Muerte en la noche

Otro taxista asesinado. Esta vez con furia. ¿Qué hay detrás? La gente ya tiene miedo a la noche sanjuanina. Se asegura que ha aumentado el consumo de drogas, que la prostitución gana las calles, que hay patotas de delincuentes —muchos de ellos de 16 o 17 años— que se adueñan de las madrugadas. Los taxistas están temerosos porque estas bandas actúan sin compasión. ¿Cómo terminar con todo esto? La situación económica no es justificativo y es hasta inmoral invocarla pues todos los sectores soportan la crisis. Este artículo fue publicado en El Nuevo Diario el 15 de marzo de 1991 en la edición 499

 El Peugeot negro de techo amarillo patente B.1.622.156 había permanecido detenido en la Avenida de Circunvalación entre Paula Albarracín de Sarmiento y Libertador, por espacio de horas. A las 4.30 un taxista avisó a la seccional cuarta de policía de esa sospechosa inmovilidad. Pensó que su colega había tenido un accidente, ya que el automóvil presentaba daños en el paragolpe delantero y la llanta derecha del mismo sector totalmente deteriorada. Una vez en el lugar los hombres de azul procedieron a revisar el automóvil, cuyo parabrisas estaba en su interior. Una sugestiva mancha roja llevó a un macabro hallazgo en el baúl que, salpicado de sangre y materia encefálica, contenía el cuerpo sin vida de un hombre de alrededor de treinta años.

Nicolás Manrique, comisario inspector de la policía de San Juan, abrió los ojos de golpe. Un llamado a las cinco de la madrugada —se dijo— nada bueno presagiaba. El comisario inspector es un hombre de acción; conocido por su actividad en el grupo de salvataje G.E.R.A.S. Sin despedirse, marchó precipitadamente hacia la seccional a su cargo, la Cuarta, de Desamparados, donde el ambiente ya estaba convulsionado. Allí tomó conocimiento de los primeros detalles: Alberto Orlando Cardozo, de 33 años, conductor del taxi 226, con parada en 9 de Julio y Rawson había sido asesinado y su cuerpo presentaba dos disparos en el rostro. El taxista, luego de ser reducido por sus victimarios fue introducido al baúl del auto en donde le descerrajaron dos disparos que penetraron — sin orificio de salida— por la zona frontal.

Inmediatamente conocida, la noticia se desparramó como reguero de pólvora por la ciudad. El crimen del taxista fue el tema de conversación durante toda la semana. Las informaciones, los trascendidos, las deducciones, corrían de boca en boca. Ocurre que la noche sanjuanina —la vida, en general— se está poniendo muy peligrosa. Por más que se lo desmienta, el consumo de droga aumenta, la prostitución está a la orden del día, las patotas se han adueñado de extensas zonas de la ciudad, la gente teme salir de casa por miedo a los asaltos y si permanece en su vivienda, se encierra bajo cuatro llaves y deja luces encendidas, no pasa día sin que se robe un automóvil o se lo destroce para “alzarse” con el stereo. ¿Cómo no iba a correr la noticia del crimen de boca en boca?


Alberto Cardozo consultó el reloj. “Ya son más de las dos y casi no he hecho un peso", pensó mientras se desperezaba. Se acercaba la "hora del miedo”. Sí, del miedo. Porque el oficio de taxista se está transformando en una especie de salario del terror, donde se sale a la calle no a brindar un servicio y ganarse un mango. Se sale a arriesgar la vida y para colmo —pensó Cardozo— trabajar en coche ajeno. Pasadas las 2, los pasajeros que salen de fiestas, casamientos o del casino se terminan. Y con ellos se va la tranquilidad. A no ser alguno que venga al Hospital Rawson por una emergencia, llega la hora de tratar con los pesados, los "dueños de la dudad”.
En sólo tres meses de desempeñarse en el oficio, Cardozo había escuchado muchas historias. Alguien le dijo que “a fulanito, tres malandras le metieron un caño en la cabeza y lo obligaron a hacerles de chofer mientras asaltaban una estación de servicio y una casa”. Otro le comentó que las "chicas de la noche” y sus protectores, son los principales clientes de la madrugada. Pero lo peor —todos coincidieron— son los "nuevos pesados”, los "patoteritos”.

Una pareja que solicita transporte, saca a Cardozo de sus cavilaciones. Bienvenido a la realidad. Luego del viaje so encuentra con su hermano en la Plaza 25:
—Viejo, es de no creer: ¡Sólo 48 lucas en toda la noche!
Un cigarrillo, y adentro. Mete primera y piensa: Tal vez tendría que irme a casa, parece una noche "seca”. Mi señora y los niños esperan. Además Vanessa, con sus siete años, me preguntó si comenzarían las clases. En una de esas la encuentro despierta y charlamos un poquito”.
Suspiró. La luz de los semáforos, titilaban en amarillo. Los rostros que andaban por ahí lo transportaron a sus pensamientos, que se tornaron oscuros. “Pucha, que se está poniendo difícil esto. Por ganarse un mango correr el peligro de mezclarse con la trata de blancas; el tráfico de drogas o el tener que ser cómplice a punta de cañón de algún “trabajito". Por último los delincuentes comunes, esos infelices que se transforman en Dios con un arma en la mano. Y algunos son tan jóvenes, y ya “cargan fierros". Ebrios algunos, drogados otros, feroces la mayoría”. Confió en su suerte...

En los café y en las reuniones familiares, la población, arribó a una hipótesis mucho más velozmente que los policías: esto era una ejecución. Un ajuste de cuentas. La horrenda foto del diario ayudaba a elucubres teorías. A Alberto Orlando Cardozo "lo bofetearon”, por andar en “la pesada". Para muchos émulos de Poirot, el móvil era uno solo. Desde el Iiving, ya solucionaban el caso. Claro, porque es fácil jugar con la historia de los muertos. O porque ya no creemos en nadie. ¿En qué vamos a creer si los delincuentes entran por una puerta y salen a los cinco minutos por otra, si las leyes están hechas para defenderlos, si los jueces tienen la excarcelación fácil.

 El comisario inspector Manrique trabajó mucho esta semana. El caso no se presentaba fácil. De pronto todo se perdía en una nebulosa. Se solicitó la ayuda de las brigadas de la calle, de las seccionales 19 de Capital, 13º de Rivadavia y 24º de Rawson. Se instaló una línea de teléfono especial para que la población aportara datos. La búsqueda y los allanamientos en zonas conflictivas se sucedieron. Ya el lunes, Manrique tenía la casa de Libertador y Avenida Sarmiento "llena”. Cerca de 20 “conocidos de la policla” habían sido interrogados. Al final, nada. Todos recuperaron la Iibertad.
—Pero ¿qué hay detrás de este crimen? ¿Venganza? ¿Droga?
Manrique no tiene muchos deseos de hablar con el periodista pero responde.
—Para mí, el móvil del crimen es robo. Algo pasó adentro que desencadenó el homicidio. ¿Qué es lo que sucedió? Hacia allí están orientadas las investigaciones.
Para el responsable del sumario que se instruye en el Quinto Juzgado Penal y Correccional, del doctor José Alberto Nardi, no hay elementos que hagan presumir que el móvil pudiera ser otro.

El comisario inspector, junto a sus colaboradores llegó a una primera hipótesis de trabajo: al menos dos personas abordaron el taxi —no se sabe con exactitud dónde y ahí podrá estar un Indicio importante— con el objeto de llevarse la recaudación. Cardozo intentó defenderse: “quizá si acelero el auto desistan.... quizá si lo choco los desubique y me den tiempo para huir. Tiene que ser rápido antes que me alejen. Pasó el puente por arriba de la Paula Albarracín. Ya se acercaban los restaurantes. ¡Ahora es el momento!" Y giró violentamente el volante. El automóvil brincó y pasó por sobre la canaleta, yendo a caer al otro carril de la avenida, en sentido contrario. Una jugada inteligente, la suerte no estuvo de su lado. Por escasos metros no pudo volcar el auto.

En la calle Ramón Franco 94, Barrio Las Moreras, hay una ausencia notoria. Los vecinos casi no han visto a Nancy Mérida, la esposa del taxista muerto. Vanessa, la nena más grande, sigue sin comenzar las clases y Bebelín, de sólo cuatro años, aún no tiene edad para hacerse preguntas, aunque busca en cada rincón al papá que ya nunca vendrá.
La calle, mientras tanto, se sigue preguntando:
—¿Por 48 mil australes pueden matar una persona? ¡Entonces vivimos entre animales...! ¿Y qué hace la justicia?


“Había un arma de fuego en el automóvil que no llegó a ser usada", confirmó Manrique. Pero... ¿por qué sólo tenía un proyectil?
La calle se pregunta: si los delincuentes pretendían un botín, que finalmente no se llevaron ¿por qué le dispararon de esa manera a Cardozo? ¿Por qué esa saña? Dar respuestas a eso serla violar el secreto de sumario, pero indicaría el perfil criminal de los delincuentes. Si los delincuentes buscaban "boletear” a Cardozo, ¿por qué lo hicieron en una zona tan transitada y cercana? La posición del automóvil indica que intentaban llevarlo a un lugar más apartado. Una vez percatado de ello, el taxista jugó sus cartas a todo o nada. Infortunado, el azar le jugó una mala partida.

"Cardozo era un muchacho joven que hacía poco que trabajaba en esa parada", afirmaron algunos colegas. De noche iba a cenar a su casa Cardozo ya había trabajado al volante en Rawson, en la calle Lemos. Luego intentó el negocio de los cigarrillos, pero al parecer no le fue bien, lo que motivó su regreso a los "negro y amarillo”.
—¿Mujeres?
—Descártalo, descártalo. Hablaba muy seguido de su familia y ninguna mina lo venía a buscar. Era un muchacho común y trabajador.

“A nosotros nos cayó como un balde de agua helada. Todavía no lo creemos; si esa noche había conversado con nosotros" dicen en la Ronchietto, estación de servicio de Y.P.F. enfrente de la parada.
Es difícil creer que el motivo sea robo. Si no es robo, y si descartamos a las mujeres: ¿qué queda? Silencio. Eso queda. Sin embargo, hay una profunda convicción en el ambiente de la profesión, "que la policía sabe todo”. Vox populi... ¿vox Dei?


Los taxistas. “Tenemos miedo”
En la parada cuatro, de la céntrica plaza 25 de Mayo, un grupo de taxistas charlan alrededor de un banco. Son ocho, la misma cantidad de automóviles que, estacionados, esperan por un lla­mado o un cliente. Nos acercamos a ellos. Demasiado susceptibles, de inme­diato inquieren nuestra identidad. Las primeras palabras, cargadas de tensión. Luego, la bronca y el miedo los fue sol­tando. Pero sin nombres, “que la mano viene pesada”

—Peligrosa la profesión que han elegido...

—Peligrosa se ha vuelto ahora San Juan se ha vuelto peligroso...

—¿Por qué se ha vuelto peli­groso?

—Mire, el hecho de ser taxista no ha variado con el tiempo. Pero uno se ve  obligado por su trabajo a tratar con per­sonas muy distintas. Unas veces te toca gente de bien y otras... mejor no hablar.

—Aquí lo jodido son esos pen... to­dos rotosos, de pelo largo que en patotas se creen dueños de todo —afirma otro—. Y frente a ellos nosotros no tenemos nada que hacer.

—Se sabe de estas brutalidades (re­firiéndose al crimen de Cardozo) pero no se sabe de los asaltos que sufrís. A veces es más conveniente no denunciarlos porque después viene la venganza. Te atacan a vos, te rompen el auto.

—Pero... ¿no hay un sistema que los proteja, que no los deje indefensos?

—¿Qué sistema? Se te suben dos que ni sabés quiénes son y te apuntan con un “chumbo”. ¿De que protección me hablás? ¿Podés empezar a los gritos? A las dos de la mañana no ves un solo policía y los patrulleros parece que salen cuando los llaman únicamente. Aparte, en la policía los delincuentes entran por una puerta y por la otra salen el mismo día. ¿Qué está pasando?

—Hoy en día le tenemos más temor a algunos jóvenes que a otra cosa. Son cínicos y violentos. Hay veces que con dos vasos de vino no saben qué hacer...

-¿Ustedes portan armas?

—No, no se nos permite. Pero los delincuentes precoces sí andan con armas. ¿No hay una manera de cotrolarlos?

—Aquí la policía tendría que empezar a "limpiar” (apuntó nuevamente el más nervioso)

—Por ahí se dice que los taxistas están muy vinculados al negocio de la noche y estos hechos lamentables son su resultado...

—No, ¡vamos! (indignados)

—Pero no me pueden negar que la profesión se presta...

—Como cualquier profesión. Ni más ni menos. Si una persona tiene tendencia a la corrupción, va a ser un malandra siendo taxista, perio­dista, verdulero o diputado.

—Y ahora, ¿cómo se en­frenta esto?

—Nosotros no podemos hacer nada. La policía debe saber y lo va a solucionar. Nosotros en estos mo­mentos estamos c… de miedo. Con la situación que se vive, ninguno puede decir: “bueno no trabajo por­que temo por mi seguridad perso­nal”. Hay que mantener una familia y encima mantenerte vivo. A veces pensás que “vivís de prestado”. Es una situación tan terrible y, lo peor... sin salida....

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La siguiente nota fue publicada en El Nuevo Diario el 27 de marzo de 1992 en la edición 501

HABLA LA ESPOSA

 

Nancy Mérida: "Yo quiero y necesito que se aclare este crimen"

 El crimen de Alberto Oscar Cardozo, taxista alevosamente asesinado, todavía no tiene responsables. La policía ha llevado a cabo en los últimos días numerosos allanamientos con el objeto de dar con indicios que permitan avanzar en las pesquisas. La sociedad sanjuanina, que no olvida el triste episodio, elabora suposiciones al respecto. De estas suposiciones y de su vida con Alberto Cardozo, de la angustiante espera por el esclarecimiento, El Nuevo Diario dialogó con Nancy Mérida, joven viuda del taxista.



Calle Aberastain, a dos cuadras de la Plaza de Santa Lucía. Desde hace 15 días, allí vive Nancy Mérida, la viuda de Alberto Oscar Cardozo, el taxista asesi­nado.

La casa del Barrio Las Moreras, sigue vacía. Nancy y sus hijos no quisieron vol­ver allá, después del crimen. Por eso ahora está en la casa de sus padres.

La vida cambió mucho para Nancy después de aquella madrugada del 9 de marzo. Vanessa, de 7 años, sigue preguntando por su padre. Y Bebelín, el más pequeño, está enfermo.

Nancy no quiere fotogra­fías. La familia tampoco per­mite que el cronista pueda fotografiarlos. Pero acepta hablar. Especialmente por­que quiere desmentir versio­nes que circulan a falta de un esclarecimiento del caso. Cuando el viernes pasado El Nuevo Diario entrevistó a Nancy, su cuñada, la herma­na del taxista asesinado, es­taba con ella.


—Nancy... ¿Hace cuánto que estaban ca­sados?

—Ocho años. Ocho años juntos, que me sirven para saber y no presumir lo que podría pasar. Yo no imagino ni invento hipótesis. Yo sé cómo era él y como vivíamos en nuestra familia. Eramos una familia como cualquier otra. Con sus problemas, sus alegrías y sus momentos de tristeza. Pero todos muy unidos.

—¿Cómo era él?

—Era un hombre muy bueno. Era muy amistoso con la gente y para mi... era mi mejor amigo. Se llevaba bien con todos. Alberto era muy apegado a sus hijos, sobre todo al menor. Gozaba estan­do en compañía de la familia. Cuando no trabajaba estaba en casa con nosotros. Aunque no estábamos acostumbra­dos al trabajo del taxi, que lo obligaba a estar fuera de casa, la vida nos lo imponía y lo aceptábamos.

—Alberto ya antes había trabajado al volan­te. ¿Qué otras activida­des habla emprendido?

—Había estudiado en la Escuela de Policía, pero mu­cho antes que nos conociéra­mos, como diez años atrás. Luego condujo un taxi en Rawson, y después tomó un reparto de cigarrillos. Trabajaba con Morales. Pero las ven­tas disminuyeron mucho y tuvo que dejar. Allí, no vio más salida que emigrar. Y aunque no tenía un oficio, pensaba irse a Canadá a trabajar. Pero los amigos y nosotros mismos le insistimos en que no se fuera y finalmente —pienso que por los chicos— cedió. Entonces, charló con Vallecillos para trabajarle por un tiempo el taxi. Iba hacer eso hasta conseguir un empleo más sólido y estable.

—¿Por qué piensa que lo asesinaron?

—Yo misma me hago esa pregunta todos los días, a toda hora. Estoy como trastornada. ¿Por qué lo mataron? ¿Por qué de esa manera? Pienso que lo han querido asaltar. Pero no me imagino por qué esa locura.

—Exactamente. Y por esa misma forma de mo­rir, la gente se hace supo­siciones. No falta quien quiera ver un “ajuste de cuentas”...

—Eso es una infamia. Se dicen tantas cosas... Es muy injusto tratar así a alguien. Más aún si ha muerto. Aparte usted figúrese: si es como la gente dice, que “estaba en negocios raros” ¿qué le hace suponer que hubiera seguido viviendo con nosotros y que nosotros no hubiéramos sabi­do nada?


—¿Era un hombre de reacciones violentas...?

—No, nadie puede decir eso. Ni dentro ni fuera de la casa. Nosotros nos llevába­mos bien. Teníamos diferen­cias como las tiene cualquier matrimonio, lo que no significa que alguno de los dos fuera un violento o un loco. Eramos una familia como cualquier otra, que trataba de salir ade­lante, con sacrificio.

—Ante la falta de res­puestas, la calle hace suposiciones. Por lo que usted nos dice tenemos que descartar que fuera violento o estuviera en negocios raros. ¿Era ju­gador, acaso?

—No. nunca. Nunca jugó, ni siquiera sabía jugar a las car­tas. Mi hijo a veces le pedía que le enseñara y él le decía que no podía enseñarle por­que no sabía. Aparte, nunca vino nadie a casa que me hi­ciera suponer lo contrario.

—Es evidente que no hay un móvil concre­to...

—Por eso mi angustia. ¿Por qué lo mataron así? ¿Por qué esa saña? No en­cuentro explicaciones.


—¿Y en la policía, que le dicen? ¿Tiene confianza en que se re­suelva el caso?

—He ido varias veces y en la policía dicen que no saben nada, que siguen investigando. Yo quiero, ne­cesito, que se aclare todo. Por el bien de mi marido y para que cesen esas ver­siones que injustamente, desparraman mentiras por todos lados. Por eso es que quiero saber quiénes y por qué asesinaron a mi marido.

—¿Y ahora?

—¿Y ahora? ¿Qué quiere que le diga? Me siento muy mal. De un día para otro mi familia se ha desmem­brado. Mis hijos preguntan y yo... yo lo extraño tanto...


 

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Croquis del lugar donde se produjo el crímen. La línea de puntos señala la trayectoria del vehìculo, que atravesó la separación de los carriles.
Alberto Orlando Cardozo, de 33 años, conductor del taxi 226, con parada en 9 de Julio y Rawson había sido asesinado. (Ilustración: Jorge Rodríguez)
Alberto Oscar Cardozo. (Ilustración de Jorge Rodriguez)