueño me quería dar una tarjeta VIP (risas).
—Padre, ¿cómo va celebrar estos 50 años de sacerdocio?